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lunes, 9 de noviembre de 2015

Carta a las Lesbianas Primerizas

Crecer y darte cuenta de que no eres lo que te han educado para ser es complicado. Crecer y darte cuenta de que no sabes nada de lo que eres lo es todavía más.
Esto es exactamente lo que implica el darse cuenta de que una es lesbiana, por norma general. De repente, un día, brota la chispa de la duda; ¿y si me gustan las chicas? Y revisas tus recuerdos, y vas viviendo nuevas experiencias, y llega un momento en que la realidad es innegable: te gustan las chicas. Y sólo las chicas.

No eres heterosexual. Tus historias de amor, si es que las lesbianas viven historias de amor de las de toda la vida, no se parecerán nunca a nada de lo que has leído en los libros, visto en las series y las películas. Nunca tendrás un beso de los que se proyectan en los finales felices en el cine. Nunca tendrás una boda como la de tu madre, tus abuelas y probablemente todas los que vinieron antes. Ni siquiera sabes si podrás tener hijas.

Darte cuenta, más rápido o más despacio, más pronto o más tarde, de que eres lesbiana implica encontrarte perdida en medio del mar cuando esperabas atracar en una orilla conocida. Implica quedarte sin muelle ni puerto. Implica no saber quién eres ni qué será de ti.
Porque no se trata solo de que las parejas del mismo sexo no aparezcan en la cultura, en los medios, en la educación, en las charlas cotidianas, en el día a día como lo hacen las heterosexuales. No se trata solo de que no eres quien creías que eras.

Se trata, también, de que lo que tú eres no existe a los ojos de la sociedad; las lesbianas 
somos, lo hemos sido siempre, invisibles.

Leed la página de Wikipedia sobre homosexualidad en España. Leed libros. Leed noticiarios arco iris. Los hombres gais llenan los titulares; se sabe qué son, se sabe que se quieren, se sabe cómo follan y se sabe cómo se les trata. Nadie piensa que dos hombres que se dan la mano sean amigos platónicos. Nadie acosa sexualmente a dos hombres que se dan la mano porque nadie sexualiza para su consumo propio a dos hombres que se dan la mano.
Pero el amor entre mujeres ha sido invisible a lo largo de la Historia. Dado que nuestros escarceos sexuales estaban permitidos por servir al placer masculino, se ha hecho la vista gorda hacia estos mientras no implicaran la penetración mediante objetos fálicos. Dado que el amor entre mujeres era tan fácil de confundir con una tierna amistad, todavía se discute si los antiguos “matrimonios de Boston” entre mujeres no serían vínculos meramente platónicos libres de un componente romántico y sexual.

No tenemos personajes históricos. No tenemos referentes.

Pero sí nos tenemos las unas a las otras. Tenemos, si ahondamos en la Historia, la confirmación de que las lesbianas (o, como mínimo, las mujeres que amaban a otras mujeres) hemos existido siempre; tenemos a nuestro alrededor, seamos o no conscientes de ello, a otras muchas mujeres que aman a mujeres hoy en día.

Cuando yo empecé a plantearme que era lesbiana, tenía 11 años. Ni siquiera hacía mucho tiempo que había descubierto el significado de esa palabra. Nunca había visto a dos chicas besarse. No tenía ni idea de si el amor entre dos mujeres era posible, factible, de si una historia así podía acabar bien. Tenía una imagen heterosexual de cómo sería mi primera relación, mi primera vez, mi futuro al lado de alguien (si es que encontraba a este alguien).
El proceso de ir aceptando mi sexualidad duró hasta los 15 y fue duro, pero eso no viene a cuento ahora mismo. A los 15 años empecé a salir del armario con mi familia y amigas y no tenía ninguna amiga lesbiana ni bisexual que viviera en la misma ciudad que yo; seguía sin haber visto a dos chicas besarse, nunca; todo lo que conocía era el mundo de los hombres gais. De hecho, recuerdo con claridad cómo ver a dos chicos cogidos de la mano me producía ternura y aceptaba con naturalidad el sexo anal en las historias de mis amigos, pero me avergonzaba de mí misma cuando me pillaba mirando a otra chica.
Salir del armario es un proceso catatónico, emotivo, que en mi caso fue afortunadamente positivo al cien por cien. Sin embargo, tenía mis dudas, tenía mis miedos, y por eso ahora estoy escribiendo lo que me gustaría haber leído o escuchado en alguno de los años entre mis 11 y mis 15. Cuando me daba cuenta de quién era yo sin saber bien quiénes eran esas que eran como yo.

A las niñas, jóvenes y no tan jóvenes que desean salir del armario, con ellas mismas o con los demás, como lesbianas os escribo esta carta.

No hay un límite de tiempo para salir del armario. Nunca eres demasiado joven para salir

del armario porque salir del armario no implica grabar en piedra tu identidad para toda la vida; puedes volver a salir del armario, puedes cambiar de idea, puedes identificarte con la etiqueta que quieras mientras tú estés cómoda porque tu identidad es, ante todo, tuya.
Nunca eres, tampoco, demasiado mayor para salir del armario; ha habido lesbianas que vivían toda su vida al lado de hombres, que se casaban, que tenían hijos y a los 40 años o incluso después salían del armario. Digan lo que digan las demás, tengas la edad que tengas, solo tú puedes determinar si es el momento correcto para salir del armario.

No hay, tampoco, un currículum de lesbiana necesario para salir del armario. Da igual que no hayas tenido tu primer beso, ni con una chica ni con nadie; da igual que seas virgen; da igual que nunca hayas tenido novia. Si eres joven, es normal que todavía no hayas encontrado a nadie; y, tengas la edad que tengas, es normal que todavía no hayas encontrado a alguien que te guste, que sea como tú y a quien encima le gustes tú también. Yo salí del armario antes de mi primer beso, y no pasó nada.
Y, si es al revés, si has estado casada con un hombre muchos años, si eras la que cambiaba de novio como de bragas en el instituto o estabas convencida de que lo amabas; también es igual de válida tu orientación sexual. Experimentar, confundirse, cambiar de idea son fases totalmente válidas de la vida en general y de la adolescencia en particular. En tu caso, además, te has visto condicionada por una sociedad y una cultura para la que lo que tú eres prácticamente no existe; y, cuando existe, es como mono de feria, como pecado, como producto de consumo masculino.

Recuerda: ser lesbiana es algo que gira alrededor de quien tú eres realmente, no de con quién sales o con quién te acuestas.

Por otro lado, salir del armario no equivale en absoluto a meterse de cabeza en el mundo lésbico. Dependiendo de cuán grande y moderna sea la ciudad donde vives, del ambiente lésbico que haya y de las personas de las que te rodees, vivirás unas experiencias u otras. Tu vida no tiene por qué ser como tu serie favorita de lesbianas. No necesitas una ristra de ex novias, ni haberte enrollado con todas tus amigas bolleras, para validar tu orientación sexual.
Ser lesbiana es algo mucho más solitario de lo que nos cuentan, y aunque serás afortunada (y deberías intentarlo si tienes esa posibilidad) si te rodeas de amigas bisexuales y lesbianas y tienes lugares a tu alcance donde socializar y ligar, las relaciones a distancia, la soltería y las citas a través de aplicaciones informáticas para conocer a otras chicas como tú son lo más normal del mundo. No te avergüences.

Haber salido del armario no implica tampoco que a partir de ahora tengas que llevar escrita en la frente tu orientación sexual. No necesitas cambiar tu forma de vestir, tu peinado ni tu forma de andar (hasta tan lejos llegan los estereotipos) para ser una lesbiana más convincente; cualquier otra chica que dude de tu identidad porque lleves el pelo más largo, te gusten las faldas y seas más típicamente “femenina” es una chica que no vale la pena. Las lesbianas femme han participado de la sociedad y la cultura lésbicas desde los inicios de estas.
Pero si es al revés, si estar orgullosa de lo que eres te lleva a querer seguir la estética que ha sido nuestra desde siempre (la de las butches y las tomboys alrededor del mundo), o si sencillamente lo que te gusta es ser más típicamente “masculina”: a por ello. La cabeza rapada, las camisas de cuadros o los calzoncillos no son patrimonio exclusivo de los hombres. Tu vestimenta o tu forma de ser no te hacen menos mujer porque ser mujer es mucho más que una vestimenta o una forma de ser.
Y tampoco estás “cayendo en el estereotipo”; el estereotipo lo han creado las personas heterosexuales para identificarnos con mayor facilidad y poder tacharnos de lo que sea que nos tachen los homófobos, y tú eres libre de moverte dentro y fuera de él sin perpetuar nada.

Sin embargo, nada de lo que he dicho antes es tan importante como lo que voy a decir
ahora: no te sientas en absoluto obligada a salir del armario. Salir del armario no es el deber de nadie que no sea heterosexual; esta idea perpetúa el tópico homófobo de que somos infiltradas, de que somos nosotras las que nos ocultamos y no la sociedad la que nos etiqueta a la fuerza y presupone erróneamente lo que somos.
Tenemos como sociedad el deber de acabar con la heteronorma, de que algún día futuro salir del armario ya no sea necesario porque no exista ningún armario (porque, como dice Denise Frohman, el salón será por fin un espacio compartido y dejaremos de sentirnos como invitadas en nuestra propia casa).
Por supuesto, mientras tanto es perfectamente lógico que desees salir del armario, vivir sin mentiras o medias verdades, ser abiertamente quien tú eres. Pero lo que intento decir es que no es un proceso que debas acelerar porque tus amigas te presionen para hacerlo, porque sientas que engañas a los demás o porque te amenacen con contarlo ellos por ti si no lo haces (sí, hay gente que hace esto).
Salir del armario puede ser muy liberador para ti, puede mejorar tu calidad de vida y tu salud mental, pero también puede conllevar muchos peligros: el rechazo familiar, la reticencia de las amigas y, en casos extremos, que te echen de casa o te acosen en tu centro de estudios.



Por eso, salir del armario tiene que ser algo que hagas, tras sopesar los posibles pros y contras, porque es lo que tú y sólo tú quieres hacer ahora mismo.

Eres lesbiana. O bisexual. O trans. O pansexual. O queer. Eres una chica arco iris. Las mujeres y las chicas como tú hemos existido siempre, existimos ahora, al mismo tiempo que tú y en los mismos lugares, y seguiremos existiendo siempre. Nos amamos las unas a las otras, cuidamos de las nuevas generaciones y serviremos de modelo para las futuras. Tenemos una historia, aunque haga falta rebuscar entre los secretos de la oficialidad para dar con ella. Tenemos un pasado, duro, de ilegalidad, de violencia y de estigma, pero también de amor, sororidad y lucha. Parecemos invisibles pero en realidad llevamos los siete colores del arco iris tatuados y nos reconoceremos las unas a las otras vayamos donde vayamos.

No estamos solas. No estás sola, aunque así te sientas. Miles de mujeres como tú, alrededor del mundo, ahora y siempre, estamos contigo.

jueves, 5 de noviembre de 2015

"El Síndrome Lolita: El fenómeno cultural del abuso de menores", Maya Mutter


Este es un artículo de Maya Mutter, publicado en Proyecto Consentimiento. Cuando lo leí, me abrió terriblemente los ojos, y no creo que yo misma sea capaz de explicar esto con semejante claridad y perspicacia. Por eso, lo he traducido y con su permiso lo publico aquí.

"En mi último año de instituto, tuve que escribir un artículo sobre algún libro de una pequeña selección. Elegí Lolita, de Vladimir Nabokov, un libro que nunca antes había leído, esperando encontrar mucho material en SparkNotes. Fui a la librería para conseguir una copia. Por detrás había una breve reseña de Vanity Fair, solo ocho palabras: “La única historia de amor convincente de nuestro siglo.” Habiendo visto sólo escenas de la película de Kubrick, que presentaban a una Sue Lyon ligera de ropa (de sólo 14 años en el momento en que se rodó) holgazaneando con gafas de sol con forma de corazón y chupando piruletas, no sabía qué pensar.
Leyendo el libro, me sentí asqueada. No con el autor—Nabokov describía a su protagonista Humbert Humbert como alguien ”despreciable, vanidoso y cruel” y condenaba sus actos—sino con las reacciones de la audiencia. ¿Cómo podía Vanity Fair haberlo entendido tan mal? Esta no era una historia de amor; esto era Go Ask Alice escrito desde el punto de vista del incitador. Era una niña de 12 años, que justo entraba en la edad de la fijación curiosa con compañeros de clase, a la que un hombre adulto asediaba y de la que se aprovechaba. Dolores Haze, bautizada “Lolita” por el protagonista, es una chica joven inmadura y egocéntrica a una edad en que debe ser inmadura y egocéntrica. Humbert se enamora de ella, y se casa con su madre sólo para acercarse a ella. En cada página se crece poéticamente sobre su cuerpo, sus pecas, el aura brillante y juvenil que la envuelve y que lo intoxica. Fantasea con hacerle el amor, luz de su vida, y con tenerla a su lado para siempre.
Excepto que, ya sabéis. Es una niña.
Después de su publicación en los cincuenta, Lolita le prendió fuego al mundo literario, y se las ha arreglado para mantenerse con nosotros hasta ahora. Pero lo que es más intrigante es la forma en que el público tomó una tragedia satírica examinando la mente de un pedófilo retorcido y la convirtió en un romance épico, responsabilizando a la joven Dolores de su propio abuso, o negando su existencia como abuso directamente. Incluso en 1959, el novelista Robinson Davies describió el tema como “no la corrupción de una niña inocente por parte de un astuto adulto, sino la explotación de un adulto débil por parte de una astuta adulta.” Lolita se convirtió en un clásico, pero su presencia cultural tomó un nuevo significado: Lolita pasó de ser la oprimida a la opresora, una araña preadolescente atrayendo a una mosca de mediana edad a su telaraña.
Sí.
En marzo, se linchó a Kat von D por sacar un pintalabios llamado “Rojo Menor de Edad” (Underage Red). Previamente se la había encontrado culpable de bautizar sus pintalabios “Rubor de Preadolescente” (Jailbait Blush) y “Rosa Pedofilia”, y aunque rápidamente se defendió con “es solo un nombre,” el mensaje permaneció: combinar el sexo con inocentes chicas menores de edad es sexy. Kat von D nunca lanzaría un producto llamado “Rojo Violencia Doméstica” o “Sienna Asalto Sexual,” porque ¿quién quiere pensar en maridos ebrios golpeando o violando a sus esposas mientras se retoca rápidamente el maquillaje? Eso no es sexy en absoluto... pero claramente, algo de la pedofilia o el abuso de menores lo es. ¿Sabías que, en Alabama, tener sexo con un menor puede proporcionarte entre 10 años y toda tu vida en prisión? Eso sí que es sexy.
Tenemos docenas de términos para estas niñas: nínfula, núbil, lolita. La industria pornográfica cada vez las quiere más y más jóvenes. La sociedad adora esos grandes ojos de cervatillo y esos labios acolchados que simbolizan la juventud e inocencia. Mujeres más mayores están cambiando para ser más atractivas sexualmente pareciendo más “juveniles”, y los hombres más mayores se lo están tragando todo. Las chicas experimentan silbidos y piropos callejeros cada vez más jóvenes, y son víctimas de acoso sexual mucho antes de que tengan la edad de descubrir su propio cuerpo. Pregúntale a cualquier mujer por las historias de infancia que tenga con hombres más mayores. Por ejemplo, cuando yo estaba en secundaria, recuerdo claramente estar bajando por mi calle en medio de un verano particularmente caluroso, con pantalones cortos y una camiseta ancha. Pasó un camión y su conductor me pitó, sobresaltándome. Esta fue la primera vez que me sucedía algo así. Cuando la usuaria de Twitter Zellieimani les preguntó a otras usuarias a qué edad notaron por primera vez que las miraban de forma sexual, la mayoría de respuestas eran antes de los 12. Una usuaria escribió, lo cual me ha perseguido hasta ahora, que un hombre adulto le había dicho que sus coletas eran “manillares” antes de que pudiera siquiera entender lo que quería decir.
La obsesión pedófila de Humbert Humbert es extrema, pero aparentemente ya no es la pesadilla psicológica que era en los cincuenta… ahora, es tendencia.
Inmersos en nuestra propia lujuria, nos olvidamos de los niños a los que estamos haciendo daño. Los niños no pueden consentir a ser usados como objetos sexuales, y no pueden consentir a que se sexualice su inocencia, tampoco. Las coletas y los uniformes de estudiante se asocian típicamente con el porno, ahora. Es hora de que empecemos a recordarle a la gente que no hay nada de normal en cosificar a los niños o a las personas infantiles. No es un vicio saludable o una peculiaridad adorable; es perpetuar la idea de que las niñas menores son sexis, y animar a los hombres adultos a que las asedien. Disfrutamos riéndonos de las mujeres adultas que ponen voz de bebé y llaman a sus novios “papi”, pero no reconocemos que hay hombres adultos que piensan que no pasa nada por ver a las chicas jóvenes como objetos sexuales. Lana del Rey es un ejemplo popular de lo que llamo “infantilización sexualizada”: su voz grave que canturrea se transforma en la de una niña burbujeante e inocente mientras canta sobre escandalosas relaciones con hombres mucho mayores, y la yuxtaposición es alarmante.
Es nuestra responsabilidad proteger a estas niñas. Tenemos que transformar cómo se las ve en los medios. Tenemos que luchar porque no se acaben avergonzando de sus propios cuerpos, culpándose de ser acosadas, siendo acosadas en primer lugar. Es saludable y natural para los niños explorar su propia sexualidad, pero es traumático que un adulto se interponga. Hace más de medio siglo, Nabokov describió a un hombre que antepuso sus propios deseos al bienestar de una niña y lo pintó como un marginado. Ahora, los deseos de Humbert han trascendido como la norma, y es a expensas de nuestras jóvenes hijas y primas y hermanas. Tenemos que extender un nuevo mensaje: tenemos que proteger a estas niñas, porque muchas de nosotras fuimos estas niñas."


lunes, 26 de octubre de 2015

La sociedad y las chicas adolescentes

Las chicas adolescentes somos el chiste del que se ríe la sociedad entera: por nuestros gustos, nuestros problemas, nuestras jergas.

Pensadlo por un momento: se puede ser “muy pava” pero no “muy pavo”, te comportas “como una quinceañera” pero no “como un quinceañero”, chillas como una niña pero no gritas como un niño… el término “mojabragas”, que tanto se utiliza entre los jóvenes últimamente, habla por sí solo. Parecer una chica ya es vergonzoso en nuestra sociedad, pero parecer una chica entre los doce y los diecinueve lo es todavía más.
Y es que ¿qué hacen las chicas adolescentes, que tan vergonzoso es? Son fans de cantantes y actores “comerciales”, se compran posters, escriben fanfiction y chillan en los conciertos y los estrenos. Son enamoradizas. Siguen las modas. Suspiran por sus ídolos, sucumben a las hormonas y, en definitiva, están en la edad.

Sin embargo, los chicos adolescentes también están en la edad y yo no veo a nadie recordárselo tan a menudo. Los chicos adolescentes, de hecho, presentan mayores índices de consumo de alcohol a diario (ellas, sin embargo, toman más psicofármacos); y son más proclives al uso de la violencia. Los chicos adolescentes son, también, más homófobos y misóginos; son menos tolerantes y pacíficos. Este es un patrón que se repite en hombres y mujeres adultas, pero yo considero que en la adolescencia se da el mayor brote de reacciones hormonales por parte de los chicos y sin embargo es más vergonzoso cotillear con tus amigas (como una maruja) que pegarte con tus amigos.

Sigamos analizando las diferencias de comportamiento entre chicos y chicas, en la adolescencia. Las chicas adolescentes sacan mejores notas (y sin embargo tienen menos confianza en sí mismas que ellos), son más proclives a realizar cualquier tipo de voluntariado y además ayudan más en casa. También leen más y es que, al parecer, las chicas adolescentes hacen algo más que suspirar por ídolos inalcanzables entre los posters de su habitación.

Pero la verdadera pregunta aquí es ¿acaso los chicos adolescentes no tienen ídolos? ¿Acaso los chicos adolescentes no necesitan, en una edad tan difícil de maduración de la personalidad, grandes iconos a los que admirar e imitar? Por supuesto que sí. Los chicos adolescentes admiran a cantantes, futbolistas, motoristas y otros deportistas (generalizando, sí, porque esta es una comparación de estereotipos; desde luego que existen chicos adolescentes que idolatran a escritores y directores de cine). Pero no los adoran.
Porque los chicos adolescentes quieren ser sus ídolos, mientras que las chicas adolescentes quieren conquistar a sus ídolos. Los chicos adolescentes sueñan con ser futuras estrellas; las chicas adolescentes sueñan con enamorar a sus estrellas. Las chicas adolescentes idolatran a hombres, pero los chicos adolescentes no idolatran a su vez a mujeres. Los chicos adolescentes aprenden de sus ídolos en quién se quieren convertir; las chicas adolescentes aprenden de sus ídolos lo que las chicas adolescentes llevan siglos aprendiendo: de quién quieren ser.

Y esto nos lleva a otra pregunta: ¿por qué necesitan las chicas adolescentes a sus ídolos, por qué con esta desesperación que las lleva, desde a dedicar una parte importante de su vida a desconocidos, hasta a extremos como el #cutforzayn (en que se autolesionaban y subían fotos a las redes sociales por su ídolo)? La respuesta, para mí, está en lo que son: chicas y adolescentes. La adolescencia es una etapa, de por sí, de crecimiento, cambios y complicaciones; pero ser chica complica indudablemente esta misma etapa.

Y es que, cuando las niñas entran en la adolescencia, son arrojadas a un lodazal de misoginia. Se impone el dictatorial canon de belleza. Se entra en el mundo del sexo y de las relaciones amorosas. Es, en definitiva, una preparación para todo lo que implica ser mujer en una sociedad patriarcal como es esta.
Porque lo que espera a las niñas más allá de las cuatro paredes de su habitación empapelada de posters es un mundo inhóspito que se vuelve contra ellas cada vez más al crecer. Y nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos, como si los chicos de carne y hueso que están a su alcance fueran mucho mejores.

Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un joven mayor dispuesto a aprovecharse de ellas (todas hemos tenido amigas, o hemos sido esas amigas, que a los 13 años se estrenaban en las relaciones y a menudo también en el sexo de la mano de un chico de 17). Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un chico de su edad a años luz de madurez porque no ha crecido con miedo ni le han enseñado a reprimir sus impulsos como a ellas.
Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un novio machista y controlador que las aparta de sus amigas. Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un chico que compara sus cuerpos desnudos con el de la última porno.
Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, iniciarse en el sexo bajo presión y jugando con el consentimiento.

Nos reímos de las chicas adolescentes cuando, en definitiva, lo que deberíamos hacer es avergonzarnos de lo desprotegidas que las dejamos. Porque no son sólo los novios. En la adolescencia termina de viciarse la relación femenina con la comida; en la adolescencia despuntan la mayoría de trastornos alimenticios*, empieza la competición por la delgadez, por ocupar el mínimo espacio posible en un mundo que se ríe de ti cada vez que eres algo más que invisible.

Y el mismo canon de belleza que nos roba la comida nos condena a ser mujeres plenas antes de tiempo y permanecer, al mismo tiempo, niñas. A tener pecho, caderas y culo de adulta pero la ausencia de vello, granos y estrías de una niña. A ser perfecta pero parecer natural.
A probar el sexo para no ser una estrecha pero mantenerte virgen para no ser una zorra. Porque, como leí una vez, si follas muchas veces con la misma persona no eres promiscua pero si lo haces con chicos distintos sí.
Así, las chicas adolescentes vemos a nuestras amigas llamar dieta a matarse de hambre, amor al maltrato machista y primera vez a que te viole tu novio.
Las chicas adolescentes nos regalamos pulseras, colgantes y juramentos para ser siempre amigas porque ya está el patriarcado para enfrentarnos como competencia.
Las chicas adolescentes vivimos haciendo equilibrios entre el demasiado y el no lo suficiente.
Y, cuando nos tambaleamos, os atrevéis a llamarnos ridículas. Porque convertir a las chicas adolescentes en el chiste del que se ríe toda la sociedad es el mejor método para criar futuras mujeres inseguras y sin confianza en sí mismas.

*mayor prevalencia de anorexia nerviosa en jóvenes de 13 a 18 años que en adultos y en mujeres que en hombres