La histeria
femenina era una enfermedad diagnosticada en la medicina occidental hasta
mediados del siglo XIX. Los síntomas eran muchos: desfallecimientos, insomnio,
retención de fluidos, pesadez abdominal… y “tendencia a causar problemas”.
¿Tendencia
a causar problemas? ¿Estamos acaso ante una patologización de la rebeldía
femenina? Mi respuesta, queridas, es que sí: la medicina no ha sido a veces más
que una herramienta más de la sociedad para controlar a las oprimidas.
Véase
si no el desarrollo de la frenología, ciencia que sustentaba la creencia de la
supremacía blanca sobre el resto de las “razas”. Véase la ya superada
clasificación de la homosexualidad como una enfermedad (y de la transexualidad,
hoy día); la esterilización forzada de mujeres indígenas, discapacitadas y
enfermas mentales… y, sin ir más lejos, la ablación del clítoris practicada en
Occidente hasta el mismo siglo XX a las mujeres que se masturbaban, a manos de
médicos cualificados.
Pero si
estoy escribiendo esto es precisamente porque creo que el mito de “la
histérica” va más allá de la misoginia en la Historia de la medicina. “La
histérica” es, para mí, una mujer que ha existido siempre y que sigue
existiendo; “la histérica” somos todas las mujeres en algún momento de nuestras
vidas.
¿Por
qué, si son hombres principalmente quienes golpean con el puño la mesa, somos
nosotras las “histéricas” en cuanto levantamos la voz? ¿Por qué, si la mayor
parte de crímenes violentos los cometen hombres, no existe semejante alarma
ante el despertar de la “histeria masculina”?
Porque
la “histeria masculina” es ira y la ira, en los hombres, se tolera e incluso se
aplaude.
La ira masculina es respetable; la ira masculina impone. La ira
femenina, sin embargo, se desata “porque estás con la regla”; las mujeres no
estamos enfadadas, las mujeres somos unas amargadas porque estamos
“malfolladas”.
Así que
yo reivindico el derecho femenino a enfadarnos, a levantar la voz; a rebelarnos
y a ser asertivas y hacer respetar nuestro derecho a expresar nuestro
desacuerdo con un mundo que nos presupone señoritas, siempre solícitas, siempre
asintiendo.
Y
reivindico la necesidad masculina de desaprender la agresividad, de dejar de
ser los verdaderos “histéricos” e interiorizar métodos más sanos de canalizar
vuestra ira que pegar gritos y asestar golpes.
Construyamos un mundo en que no existan “las histéricas”. Un mundo en que las mujeres nos enfademos y se nos tenga en cuenta, un mundo en que los hombres os enfadéis sin recurrir a la violencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario