domingo, 28 de octubre de 2018

Mujeres y comida: delgadez-belleza-virtud.


Prácticamente todo el mundo que me lee sabe lo mucho que escribo y reflexiono sobre los trastornos de la conducta alimentaria, sobre la ausencia de una verdadera autoestima y de unos hábitos alimentarios sanos y constructivos entre las mujeres… y sobre mi propia experiencia con un principio de bulimia y una dismorfia corporal que nunca ha desaparecido del todo.
Escribo esto porque llevo años dándole vueltas a la idea de que nuestro acercamiento al problema mortífero de los trastornos de la conducta alimentaria y de la baja autoestima, desde el feminismo, desde la Psicología y desde prácticamente cualquier ámbito, es insuficiente, y tremendamente pobre y limitado. Desde especialistas que casi hasta descartan el factor de la socialización patriarcal como condicionante para desarrollar este tipo de problemas de salud tan graves, hasta otros que se sorprenden de que con tu inteligencia o tu conciencia feminista hayas llegado a desarrollar esos problemas; pasando por activistas y escritoras feministas que a mi modo de ver se quedan en la superficie y se limitan a despotricar contra el canon de belleza y la dictadura de la delgadez. Que yo también lo he hecho. Que hay que despotricar, y mucho. Pero ¿cuál es nuestro análisis?
Supongo que hablo desde la vivencia de alguien que lleva siendo consciente de la fragilidad de su autoestima desde mucho antes de preocuparme verdaderamente por mi peso y por lo que comía o dejaba de comer, pero también desde la vivencia de alguien que ahora, a sus veinte años de edad, en medio del proceso de recuperación y sin haber presentado nunca un cuadro de emergencia en lo que a los hábitos alimentarios respecta; sigue fantaseando con reducir la ingesta de comida y provocarse el vómito ante cada “exceso” para poder sentir que tiene el control absoluto sobre algo en su vida. Que, si no se me dan bien otras cosas, al menos se me dará bien estar delgadísima.

Pero también hablo desde la vivencia de alguien que se encontró con el libro “Mi cuerpo es un campo de batalla”, de la Colectiva francesa de mujeres Ma Colère, y que dio entre sus páginas con un artículo de una experta en trastornos de la conducta alimentaria estadounidense. Un artículo sobre cómo la socialización patriarcal nos disocia a las mujeres de nuestros cuerpos. Un artículo sobre la alta incidencia de trastornos de la conducta alimentaria tras haber sufrido abusos sexuales.
Y, por eso, hablo también desde la vivencia de esa chica que soy yo que cada vez que ha sufrido tocamientos indeseados, e incluso intimidaciones, por parte de hombres que se aprovechaban de mi ebriedad o de mi miedo a reaccionar ha estado a punto de volver al váter y a ese alivio inmediato de, por fin, sentirse limpia.

Sin embargo, ha sido ahora, leyendo un artículo de una teóloga sobre la significatividad religiosa de la anorexia, cuando se me ha quedado grabada la siguiente frase leída: “la anorexia es un trastorno ascético, en que es la virtud y no la belleza lo que está en juego.”
Joder. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? La virtud, en la cultura occidental profundamente marcada por sus instituciones religiosas, va intrínsecamente ligada al auto-control más titánico y la represión más férrea de nuestros instintos más naturales. No hay más que citar tres de los archiconocidos pecados capitales: lujuria, pereza (muy relacionada originalmente con la tristeza)… y gula. Siempre gula.

¿Cómo podemos pretender que cualquier mujer, y cualquier persona que vive con un trastorno de la conducta alimentaria, la verdad, se recupere fácilmente de uno de estos trastornos cuando nuestra cultura entera está montada para que mantengamos a raya el hambre? Y no se trata ya de la herencia histórica de la Iglesia y sus mandatos; vivimos en una época en que el perfeccionismo y el éxito son dos de las exigencias máximas por parte de nuestro entorno, en que “triunfar en la vida” es el objetivo supremo (y, a veces, si no lo logras no tendrás acceso ni a uno de esos supuestos derechos básicos que debería proporcionarnos el mismo Estado). Quiero decir que este modus operandi, esta lente de la perfección, se aplica perfectamente (valga la redundancia) a nuestra relación con la comida.

Porque abstenerse es virtud. Porque controlarse es virtud. Porque reprimirse es virtud. Y, si existes como mujer en el patriarcado de la obsesión con la apariencia en redes sociales, de la cultura de las dietas relámpago y las cirugías estéticas, todas sabemos qué tienes que reprimir para ser verdaderamente virtuosa a ojos de la sociedad.

Esto me recuerda, no puedo evitarlo, a una frase que le leí hace ya años a una activista feminista que había sobrevivido a la anorexia nerviosa en un artículo (y qué rabia no acordarme nunca de su nombre): “la anorexia es la ingeniería perfecta del patriarcado”. Pues sí. Es fácil llevarnos las manos a la cabeza cuando nuestras hijas, hermanas, amigas, conocidas y parejas están en una camilla en Urgencias porque se han quedado en los huesos, incluso antes, cuando encontramos restos de sangre en el agua de la cisterna o de comida en los cajones, pero ¿qué hay de la educación prematura, del tipo de sociedad en que nos educamos las mujeres?
¿Cómo vamos a prevenir los trastornos de la conducta alimentaria si “gorda” y “fea” son de las peores cosas que se nos pueden decir a las mujeres? Si “gorda” y “fea” van de la mano en esta sociedad, y de hecho, “gorda” y “fea” son antónimos de esa virtud ya mencionada; porque cuando hablamos de anorexia no hablamos sencillamente de obsesión con la belleza, sino de obsesión con la virtud, pero ¿no es acaso la conexión irrompible delgadez-belleza-virtud la que cimienta la socialización femenina?

Supongo que no le daría tantas vueltas a todo esto, no plantearía todos estos interrogantes cuyas respuestas creo que conocemos todas, si no fuera porque yo he tardado años en atar cabos y percatarme de que el vivir disociada de mis impulsos, de mi intuición y de mis emociones más básicas (hola, enfado) me han llevado hasta el extremo de virar entre la angustia absoluta cada vez que me enfrentaba a un plato de comida (adiós, hambre) y la necesidad de utilizar la comida como ansiolítico hartándome a todas horas de lo primero que pillo en la nevera, porque ¿cómo voy a comer sólo cuando tengo hambre si hace siglos que dejé de identificar el hambre?
Nos pasa, a muchas, durante el sexo. Nos pasa, a muchas, cuando se trata de identificar, como decía, nuestro enfado más legítimo y de verbalizarlo, de nuestro derecho a una disculpa o, al menos, a una aclaración. Recuerdos suprimidos y emociones que nos son ajenas son el aliño de la ensalada que hace tanto que nos cuesta comer a pesar de su baja carga calórica, porque sigue siendo comida, y ya sabemos cómo de sucias nos hace sentir el metérnosla en la boca. Mucho más fácil engullir tabletas de chocolate y correr al baño después.

Porque la realidad es que los trastornos de la conducta alimentaria suponen una epidemia sistemáticamente feminizada, y según estudios, no hace falta llegar a cumplir con el cuadro clínico de uno para tener una relación insana, dañina y hasta peligrosa con la comida y con nuestros cuerpos: 3 de cada 4 mujeres estadounidenses (es decir, el 75%) recurren a hábitos alimentarios insalubres que sí se cuentan como síntomas de TCAs. Dietas de dudosa efectividad y peligro de enganche y, cómo no, de rebote y de la consecuente frustración; uso de laxantes; vómitos auto-provocados; ejercicio físico compulsivo; evitación obsesiva de grupos enteros de alimentos… ¿a alguien le suena?

Y ya no sé qué concluir después de escribir todo esto ¿estamos perdidas? No, no lo estamos, pero lo estaremos si seguimos dejando el análisis y tratamiento de los TCAs y de sus síntomas en manos de especialistas ajenos a cualquier enfoque sociológico y crítico con el patriarcado, mientras nosotras nos resignamos a gritar cánticos contra la escasez de tallas en manifestaciones y llorar por nuestras amigas. Que yo también lloro. Que yo también grito… pero no puede ser lo único que hacemos.

Comencemos a revolucionar la forma en que educamos, y permitimos que otros eduquen, a las niñas de nuestro entorno. Comencemos a investigar, a leer, a debatir y a poner, por fin, en el centro la vida porque nos la están arrebatando a golpe de báscula y virtud.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Querido Psiquiatra: Soy cuerpo, y mi mente también lo es.


Reflexionar sobre las lecturas sociales y comunitarias de la llamada “enfermedad mental” o locura siempre me lleva a plantearme una pregunta: ¿estoy negando acaso la vinculación de tantas de mis dolencias psicológicas o emocionales con la biología, con la neurociencia y sus entresijos?

Sin embargo, cada vez tengo más claro que no somos quienes nos resistimos al patológico modelo biologicista de la salud mental las que estamos pasando por encima del cuerpo y su funcionamiento. Al revés: es ese planteamiento científico occidental, pariente de sangre de la economía liberal e imprescindible para el patriarcado, el que proporciona herramientas a los médicos y especialmente a los psiquiatras que se empeñan en diferenciar sistemáticamente el cuerpo y la mente. Es la herencia filosófica, científica y religiosa de la cultura hegemónica la que nos condiciona para privilegiar a la mente, ahora entendida como el cerebro y sus neurotransmisores, como si se tratara de un “sujeto” que es posible diferenciar y sustraer del “objeto” que es nuestro cuerpo.
Lo que quiero decir con todo esto es que por supuesto que la biología, entendida como la ciencia que estudia a los seres vivos y nuestros “procesos vitales”, tiene mucho que ver con la salud mental; pero un modelo médico que bebe de la racionalización de la mente como “comandante” supremo del cuerpo, como elemento ajeno al cuerpo, nunca será capaz de beneficiarnos fundamentalmente a las personas con los denominados “problemas de salud mental”.

Y es que ¿nos importa tanto la influencia de lo biológico sobre lo psicológico si ignoramos la manera en que nuestras vivencias vitales se inscriben en nuestros cuerpos y modelan nuestro cerebro (un órgano, al fin y al cabo, enteramente plástico)? ¿Si nos medicamos periódicamente (ingiriendo, al fin y al cabo, drogas legales) para “reconducir” los caudales de nuestros cerebros pero dejamos de lado prácticas como la meditación, el yoga, el ejercicio físico en general o el contacto con la naturaleza y con otros seres humanos que nos cuiden y se dejen cuidar? ¿Se trata verdaderamente de intereses científicos íntegros, de velar por el bienestar de los seres humanos, o de obedecer a los intereses comerciales de las farmacéuticas cuando se privilegian unos tratamientos y se menosprecian otros con la excusa de la “biología”?

Porque no se trata ya de protestar contra la manifestación de los sesgos sistémicos en la administración de un tratamiento u otro por parte de especialistas, es decir, de señalar la probabilidad de que a un niño negro le diagnostiquen "trastorno de adaptación" sipresenta los mismos síntomas que un niño blanco con diagnóstico de “autismo”. De señalar, también, esa misma probabilidad de que a una mujer le diagnostiquen “trastorno límite de lapersonalidad” presentando los mismos síntomas que un hombre, al que lediagnosticarían “trastorno por estrés post-traumático”. Que a esa misma mujer, si es heterosexual, le diagnosticarían antes “depresión” y si es lesbiana o bi,el susodicho trastorno de la personalidad. Y podría seguir y seguir y seguir.
Pero, sencillamente, no se trata de eso.

Porque no basta con “reformar” la psiquiatría; no basta con exigirles a los especialistas que nos tratan que traten de mantener sus prejuicios aprendidos al margen de los diagnósticos y las pastillas y los encierros a los que nos arrojan. Se trata de ir a la raíz de la cuestión, y si vas a la raíz, te acabas dando cuenta de que los cimientos al completo de la institución de la psiquiatría, de la medicina incluso, están impregnados de violencia y prejuicio.

¿Hay acaso violencia mayor que aquella que categoriza los cuerpos y los comportamientos en “más funcional” o “menos funcional”, en vez de según criterios de dignidad y bienestar vitales? Es esa la misma violencia que categoriza nuestras mentes en “enfermas” y “sanas”, según el mismo criterio de gran utilidad económica de la “funcionalidad”, y que niega nuestro derecho a estar tristes (y, especialmente si somos mujeres sistemáticamente violentadas, a enfadarnos). A sentir emociones “malas”, “equívocas”, “negativas”. Como si cada emoción no fuera intrínsecamente necesaria y esencial.

Y, contra esta violencia sistémica, no queda sino construir maneras de vivir y sentir alternativas dentro de nuestras posibilidades en esta sociedad. El primer paso, nadie me va a convencer de lo contrario, es empezar a escuchar a nuestros cuerpos; y no necesitamos del “teléfono loco” que supone el psiquiatra para que nos traduzca las señales de nuestra cabeza y nuestros órganos.
Claro está que, para todos aquellos sujetos profundamente traumatizados por la truncada convivencia en estos contextos tan violentos (de formas más o menos directas, más o menos sutiles); escuchar a nuestros cuerpos es a menudo un arma de doble filo. Si mi cuerpo ha desarrollado hipervigilancia para sobrevivir a un ambiente de maltratos escolares o familiares, de abusos sexuales o de racismo o de machismo en el trabajo ¿cómo hago para escucharlo? Si parece que todo lo que hace es disparar mis alarmas a todas horas, protegiéndome de un peligro que o bien es inevitable independientemente de mis esfuerzos por mantenerme alerta; o bien ya ha menguado.

Sin embargo, me mantengo en mis trece: escuchemos a nuestros cuerpos. Escuchar a nuestros cuerpos, al fin y al cabo, no implica obedecerlos; nuestros cuerpos los configuran al final del día nuestras decisiones también, con quién me quedo, dónde me quedo, cuándo y por qué me quedo. Un cuerpo que se asusta a todas horas también merece ser escuchado, y nunca dejado de lado en favor de una falsa racionalización de pensamientos “fiables” y pensamientos “irracionales”.

No pretendo concluir otra cosa que la siguiente: integrar la biología en la ecuación de nuestra salud mental no puede ser simplemente un reto de los psiquiatras que nos tratan, que tan a menudo nos medicarán con droga que, más allá de lo insalubre y cronificante que pueda llegar a ser; está ante todo diseñada en gran medida para que podamos seguir yendo a trabajar o a estudiar y nuestros síntomas no sean tan vistosos, tan marcadamente diferentes.

No, integrar la biología en la ecuación de nuestra salud mental implica comprender de una vez, como tantos pueblos colonizados sí han comprendido a lo largo de la Historia de la Humanidad, que nuestras mentes no son entes separados de nuestros cuerpos que gobiernen las irracionalidades e impulsos de estos. Que hablar de salud implica hablar del cuerpo, porque somos cuerpo, y seremos cuerpo, y hemos sido cuerpo por mucho que se nos pretenda, demasiadas veces, convencer de lo contrario anulando nuestras reacciones fisiológicas y las inscripciones históricas del dolor ancestral en estas.

lunes, 22 de octubre de 2018

Entrevista: Ignacio Elpidio Domínguez Ruiz, antropólogo, activista y autor de Bifobia

Os traigo una entrevista con Ignacio Elpidio Domínguez Ruiz. Ignacio Elpidio Domínguez Ruiz (Madrid, 1991) está terminando un doctorado en antropología por la Universidad Autónoma de Madrid, centrándose en la promoción turística, el Orgullo LGTBI y la ciudad de Madrid. Es el autor de Bifobia (Egales, 2017), el primer libro sobre la bisexualidad en el activismo LGTBI español. Ha publicado en diferentes formatos y contextos académicos y periodísticos, habiendo impartido también conferencias sobre la intersección de los estudios urbanos y de la diversidad sexual y de género. Activista LGTBI, como miembro de la madrileña asociación Arcópoli, ha estado igualmente vinculado a la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB).


·Eres activista LGTB, luchando desde Madrid por una sociedad libre de LGTBIfobia. ¿Cómo empezaste a moverte en el mundo del activismo, qué te llevó a decidir definitivamente dedicar al menos una parte de tu vida a luchar por una sociedad mejor? Y ¿cuáles son para ti los mayores retos a afrontar por las organizaciones y colectivos LGTBI en la actualidad?

Antes de participar en la asociación Arcópoli estuve varios años militando en Juventudes Socialistas de Madrid y, tras dejarlo, pensé durante meses en volver a militar en alguna organización, dedicando tiempo a algo más que los estudios o el trabajo. En los cuatro años que llevo en Arcópoli los grandes desafíos han ido cambiando, y creo que ahora mismo la mayor barrera es la sociocultural y no la legal: tenemos leyes en gran parte de las Comunidades Autónomas, y lo que queda es que vayamos todos, todas y todes aceptando no solo las leyes sino los principios que hay detrás.


·También eres antropólogo, e investigas el cruce de la diversidad sexual y de género con los estudios urbanos y turísticos. En lo que respecta al fenómeno de que el auge turístico de una ciudad vaya de la mano de la promoción del ambiente LGTBI, y sobre todo G, hay voces a favor y voces en contra; se debate sobre la inclusión y la participación de la ciudadanía, pero también sobre los posibles efectos negativos, como las consecuencias sobre los barrios pobres y los colectivos marginados que comporta la gentrificación. ¿Qué puedes contarnos tú sobre este fenómeno desde una perspectiva más profesional, cuál es tu punto de vista? ¿Por qué se caracteriza, en concreto, el caso madrileño con el Orgullo LGTBI, el Barrio de Chueca…?

El turismo LGTBI —sí, de hecho sobre todo G— lleva unas pocas décadas siendo investigado por cada vez más disciplinas académicas, y gran parte de los estudios o bien no entran en juicios de valor o en visiones dicotómicas, o bien comparan los efectos positivos y negativos de estas formas de turismo, que han de ser en todo momentos descritas en plural. La gentrificación y la turistificación, vayan de la mano o no, son procesos en los que debemos o podemos pensar al hacer turismo, y para las personas LGTBI no es una excepción: al elegir nuestros destinos turísticos, dónde y qué consumir, o qué hacer, estamos incidiendo de formas variadas en nuestros lugares de origen y de destino, que pueden verse como una red. Algunos eventos como la sección LGBT de FITUR, la feria internacional de turismo de Madrid, nos muestran cómo de conectados y comparados están los diferentes destinos y las prácticas turísticas LGTBI. También nos muestran que este segmento no está libre de las inercias del turismo en general: o bien podemos optar por viajes totalmente organizados, distribuidos de forma masiva, o bien podemos buscar un viaje individualizado, o bien podemos caer en la infinita variedad entre los dos extremos. Chueca tiene un papel importante en cualquier caso: puede ser una visita inexcusable para el turismo LGTBI más previsible en Madrid o en el Estado español o, buscando una experiencia menos masificada, puede ser precisamente un punto a evitar. En todo caso, Chueca tiene, como otros barrios similares, características que ayudan a que sea popular para el turismo: una ciudad bien conectada con medios de transporte; una presencia importante en productos culturales como películas, series o novelas; un evento anual que la lleva a pantallas y a redes sociales, etc.


·Ahora, hablemos de tu libro. Eres autor de Bifobia (Egales, 2017), el primer libro publicado sobre la bisexualidad en el activismo LGTBI español. ¿Cómo surgió la idea de escribir este libro, y qué ha caracterizado el proceso de escritura y, sobre todo, de investigación que ha llevado a que este se materialice? ¿Qué es, para ti, lo más importante que has aprendido gracias a escribirlo?

Bifobia nació desde la asociación Arcópoli. Yo ya tenía la intención de participar como socio en los actos del Año de la Visibilidad Bisexual en la Diversidad, un año temático convocado por la FELGTB, Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales. Pensé en aportar algo más, desde la antropología, y me fijé en la escasa o nula producción académica y de divulgación sobre la cuestión en el Estado español, y pensé, de forma totalmente pragmática, que era un buen nicho que aprovechar y ocupar. Desde esa decisión fueron meses de búsqueda bibliográfica y, sobre todo, de entrevistas y de observación participante con activistas bisexuales en Arcópoli. Ambas técnicas son las más típicas del trabajo de campo etnográfico y de la antropología, y en este caso supusieron ir acompañando a los y las activistas durante los actos de todo el Año Bisexual, entrevistándoles cada cierto tiempo. Fue un proceso apasionante y divertido, aunque con momentos duros, al encontrar formas de bifobia en las que yo había caído en el pasado —soy un aliado monosexual—, incluso entre personas activistas muy politizadas.


·El título del libro, Bifobia, deja bien claro que las personas bis sufren en esta sociedad patriarcal una violencia y una discriminación por ser quienes son, por existir fuera de la norma heterosexual y de la obligatoriedad de la elección “de un sexo u otro, de un género u otro”. Me interesa especialmente saber sobre la fundamentación de este prejuicio tan antiguo pero tan en auge todavía sobre las personas bis, sobre su identidad y sus elecciones de vida: ¿qué relación hay entre el patriarcado que rige nuestras vidas en esta sociedad y la susodicha bifobia?

La bifobia, al igual que la homofobia y la transfobia, puede rastrearse hasta una raíz: el patriarcado o el sexismo. Como sistema de clasificación y de distribución de recursos —como la visibilidad—, el sexismo marca claramente un binarismo que las bisexualidades se cargan. Puede verse ahí la relación, aunque puede argumentarse también que lo binario tiene un papel fundamental en gran parte de las culturas y sociedades del mundo. Puede verse la analogía con la represión de las personas, al margen de su orientación sexual, por resistirse a satisfacer las expectativas del sistema patriarcal.


·Al respecto de la bifobia, en la presentación de tu libro a la que tuve el placer de asistir, nos explicabas que es muy difícil encontrar estadísticas que reflejen los índices de agresiones, de violencia física sufrida con motivo de ser bis. ¿Qué tipo de violencia es, desde tu punto de vista como investigador, la que más repercute en las vidas de las personas bis? En la misma presentación, una mujer comentaba que no hay que olvidar los altísimos índices de abusos sexuales sufridos por las mujeres bis. ¿Pudiste investigar y entender mejor esta epidemia de violencia sexual mediante la investigación para tu libro?

Diversos estudios, incluyendo la investigación que hay detrás de Bifobia, afirman que la invisibilidad y los estereotipos son las formas más comunes de violencia que sufren las personas no monosexuales. La combinación no deja de ser paradójica: se junta una escasa visibilidad de las personas bisexuales con un conocimiento de estas basado en estereotipos y mitos. Estas formas de violencia pueden parecer menores, al compararlas con agresiones físicas motivadas por la homofobia y la transfobia, pero estudios cuantitativos hablan de graves efectos de la bifofia y del monosexismo, sobre todo en cuanto a salud mental. Al investigar un contexto activista y con un grupo reducido de personas no monosexuales tuve pocas ocasiones para encontrarme con violencia más allá de la simbólica, por lo que solo pude encontrar información sobre abusos sexuales en la literatura académica. El cruce del monosexismo con el sexismo, o de la bisexualidad con el género, está por suerte ampliamente estudiado, de formas cuantitativas y cualitativas.


·A menudo, conversando y debatiendo con compañeros y amigos bis, me cuentan cómo algunos de los peores casos de bifobia los han sufrido por parte de gais y lesbianas de su entorno, de los movimientos incluso. ¿Has podido investigar esta violencia interna mientras escribías Bifobia? ¿Qué sucede con el movimiento contra la LGTBIfobia que tan a menudo caemos, nosotros mismos, en bifobia?

Al estudiar la bifobia en un contexto activista LGTB la violencia más presente fue, precisamente, por parte de gais y de lesbianas. Las reuniones, la preparación de actos o incluso las fiestas fueron escenarios diversos en los que pude conocer una bifobia por parte de compañeros que yo también reproduje antes de concienciarme —asumiendo que siempre es un trabajo en proceso—. Una primera explicación de esta fuente de violencia, por parte de compañeros y compañeras, está en la educación: nos hemos criado en el mismo sistema, y, salvo que nos vayamos politizando y concienciando, vamos reproduciendo las mismas formas de opresión, aunque sean incoherentes con nuestros objetivos personales o colectivos. Por otra parte están los factores específicos. Investigadoras como Amanda Udis-Kessler o Paula Rust han estudiado la bifobia en contextos activistas, señalando cómo las personas LG podemos reproducir el monosexismo por intereses personales, políticos, así como por entender las reivindicaciones bisexuales como un agravio comparativo o como una incompatibilidad con las trayectorias personales de activistas.


·Por último, no puedo dejar de preguntarte desde mi propia resistencia como lesbiana y, también, desde la esperanza: a través de la escritura de tu libro y de tu trayectoria como activista del movimiento LGTBI ¿cuál es tu perspectiva de los logros y retos para el colectivo, cómo definirías todo lo que vamos consiguiendo a día de hoy y, por supuesto, todo lo que nos queda por conseguir?

Los meses desde la publicación del libro y sus presentaciones me han ayudado a conocer a muchas personas, así como la situación del activismo y de la política en varias ciudades y comunidades autónomas. Me han animado a pensar que vamos mejorando, y que gracias a las leyes, las redes sociales y la educación, podemos encontrar personas LGTBI cada vez más concienciadas en cualquier parte del Estado español —y no solo en las grandes ciudades, o donde están las asociaciones más visibles—. Las agresiones físicas y simbólicas o el desajuste entre los discursos y vocabularios de los diferentes activismos y del resto de la sociedad me parecen retos importantes para el presente y el futuro más inmediato, pero creo que vamos en buen camino.

sábado, 20 de octubre de 2018

Sol, el cole... y los libros.

En inglés, existe la expresión “get me through”, que significa que algo “me ha sacado adelante”; pero a mí me gusta mucho más la traducción literal, algo “me ha llevado a través”. Los libros me “llevaron a través” del maltrato escolar (qué innecesario se me hace llamarlo “bullying”, como si se tratara de un fenómeno ajeno al que hemos de darle nombre en otra lengua); porque todavía no sé si ya estoy “adelante”, pero “a través” sí que pasé, estoy vivita y coleado a mis veinte años para veintiuno.

Y es que yo sé perfectamente que, de pequeña, la infelicidad y, me atrevería a decir incluso, la depresión ya enraizaban en lo más hondo de mi ser. Mucho antes del colegio, quiero decir; por las noches me echaba a llorar silenciosamente en la cama imaginándome la muerte de mis padres, que me dejaría huérfana a tan temprana edad. En la guardería, me costaba relacionarme con los otros niños y prefería relacionarme con las profesoras. ¿Genética o un entorno del que apenas conservo recuerdos, claro, puesto que era tan pequeña?
No lo sé, pero sí que recuerdo muchos detalles que a la mayoría de adultos de mi alrededor les pasaron desapercibidos de mi entorno a partir de los ocho años o así. Recuerdo cómo empezó todo: yo era una niña solitaria y con la mirada vuelta hacia dentro, que ya entonces se refugiaba en el patio del colegio de su miedo a interactuar con el resto de niños, sumergida en un libro en una esquinita. Cuando otra niña comenzó a acercarse a mí trayéndose sus propios libros al recreo, acabé jugando con ella y con sus amigas.

Años más tarde, no puedo dejar de revivir este suceso como el comienzo del fin, como la semilla del mal; y sí, llamadme exagerada, pero a día de hoy sigo sin poder entrar en un aula de la Universidad sin mentalizarme previamente de que no, nadie me va a pegar, nadie me va a humillar, nadie me va a hacer luz de gas y aun así, no voy casi a clase y cuando voy a veces me derrumbo literalmente y me tienen que levantar del suelo mismo.
El caso es que, en aquel inocente primer juego con las otras niñas, una se empeñó en que teníamos que coger un medio de transporte imaginario que yo no quería coger. Ponedle que la niña quería ir en un coche fantástico a donde fuera y la otra niña, yo, quería coger un autobús igual de fantástico. La discusión, tan nimia, tan trivial, acabó encendiéndonos a las dos; cuando le conté a mi madre lo insistente que se había puesto aquella niña, me dijo que le dijera algo así como que no podía tener razón siempre. Al día siguiente, yo, obediente, se lo comuniqué; la conversación acabó con ella diciéndome que mi madre era malvada y que la iban a denunciar y a meterla en la cárcel. Fue tan cruel y me lo dijo tan seria que creo que me eché a llorar, pero como la mayoría de los recuerdos de aquella época, se trata de un fragmento borroso de mi memoria y no sabría decirlo con exactitud.
Ahí, sí, ahí empezó todo. Recuerdo que se metían con mi ropa, y mis padres se fueron de viaje y me trajeron una chaqueta muy cara, y a mí me daba muchísima vergüenza ponérmela porque a las niñas les parecía una horterada. Recuerdo que se comían mi almuerzo, ay, qué chiste, qué de episodio de serie cómica en que todos nos reímos cuando los “bullies” devoran la comida del chaval vapuleado; pero lo peor no era eso, lo peor era que luego se enfadaban seriamente conmigo porque “me lo había comido todo yo”. Creo fervientemente que estos episodios de mentirme repetidamente sobre la realidad y culpabilizarme por cosas que no había hecho han jodido seriamente mi capacidad de percepción de lo que sucede a mi alrededor.
Supongo que debería contar también cómo aquella niña me pellizcaba, o cómo su amiga me pegaba cachetes; o cómo, una vez que estábamos en casa de la otra amiga a la que le hacían la vida imposible como a mí, estropeé sin querer la persiana intentando bajarla y acabé en el suelo, sin gafas y recibiendo patadas. Fue ya de más mayor cuando me echaron tierra en el pelo por negarme a insultar al niño con el que los chicos de clase se ensañaban a su vez. Pero es que estoy cansada de enumerar vehementemente todos estos episodios de violencia física para sentir, de una vez por todas, que mi historia no es la historia de una exagerada. Y aun así acabo de hacerlo igual.

Podría escribir páginas y páginas sobre la forma en que este día a día de humillaciones que se extendieron durante un periodo de aproximadamente tres años me han jodido la salud emocional. La personalidad, incluso. Porque tengo diagnosticado un trastorno límite de la personalidad. Porque, hasta hace poco, me asustaba (aunque por supuesto me dejaba hacer de todas formas, qué es eso de poner límites) que mis parejas sexuales me rozaran el cuello porque aquellas niñas me inmovilizaban de ahí por aquel entonces.
Y no quiero ser maniquea. Yo sé que no es culpa suya que yo haya vivido ya varios intentos de suicidio, ni que me medique, ni que no pueda contar la cantidad de pasta que se han fundido mis padres en atención psicológica desde que tenía quince años; porque otras personas viven realidades similares o mucho peores y se desarrollan de forma relativamente sana, conocen mucho mejor la estabilidad emocional. Pero sí que estoy enfadada. Y con quienes más enfadada estoy no es con ellas, la verdad.
Quizás porque siempre fueron mis amigas. Quizás porque lo que más me ha jodido es que no eran mis enemigas, no eran niñas que me marginaran y persiguieran, sino niñas que cuando no me estaban maltratando me daban besos, me abrazaban, me hacían magníficos regalos de cumpleaños y jugaban conmigo. Eran mis amigas. Y supongo que eso no es sino parte del maltrato, y es por eso que lo llamo “maltrato” en vez de “acoso”; porque eran mis amigas, mucho más que mis acosadoras.
Pero decía que no son ellas con quienes más enfadada estoy. Y es que ahora mismo con quien más enfadada estoy no es con nadie, porque por fin siento que he cerrado heridas y pasado páginas; pero durante mucho tiempo, por mucha vergüenza y pena que sintiera al confesármelo a mí misma y a mis psicólogas, era con mis padres y con los profesores con quienes más enfadada estaba. ¿Cómo no te dabas cuenta? ¿Cómo, si te dabas cuenta, no me sacabas del colegio o llamabas al director para quejarte?
Hay que tener en cuenta que, cuando yo tenía seis, siete, ocho años; el fenómeno de los malos tratos escolares no tenía ni de lejos la visibilidad y la repercusión que tiene ahora. Yo no conocía ningún caso de colegios y familias multadas porque unos alumnos les hicieran la vida imposible a otros; en mi clase, con uno se metían por gordo, con otro por listo y por gafotas, y a mi amiga y a mí nos pasaba lo que nos pasaba no sé yo bien por qué. Y nunca pasó nada.
Pero aun así, durante mucho tiempo he guardado tantísimo rencor a quienes, como lo he sentido yo mucho tiempo, deberían haberme cuidado y no lo lograron. Yo no me he sentido protegida, no, nunca me he sentido protegida de un peligro mucho más real que los enchufes o las escaleras empinadas; y es ahora cuando entiendo lo difícil que es proteger a una niña que no llega a casa con verdugones en la espalda y en la tripa, que llega con lágrimas en los ojos y ganas de no volver al cole nunca más. Pero me ha costado entenderlo. Me ha costado mucho.

Por eso, aunque este no fuera el propósito inicial de esto que estoy escribiendo, nos pido por favor a todos y todas que escuchemos a la infancia. Porque a mí me hacían la vida imposible en el cole. Pero de otras abusan sexualmente sus padres, sus tíos, sus abuelos, los amigos de la familia más cercanos y de confianza. Si no escuchamos a la infancia ¿cómo vamos a construir vidas adultas de cercanía y confianza verdaderas? Como leí una vez, “eduquemos a niños y niñas que no tengan que recuperarse de sus infancias”.

Y supongo que, ahora que ya he vomitado todo esto que todavía no había logrado poner por escrito, puedo hablaros por fin de los libros. De cómo me “llevaron a través” de los malos tratos en el cole.
No tengo claro a qué edad aprendí a leer, pero supongo que a la habitual. Sí sé que les estaré eternamente agradecida, a mi padre, por inventarse historias para mí antes de dormir; y a mi madre, por conseguirme cuentos de todos los tipos y leérmelos a todas horas. He crecido rodeada de libros. He crecido rodeada de curiosidad y de ganas de saciar esa curiosidad, aun sabiendo que responder a una pregunta sólo traerá otra más complicada todavía; he crecido con “El Porqué De Las Cosas”. Y además, he crecido con “El Color de Nuestra Piel”, aquel libro sobre los distintos colores que puede tener la piel de las personas; y otros tantos que plantaron en mi interior las semillas de una vida que hace mucho que quiero dedicar a luchar y construir por la igualdad y la libertad verdaderas.
Así que recuerdo muy bien, mucho mejor, la verdad, que todo lo que pasaba en el colegio; aprenderme de memoria fragmentos de cuentos y libros de tanto leerlos y escucharlos a todas horas. Recuerdo las ilustraciones, y las cubiertas machacadas, y las esquinitas dobladas de las páginas. Pero, sobre todo, recuerdo Matilda.

Matilda, escrito por Roald Dahl e ilustrado por Quentin Blake, es el libro que cuenta la historia de una niña a la que sus padres no le hacen ni caso y además tratan muy, muy mal; y cómo empieza el colegio, cómo se venga de una directora igual o más malvada que su familia, y cómo toda la magia que brota de las yemas de sus dedos y le permite, en definitiva, construirse esa vida mejor va acompañada siempre de la pura magia de las páginas.

Y ha sido hoy cuando me he encontrado por casualidad con un fragmento de Matilda rondando por Internet. Y ha sido hoy cuando me he decidido a escribir esto. Porque la vida que me estoy construyendo ahora mismo se la debo a los especialistas que me han tratado bien y que me apoyan psicológicamente, a mi familia que me quiere y que me cuida en mi día a día y a esas personas que no son familia, pero que casi (y a mí misma, por supuesto).

Pero la vida que por unas horas me sacaba de aquella rutina de vestirse, desayunar, lavarse los dientes, darle un beso a mamá y que papá nos lleve al cole a mi hermana pequeña y a mí, de la mano, cantando alegremente; para acabar llorando al irme a dormir esa noche porque mañana vuelvo al cole otra vez… esa vida libre de daño y de dolor que, estoy segura, me enseñó el valor de la esperanza y de la ilusión se la debo a los libros.

Así que quizás por eso estoy tan, tan contenta de estar volviendo a ellos, años después de que la depresión se entrometiera entre mi capacidad de concentración y mis ganas de vivir y yo, para poder agradecerles con mi tiempo y mis ganas todo lo que siempre, siempre, siempre; han hecho por mí.

jueves, 18 de octubre de 2018

Entrevista: Abbey C, poeta y YouTuber


Os traigo una entrevista con Abbey C, poeta y YouTuber. Cuando le preguntan qué es, dice que poeta. Más técnicamente es Abbey, aunque ese no es su nombre de nacimiento pero sí es su nombre de verdad. Nació en un año que siempre le ha gustado cómo suena, 1994. Fue en Murcia, al sureste de España, ese es su hogar vaya a donde vaya. Estudió periodismo porque le gusta comunicar.
Lo que más le gusta en el mundo son los sentimientos, ver cómo se provocan, provocarlos, que se los provoquen y escribir sobre ellos.
Después de mundo tiempo, tiene amigos que le llenan de verdad y aprende de ellos cada día.
Su misión en el mundo es no provocar daño al mundo, quiere que a la naturaleza no le pesen sus pasos, así que cada vez intenta cuidarla más.


·Eres poeta, estudiaste Periodismo y tienes una fuerte presencia en redes

sociales. ¿Qué querías ser de pequeña cuando fueras mayor, y qué crees que
pensaría la niña que un día fuiste de ti?

A los 14 años quería salir en la tele haciendo bromas. No sé qué ha podido pasar.
Fuera bromas, encontré mi vocación a los 17 años. Aunque llevaba muchos más
escribiendo, fue a esa edad cuando me hicieron una entrevista para el periódico y me
di cuenta de que con lo que escribía, podía hacer muchas más cosas fuera que dentro de
casa.

·¿Cuándo empezaste a escribir, y qué ha supuesto la escritura para ti? Pero,
sobre todo, y de una poeta a otra poeta ¿cuál crees que es la función de la poesía
en el mundo?

Empecé a escribir a los 8 años y siempre me encanta contar por qué. Mi madre es
poeta, y siempre la veía escribir por las noches, hasta que un día le pedí un papel y
lápiz porque yo también tenía un cuento que contar. Mi madre me dio la vida y la
poesía.
La escritura me define como persona, la mayoría de mí es poeta, no tendría una
identidad si no escribiera.
Mientras el resto de cosas en el mundo nos enseñan cosas sobre lo que mostramos y
tenemos por fuera, la poesía se centra en lo de dentro.

·Has escrito el libro “Mensaje urgente a mis momentos contigo”. ¿Qué ha
supuesto para ti el proceso de escritura y publicación? ¿Qué crees que es lo más
importante que dice tu libro de ti?

Hacer el libro me ayudó a definir mi estilo al escribir. Todos lo poemas anteriores a él
ahora los siento incompletos, sin embargo los que están en él me parece que tienen
un sentido conjunto.
Cuando me ofrecieron publicar un poemario, decidí que iba a escribirlo de cero,
todos los poemas los escribí en el mismo período de mi vida y por eso el libro habla
muy bien de mí en ese momento. No sabría decirte qué es lo más importante, creo
que lo que más se entiende es que mi vida la componen personas, hasta de las
ciudades hablo como si fueran personas.

·Después de un tiempo siguiéndote en redes sociales y viendo vídeos tuyos, la
impresión que me he llevado siempre ha sido de que le das una vital importancia
a la inteligencia emocional, así como a la sensibilidad y la capacidad de ponernos
en la piel del otro. ¿Cuáles son para ti los valores necesarios para construir una
sociedad mejor, y qué crees que podemos hacer cada persona para participar de
la creación de esta otra sociedad?

Últimamente no paro de pensar que tendríamos una sociedad sana si tuviéramos una
sociedad empática. Creo que la empatía es lo más sano que puede construir a un ser
humano, la empatía no deja lugar a la indiferencia frente a otros, no deja lugar a la
insensibilidad, neutralidad, desinterés o el desprecio. Imagina una sociedad sin todo
eso.
Individualmente tenemos que trabajar más este aspecto.

·Hablando de la inteligencia emocional ¿qué le dirías a una persona que quiera
cambiar su forma de habitar y vivir en este mundo, que quiera tener más en
cuenta sus propias emociones pero también las de los demás? Es decir ¿cuál crees
que es la clave para ser mejores personas con nosotros mismos y con el resto?

Sigo en relación con la pregunta anterior. Cada persona debería plantearse durante
una semana por qué hace cada cosa que hace y cómo repercute al resto, y cuando
hablo “del resto” no solo hablo de personas, si no de animales y del planeta. ¿Por
qué uso esta bolsa de plástico pudiendo usar una de tela y así contaminar menos?
¿Por qué uso la expresión “que te den por culo” para situaciones con connotación
negativa cuando para algunas personas homosexuales esa acción es algo normal y
bonito dentro de su vida?
Tenemos muchas cosas implantadas en nuestra cabeza que son incorrectas. Nos
enseñan expresiones y prácticas que son dañinas para otros, y deberíamos
implicarnos en cambiarlo. Pero también nos han enseñado a ser cómodos, y claro, los
cambios nunca son cómodos, aunque a la larga mejoren nuestra vida y la de otros.

·Nuevamente, como poeta, no sé qué sería de mí sin todos esos otros poetas que
me inspiran día tras día y que tantas veces me salvan a través de sus versos.
¿Quiénes son los poetas y escritores en general que más te inspiran a ti, y qué le
recomendarías leer a alguien que por primera vez se atreve con la poesía?

A mí me inspira muchísima gente, desde todas las personas que escucho en los micros
abiertos de poesía, hasta poetas que sigo por instagram, como también los poetas
que están en formato libro en mi estantería.
Para empezar siempre recomiendo a Mario Benedetti y a Silvi Orión. Benedetti es una
poesía del siglo pasado, bonita, tierna, fácil de leer; Silvi es una poesía actual,
rebelde, sin normas. Creo que es una mezcla explosiva.

·Por último, y esta vez, de una mujer a otra mujer: ¿qué piensas de nuestra
situación actual, tanto en el mundo del arte como en la sociedad en general, y
qué ha de suponer para ti el auge de los movimientos feministas del que estamos
siendo testigos?

Esta pregunta tiene una respuesta demasiado extensa.
Todo lo que sea dar a la mujer el lugar que merece tener, todo lo que sea acabar con
la represión que sufrimos, con los roles de género que cargamos y con el techo de
cristal contra el que nos chocamos constantemente, todo lo que luche contra eso me
parece más que bien.
El movimiento feminista actual está destruyendo muchísimas cosas, a mi me
deconstruyó por completo y ahora me asumo de una manera mucho más sana y
segura. Parte de mi estabilidad emocional es gracias al feminismo. Esto lo ha hecho
con muchísimas más personas, con muchísimas más artistas, así que el resumen es
que ojalá el futuro sea feminista.

martes, 2 de octubre de 2018

Entrevista: Ambar IL, superviviente de abusos sexuales en la infancia y activista

Os traigo una entrevista con Ambar IL, superviviente de abusos sexuales en la infancia y de sus consecuencias y activista. Es superviviente de abusos sexuales en la infancia y de sus consecuencias.
Desde hace trece años intenta visibilizar y concienciar, con su propia historia, que los abusos sexuales en la infancia existen, más cerca y con más frecuencia de lo que la sociedad quiere creer, que conllevan secuelas y que tienen consecuencias importantes en la vida de quien los sufre.
Afortunada de poder contarlo y de haber llegado hasta aquí a pesar de todo.


·Eres superviviente de abusos sexuales en tu infancia, y de sus consecuencias. ¿A qué te refieres con “sus consecuencias”? Es decir ¿qué tan graves pueden llegar a ser los efectos a corto y largo plazo de sufrir abusos sexuales de niña?

Las secuelas y consecuencias son otra de las caras del abuso sexual que van más allá del hecho físico. Mi lucha es, desde que empecé hace 13 años con el que fue mi nacimiento en esta causa con mi primer blog “Abusos en la Infancia, ¿por qué?”; dar a conocer, visibilizando y concienciando con mi propio testimonio, varias de las secuelas y consecuencias de esos abusos. Son gritos silenciosos que no se oyen, no se escuchan y es verdad que en un alto porcentaje no quieren escucharse; pero también ocurre que estos gritos no saben interpretarse y pasan completamente desapercibidos por el entorno de la víctima, por la mayor parte de la sociedad que con ello obliga a la víctima, de manera involuntaria, a naufragar a la deriva de su propia vida en la más completa soledad.
Sí, los efectos a corto y largo plazo pueden ser desde moderados hasta graves y muy graves. Existe, entre tantos otros tópicos típicos socialmente arraigados, la socorrida idea de que con los abusos, una vez acaba el acto físico, sexual, hacia la víctima; ya ha terminado todo y a otra cosa, que esto es como una gripe, se pasa y se olvida. No, no se olvida. De hecho yo siempre constato, al menos bajo mi experiencia y la de cientos de supervivientes que conozco, que no se olvida, se aprende a vivir con ello. Sí es cierto que muchas víctimas, durante años incluso,  de manera inconsciente, borran de su mente el suceso para evitar convivir con ese dolor y poder seguir con sus vidas. A este hecho se le denomina amnesia disociativa. Pero después puede reaparecer, como de hecho nos sucede a muchos supervivientes, de manera imprevisible y por algún detonante repentino vuelve a tu memoria de manera gradual o completa todo el suceso y los detalles del mismo. Convivir con las secuelas y consecuencias que tienen en tu vida los abusos sexuales es una ardua tarea que conlleva mucho desgaste emocional, físico y/o psicológico en una mayoría de casos. Y no son sólo secuelas psicológicas las que dejan los abusos, son también físicas. Hay muchos casos de fibromialgia en supervivientes ¿es casualidad o consecuencia? La alta y estrecha correlación de los abusos sexuales en la infancia con tantas secuelas psíquicas y físicas debería ser causa de preocupación y de abordaje de manera prioritaria. Es necesario visibilizar todas estas secuelas, estas consecuencias; porque nos afectan no sólo a los supervivientes sino a toda la sociedad. Bajas laborales, gastos médicos, psico-comportamientos (algunos delictivos) que influyen social y económicamente.
Siempre acabo las entradas de mi primer blog con una frase que creé porque me pareció totalmente coherente con esto que comento: “Cada abuso que evitamos, son muchas vidas que salvamos”.


·Sin embargo, haría énfasis en la elección de la palabra “superviviente” en vez de sólo “víctima”. Eres una superviviente. ¿Podrías contarnos, entonces, cómo ha sido tu proceso de recuperación, de sanación si es que podemos llamarlo así, y cuáles crees que son las herramientas, las ayudas necesarias para recuperase de los abusos en la infancia?

Como siempre digo, no se superan, se aprende a vivir con ellos y a que condicionen tu vida lo menos posible. ¿Podemos llamar sanar a este hecho? Sí, por supuesto, hay quien llama sanar a esta actitud. A mí personalmente me gusta más “aprender a vivir con ello y que me condicione lo menos posible” porque sanar lo entiendo como una recuperación total de algo que ha afectado a nuestra salud física y/o mental y en este caso, cuando has sufrido abusos, violencias sexuales en tu infancia y/o adolescencia; la recuperación total, yo al menos la considero imposible.
Me considero superviviente por haber sobrevivido a unos actos que cometieron con mi persona, en mi infancia y adolescencia, de los que fui victima en ese momento. Una vez pasa el hecho físico empieza la otra difícil tarea de vivir con todo ello en tu haber, en tu mente, en tu día a día y a eso se le llama sobrevivir. Has sobrevivido a un acto horrible pero tienes que seguir con tu vida como puedas, por lo tanto estás sobreviviendo, eres un/una superviviente.
Mi proceso de aprender a vivir con ello ha sido muy largo y lento. De manera progresiva he ido superando etapas, conseguí escapar del sistema prostitucional sola, conseguí, después de que los proxenetas me iniciaran en la cocaína, sólo tomar durante un año y medio y dejarla completamente, conseguí erradicar la anorexia y la bulimia severas que he sufrido durante 20 años sin ayuda profesional porque realmente, aquí también soy crítica, no supieron tratar el tema del trastorno alimentario que sufría desde el trauma previo, solo desde el aspecto físico y la autoestima, craso error en muchos casos. Sobreviví a un intento de suicidio grave y conseguí nunca más sentir ganas de volver a intentarlo, a pesar de todo. Conseguí escapar de relaciones de pareja tóxicas y de violencia de género que en varias ocasiones había sufrido. He aprendido a que el estrés postraumático complejo que tengo crónico, por todo lo vivido, me condicione lo menos posible en mi vida. Una mezcla de fuerza interior y ganas de vivir a pesar de todo, un poco de amor por ti misma que aparece un día de la nada y la creencia, aunque sea pequeña, de que un día todo cambiará. Esa quizá es la fórmula para seguir adelante y como digo ir superando etapas, poco a poco y alejarte de lo que te daña y te lastra.
Es importante, cuando te quitan todas las herramientas psicológicas y emocionales, volver a adquirirlas. Cierto que lleva mucho tiempo el lograrlo, que es algo que se va consiguiendo de manera paulatina y progresiva, que depende de muchos factores personales y, en muchos casos, hace falta apoyo externo.  La diferencia entre una víctima de abusos con apoyo en un inicio a otra que no lo tiene es muy considerable. Pero si se carece de ese apoyo, entre las que me incluyo y como ha sucedido a muchos supervivientes, sí es cierto que es más complicado avanzar en tu reconstrucción, tu proceso es más largo y queda, de alguna manera, supeditado a tu propia fortaleza interna; que ya es una cuestión muy personal e innata de cada individuo. Puede también que aparezca un apoyo a última hora y de manera inesperada y que esa mano (metafórica o real) donde te puedas agarrar sea la que te dé el último impulso para dar el paso más grande.
Como digo, es una mezcla de factores, de variables que dependerán mucho de tu propia personalidad, de factores externos y de circunstancias diversas.


·Eres activista en redes sociales, visibilizando y concienciando sobre tu historia. ¿Cuáles crees que son las medidas necesarias, políticas y sociales, que se deberían tomar desde las instituciones para prevenir algo tan doloroso como lo son los abusos sexuales a niños y niñas? ¿Y cómo podemos actuar las personas adultas si sospechamos que alguien está abusando de un niño o una niña de nuestro entorno?

Para empezar, hay una clara deficiencia, desidia, dejadez en prevención, visibilización y concienciación acerca de este tema. Partiendo de esta base, todo lo demás es una ardua tarea que debemos hacer o que estamos haciendo, en la medida en que cada uno puede y según en qué fase de su propio proceso esté, los supervivientes o personas sensibilizadas con la causa.
Los gobiernos deberían ponerse las pilas con este tema, lanzar campañas continuadas, no de manera esporádica sino de manera contundente, repetitiva y mediática. Protocolos de actuación, enseñanzas de estos mismos protocolos y también, muy importante, prevención a nivel social y educativo para adultos y para la propia infancia. Que haya verdadera concienciación de los comportamientos de una niña o niño susceptibles de que esté siendo o haya sido víctima de abusos, especialización por parte de profesionales de atención sanitaria, de salud mental, de trabajadores sociales, jueces, abogados, etc. Todo el sistema que envuelve a un acto como este, empezando por las propias familias (aunque en una mayoría de casos es de donde procede el agresor), los centros educativos, la justicia y la propia sociedad.
Si una persona adulta sospecha de que una niña o niño está siendo abusado se puede indagar    intentando evitar la re-victimización del menor, mediante el análisis de sus dibujos. Intentar hablar con el niño o niña, pero como digo, hay que tener mucho cuidado para no re-victimizarlo y que deje de hablar por el dolor que le supone contarlo. Iniciar un protocolo de actuación que, aunque no sea muy específico, puede derivar, de alguna manera, en la ayuda adecuada para el o la menor. Hablar con profesores, con la familia, pero teniendo en cuenta que el agresor puede estar también en uno de estos dos ámbitos, por lo que es un tema que hay que tratar con mucho cuidado, todos los pasos que se den deben ser muy cautelosos porque puede suponer una re-victimización para la niña o niño.
Por eso es tan importante que se atienda ya este tema, que se inicien e instauren protocolos de actuación, que se fomente la prevención, la visibilización y la concienciación de este tema, para poder saber ver, intuir los comportamientos que pueden ser sospechosos tanto en una niña o niño abusado como en un adulto agresor y que la propia infancia esté informada y pueda identificar si está siendo víctima de abuso sexual. Tanto a mí como a muchas niñas y niños nos ha sucedido que al no conocer este tema, al no saber qué nos estaban haciendo, no reconocíamos que estábamos siendo víctimas de abusos sexuales. Entre la manipulación psicológica a la que te somete el agresor y la carencia de información antes y por desgracia en la actualidad, se da el cóctel idóneo para el silencio de las víctimas y la impunidad de los agresores.


·El feminismo, o los feminismos, llevan mucho tiempo peleando contra la llamada cultura de la violación, abogando por los derechos de las supervivientes y, antes incluso, por una educación feminista, antipatriarcal, que prevenga que las mujeres en particular y cualquiera en general sea víctima de estos. ¿Cuál es para ti el papel de la lucha y la organización política feministas en lo que se refiere a la lucha contra los abusos sexuales en la infancia? ¿Crees que se afrontan de forma adecuada y efectiva los casos de abusos sexuales a niños y niñas por parte de teóricas, activistas, mujeres y personas feministas?

Bueno, en este tema soy un poco crítica, porque veo varios sectores del feminismo que no están por la labor de proteger a la infancia, como sector altamente vulnerable. Reconozco que, al igual que hay sectores del feminismo que parece que no lo tienen muy en cuenta; hay otros que sí se están involucrando de manera activa en esta lucha y empiezan a aunar sus fuerzas para empezar a abordar esta lacra. Las mujeres son vulnerables, la infancia también. Entre esta infancia están las futuras mujeres del futuro, los futuros hombres. Si partimos desde esta base, si educamos, si protegemos, si hay una ayuda previa en todos los niveles a esta infancia... ¿hasta qué punto no estaríamos creando nuevas generaciones de mujeres y hombres no traumatizados por estas violencias, en el respeto y en una igualdad de condiciones y derechos? El feminismo debería ser también una fuente de protección a la infancia, a estas niñas futuras mujeres, a estos niños futuros hombres.


·En los últimos años, han salido a la luz múltiples casos de abusos a niños varones a manos de cargos de la Iglesia Católica. ¿Crees que un posible un cambio en la organización eclesiástica para apoyar de pleno a las personas supervivientes y cortar por lo sano con las políticas de encubrimiento y culpabilización que amparan a quienes abusan, y si es así, en qué consistiría para ti este cambio?

Creo que la institución eclesiástica es como la de las familias, se ampara en la ley del silencio, del encubrimiento, de la protección al agresor, que no a la víctima, la que como siempre, queda relegada a la marginalidad e invisibilidad, completamente sola; sin ningún tipo ni de ayuda ni de protección, ni física ni psicológica.
Un cambio sería dejar este encubrimiento, denunciarlo, no permitirlo, hacerlo público más aún de lo que se está empezando a llevar a cabo; pero no sólo por los medios de comunicación o por las propias víctimas cuando reúnen la fuerza para romper el silencio, sino por ellos mismos, por los mismos que componen y forman parte de la iglesia, que son los primeros que deberían posicionarse en contra de los que cometen estos atroces actos, aunque formen parte de su propia institución. Cuando se silencia y se encubre pasan a ser cómplices, al igual que sucede, repito, en las familias donde existen casos de incestos. A la Iglesia le ocurre como a la familia, son instituciones que, socialmente, desde hace siglos, nos han vendido como entidades protectoras y cuidadoras cuando, obviamente, está demostrado por muchos factores que tanto en una como en otra habitan dentro de las mismas lobos con piel de cordero que pueden destrozar no sólo infancias, destrozan vidas enteras. Y va siendo hora de que realmente empecemos a llamar a las cosas por su nombre y seamos coherentes con la verdadera naturaleza de muchos de los que forman de estas dos social y culturalmente consagradas instituciones. Cuando supuestamente Jesús dijo: “dejad que los niños se acerquen a mí”, no creo que se refiriera a ese tipo de acercamiento. La iglesia debe posicionarse de una vez en contra de los que atentan contra tantas infancias, contra tantas vidas y contra lo que supuestamente promueven sus propias creencias.


·Cuando salen a la luz estos casos, se habla mayoritariamente de niños varones. Los feminismos deben, desde mi punto de vista, abogar por la protección de todos los seres vivos pero, especialmente, de las mujeres y de la infancia, pues somos de los sectores más vulnerables y violentados de la población. Pero ¿hay un factor de género a tener en cuenta cuando hablamos de mayor vulnerabilidad en la infancia, y crees que se abordan o se deberían abordar de igual manera los abusos sexuales a niños y a niñas?

Sí, deben abordarse de igual manera, la infancia es vulnerable de por sí, al margen del género. Y conozco bastantes supervivientes hombres, por parte de la iglesia y por parte de su propio entorno cercano. También es cierto que si a una chica, a una mujer le cuesta hablar de esos abusos, de esa violencia sexual que sufrió, el estigma, la vergüenza que acompaña a un chico, a un hombre superviviente es mucho mayor; por lo que mantienen el silencio acerca de lo ocurrido mucho más tiempo incluso que las supervivientes mujeres.
Es verdad que las niñas, por la propia educación patriarcal socialmente establecida desde hace siglos, nos vemos más expuestas, más presionadas, más cosificadas, más agredidas ya desde la infancia por el simple hecho de ser niñas. Yo muchas veces me pregunto, si en vez de nacer niña hubiera nacido niño... ¿mi abuelo hubiera abusado también de mí? ¿Hubiera tenido tanto interés en arrancarme de los brazos de mis padres para llevarme a vivir con él?


·Recientemente ha habido mucha polémica relacionada con el eterno debate feminista de la prostitución o el trabajo sexual. Tú, que eres superviviente del sistema prostituyente ¿qué puedes contarnos sobre la mayor vulnerabilidad de las supervivientes de abusos a acabar en las redes de este sistema, y cuáles crees que son las políticas feministas que deberían ponerse en funcionamiento en lo que se refiere a la prostitución o trabajo sexual?

Como superviviente de abusos en mi infancia pero también de trata y prostitución, en mi activismo siempre, siempre, hago un fuerte hincapié en la estrecha correlación que guardan los primeros con la entrada en el sistema prostitucional.  Entre un 85-90% de mujeres en situación de prostitución tienen en sus historias situaciones de abusos y violencias sexuales y/o maltrato en sus infancias y/o adolescencias. Yo misma soy un testimonio de esta realidad, todas las compañeras que conocí esos años en la prostitución, tanto como víctima de trata como cuando estuve de manera autónoma, todas, habían sufrido episodios reiterados de abusos sexuales siendo niñas y/o adolescentes. Siempre, cuando se habla de abolicionismo remarco, recalco la necesidad de abordar este tema, de erradicarlo, puesto que parece invisibilizado por muchos sectores no sólo sociales si no también dentro del propio feminismo. Cierto es que ya parece que se va teniendo en cuenta y estoy empezando a escuchar algunas voces dentro del feminismo que, parece, están por la labor de abordar esta lacra.
Sólo habría que plantearse, si realmente se abordara este tema, si realmente hubiera políticas de prevención, visibilización, concienciación que consiguieran ir erradicando los abusos sexuales en la infancia ¿no nos encontraríamos con generaciones de niñas y niños no traumatizados y evitaríamos así, además de las consecuencias y secuelas derivadas de los mismos, que muchas niñas fueran susceptibles de ser prostituidas o de prostituirse?
Pienso que mi teoría no es tan descabellada y que valdría la pena como sociedad ser coherentes con la realidad y empezar a abordar lo que tanto daño nos está causando hasta ahora y a lo que tan poca importancia le estamos otorgando.


·Por último, me gustaría hacerte una pregunta, si cabe, algo más personal, algo más íntima. Si tuvieras que compartir unas pocas palabras con todas esas ahora víctimas, un día supervivientes, que quizás no atisben la esperanza en su futuro, que todavía no han salido o no las han sacado ¿cuáles serían tus palabras para ellas?

Sinceramente, en los momentos en que más hundida me encontraba dentro del sistema prostituyente y fuera de él, no me hubiese valido de nada lo que me hubieran dicho. No tienes fuerza para salir, normalmente estás abandonada emocional y físicamente, eres muy vulnerable y entras en un círculo vicioso y no suele haber nadie en quien confiar o en quien apoyarte en la mayoría de casos. ¿Consejo? No hay ninguno válido al cien por cien porque cada una viene y tiene unas circunstancias en su historia y en su vida diferentes a las demás, una fortaleza interna distinta. Es ir tirando como se pueda cada día y no perdiendo la esperanza de que el futuro puede ser mejor y que tu vida, algún día, será mejor de lo que lo ha sido hasta ahora. 
Y si yo he podido salir creyéndome incluso que era “mi libre elección” cuando estaba prostituida por trata, con anorexia y bulimia severas pesando 38 kg, tomando cocaína y con intentos de suicidio y estrés postraumático para soportarlo, ninguna de ellas es menos que yo y también pueden conseguirlo.