Adrienne Rich plantea el contínuum
lesbiano como un árbol
genealógico de mujeres que, rebelándose ante el patriarcado, cuidan unas de
otras, crean alianzas y vínculos auténticos y duraderos, y se priorizan frente
a los hombres en un patriarcado. Así, Adrienne Rich plantea la existencia de la
lesbiana como un acto de rebeldía femenino, como una insurrección ante un
sistema que nos quería y nos quiere compitiendo entre nosotras por la atención
masculina y dedicando nuestra vida a conseguir esta, existiendo por y para los
hombres hasta el fin de nuestros días.
Adrienne
Rich define, por tanto, a la lesbiana como algo más que una mujer que ama y
desea única y exclusivamente a otras mujeres; la redefine como una mujer que,
en un patriarcado, elige (consciente o inconscientemente, condicionada por su
biología o empujada por una voluntad racional) a otras mujeres en detrimento de
los hombres.
No seré
yo quien discuta aquí si la orientación sexual es una construcción social que
desaparecería en un mundo libre de etiquetas o una preferencia que viene
predeterminada genéticamente, por mucho que me incline a pensar lo primero.
Tampoco seré yo quien invite a las buenas amigas heterosexuales a identificarse
con una etiqueta de la que se han aprovechado para alzarse ante los hombres en
detrimento de sus hermanas menos favorecidas, más oprimidas por la
heterosexualidad obligatoria.
Sin
embargo, como lesbiana, sí puedo decir que la lesbiandad (como me gusta llamarla, porque lesbianismo es, al fin y al cabo, un término ajeno; un término
médico acuñado para tildar de patológica mi existencia) es para mí mucho más
que una orientación sexual. Porque ha teñido mi forma de ver el mundo y de
relacionarme con el resto de personas, y me ha hecho ser consciente de que la
forma en que yo vivo (que no es más que una extensión de la forma en que yo
amo, porque qué es vivir si no es una extensión del amor al mundo, al prójimo y
a una misma) no me deja vivir tranquila en la sociedad en la que vivo.
Y, si
la vida es una declaración de amor que respira, mi vida es amar a otras mujeres
en un mundo de hombres que las oprimen sistemáticamente. Mi vida es amar a
otras mujeres, que cohabitan conmigo las fronteras, los márgenes de un planeta
masculino, de continentes masculinos, Estados masculinos, ciudades masculinas,
oficinas masculinas, hogares masculinos. Mi vida es amar a otras mujeres, yo
incluida, y amar es hablarles y hablarme a mí misma con sinceridad y afecto en
un mundo que, por mujer, me manda callar y mantener cerrada esa misma boca con
que me dirijo a nosotras. Mi vida es amar a otras mujeres, yo incluida, y amar
es dedicarles y dedicarme las energías y los cuidados que debo reservar a los
hombres; mi labor emocional, mis pañuelos para secar sus lágrimas, mi risa para
ambientar las suyas, mis manos de mujer para sostener las suyas y apretarlas
con fuerza en los momentos de flaqueza.
Por
eso, yo me declaro doblemente
lesbiana: porque amo y deseo a las mujeres y porque elijo a las mujeres. Si se puede ser lesbiana biológica y lesbiana política,
yo no me conformo con ninguna de estas categorías: yo soy las dos al mismo tiempo. Porque me enamoro de mujeres, porque me
excitan las mujeres, y porque, ante todo y ante todos, las priorizo en mi vida.
No
porque no tenga amigos hombres. No porque no quiera a mi padre, a mis tíos o a
mi abuelo. Sino porque, en un mundo en que son las mujeres mis compañeras de
lucha, en un mundo en que ser mujer es mucho más que habitar un cuerpo (si es
que existe realmente un único cuerpo de mujer), ser mujer significa ser mi
hermana de una forma en que ningún hombre podrá serlo jamás. Porque lo que significa ser mujer en este mundo, lo
aprendido por las mujeres (la empatía, el cariño, la mediación, los cuidados),
que no intrínseco en ellas ni ausente del todo en los hombres, es lo que me
aporta realmente; mientras que lo que
significa ser hombre, lo aprendido por los hombres (el poder, la
dominación, la agresividad, el egocentrismo) me destruye.
Y amo a
mis amigas de una forma lesbiana
porque, sin ser mis amantes, se me queda corta la palabra amiga; porque he aprendido que las amigas son secundarias, porque
he aprendido a priorizar a mi novio, a mi marido, ante mis amigas. Porque
cuando empieza la relación, dejas de verlas.
Y por
vitales y cruciales que sean para mí mis relaciones amorosas y sexuales con
otras mujeres, por muy revolucionarias que me resulten en un mundo que las
prohíbe y estigmatiza y acalla, no lo son menos mis relaciones con mis amigas.
Porque mis relaciones con mis amigas no son meras amistades; son lo que el feminismo ha bautizado sororidad. Hermandad entre mujeres,
“fraternidad” femenina y feminista.
Porque
mis relaciones con mis amigas rompen las barreras impuestas al afecto no
reproductivo ni heteronormativo cuando nos besamos en exceso, en la boca
incluso, o bromeamos abiertamente sobre la posibilidad de acostarnos. Porque
mis relaciones con mis amigas rompen con el aislamiento impuesto a la mujer,
primero en el hogar paternal gobernado por el padre y después en el conyugal
gobernado por el marido, al permitirnos construir una comunidad de mujeres,
hecha por y para mujeres, cuando todas se conocen entre ellas. Porque mis
relaciones con mis amigas rompen con el androcentrismo, que nos enseña a vivir
la subjetividad masculina como la única objetividad y a medir nuestros
sentimientos y experiencias mediante herramientas fabricadas por y para
hombres: mis relaciones con mis amigas se verbalizan mediante palabras como ternura, solidaridad y apoyo mutuo
y cómo no, los ya mencionados, los siempre presentes cuidados. Palabras muy poco masculinas.
Palabras
muy lesbianas.
Porque
mi lesbiandad y mi amistad son
conceptos interrelacionados. Porque no existen la una sin la otra. Porque
también mi novia es, antes que ninguna otra cosa, mi amiga; porque también
respeto a mis compañeras sexuales y las cuido como a mis amigas. Porque no
concibo las relaciones según un eje de dominación-sumisión, porque no concibo
los intercambios totalmente altruistas de compañía, consejos, afecto, placer, sexo…
con cualquier mujer de mi vida como procesos de compra-venta en que abundan los
chantajes y las triquiñuelas.
Porque
yo, al final del día, no sería la misma lesbiana en un mundo en que ser mujer
significara una cosa distinta de la que significa, en un mundo en que yo misma
no hubiera crecido como mujer en un mundo de hombres. Quizás seguiría siendo
lesbiana, no puedo saberlo, pero mi lesbiandad sería entonces una
característica más de mi currículum vitae
y no uno de los ejes alrededor de los cuales giro mientras vivo.
Porque
enamorarme de mujeres y no de hombres me ha enseñado a querer más a mis amigas
y querer a mis amigas me ha enseñado a cuidar tanto a mis parejas como a mis
amantes. Porque ha sido el amor de mi madre el que me ha enseñado a amar, como
mujer, a otras mujeres desde el principio de mi vida.
Porque,
si bien creo que ser lesbiana es algo más que una opción disponible para
cualquier mujer que cuide de sus hermanas, sí creo que cuidar de tus hermanas y
entenderlas como hermanas antes que
objetivos amorosos o sexuales constituye una parte considerable de lo que
significa para mí ser lesbiana en este mundo.