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lunes, 14 de diciembre de 2015

Érase una vez la misoginia

Que los cuentos infantiles tradicionales están plagados de misoginia y roles de género no es ninguna novedad. No sorprende a nadie. Lo sabemos; sabemos lo que estamos contando y a quiénes se lo estamos contando, y por si se nos olvida, psicólogos y sociólogos trabajan para recordarnos la marcada influencia de las fábulas infantiles en nuestra infancia.
Y sin embargo, seguimos contándoselos. Sus primeras películas son La Blancanieves y La Bella Durmiente y antes de dormir escuchan la historia de La Cenicienta.
Y yo lo comprendo. Al fin y al cabo, son parte de nuestra cultura. Una parte valiosísima, de hecho. Nos recuerdan los valores que han primado en la ética colectiva por los siglos de los siglos; nos conectan con el folclore de nuestras antepasadas y en el caso de Disney, llevamos deleitándonos con sus joyas animadas desde hace ya años.
Pero lo más importante para nosotras, para las madres y las tías y las abuelas que seremos las principales cuentacuentos de niños y niñas, debería ser lo que les estamos enseñando a hijos e hijas, a sobrinos y sobrinas, a nietos y nietas.

La Cenicienta enseña a las niñas que la única vía de escape de la esclavitud de la limpieza y el maltrato familiar es el matrimonio. Que el único sueño que verán cumplido será el de encontrar al hombre de sus vidas. Que serán, al fin y al cabo, salvadas de su destino.

La Bella Durmiente enseña a las niñas que los besos sin consentimiento (las violaciones, en el cuento folclórico original) son románticos. Que el Príncipe aparecerá para rescatarlas nuevamente del sueño eterno y el matrimonio será otra vez el único destino al que puede aspirar una princesa de verdad.

La Blancanieves enseña a las niñas lo mismo que las anteriores. Que para escapar de la esclavitud de la limpieza debes encontrar nuevos amos para los que limpiar, los enanitos, y que por último sólo un Príncipe podrá salvarte de la muerte. Con otro romantiquísimo beso al que tampoco has consentido.
Y, lo más importante, La Blancanieves enseña a las niñas que su madrastra será su enemiga porque nada enfrenta a las mujeres como el canon de belleza.

La Caperucita Roja enseña a las niñas que la culpa es suya si lucen su inocencia escarlata por el bosque equivocado a la hora equivocada. Que es su deber evitar al lobo acechante. Que es su responsabilidad preservar su niñez.

Piel de Asno enseña a las niñas los Príncipes solo se enamoran de las doncellas más bellas. De aquellas de manos perfectas en las que encajan los anillos. Que es su responsabilidad salvaguardarse de un padre pedófilo.

La Bella y la Bestia enseña a las niñas que si un maltratador se enamora de ti y eres buena y dulce con él, conseguirás arreglarlo. Que el secuestro es justificable si eres bella, y que la fealdad se le perdona a él pero nunca a ella.

La Sirenita enseña a las niñas que vale la pena perder la voz por el amor de un hombre. Que así nos quieren ellos, calladas y sumisas.

La Princesa del Guisante enseña a las niñas que solo siendo delicadas y suaves como nadie serán merecedoras del amor del Príncipe.

Porque estas son las cualidades que todavía premiamos en las niñas. La suavidad. “No hables tan alto, pareces un chicote”. La delicadeza. “No subas a los árboles, eso son cosas de chicos”. La buena educación. “No te espatarres, siéntate como una señorita”.
La predisposición a ser salvadas. La indefensión. Y, como siempre, la belleza; porque les enseñamos desde pequeñas que sólo pueden aspirar a ser guapas y luego nos sorprendemos cuando de mayores son incapaces de pensar en otra cosa.
Y ¿qué les enseñamos a nuestros niños? Que deben ser Príncipes omnipotentes siempre preparados para salvar a alguna Princesa. Agresivos. Dominantes. Besando a muchachas dormidas y aniquilando dragones. Nunca descansando. Nunca sensibles. Porque “los hombres no lloran”. Porque “el rosa es de chicas”. A ellos solo se les permite lucir el azul de sus uniformes manchado de rojo sangre.
Por eso, yo propongo recontar los cuentos infantiles.

Decidles a las niñas que la Cenicienta desgarró la garganta de su madrastra con el zapato de cristal y huyó descalza.

Decidles a las niñas que la Bella Durmiente abofeteó al Príncipe que la besó sin su consentimiento y reinó para siempre soltera.

Decidles a las niñas que Blancanieves rompió en pedazos el espejo de su madrastra y la liberó de la esclavitud de la eterna belleza.

Decidles a las niñas que la culpa no era de la Caperucita Roja por distraerse en el bosque sino del lobo por rondar a una niña.

Decidles a las niñas que Piel de Asno pidió al hada que acabara con la vida de su padre pederasta y reinó como la reina sin vestidos ni alhajas.

Decidles a las niñas que la Bella mató al Príncipe, no por Bestia sino por maltratador y secuestrador, con la misma daga que a Gastón.

Decidles a las niñas que la Sirenita le arrebató a la Bruja del Mar la poción para caminar y nunca vendió su voz por el amor de ningún hombre.

Decidles a las niñas que la Princesa del Guisante rechazó casarse porque no quería una suegra tan exigente y se fue a dormir en su propia cama.

Decidles a las niñas que no son las Princesas, son las dragonas. Si vamos a contarles cuentos plagados de agresiones, enseñémosles que la autodefensa es buena. 

Enseñémosles el poder de sus voces, de sus manos a las que no las tienen, en vez de narrarles fábulas sobre Princesas que las pierden.

Decidles a las niñas que las Princesas de los cuentos dejaron de serlo para revelarse como las guerreras que siempre habían sido. Que se olvidaron de los Príncipes y se hicieron amigas entre ellas, y se ayudaron las unas a las otras a escoger sólo a hombres a la altura de sus palabras, si es que no se quedaron solteras.

Porque se puede ser feliz siendo fea.


Porque se puede ser feliz estando soltera.

jueves, 5 de noviembre de 2015

"El Síndrome Lolita: El fenómeno cultural del abuso de menores", Maya Mutter


Este es un artículo de Maya Mutter, publicado en Proyecto Consentimiento. Cuando lo leí, me abrió terriblemente los ojos, y no creo que yo misma sea capaz de explicar esto con semejante claridad y perspicacia. Por eso, lo he traducido y con su permiso lo publico aquí.

"En mi último año de instituto, tuve que escribir un artículo sobre algún libro de una pequeña selección. Elegí Lolita, de Vladimir Nabokov, un libro que nunca antes había leído, esperando encontrar mucho material en SparkNotes. Fui a la librería para conseguir una copia. Por detrás había una breve reseña de Vanity Fair, solo ocho palabras: “La única historia de amor convincente de nuestro siglo.” Habiendo visto sólo escenas de la película de Kubrick, que presentaban a una Sue Lyon ligera de ropa (de sólo 14 años en el momento en que se rodó) holgazaneando con gafas de sol con forma de corazón y chupando piruletas, no sabía qué pensar.
Leyendo el libro, me sentí asqueada. No con el autor—Nabokov describía a su protagonista Humbert Humbert como alguien ”despreciable, vanidoso y cruel” y condenaba sus actos—sino con las reacciones de la audiencia. ¿Cómo podía Vanity Fair haberlo entendido tan mal? Esta no era una historia de amor; esto era Go Ask Alice escrito desde el punto de vista del incitador. Era una niña de 12 años, que justo entraba en la edad de la fijación curiosa con compañeros de clase, a la que un hombre adulto asediaba y de la que se aprovechaba. Dolores Haze, bautizada “Lolita” por el protagonista, es una chica joven inmadura y egocéntrica a una edad en que debe ser inmadura y egocéntrica. Humbert se enamora de ella, y se casa con su madre sólo para acercarse a ella. En cada página se crece poéticamente sobre su cuerpo, sus pecas, el aura brillante y juvenil que la envuelve y que lo intoxica. Fantasea con hacerle el amor, luz de su vida, y con tenerla a su lado para siempre.
Excepto que, ya sabéis. Es una niña.
Después de su publicación en los cincuenta, Lolita le prendió fuego al mundo literario, y se las ha arreglado para mantenerse con nosotros hasta ahora. Pero lo que es más intrigante es la forma en que el público tomó una tragedia satírica examinando la mente de un pedófilo retorcido y la convirtió en un romance épico, responsabilizando a la joven Dolores de su propio abuso, o negando su existencia como abuso directamente. Incluso en 1959, el novelista Robinson Davies describió el tema como “no la corrupción de una niña inocente por parte de un astuto adulto, sino la explotación de un adulto débil por parte de una astuta adulta.” Lolita se convirtió en un clásico, pero su presencia cultural tomó un nuevo significado: Lolita pasó de ser la oprimida a la opresora, una araña preadolescente atrayendo a una mosca de mediana edad a su telaraña.
Sí.
En marzo, se linchó a Kat von D por sacar un pintalabios llamado “Rojo Menor de Edad” (Underage Red). Previamente se la había encontrado culpable de bautizar sus pintalabios “Rubor de Preadolescente” (Jailbait Blush) y “Rosa Pedofilia”, y aunque rápidamente se defendió con “es solo un nombre,” el mensaje permaneció: combinar el sexo con inocentes chicas menores de edad es sexy. Kat von D nunca lanzaría un producto llamado “Rojo Violencia Doméstica” o “Sienna Asalto Sexual,” porque ¿quién quiere pensar en maridos ebrios golpeando o violando a sus esposas mientras se retoca rápidamente el maquillaje? Eso no es sexy en absoluto... pero claramente, algo de la pedofilia o el abuso de menores lo es. ¿Sabías que, en Alabama, tener sexo con un menor puede proporcionarte entre 10 años y toda tu vida en prisión? Eso sí que es sexy.
Tenemos docenas de términos para estas niñas: nínfula, núbil, lolita. La industria pornográfica cada vez las quiere más y más jóvenes. La sociedad adora esos grandes ojos de cervatillo y esos labios acolchados que simbolizan la juventud e inocencia. Mujeres más mayores están cambiando para ser más atractivas sexualmente pareciendo más “juveniles”, y los hombres más mayores se lo están tragando todo. Las chicas experimentan silbidos y piropos callejeros cada vez más jóvenes, y son víctimas de acoso sexual mucho antes de que tengan la edad de descubrir su propio cuerpo. Pregúntale a cualquier mujer por las historias de infancia que tenga con hombres más mayores. Por ejemplo, cuando yo estaba en secundaria, recuerdo claramente estar bajando por mi calle en medio de un verano particularmente caluroso, con pantalones cortos y una camiseta ancha. Pasó un camión y su conductor me pitó, sobresaltándome. Esta fue la primera vez que me sucedía algo así. Cuando la usuaria de Twitter Zellieimani les preguntó a otras usuarias a qué edad notaron por primera vez que las miraban de forma sexual, la mayoría de respuestas eran antes de los 12. Una usuaria escribió, lo cual me ha perseguido hasta ahora, que un hombre adulto le había dicho que sus coletas eran “manillares” antes de que pudiera siquiera entender lo que quería decir.
La obsesión pedófila de Humbert Humbert es extrema, pero aparentemente ya no es la pesadilla psicológica que era en los cincuenta… ahora, es tendencia.
Inmersos en nuestra propia lujuria, nos olvidamos de los niños a los que estamos haciendo daño. Los niños no pueden consentir a ser usados como objetos sexuales, y no pueden consentir a que se sexualice su inocencia, tampoco. Las coletas y los uniformes de estudiante se asocian típicamente con el porno, ahora. Es hora de que empecemos a recordarle a la gente que no hay nada de normal en cosificar a los niños o a las personas infantiles. No es un vicio saludable o una peculiaridad adorable; es perpetuar la idea de que las niñas menores son sexis, y animar a los hombres adultos a que las asedien. Disfrutamos riéndonos de las mujeres adultas que ponen voz de bebé y llaman a sus novios “papi”, pero no reconocemos que hay hombres adultos que piensan que no pasa nada por ver a las chicas jóvenes como objetos sexuales. Lana del Rey es un ejemplo popular de lo que llamo “infantilización sexualizada”: su voz grave que canturrea se transforma en la de una niña burbujeante e inocente mientras canta sobre escandalosas relaciones con hombres mucho mayores, y la yuxtaposición es alarmante.
Es nuestra responsabilidad proteger a estas niñas. Tenemos que transformar cómo se las ve en los medios. Tenemos que luchar porque no se acaben avergonzando de sus propios cuerpos, culpándose de ser acosadas, siendo acosadas en primer lugar. Es saludable y natural para los niños explorar su propia sexualidad, pero es traumático que un adulto se interponga. Hace más de medio siglo, Nabokov describió a un hombre que antepuso sus propios deseos al bienestar de una niña y lo pintó como un marginado. Ahora, los deseos de Humbert han trascendido como la norma, y es a expensas de nuestras jóvenes hijas y primas y hermanas. Tenemos que extender un nuevo mensaje: tenemos que proteger a estas niñas, porque muchas de nosotras fuimos estas niñas."