Hace
unos meses, escribí un artículo llamado “Cómo amar tu cuerpo en 10 sencillos
pasos”. Quitando algunas críticas que me acusaban de ser la versión feminista
de Mr. Wonderful, todo fueron aplausos: recuerdo especialmente las fotografías
que me mandó una seguidora de los post-its de su carpeta con mis consejos
escritos sobre papel fosforescente, que me llegaron al corazón.
En su
momento, tenía la mejor de las intenciones y en absoluto pretendía ser la
versión feminista de Mr. Wonderful. Cada consejo pretendía ser una solución
para problemas que me habían llevado años de auto-odio y quebraderos de cabeza;
pretendía condensar en unas cuantas líneas toda mi experiencia de detestarme,
aceptarme, y luego por fin empezar a quererme.
Ahora,
sin embargo, no me gusta ese artículo. Me pone nerviosa leerlo y estoy de
acuerdo con las críticas que recibió: es un artículo perfecto para la Cuore,
con algún toquecillo más revolucionario, pero perfecto para la Cuore si le
aplicamos unos cuantos retoques. Un artículo fácil de digerir, dirigido a un
público de lágrima fácil (el mismo público que yo conformo) y de carácter
marcadamente optimista.
¿Qué es
lo que ha cambiado desde que lo escribí, si realmente solo han pasado unos
pocos meses? ¿Si se basaba en una experiencia personal que sigue construyéndose
como mi Biblia al hablar de amor propio? ¿Si incluso mencionaba la necesidad de
dejar de lado estar guapa, de
querernos vivas y libres?
Lo que
ha cambiado es que leí un artículo en un libro que me compré en la bendita Fira
del Llibre Anarquista de València. Un artículo llamado “Nuestros cuerpos:
territorios ocupados”, encuadrado en un libro que trataba de nuestro cuerpo y
nuestra complicada relación con este.
Y ese
artículo me abrió los ojos a un mundo oscuro y nocivo, a un mundo venenoso que
emponzoñaba nuestras miradas y nos dejaba los ojos chorreando arsénico que
plantaba semillas de auto-destrucción al derramarse por todo nuestro cuerpo.
Ese artículo me recordó que hablar del cuerpo no puede ser hablar sólo de lo
individual, del primer odio y la consecuente batalla por el amor propio, sino
también de lo colectivo: de cómo la sociedad en general y los hombres en
particular trataban y tratan nuestros cuerpos independientemente de nuestra
relación con ellos.
De cómo
ocupan nuestros cuerpos, de cómo
acabamos disociándonos de estos para
poder sobrellevar la realidad de vivir en un cuerpo usurpado por manos ajenas.
Este
artículo me hizo visualizar la otra cara de la moneda; me ayudó a darme cuenta
de que más allá del escrutinio al que sometemos a nuestros cuerpos, está la
separación que implementamos entre nosotras mismas y estos. De que el problema
no es tanto vivir demasiado pegada a mi cuerpo para vigilarlo; como lo es vivir
alejada de él y de su realidad cotidiana de comer, moverse, dormir.
Unas chicas que matan de hambre
a sus cuerpos ¿están obsesionadas con estos, o demasiado distanciadas de ellos
como para poder complacer sus necesidades más básicas? Quizás os parezca una
mera distinción en el planteamiento, pero para mí, se ha convertido en una
distinción importantísima.
Porque he empezado a plantearme
hasta qué punto puedo proclamar que “amo”, que “acepto” incluso mi cuerpo,
cuando todavía no se me permite habitarlo
plenamente.
Así, me planteo hasta qué punto
hemos sido (he sido) individualistas,
idealistas incluso, al centrarnos en
querernos antes que en analizar cómo nos ha afectado la ocupación de nuestros
cuerpos por parte de medio mundo a la hora de relacionarnos con ellos. Hasta
qué punto hemos presionado a muchas chicas para que se sacaran selfies y
empezaran a mostrarse desnudas, lo cual está muy bien, pero no les hemos
proporcionado ninguna herramienta para ayudarles (ayudarnos) a entender por qué
eran incapaces de comer cuando tenían hambre o por qué se desconectaban de la
realidad cada vez que tenían sexo.
Lo cual no está tan bien.
Creo que, por un lado, ha sido
por un mero acto de supervivencia: ante un mundo que sacaba las garras cada vez
que aparecía un pelo o un kilo de más, hemos tratado de seguir adelante con lo
puesto y para ello ha sido necesario querernos un poquito. Creo que la realidad
era demasiado dura como para verla en todo su espanto sin echarse a llorar y
después de tantas lágrimas derramadas por los pelos y los kilos de más,
necesitábamos alguna que otra sonrisa para compensar.
Y soy la primera que ha
necesitado un cierto optimismo desde el feminismo, la primera a la que quererse
un poquito le ha ayudado a mejorar su calidad de vida. Soy la primera que
defiende la supervivencia como algo más que “reformismo”.
Pero, por otro lado, me parece
que si fagocitar y remodelar nuestros planteamientos les ha sido tan fácil a
las empresas, los noticiarios y el neoliberalismo igualitarista en general es
porque, al final del día, de revolucionarios tenían poco. Porque nos
dedicábamos más a consolar a la víctima que a señalar a los culpables, porque
éramos las primeras en maquillar las mejorías como si de ganar la guerra se
tratara.
Yo he participado en una pegada
colectiva de adhesivos con el lema Eres Más Que Tu Talla. He visto el brillo en
los ojos de mis compañeras, la rapidez con que se ha expandido por toda España
e incluso América del Sur. Me he dado cuenta de cuán necesario era recordarnos
que estamos todas juntas en esta dura jornada del querernos, pero también de
con qué facilidad convertían los medios (y a veces, nosotras mismas) nuestra
lucha contra un canon patriarcal en una batalla individual por “amar nuestras
curvas”.
¿Por qué me planteo “amar mis
curvas” antes que aprender a convivir con este jodido cuerpo que tan difícil me
lo pone todo en un mundo que no existe para él? Porque aprender sobre mi
cuerpo, conocerlo, implicaría darme cuenta de quién tiene la culpa de que este
se haya hecho pequeño: los hombres que han tratado de usurpármelo y la sociedad
que ha ocupado sin reparos el espacio que le correspondía a este mi cuerpo.
A lo que me refiero es a que
responsabilizarnos a nosotras mismas de querernos y escribir artículos de
lágrima fácil sobre cómo hacerlo es mucho menos duro que señalar a los
culpables y ahondar en la mierda de cuán jodida está la relación con nuestro
cuerpo. Querernos está bien, está genial, pero quizás es el objetivo final y no
el camino y antes hace falta una concienciación colectiva de cuál es la
situación global de los cuerpos de las mujeres, de cómo son usurpados no solo
mediante básculas y dietas sino también mediante todo tipo de operaciones tanto
legales como ilegales para robarnos el control sobre estos.
Por eso, este es un llamamiento
a todas, y especialmente a mí que soy la primera que he pecado de esto, para
dejar de tenerle miedo a la realidad que enfrentamos. Para sentarnos en
círculo, abrir debates en redes sociales, y hablar de lo que nos pasa con
nuestros cuerpos. Más allá de si los odiamos. Más allá de si los queremos.
Hablar de cómo los tratamos. De cómo los concebimos. De cómo los habitamos.
Y este es un llamamiento, ante
todo, a establecer las conexiones entre las ablaciones del clítoris y la
ilegalización del aborto. Entre la histórica patologización de la rabia
femenina mediante el diagnóstico de histeria y el encierro de mujeres trans en
cárceles de hombres. Entre las tallas excluyentes y la esterilización forzosa
de mujeres negras, indígenas, discapacitadas, enfermas.
Porque nuestros cuerpos los han
ocupado, históricamente, y los siguen ocupando hoy día. Porque aunque parezca
que no, lo que le hacen a mi coño y lo que le hacen a mi cintura, lo que le
hacen a tu pene y lo que le hacen a sus pechos tiene una constante en común: la
toma de algo que no es suyo para regularlo, controlarlo, extirparlo,
lobotomizarlo, empequeñecerlo, esterilizarlo… usurparlo.
Porque somos Las Usurpadas. Como
dijo Eduardo Galeano, somos las dueñas de nada, porque nos han quitado lo más
nuestro.
Y fingir que podemos recuperarlo pronunciando cuatro trucos mágicos frente al espejo y sacándonos muchas selfies no nos va a devolver nuestros cuerpos, solo versiones prestadas de estos.
Me dan ganas de imprimirlo y hacérselo leer a todo el mundo :**
ResponderEliminarEn serio, está muy bien. Y aunque ahora veas desde otra perspectiva la entrada que habías escrito, no hace que estuviese 'mal', como tu misma has puesto ha animado a chicas <3 Es necesario y está muy bien explicado el análisis que debemos hacer todes de si realmente somos dueñes de nuestros cuerpos y me parece que lo mejor sería seguir luchando de ambas formas: tanto individual como abordando el problema social.
Un beso.