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miércoles, 27 de abril de 2016

Elijo a la mujer

Adrienne Rich plantea el contínuum lesbiano como un árbol genealógico de mujeres que, rebelándose ante el patriarcado, cuidan unas de otras, crean alianzas y vínculos auténticos y duraderos, y se priorizan frente a los hombres en un patriarcado. Así, Adrienne Rich plantea la existencia de la lesbiana como un acto de rebeldía femenino, como una insurrección ante un sistema que nos quería y nos quiere compitiendo entre nosotras por la atención masculina y dedicando nuestra vida a conseguir esta, existiendo por y para los hombres hasta el fin de nuestros días.
Adrienne Rich define, por tanto, a la lesbiana como algo más que una mujer que ama y desea única y exclusivamente a otras mujeres; la redefine como una mujer que, en un patriarcado, elige (consciente o inconscientemente, condicionada por su biología o empujada por una voluntad racional) a otras mujeres en detrimento de los hombres.

No seré yo quien discuta aquí si la orientación sexual es una construcción social que desaparecería en un mundo libre de etiquetas o una preferencia que viene predeterminada genéticamente, por mucho que me incline a pensar lo primero. Tampoco seré yo quien invite a las buenas amigas heterosexuales a identificarse con una etiqueta de la que se han aprovechado para alzarse ante los hombres en detrimento de sus hermanas menos favorecidas, más oprimidas por la heterosexualidad obligatoria.

Sin embargo, como lesbiana, sí puedo decir que la lesbiandad (como me gusta llamarla, porque lesbianismo es, al fin y al cabo, un término ajeno; un término médico acuñado para tildar de patológica mi existencia) es para mí mucho más que una orientación sexual. Porque ha teñido mi forma de ver el mundo y de relacionarme con el resto de personas, y me ha hecho ser consciente de que la forma en que yo vivo (que no es más que una extensión de la forma en que yo amo, porque qué es vivir si no es una extensión del amor al mundo, al prójimo y a una misma) no me deja vivir tranquila en la sociedad en la que vivo.
Y, si la vida es una declaración de amor que respira, mi vida es amar a otras mujeres en un mundo de hombres que las oprimen sistemáticamente. Mi vida es amar a otras mujeres, que cohabitan conmigo las fronteras, los márgenes de un planeta masculino, de continentes masculinos, Estados masculinos, ciudades masculinas, oficinas masculinas, hogares masculinos. Mi vida es amar a otras mujeres, yo incluida, y amar es hablarles y hablarme a mí misma con sinceridad y afecto en un mundo que, por mujer, me manda callar y mantener cerrada esa misma boca con que me dirijo a nosotras. Mi vida es amar a otras mujeres, yo incluida, y amar es dedicarles y dedicarme las energías y los cuidados que debo reservar a los hombres; mi labor emocional, mis pañuelos para secar sus lágrimas, mi risa para ambientar las suyas, mis manos de mujer para sostener las suyas y apretarlas con fuerza en los momentos de flaqueza.

Por eso, yo me declaro doblemente lesbiana: porque amo y deseo a las mujeres y porque elijo a las mujeres. Si se puede ser lesbiana biológica y lesbiana política, yo no me conformo con ninguna de estas categorías: yo soy las dos al mismo tiempo. Porque me enamoro de mujeres, porque me excitan las mujeres, y porque, ante todo y ante todos, las priorizo en mi vida.

No porque no tenga amigos hombres. No porque no quiera a mi padre, a mis tíos o a mi abuelo. Sino porque, en un mundo en que son las mujeres mis compañeras de lucha, en un mundo en que ser mujer es mucho más que habitar un cuerpo (si es que existe realmente un único cuerpo de mujer), ser mujer significa ser mi hermana de una forma en que ningún hombre podrá serlo jamás. Porque lo que significa ser mujer en este mundo, lo aprendido por las mujeres (la empatía, el cariño, la mediación, los cuidados), que no intrínseco en ellas ni ausente del todo en los hombres, es lo que me aporta realmente; mientras que lo que significa ser hombre, lo aprendido por los hombres (el poder, la dominación, la agresividad, el egocentrismo) me destruye.

Y amo a mis amigas de una forma lesbiana porque, sin ser mis amantes, se me queda corta la palabra amiga; porque he aprendido que las amigas son secundarias, porque he aprendido a priorizar a mi novio, a mi marido, ante mis amigas. Porque cuando empieza la relación, dejas de verlas.
Y por vitales y cruciales que sean para mí mis relaciones amorosas y sexuales con otras mujeres, por muy revolucionarias que me resulten en un mundo que las prohíbe y estigmatiza y acalla, no lo son menos mis relaciones con mis amigas. Porque mis relaciones con mis amigas no son meras amistades; son lo que el feminismo ha bautizado sororidad. Hermandad entre mujeres, “fraternidad” femenina y feminista.

Porque mis relaciones con mis amigas rompen las barreras impuestas al afecto no reproductivo ni heteronormativo cuando nos besamos en exceso, en la boca incluso, o bromeamos abiertamente sobre la posibilidad de acostarnos. Porque mis relaciones con mis amigas rompen con el aislamiento impuesto a la mujer, primero en el hogar paternal gobernado por el padre y después en el conyugal gobernado por el marido, al permitirnos construir una comunidad de mujeres, hecha por y para mujeres, cuando todas se conocen entre ellas. Porque mis relaciones con mis amigas rompen con el androcentrismo, que nos enseña a vivir la subjetividad masculina como la única objetividad y a medir nuestros sentimientos y experiencias mediante herramientas fabricadas por y para hombres: mis relaciones con mis amigas se verbalizan mediante palabras como ternura, solidaridad y apoyo mutuo y cómo no, los ya mencionados, los siempre presentes cuidados. Palabras muy poco masculinas.

Palabras muy lesbianas.

Porque mi lesbiandad y mi amistad son conceptos interrelacionados. Porque no existen la una sin la otra. Porque también mi novia es, antes que ninguna otra cosa, mi amiga; porque también respeto a mis compañeras sexuales y las cuido como a mis amigas. Porque no concibo las relaciones según un eje de dominación-sumisión, porque no concibo los intercambios totalmente altruistas de compañía, consejos, afecto, placer, sexo… con cualquier mujer de mi vida como procesos de compra-venta en que abundan los chantajes y las triquiñuelas.

Porque yo, al final del día, no sería la misma lesbiana en un mundo en que ser mujer significara una cosa distinta de la que significa, en un mundo en que yo misma no hubiera crecido como mujer en un mundo de hombres. Quizás seguiría siendo lesbiana, no puedo saberlo, pero mi lesbiandad sería entonces una característica más de mi currículum vitae y no uno de los ejes alrededor de los cuales giro mientras vivo.
Porque enamorarme de mujeres y no de hombres me ha enseñado a querer más a mis amigas y querer a mis amigas me ha enseñado a cuidar tanto a mis parejas como a mis amantes. Porque ha sido el amor de mi madre el que me ha enseñado a amar, como mujer, a otras mujeres desde el principio de mi vida.

Porque, si bien creo que ser lesbiana es algo más que una opción disponible para cualquier mujer que cuide de sus hermanas, sí creo que cuidar de tus hermanas y entenderlas como hermanas antes que objetivos amorosos o sexuales constituye una parte considerable de lo que significa para mí ser lesbiana en este mundo.

lunes, 4 de enero de 2016

Homofobia y heteronorma

Vivimos en un mundo que poco a poco va progresando en su tratamiento del colectivo homosexual, no tanto del colectivo arco iris por entero. Pero algo es algo y, desde luego, son numerosos los países en que lo ilegal es perseguirnos por nuestra orientación sexual y no los besos que nos demos en público.
No voy a dilucidar las causas de este innegable progreso, porque ni soy capaz de cubrirlas en su totalidad ni es la temática que he elegido para este artículo. Las más optimistas diremos que debemos estas victorias al Frente por la Liberación Gay de los últimos decenios del siglo pasado; pero ni siquiera nosotras podemos negar que hay también un marcado interés de los empresarios en cotizar gracias al turista gay, al comprador gay, al hombre gay cisgénero (antónimo de trans) blanco, capacitado, occidental y burgués.

Por eso, no debemos dejar que este progreso nos ciegue y olvidarnos de las lesbianas, bisexuales, intersexuales y trans. De las identidades que ni siquiera son todavía reconocidas públicamente, de los géneros e identidades queer. No debemos tragarnos el cuento que nos vende Occidente de unos países más avanzados que otros en materia de derechos humanos cuando fueron nuestros antepasados los colonos los que impusieron una norma en blanco y negro a culturas indígenas que no solo toleraban, sino veneraban todos los tonos del arco iris. A base de sangre, fuego y religión.
Pero sobre todo, y de esto hablaré ahora, no debemos confundir luchar contra la homofobia con desmantelar la heteronorma.

La homofobia es un ataque, directo o indirecto, a una persona o personas por salirse del rol heterosexual (chicos follan con chicas, chicas se enamoran de chicos).

La heteronorma es, sin embargo, ese sistema del que la homofobia es sólo la manifestación visible: la punta del iceberg.

La heteronorma es una de las herramientas patriarcales y capitalistas: para asegurar la unión marital entre el hombre dominante y la mujer sometida y la organización social en familias que se transmiten la herencia de padres a hijos, deben erradicarse otras posibilidades. Así, la heteronorma no afecta solo a los homosexuales (como sí lo hace la homofobia), sino que es también complemento de la bifobia (la discriminación hacia las personas bisexuales por ser capaces de sentir atracción hacia más de un género), el machismo (perpetúa los roles de género de hombre masculino y mujer femenina) y la transfobia (por eso, no se visualiza en el imaginario colectivo a una persona trans que además no sea heterosexual: si eres un “chico que quiere ser chica” lo lógico es que al menos te gusten los chicos, se proyecta como aberración la posibilidad de ser una mujer trans lesbiana).
La heteronorma es ese sistema patriarcal que impone la heterosexualidad obligatoria y la homofobia es su herramienta de ataque cuando el sistema se ve amenazado. Por eso, no te hace falta sufrir homofobia directa para crecer traumatizada por ser una niña arco iris.

Y es que la heteronorma va más allá de un padre que expulsa a su hija de casa por ser lesbiana; la heteronorma es el sistema que no prepara a los padres para tener una hija lesbiana en primer lugar.

La heteronorma va más allá de un alumno que sufre acoso escolar por ser gay; la heteronorma es el sistema que educa a las niñas para ser heterosexuales, llevándolas a la confusión (en el mejor de los escenarios) y el auto-odio (en el peor) cuando descubren que no lo son.

Homofobia es que te llamen “maricón”; heteronorma es preguntarle siempre a tu sobrina si ya tiene novio pero nunca si tiene novia.

Homofobia es que te ataquen por ir de la mano de tu pareja en público; heteronorma es que nunca o casi nunca aparezcan parejas como la tuya en las listas de estrenos de películas románticas en el cine.

Homofobia es el peligro que supone salir del armario; heteronorma es que ese armario exista en primer lugar, que, como dice Denise Frohman en uno de sus poemas, el salón no sea ya un espacio compartido y las personas arco iris tengamos que sentirnos como invitadas en nuestras propias casas.

Así, es imposible eliminar la homofobia sin desmontar también la heteronorma; y, aunque lo lográramos, nos estaríamos quedando cortas.

Por eso, los gobiernos que están dispuestos a legalizar el matrimonio igualitario, atraer turismo gay y celebrar el Orgullo no lo están tanto a establecer planes de educación pro-arco iris en los colegios e institutos, incluso en las guarderías. No es lo mismo tolerar nuestra existencia que educar a las niñas para que aprendan a celebrarse a sí mismas en su diversidad y unicidad.
Pero no podemos rendirnos. La prima lesbiana de mi madre está casada con otra mujer pero el 50% de estudiantes como yo sufren acoso escolar por ser cómo son; no podemos quedarnos en el umbral de la puerta, tenemos que recuperar la casa que siempre fue nuestra.
No podemos conformarnos con pintar de color de rosa un sistema que sigue siendo asesino por definición, con bailarle el agua al patriarcado al atacar “sólo” a los gais con pluma, las lesbianas camioneras, los “travelos” antes que trans y los “viciosos” bisexuales.

No podemos conformarnos con cortarle las uñas a la homofobia, hay que matar a la bestia de la heteronorma.

Y para eso tenemos que cambiar nuestro lenguaje, nuestras costumbres, nuestras concepciones del amor, la igualdad y la diferencia. Tenemos que exigir leyes de protección y concienciación. Tenemos que exigir un Orgullo crítico y combativo en vez de este, que no es más que una mera celebración en que nos regodeamos en las victorias del pasado. 

Tenemos que recuperar el espíritu del Frente de Liberación Gay, porque, queridas, nuestras antepasadas no lucharon ni murieron para esto.

Porque, como cantábamos mis compañeras y yo en el Orgullo de Valencia de este año, “el matrimonio solo es el comienzo, respeto en las calles, las casas y el colegio”.


Y como decía nuestra pancarta, “no nos conformaremos con el matrimonio, queremos la liberación”.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Carta a las Lesbianas Primerizas

Crecer y darte cuenta de que no eres lo que te han educado para ser es complicado. Crecer y darte cuenta de que no sabes nada de lo que eres lo es todavía más.
Esto es exactamente lo que implica el darse cuenta de que una es lesbiana, por norma general. De repente, un día, brota la chispa de la duda; ¿y si me gustan las chicas? Y revisas tus recuerdos, y vas viviendo nuevas experiencias, y llega un momento en que la realidad es innegable: te gustan las chicas. Y sólo las chicas.

No eres heterosexual. Tus historias de amor, si es que las lesbianas viven historias de amor de las de toda la vida, no se parecerán nunca a nada de lo que has leído en los libros, visto en las series y las películas. Nunca tendrás un beso de los que se proyectan en los finales felices en el cine. Nunca tendrás una boda como la de tu madre, tus abuelas y probablemente todas los que vinieron antes. Ni siquiera sabes si podrás tener hijas.

Darte cuenta, más rápido o más despacio, más pronto o más tarde, de que eres lesbiana implica encontrarte perdida en medio del mar cuando esperabas atracar en una orilla conocida. Implica quedarte sin muelle ni puerto. Implica no saber quién eres ni qué será de ti.
Porque no se trata solo de que las parejas del mismo sexo no aparezcan en la cultura, en los medios, en la educación, en las charlas cotidianas, en el día a día como lo hacen las heterosexuales. No se trata solo de que no eres quien creías que eras.

Se trata, también, de que lo que tú eres no existe a los ojos de la sociedad; las lesbianas 
somos, lo hemos sido siempre, invisibles.

Leed la página de Wikipedia sobre homosexualidad en España. Leed libros. Leed noticiarios arco iris. Los hombres gais llenan los titulares; se sabe qué son, se sabe que se quieren, se sabe cómo follan y se sabe cómo se les trata. Nadie piensa que dos hombres que se dan la mano sean amigos platónicos. Nadie acosa sexualmente a dos hombres que se dan la mano porque nadie sexualiza para su consumo propio a dos hombres que se dan la mano.
Pero el amor entre mujeres ha sido invisible a lo largo de la Historia. Dado que nuestros escarceos sexuales estaban permitidos por servir al placer masculino, se ha hecho la vista gorda hacia estos mientras no implicaran la penetración mediante objetos fálicos. Dado que el amor entre mujeres era tan fácil de confundir con una tierna amistad, todavía se discute si los antiguos “matrimonios de Boston” entre mujeres no serían vínculos meramente platónicos libres de un componente romántico y sexual.

No tenemos personajes históricos. No tenemos referentes.

Pero sí nos tenemos las unas a las otras. Tenemos, si ahondamos en la Historia, la confirmación de que las lesbianas (o, como mínimo, las mujeres que amaban a otras mujeres) hemos existido siempre; tenemos a nuestro alrededor, seamos o no conscientes de ello, a otras muchas mujeres que aman a mujeres hoy en día.

Cuando yo empecé a plantearme que era lesbiana, tenía 11 años. Ni siquiera hacía mucho tiempo que había descubierto el significado de esa palabra. Nunca había visto a dos chicas besarse. No tenía ni idea de si el amor entre dos mujeres era posible, factible, de si una historia así podía acabar bien. Tenía una imagen heterosexual de cómo sería mi primera relación, mi primera vez, mi futuro al lado de alguien (si es que encontraba a este alguien).
El proceso de ir aceptando mi sexualidad duró hasta los 15 y fue duro, pero eso no viene a cuento ahora mismo. A los 15 años empecé a salir del armario con mi familia y amigas y no tenía ninguna amiga lesbiana ni bisexual que viviera en la misma ciudad que yo; seguía sin haber visto a dos chicas besarse, nunca; todo lo que conocía era el mundo de los hombres gais. De hecho, recuerdo con claridad cómo ver a dos chicos cogidos de la mano me producía ternura y aceptaba con naturalidad el sexo anal en las historias de mis amigos, pero me avergonzaba de mí misma cuando me pillaba mirando a otra chica.
Salir del armario es un proceso catatónico, emotivo, que en mi caso fue afortunadamente positivo al cien por cien. Sin embargo, tenía mis dudas, tenía mis miedos, y por eso ahora estoy escribiendo lo que me gustaría haber leído o escuchado en alguno de los años entre mis 11 y mis 15. Cuando me daba cuenta de quién era yo sin saber bien quiénes eran esas que eran como yo.

A las niñas, jóvenes y no tan jóvenes que desean salir del armario, con ellas mismas o con los demás, como lesbianas os escribo esta carta.

No hay un límite de tiempo para salir del armario. Nunca eres demasiado joven para salir

del armario porque salir del armario no implica grabar en piedra tu identidad para toda la vida; puedes volver a salir del armario, puedes cambiar de idea, puedes identificarte con la etiqueta que quieras mientras tú estés cómoda porque tu identidad es, ante todo, tuya.
Nunca eres, tampoco, demasiado mayor para salir del armario; ha habido lesbianas que vivían toda su vida al lado de hombres, que se casaban, que tenían hijos y a los 40 años o incluso después salían del armario. Digan lo que digan las demás, tengas la edad que tengas, solo tú puedes determinar si es el momento correcto para salir del armario.

No hay, tampoco, un currículum de lesbiana necesario para salir del armario. Da igual que no hayas tenido tu primer beso, ni con una chica ni con nadie; da igual que seas virgen; da igual que nunca hayas tenido novia. Si eres joven, es normal que todavía no hayas encontrado a nadie; y, tengas la edad que tengas, es normal que todavía no hayas encontrado a alguien que te guste, que sea como tú y a quien encima le gustes tú también. Yo salí del armario antes de mi primer beso, y no pasó nada.
Y, si es al revés, si has estado casada con un hombre muchos años, si eras la que cambiaba de novio como de bragas en el instituto o estabas convencida de que lo amabas; también es igual de válida tu orientación sexual. Experimentar, confundirse, cambiar de idea son fases totalmente válidas de la vida en general y de la adolescencia en particular. En tu caso, además, te has visto condicionada por una sociedad y una cultura para la que lo que tú eres prácticamente no existe; y, cuando existe, es como mono de feria, como pecado, como producto de consumo masculino.

Recuerda: ser lesbiana es algo que gira alrededor de quien tú eres realmente, no de con quién sales o con quién te acuestas.

Por otro lado, salir del armario no equivale en absoluto a meterse de cabeza en el mundo lésbico. Dependiendo de cuán grande y moderna sea la ciudad donde vives, del ambiente lésbico que haya y de las personas de las que te rodees, vivirás unas experiencias u otras. Tu vida no tiene por qué ser como tu serie favorita de lesbianas. No necesitas una ristra de ex novias, ni haberte enrollado con todas tus amigas bolleras, para validar tu orientación sexual.
Ser lesbiana es algo mucho más solitario de lo que nos cuentan, y aunque serás afortunada (y deberías intentarlo si tienes esa posibilidad) si te rodeas de amigas bisexuales y lesbianas y tienes lugares a tu alcance donde socializar y ligar, las relaciones a distancia, la soltería y las citas a través de aplicaciones informáticas para conocer a otras chicas como tú son lo más normal del mundo. No te avergüences.

Haber salido del armario no implica tampoco que a partir de ahora tengas que llevar escrita en la frente tu orientación sexual. No necesitas cambiar tu forma de vestir, tu peinado ni tu forma de andar (hasta tan lejos llegan los estereotipos) para ser una lesbiana más convincente; cualquier otra chica que dude de tu identidad porque lleves el pelo más largo, te gusten las faldas y seas más típicamente “femenina” es una chica que no vale la pena. Las lesbianas femme han participado de la sociedad y la cultura lésbicas desde los inicios de estas.
Pero si es al revés, si estar orgullosa de lo que eres te lleva a querer seguir la estética que ha sido nuestra desde siempre (la de las butches y las tomboys alrededor del mundo), o si sencillamente lo que te gusta es ser más típicamente “masculina”: a por ello. La cabeza rapada, las camisas de cuadros o los calzoncillos no son patrimonio exclusivo de los hombres. Tu vestimenta o tu forma de ser no te hacen menos mujer porque ser mujer es mucho más que una vestimenta o una forma de ser.
Y tampoco estás “cayendo en el estereotipo”; el estereotipo lo han creado las personas heterosexuales para identificarnos con mayor facilidad y poder tacharnos de lo que sea que nos tachen los homófobos, y tú eres libre de moverte dentro y fuera de él sin perpetuar nada.

Sin embargo, nada de lo que he dicho antes es tan importante como lo que voy a decir
ahora: no te sientas en absoluto obligada a salir del armario. Salir del armario no es el deber de nadie que no sea heterosexual; esta idea perpetúa el tópico homófobo de que somos infiltradas, de que somos nosotras las que nos ocultamos y no la sociedad la que nos etiqueta a la fuerza y presupone erróneamente lo que somos.
Tenemos como sociedad el deber de acabar con la heteronorma, de que algún día futuro salir del armario ya no sea necesario porque no exista ningún armario (porque, como dice Denise Frohman, el salón será por fin un espacio compartido y dejaremos de sentirnos como invitadas en nuestra propia casa).
Por supuesto, mientras tanto es perfectamente lógico que desees salir del armario, vivir sin mentiras o medias verdades, ser abiertamente quien tú eres. Pero lo que intento decir es que no es un proceso que debas acelerar porque tus amigas te presionen para hacerlo, porque sientas que engañas a los demás o porque te amenacen con contarlo ellos por ti si no lo haces (sí, hay gente que hace esto).
Salir del armario puede ser muy liberador para ti, puede mejorar tu calidad de vida y tu salud mental, pero también puede conllevar muchos peligros: el rechazo familiar, la reticencia de las amigas y, en casos extremos, que te echen de casa o te acosen en tu centro de estudios.



Por eso, salir del armario tiene que ser algo que hagas, tras sopesar los posibles pros y contras, porque es lo que tú y sólo tú quieres hacer ahora mismo.

Eres lesbiana. O bisexual. O trans. O pansexual. O queer. Eres una chica arco iris. Las mujeres y las chicas como tú hemos existido siempre, existimos ahora, al mismo tiempo que tú y en los mismos lugares, y seguiremos existiendo siempre. Nos amamos las unas a las otras, cuidamos de las nuevas generaciones y serviremos de modelo para las futuras. Tenemos una historia, aunque haga falta rebuscar entre los secretos de la oficialidad para dar con ella. Tenemos un pasado, duro, de ilegalidad, de violencia y de estigma, pero también de amor, sororidad y lucha. Parecemos invisibles pero en realidad llevamos los siete colores del arco iris tatuados y nos reconoceremos las unas a las otras vayamos donde vayamos.

No estamos solas. No estás sola, aunque así te sientas. Miles de mujeres como tú, alrededor del mundo, ahora y siempre, estamos contigo.