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jueves, 17 de enero de 2019

Entrevista: Elana Dykewomon, activista, escritora y profesora lesbiana

Elana Dykewomon es una activista, escritora, editora y profesora lesbiana judía estadounidense. Es autora, entre otras obras, de la novela Beyond the Pale (narrativa lesbiana varias veces premiada); así como de numerosas obras en prosa, poesía y ensayo. Se dedica, en sus propias palabras, a cambiar el mundo palabra por palabra. Aquí va la entrevista (y aquí la entrevista, también en inglés).


·Eres una activista, editora y escritora lesbiana, judía. Para muchas personas, esta elección de palabras, estas palabras hilvanadas no tienen sentido en absoluto o les parecen una contradicción, una imposibilidad. Pero no lo son ¿cómo influye el hecho de que seas judía en tu vivencia como lesbiana, y viceversa? ¿Cómo llegaste a denominarte a ti misma así; a reconciliarte contigo misma siendo ambas?

Soy judía secular, atea y espiritual, así que no tuve que pasarlo mal con las escrituras religiosas una vez me convertí en adulta (aunque mi familia de nacimiento era algo practicante en cuanto a la religión, en el sentido de deberías-saber-quiénes-son-los-tuyos del post-Holocausto). Quizás sea un poco más complicado; yo sabía que era lesbiana cuando era niña, y tenía una profunda sensación de ser una forastera entre los forasteros. Los movimientos de las mujeres y de las lesbianas me salvaron la vida. Muchas lesbianas judías se convirtieron en activistas entonces. Yo descubrí, cuando estaba escribiendo mi novela, Beyond the Pale, que las mujeres judías han sido activistas en Estados Unidos desde que estamos aquí, sobre todo en la Etapa Progresista (1890-1920). Ser judía permea mi sentido del humor, mi noción de ser diferente; no precisamente al contrario que ser lesbiana, en muchos sentidos. He escrito tanto novelas como ensayos sobre esto, y editaré una nueva antología de escritos de feministas judías como número de Sinister Wisdom, con Judith Katz, en 2019.

·Últimamente he estado leyendo sobre teología feminista; me resultó un shock tan grande descubrir que había una teología más allá de las palabras y la violencia de los hombres religiosos y de sus instituciones. ¿Qué papel crees que la teología feminista, y sobre todo la teología feminista judía, juega en nuestra comprensión de nosotras mismas como mujeres espirituales y aun así rebeldes? ¿Y cuáles son los principales retos por afrontar para las feministas espirituales y religiosas hoy en día?

Conozco a algunas feministas judías religiosas, muchas de las cuales sitúan su sentido de la espiritualidad alrededor de la presencia de mujeres, tanto dentro como fuera de las escrituras. Algunas de mis amigas creen en los textos sagrados del judaísmo, y han trabajado re-interpretando y expandiéndolos tanto como inclusivos de, como en forma de celebración de las mujeres. La poesía siempre ha sido mi faro en lo que respecta a nutrirme y encontrar un sendero espiritual; y los antiguos textos están llenos de poesía, así como de la violencia y misoginia que hemos experimentado. Los retos que las mujeres afrontamos en las instituciones religiosas son mayormente políticos, creo yo, como lo son nuestros retos en todas partes dentro de organizaciones jerárquicas. Si yo fuera la encargada de elegir “el” texto religioso, elegiría la poesía y los comentarios de lesbianas como Irena Klepfisz, Audre Lorde, Chrystos, Gloria Anzaldúa.

·Como lesbiana, muy a menudo siento que el activismo LGBTI mayoritario se centra principalmente en las experiencias masculinas de la violencia, del prejuicio y de la opresión. Hoy en día hay un mayor enfoque de las identidades y la Historia de las mujeres lesbianas, bi, trans e intersex; pero aun así siento que nunca se cubren nuestras necesidades cuando se trata de la necesidad de praxis y políticas verdaderamente transversales y centradas en las mujeres. ¿Cómo te sientes acerca de esto? ¿Cuál es tu visión en lo que respecta a la reunión de las personas LGBTI para subvertir el patriarcado y organizarnos contra su violencia, al mismo tiempo que se aboga por un separatismo lesbiano parcial e incluso total?

Esta es otra respuesta de longitud de libro. Mi propio deseo e inteligencia es bastante simple: quiero centrarme en las mujeres y en las lesbianas porque creo que nos merecemos la completa atención de cada una de cada una y de la otra. Ha sido sólo a lo largo de mi vida que la palabra “lesbiana” ha empezado a poderse decir en voz alta en lugares públicos; y aun así, en tantos. Tenemos el derecho de conocernos las unas a las otras en nuestra propia compañía; es el primer paso hacia la auto-definición.
También he llegado a apreciar y participar en trabajos de coalición, y creo que las coaliciones más fuertes son aquellas en que los participantes de la coalición provienen de comunidades de base fuertes, las conceptualicemos o no como separatistas. Sé que debemos ser conscientes de nuestros enemigos de forma interseccional (es decir, estar constantemente alerta respecto a la supremacía blanca, el colonialismo, el clasismo, el capacitismo y la misoginia). Y está claro que todas esas instituciones de la opresión existen dentro de nosotros, consciente o inconscientemente. Ser activista implica estar alerta respecto a tu propia psique, implica crecer y cambiar. Y aun así no quiero que la reacción a la opresión sea lo que define mi compromiso. Quiero trabajar por una visión de un mundo mejor.

·Eres una escritora y editora prolífica. Para mí, como para muchas otras mujeres, la cultura es un arma en sí misma, o como mínimo nos ayuda a hacer de nuestras propias experiencias de vida y nuestras relaciones un arma para combatir el patriarcado. ¿Cómo es el mundo del libro cuando hablamos de ser una mujer que escribe y edita, y sobre todo cuando eres lesbiana sin una pizca de arrepentimiento? ¿Cuál sería tu consejo para las jóvenes lesbianas como yo ahí fuera que sacamos nuestras propias palabras y nuestro propio arte ahí fuera pero seguimos asustadas e inseguras de nuestro propio poder?

El mundo del libro… depende de qué mundo del libro y en qué país. En Inglaterra, por ejemplo, las escritoras lesbianas blancas han tenido bastante éxito mayoritario. En Estados Unidos, no tanto. Pero aun así en Estados Unidos hay un buen número de editoras lesbianas; con mayor éxito en lo que respecta a la ficción de género (misterio, romántica, especulativa), pero también a la ficción “literaria”, la no ficción y la poesía. Hay una conferencia nacional anual específicamente para escritoras lesbianas (Golden Crown) y un buen número de otras regionales. Las conferencias literarias LGBT han sido, desde mi experiencia, acogedoras con la participación lesbiana. Que te publiquen cuando estás empezando es un problema; y la proliferación de plataformas en redes sociales lo hace más complicado, hace más difícil que se te oiga entre el ruido de fondo general.
Mi consejo para las jóvenes escritoras lesbianas: entrad en grupos de apoyo de escritura de otras escritoras lesbianas (u otros escritores con quienes sintáis un compañerismo). No tengáis miedo de empezar a compartir vuestras ideas e inspiración con el resto, y empezad a enviar vuestro trabajo a revistas y publicaciones que sean un reflejo de las comunidades de las que queráis ser parte. Algunas de mis amistades más maravillosas son con las escritoras lesbianas con las que “maduré” en los setenta; a menudo no estábamos en el mismo lugar al mismo tiempo, pero compartíamos el deseo de escribir abiertamente como lesbianas sobre la experiencia lesbiana (así como cualquier otra cosa que quisiéramos abordar). Jewelle Gomez, Gloria Anzaldúa, Dorothy Allison, Irena Klepfisz, Chrystos (y las escritoras que llegaron justo tras nosotras y antes de nosotras) le dieron un sentido a todo mi mundo. Así que encontrad vuestra cohort, haced vuestro trabajo, publicad tan pronto como podáis, no tengáis miedo de lo que pensáis, ni de que lo que el resto piense de vosotras. No os distraigáis con el ruido de Internet o la sensación de que no “estáis ahí fuera lo suficiente”. Escribir no es un trabajo fácil, pero si es lo que experimentáis como lo que necesitáis hacer, seguid trabajando.

·Hablando de libros ¿hubo uno que jugara un papel esencial en tu propio entendimiento de ti misma como la persona que eres hoy en día, una activista y creadora imparable?

La primera novela que leí de una lesbiana con temas “homosexuales” fue Nightwood, de Djuna Barnes; una visión inquietante y confusa de lo que pasa con la intimidad cuando se desprecia a las personas. Y después leí mucha literatura pulp, en la que las lesbianas siempre mueren o se vuelven hetero. Supongo que estas fueron formativas en el sentido de que determiné que escribiría una novela lesbiana con final feliz, y fui afortunada de publicarla con una de las primeras casas editoriales lesbianas, Daughters, Inc. en 1974. Después de eso, Zami, de Audre Lorde, y Les Guérillères, de Monique Wittig, fueron fundamentales para mi desarrollo como escritora. Oí´recitar a la gran poeta bisexual, Muriel Rukeyser, en una concentración contra la Guerra de Vietnam en 1968. Ella era la única mujer entre todos los tíos “guays”, y su determinación moral y su presencia (una emisaria de la conciencia del mundo de las mujeres) tuvieron un profundo efecto en mi capacidad de verme a mí misma como poeta y activista.

·Hoy en día, me da la impresión de que las redes sociales son para todos la principal fuente de conocimiento sobre política y sobre la sociedad, sobre nuestras propias identidades y resistencia también. Todos tendemos a organizarnos a través de las redes sociales, creamos conciencia a través de las redes sociales e incluso llamamos a la acción desde allí, también. Sin embargo, como la joven lesbiana y loca que soy, con algo de experiencia con la organización de las mujeres en un colectivo feminista local en mi ciudad en el pasado, me parece que nunca deberíamos olvidar el papel fundamental que juegan los encuentros comunitarios y el hecho de juntarse con otras mujeres que aman a mujeres para compartir nuestras experiencias, para auto-editar nuestros propios fanzines y para manifestarnos y protestar e incluso para llorar y rabiar juntas. ¿Cómo lo ves tú? ¿Es la escena política y activista muy diferente de como era cuando tú empezabas, y en qué crees que hemos mejorado y hay algo a lo que le estemos perdiendo el rastro?

Volvamos al final de mi anterior respuesta sobre Muriel Rukeyser. Es importante aparecer en persona. Internet está lleno de ruido. Sí, es mucho más factible que muchas más personas se enteren, así como ser consciente de muchas más cosas al mismo tiempo. Eso es importante. Pero dificulta la elección; somos individuos con energía limitada. Tenemos que elegir conscientemente donde queremos invertir esa energía y con quién queremos trabajar. A veces nos sobrepasa tanto la información que todo lo que Podemos hacer es firmar peticiones y ser testigos en la distancia. Es importante juntarse con otras personas y trabajar en cosas específicas. Nadie puede hacerlo todo, pero todo el mundo puede hacer algo. Tendemos a perder la noción de eso; y es una de las primeras lecciones del activismo: elige proyectos que puedas completar y sentirte orgulloso de haber participado en ellos.

·Por último, tengo curiosidad sobre tus próximos proyectos y libros. ¿Podrías hablarnos de alguna cosa en la que estés trabajando? Y ¿cuál es la frase o el mantra con la que te quedas cuando hablamos de resistencia lesbiana?

Actualmente estoy trabajando en una obra de teatro sobre los dilemas morales que confrontamos cuando nuestras personas cercanas (parejas, progenitores, hermanos, amigos) nos piden que les ayudemos a morir. Mi esposa, Susan, desarrolló demencia y un trastorno convulsivo el año vigésimo quinto que llevábamos juntas; y murió el vigésimo séptimo. La obra se inspira en mi experiencia con ella, y la experiencia de buscar consejo de muchas otras mujeres que han lidiado en sus propias relaciones con el derecho a morir. También voy a editar un número de Sinister Wisdom con Judith Katz sobre lesbianas judías el año próximo. Esos son mis dos proyectos principales; también tengo un par de libros de poemas en el ordenador, esperando a que los organice.
¿Un mantra? Llevo atascada en esta pregunta semanas. Porque no es una simple frase; es toda una vida de gestos e interacciones. Es Gloria Anzaldúa sentada en el suelo de su casa de Santa Cruz conmigo, dibujando una imagen del dios azteca que fue enterrado en trozos desmembrados y renació de nuevo entero, para ilustrar el reto que nosotras, como escritoras lesbianas, afrontábamos. Es mi compañera, Susan, después de que Lucy Jane Bledsoe viniera a casa la semana que Susan murió, y nos ofreciera una lectura privada; alzando los brazos de felicidad, diciendo “¡Tantas lesbianas!”. Es mi primera amante, de cuando teníamos 17 años, viniendo al funeral de mi madre sin que hiciera falta que yo se lo pidiera. Es el placer de ir al estreno fuera de Broadway de la obra de Jewelle Gomez, Waiting for Giovanni. Es mi amistad de 40 años con Dolphin, que pasa la mayoría de las noches de viernes conmigo desde que Susan murió. Son todas las conexiones; una letanía de escritoras lesbianas y amigas con las que he tenido el privilegio de conversar, y la profundidad de la amabilidad que nos hemos demostrado las unas a las otras. Ninguna frase sola lo abarca. Pero mantengamos siempre las banderas de la amistad y de la amabilidad a la vista.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Entrevista: Irene Ruiseñor, poeta y activista

Os traigo una entrevista con Irene Ruiseñor (Twitter / Instagram / Blog). Se llama Irene Gallego y su alter ego es Ruiseñor. Es poetisa, guitarrista y cantautora, estudiante de Estudios Ingleses en la Complutense, además de activista feminista, LGTB y de salud mental.
Ruiseñor apareció tras meses de tratamiento en el hospital por anorexia nerviosa restrictiva y se convirtió en sus labios, que no eran capaces de pedir ayuda; Ruiseñor lo hizo a versos. 
Ruiseñor ha sido su único mecanismo de supervivencia sano. El único que no le ha dejado ni deja cicatrices, muerte y estragos en ella. Ella es la negrura, Ruiseñor la negrura plasmada en papel, intentando buscar algún retazo de blanco.


·¿Cuál es o debería ser el objetivo, o los objetivos, del feminismo en la actualidad? ¿Qué ha supuesto para ti acercarte al feminismo en tu vida, qué cambios, atisbos de nuevas realidades (o realidades que aún no conocías...)?

El feminismo se podría describir como levantarse cada día de la cama, siempre aprendes algo nuevo. El feminismo es un aprender y desaprender continuo. Sobretodo desaprender lo que esta sociedad cisheteropatriarcal nos ha grabado a fuego en la piel. Por eso (a diferencia de décadas atrás, cuando nuestras precursoras nos dieron mil avances como herencia), nuestro cometido es luchar de manera radical —independientemente del movimiento con el cual nos sintamos más identificadas—, como bien dice la palabra, de raíz, y de esa manera extraer esos cánones, roles y misoginia interiorizada, siempre de manera interseccional, apoyando a todo tipo de mujeres, sea cual sea su situación/condición. En esa parte sí que deberíamos parecernos a nuestras precursoras; el feminismo no deja de ser una lucha, y como toda lucha, ha de hacerse su hueco en la sociedad y ahí, de manera drástica, radical, hacerse oír. "Las feministas de antes no hacían tanta tontería...". Y quizá por eso deberíamos parecernos a ellas, lanzar piedras a escaparates, marear al sistema, destrozarlo y reconstruirlo desde cero. 

Gracias al feminismo he sido capaz de crecer como persona y conseguir corregir en la medida de lo posible los pensamientos de algunos de los trastornos que llevo arrastrando desde hace años, ese que no es más que el fruto de lo que la sociedad nos ha inculcado: el trastorno alimenticio. Sé que, como en la mayoría de recuperaciones de enfermedades mentales, el mérito no es más que mío, pero aprender y comprender que todo lo que me decía la televisión, las revistas, las tiendas y sus tallas, era otra manera de controlarnos. De que fuéramos otra vez la marioneta de la historia, moldeadas de manera "perfecta" a antojo de los gustos de ellos. Estoy intentando reaprender lo que se me borró de la mente desde que tengo uso de razón. Y aunque caiga mil veces sé que ya no será como la primera vez, porque ya me sé de memoria la herida y el arma que la causa, y aunque duela horrores me siento algo más "en control".

Y no solamente me ha ayudado a ver mis derrotas como una segunda oportunidad, sino también a sentir la unión entre todas las mujeres, que pasan por lo mismo todos los días, y apoyarlas, defenderlas, luchar por todas como si fuéramos una. Una contra el mundo. También me ha abierto mundos que no conocía, me ha situado en la realidad que intentan maquillar los medios de comunicación, además de hacerme lo suficientemente fuerte como para no quedarme callada ante esas situaciones. 

·Si tuvieras delante a tu yo unos años menor, en la que haya sido una de las peores épocas de tu vida ¿qué le dirías? ¿Qué le aconsejarías o le harías saber, intentando transmitirle fuerza, esperanza, acompañamiento e incluso ganas de luchar?

Primero le daría mucho, mucho amor. Sin saber por qué estoy ahogándome en soledad día tras día a pesar de estar rodeada de gente, así que le haría saber que nunca estará sola por mucho que le pese el mundo sobre los hombros. También le diría que se cuidara, que no se dejara destrozar como yo lo estoy haciendo con mis propias manos. Me gustaría hacerle saber que, aunque a mí me cueste creerlo, siempre vendrá un nuevo día para volver a empezar de cero, cada día. Que no merece sufrir ni matarse a hambre, ni hacerse daño; que merece el amor que recibe aunque le cueste sentirlo a veces. En resumen, le diría todo lo que me gustaría que me hubieran dicho y me dijeran.

·¿Cómo te diste cuenta de que no eras heterosexual y, más concretamente, de que eras lesbiana? ¿Qué le dirías una chica más joven que tú que se da cuenta de que es lesbiana y se siente sola, aislada, repudiada...?

Hasta la edad de los 16 años (tengo 19) me consideré completamente heterosexual, sin duda alguna, no porque en realidad lo fuera sino porque ni siquiera se me había planteado en ningún momento de mi vida que existieran otro tipo de parejas. Como dije antes, nunca me había ni imaginado estar con nadie de otro género, me daba miedo pensarlo, vergüenza a mí misma incluso. Cuando empecé a conocer a mi actual novia, parecía que mi cabeza hacía nudos en los pensamientos haciéndome sentir más confusa y avergonzada. Fue entonces, cuando las cosas entre ella y yo fueron a más, que me denominé bisexual. Creo que lo hice porque me daba miedo desprenderme completamente del hecho de poder salir con hombres, ¿qué pensaría mi madre? ¿Cómo me miraría si se lo dijese? Al fin y al cabo, ser bisexual, me hacía mitad "pecadora", en vez de "pecadora" entera. Así que un mes después de empezar a salir con mi novia, después de mucho tiempo dándole vueltas y sin atreverme del todo, salí del armario con mis padres, les dije que salía con mi novia y que era bisexual. Hasta hace un año y medio o así no me di cuenta que en realidad no sentía atracción por los hombres, y en realidad jamás la había sentido, desde pequeña era así, mi mínima experiencia con ellos fue simple y nada excitante. Recuerdo el tiempo en que en el colegio, cuando era chiquitita, me gustaban niños de mi clase, por el simple hecho de que eran los niños que les gustaban a todas las demás, y porque en mi mente no tenía cabida más que eso, que los niños. Mi primera pareja ha sido y es una persona de mi mismo género, lo cual me ha ayudado a asimilar y aceptar mi sexualidad y a borrar de mi mente todo lo anterior, todo aquello que está mal visto por algunos. 

Hice vista atrás, al momento en el que salí del armario como bisexual en casa, y cuando llorando y riendo a la vez tras el peso que me quitaba de los hombros le preguntaba a mi madre, que lo había aceptado verdaderamente bien:

—¿Entonces, si fuera lesbiana sería diferente? 

Ella frunció las cejas dejando ver que sí que habría diferencia. Estaba claro. Si era bisexual seguía existiendo la posibilidad para ella de que trajera a casa algún día a algún hombre. Recordando eso, me he dicho a mí misma que debía callar el hecho de que era lesbiana. Bisexual en casa, lesbiana en la calle. Es algo que me dolía completamente porque odiaba hacer eso, por el resto de mis hermanes bisexuales, por mentir poniéndome como etiqueta una orientación sexual que no es la mía.

Ahora que han pasado los años me he atrevido a afirmarle a mi madre, que sí, que solo me gustan las mujeres y me he sentido fuerte. Creo que todes deberíamos sentirnos orgulloses del mínimo avance que hagamos en cuanto a este tema, porque incluso los pequeños pasos son grandes victorias.

·Has publicado un poemario. ¿Qué suponen para ti la escritura, la poesía, tanto en el terreno personal de tu día a día (que no deja de ser, también, político) como en forma de arma política para la lucha social?

La escritura ha sido desde siempre, para mí, una manera de evadirme, tanto leyéndola como escribiéndola. Ha sido/es mi salvavidas en mis peores momentos de salud mental, siendo una herramienta a la que acudir en momentos de crisis, un espejo en el que plasmar el dolor, una manera de dejar correr la sangre sin abrir ninguna herida. Me ha ayudado a liberarme en todos los sentidos de la palabra. He sido capaz de abrir mi mente y escribir sobre cosas que dan miedo y tienen mucho estigma en la sociedad, para así poder ser de ayuda a otras personas que estén pasando por lo mismo que yo y que necesiten esa palmadita en el hombro que susurre "yo te entiendo". También para dar voz a aquelles que no pueden ya gritar o que nunca han podido, como los animales no humanos, víctimas de LGTBfobia, de violencia de género....
Creo que desde siempre la literatura ha sido un modo de mostrar la cruda realidad de manera más suave pero ácida, para así abrir ojos y cerrar bocas. 

·En cuanto al susodicho poemario ¿qué puedes contarnos sobre este? ¿Qué nos dirías para convencernos de que queramos leerlo?

«Heridas con coágulos de rimas» es el poemario que el pasado otoño salió a la venta. Es un recopilatorio de algunos de los mejores poemas de mi blog y otros inéditos. Este poemario es un espejo de mi realidad, como persona con problemas de salud mental, entre otras cosas. Hay poemas de superación de TCA, poemas dedicados a mi yo oscuro, a mi maravillosa novia, del día a día siendo una persona con TLP, además de poemas feministas. Más que un poemario es una carta para conocer los lugares más recónditos de mi ser, para averiguar todo aquello que pienso pero que no me atrevo a decir. Son poemas duros pero a la vez llenos de superación —en cuanto a los que hablan de mi intento de recuperación de la anorexia—, también muy reales, en cuanto a los que hablan de mi vida teniendo TLP. 

Es un gran sueño que estoy viendo hecho realidad, el ver publicados mis versos, y me encantaría que me leyerais. Siempre he soñado con ser escritora. Esto es más de lo que creía poder alcanzar y no pienso rendirme. Espero que pronto pueda mostraros el nuevo poemario que acabo de terminar.

jueves, 5 de octubre de 2017

Entrevistando a la Resistencia: Victoria Darling, fundadora de Trans Ethics

     En la quinta entrega de la sección Entrevistando a la Resistencia, en que entrevisto a activistas, artistas y, en la mayoría de casos, ambas; os traigo una entrevista con Victoria Darling, mujerista, escritora y activista trans discapacitada (https://twitter.com/TransEthics).
      


     1. Cuando me di cuenta por primera vez de que era trans, no había ninguna palabra para ello disponible para mí. Tenía 5 años y sabía que era una chica. Algún programa del corazón que vi 4 años más tarde me hizo darme cuenta de que *podía* cambiar mi género, pero habiendo nacido como “el único hijo varón de mi padre” me daba cuenta de que tenía un papel que debía representar, así que no podía decir nada, aunque quería. En el colegio me acosaban por ser demasiado “femenina” o “gay” y eso me causó un gran trauma.
A veces pienso que habría sido mejor salir del armario entonces (esto era MUCHO antes de que se considerase que estaba “de moda”), porque dudo que mis años de adolescencia pudieran haber sido peores.
Lo que tiene ser gay (o sino ser acusada de ser gay) es que nunca me atrajeron verdaderamente los tíos. Sí, me he acostado con unos cuantos, pero nunca me sentí bien haciéndolo, incluso después de la transición. Siempre me he sentido más cómoda con Mujeres (tanto cis como trans) y cuando se trata de estar en una relación duradera, ciertamente prefiero a las mujeres.
Ser trans no cambió esto, pero recibo mucho odio de feministas tránsfobas que solo nos ven a las mujeres trans como “hombres con vestidos” y han mentido sobre mí y me han acusado de querer “ocupar espacios de mujeres” simplemente para acostarme con lesbianas. En realidad con la primera lesbiana con la que tuve sexo yo todavía no estaba fuera del armario, y nos acostamos simplemente para fastidiar a mi ex-novia.


2. Seleccioné el término ‘mujerista’ –que fue acuñado por Alice Walker- porque una gran parte del feminismo ha sido blanqueada y excluyente. Lo que llamo “Feminismo Blanco” se ha convertido en una herramienta del sistema porque las Mujeres Negras y Trans son a menudo excluidas y utilizadas como chivo expiatorio. Ser mujerista implica que me dedico a deconstruir el patriarcado para conseguir la igualdad de raza, género, credo, y religión de forma que todas podamos ser iguales. Para mí el Feminismo Blanco simplemente lucha por conseguir la igualdad obteniendo la aprobación de los hombres cis hetero blancos que están en el poder.


3. Creo que el principal problema con el activismo LGBTQI es –a pesar del acrónimo unificador- que no muchas personas verdaderamente abogan por los derechos de las personas trans. He visto muchas veces cómo la Gay S.A. ha dejado de lado a las personas trans a cambio de puntos políticos. Los derechos trans eran originalmente parte del movimiento por el Matrimonio Igualitario, pero se abandonaron como objetivo temprano a causa de “escaso apoyo por parte de la propia comunidad” (palabras de HRC). Adicionalmente, muchas feministas radicales lesbianas excluyen a las mujeres trans y los hombres gais cis son de los peores a la hora de utilizar a las personas trans para conseguir sus propios fines.
Además, hay un gran problema con el hecho de que las mujeres trans sean incapaces de perdonarse unas a otras por transgresiones. Como comunidad, nos medimos las unas a las otras según raseros imposiblemente elevados. Una acción mal representada o malinterpretada tiene el potencial para ser increíblemente devastadora. He visto a amigas mutuas destrozarse las unas a las otras en Twitter por ese tipo de temas. Yo también he sido víctima de este doble rasero. A veces va incluso más allá. He visto a personas inventarse mentiras que son rápidamente creídas por aquellos que no tienen acceso a todos los detalles, y eso destruye completamente el sistema de apoyos de alguien.
Esta no es la forma en que nosotras las mujeres trans deberíamos estar tratándonos las unas a las otras, pero sucede. He intentado con todas mis fuerzas expandir la idea de perdonarnos unas a otras en una comunidad que está demasiado desgarrada por la traición accidental o intencionada. Me entristece.
Siendo ese el caso, hemos logrado un masivo progreso en la lucha por los derechos igualitarios. Todo esto está ahora en peligro de destrucción bajo la Administración de Trump. Temo que si no podemos dejar nuestras diferencias atrás, los derechos de todas las personas LGBTQI se habrán rescindido para cuando Trump deje la Casa Blanca.

viernes, 22 de julio de 2016

Mujeres "masculinas"

Soy lesbiana, llevo el pelo corto “como un chico” y fui con traje “de hombre” a mi graduación del instituto.

En principio, a muchas esto no les hará levantar la ceja. Somos libres de llevar el peinado que nos plazca, de vestir como nos plazca y de hacer lo que nos plazca mientras no atentemos contra la libertad de nadie, dirán. ¿Qué importancia tienen tus elecciones personales mientras no le hagan daño a nadie?, me preguntarán. Algunas incluso me acusarán de pretender “llamar la atención” cuando escribo este artículo.
Y yo, sin embargo, me niego a dejar de escribirlo. Me niego a quitarles importancia a mis elecciones “personales” en un mundo en que, como dijo Kate Millett y no me cansaré de repetir, lo personal es político.

Cuando digo “lo personal es político” quiero decir que todas y cada una de mis elecciones “personales” vienen influenciadas, condicionadas, por una serie de expectativas y enseñanzas que la sociedad me ha impuesto o transmitido, según la presión que haya ejercido sobre mí en cada caso. Cuando digo “lo personal es político” quiero decir que la libertad es, como mucho, relativa en un sistema patriarcal que juzga en el mejor de los casos y se apropia directamente en el peor de ellos de los cuerpos de las mujeres.

Y nosotras, las mujeres arco iris en general y las lesbianas en particular, hemos crecido en un sistema que no sólo manda sobre nuestros cuerpos y nos obliga a odiarlos y controlarlos obsesivamente sino que impone sobre ellos unos cánones que van más allá de la delgadez impuesta o la blancura de la piel, por ejemplo. Nosotras sentimos más que nadie, más que ninguna otra mujer, la férrea atadura de los roles de género que se empeñan en encasillar nuestros cuerpos.
Porque la expresión de género de las mujeres no ha sido nunca de libre elección. El pelo largo, el maquillaje, los tacones, las faldas y los vestidos, el andar con ligereza y el sentarse con las piernas cerradas, la ausencia de vello facial y corporal… son múltiples las exigencias de una sociedad que construye lo que significa ser “mujer” basándose en falacias biológicas y lo traslada en forma de comentarios, publicidades, expectativas y representaciones sobre nuestros cuerpos.

Pero la expresión de género de las mujeres que, como dice Monique Wittig, no acabamos de ser mujeres es un tema todavía más peliagudo.
¿Que no acabamos de ser mujeres? ¿Desde cuándo amar a otra mujer te convierte a ti misma en menos mujer? Pues desde que “mujer” es una categoría cuya definición gira alrededor del hombre; desde que las mujeres, como la sociedad nos recuerda constantemente, existimos en un patriarcado para complacencia masculina.

Y si no somos mujeres del todo porque no cumplimos con los requisitos esperados de toda mujer, es decir, el existir por y para el hombre; ¿cómo hemos expresado históricamente esa ausencia de “mujeridad”? A través de una expresión de género que subvertía los cánones y jugaba con los roles como le placía.
Así, las lesbianas hemos sido tradicionalmente “masculinas” en un mundo que en el mejor de los casos evitaba y evita, y en el peor de ellos castigaba y castiga, la “masculinidad” en las mujeres. Nos hemos cortado o rapado el pelo; hemos vestido pantalones y hasta traje, corbata o pajarita; hemos engordado con menor preocupación (o la hemos disimulado); hemos cubierto nuestros pechos y dejado crecer el vello que florecía en nuestro cuerpo; e incluso hemos llevado calzoncillos.

Esta masculinidad no se ha expresado igual a través de las naciones, las razas o los géneros; así, por ejemplo, muchas lesbianas negras han visto cómo sus compañeras blancas las presuponían butch (palabra anglo que designa a las lesbianas “masculinas”) tan sólo por la menor feminidad asociada socialmente a su color de piel. Así, por ejemplo, muchas lesbianas trans han visto cómo se les exigía injustamente una mayor “feminidad” para compensar por ser, supuestamente, “menos” mujeres.
Pero si algo es cierto, si algo puede afirmarse, es que las mujeres en general y las lesbianas y otras chicas arco iris en particular hemos peleado por conquistar una expresión de género reservada a los hombres, una expresión de género caracterizada por una mayor comodidad y soltura habitando el propio cuerpo.

Es por eso que recordamos a mujeres como Lucía, la primera puertorriqueña en llevar pantalones. Es por eso que todavía hoy demuestra cierta rebeldía el llevar las axilas peludas o ir a la playa sin depilarse las piernas o las ingles. Es por eso que todavía hoy te arriesgas a recibir miradas de extrañeza o a ser directamente importunada si te pruebas ropa del departamento “de hombres” en las tiendas.
Por todo esto, para mí, cortarme el pelo “a lo chico” hace dos años y graduarme “vestida de hombre” hace uno supuso toda una pequeña victoria personal. Fue una muestra de orgullo para una chica que se lavaba todos los días la melena y se la echaba hacia atrás constantemente para vigilar su peinado, que no posaba de perfil ni se quitaba las gafas por encontrar que su nariz aguileña le daba un aire demasiado masculino a su cara, que no salía de casa con un solo pelo en el cuerpo, que adoraba las faldas y los estampados florales y el color rosa (y los sigue adorando, y demostrándolo en su vestimenta) y detestaba los chándales y las sudaderas.
No es que dejara de gustarme lo que ya me gustaba. No es que dejara de disgustarme lo que ya me disgustaba. Es que descubrí que, durante años, había habido algo más que mis gustos entre la masculinidad y yo; había existido, siempre, una presión social para ser lo más femenina posible.
Y, desde el momento en que me reconocí como lesbiana y empecé a salir del armario, esa obsesión con la feminidad impuesta se acentuó por no querer parecerme a esas “camioneras”, a esas “marimachos”. Recordaba con pavor como, en Primaria, nos metíamos con una compañera por jugar a fútbol y ser más “chicote”; veía cómo miraban los hombres y cómo desconfiaban las mujeres de las “bolleras” que no pasaban precisamente desapercibidas gracias a su expresión de género.
La culpa no era mía, desde luego. Yo solo intentaba desesperadamente seguir contando como mujer en un momento en que sentía, sin saberlo conscientemente, cómo mi orientación sexual chocaba inevitablemente con la definición tradicional de la “mujeridad”. Ya tenía bastante con aceptar esa nueva versión de mí misma como para darme de bruces encima con una imagen diferente en el espejo.

Pero pasaron los meses y el orgullo fue sustituyendo a la vergüenza. Pasaron los meses y conocí a algunas de esas “camioneras”, esas “marimachos”, y descubrí cuán maravillosas eran y cuánta valentía se advertía en la fidelidad que se tenían a sí mismas. También conocí lesbianas y bisexuales “femeninas” (femme, en inglés) y descubrí que no por seguir la norma nos acercábamos más a lo esperado de nosotras en cuánto a que nosotras nunca seríamos lo que se espera de una mujer y nuestra expresión de género no nos hacía, por tanto, menos lesbianas.
Así, llegó un día en que cada vez me importó menos alejarme del concepto preestablecido de mujer. Llegó un día en que me di cuenta de que yo no solo no conseguiría nunca, sino que tampoco quería, parecerme a esa mujer ideal que necesitaba el patriarcado para sobrevivir. Prefería ser una rebelde; prefería jugar con los roles de género, ponerme falda y tacones un día y zapatillas y pantalones otra, pintarme los labios puntualmente para ir a clase pero luego salir de fiesta “sin arreglar” (porque yo, compañeras, no necesito de ninguna pincelada de feminidad que me “arregle”; ni yo ni ninguna de nosotras).

Así, llegó un día en que dejé de avergonzarme de lo que era y empecé a apreciar la rica Historia de mujeres, “masculinas” o “femeninas” (y algunas, como yo, “masculinas” Y “femeninas”); que habían allanado el camino a las que veníamos después. Empecé a llevar esa Historia de valentía y orgullo, de resistencia ante un mundo que quiere aniquilarnos, impresa en la piel y envolviéndome como un aura de legitimidad llevara la ropa que llevara.

Hasta que un día, un chico me preguntó por qué me había cortado el pelo y yo no lo recordé que no era por ser lesbiana porque, sinceramente, un poco sí que era.

Y a mucha honra.

miércoles, 27 de abril de 2016

Elijo a la mujer

Adrienne Rich plantea el contínuum lesbiano como un árbol genealógico de mujeres que, rebelándose ante el patriarcado, cuidan unas de otras, crean alianzas y vínculos auténticos y duraderos, y se priorizan frente a los hombres en un patriarcado. Así, Adrienne Rich plantea la existencia de la lesbiana como un acto de rebeldía femenino, como una insurrección ante un sistema que nos quería y nos quiere compitiendo entre nosotras por la atención masculina y dedicando nuestra vida a conseguir esta, existiendo por y para los hombres hasta el fin de nuestros días.
Adrienne Rich define, por tanto, a la lesbiana como algo más que una mujer que ama y desea única y exclusivamente a otras mujeres; la redefine como una mujer que, en un patriarcado, elige (consciente o inconscientemente, condicionada por su biología o empujada por una voluntad racional) a otras mujeres en detrimento de los hombres.

No seré yo quien discuta aquí si la orientación sexual es una construcción social que desaparecería en un mundo libre de etiquetas o una preferencia que viene predeterminada genéticamente, por mucho que me incline a pensar lo primero. Tampoco seré yo quien invite a las buenas amigas heterosexuales a identificarse con una etiqueta de la que se han aprovechado para alzarse ante los hombres en detrimento de sus hermanas menos favorecidas, más oprimidas por la heterosexualidad obligatoria.

Sin embargo, como lesbiana, sí puedo decir que la lesbiandad (como me gusta llamarla, porque lesbianismo es, al fin y al cabo, un término ajeno; un término médico acuñado para tildar de patológica mi existencia) es para mí mucho más que una orientación sexual. Porque ha teñido mi forma de ver el mundo y de relacionarme con el resto de personas, y me ha hecho ser consciente de que la forma en que yo vivo (que no es más que una extensión de la forma en que yo amo, porque qué es vivir si no es una extensión del amor al mundo, al prójimo y a una misma) no me deja vivir tranquila en la sociedad en la que vivo.
Y, si la vida es una declaración de amor que respira, mi vida es amar a otras mujeres en un mundo de hombres que las oprimen sistemáticamente. Mi vida es amar a otras mujeres, que cohabitan conmigo las fronteras, los márgenes de un planeta masculino, de continentes masculinos, Estados masculinos, ciudades masculinas, oficinas masculinas, hogares masculinos. Mi vida es amar a otras mujeres, yo incluida, y amar es hablarles y hablarme a mí misma con sinceridad y afecto en un mundo que, por mujer, me manda callar y mantener cerrada esa misma boca con que me dirijo a nosotras. Mi vida es amar a otras mujeres, yo incluida, y amar es dedicarles y dedicarme las energías y los cuidados que debo reservar a los hombres; mi labor emocional, mis pañuelos para secar sus lágrimas, mi risa para ambientar las suyas, mis manos de mujer para sostener las suyas y apretarlas con fuerza en los momentos de flaqueza.

Por eso, yo me declaro doblemente lesbiana: porque amo y deseo a las mujeres y porque elijo a las mujeres. Si se puede ser lesbiana biológica y lesbiana política, yo no me conformo con ninguna de estas categorías: yo soy las dos al mismo tiempo. Porque me enamoro de mujeres, porque me excitan las mujeres, y porque, ante todo y ante todos, las priorizo en mi vida.

No porque no tenga amigos hombres. No porque no quiera a mi padre, a mis tíos o a mi abuelo. Sino porque, en un mundo en que son las mujeres mis compañeras de lucha, en un mundo en que ser mujer es mucho más que habitar un cuerpo (si es que existe realmente un único cuerpo de mujer), ser mujer significa ser mi hermana de una forma en que ningún hombre podrá serlo jamás. Porque lo que significa ser mujer en este mundo, lo aprendido por las mujeres (la empatía, el cariño, la mediación, los cuidados), que no intrínseco en ellas ni ausente del todo en los hombres, es lo que me aporta realmente; mientras que lo que significa ser hombre, lo aprendido por los hombres (el poder, la dominación, la agresividad, el egocentrismo) me destruye.

Y amo a mis amigas de una forma lesbiana porque, sin ser mis amantes, se me queda corta la palabra amiga; porque he aprendido que las amigas son secundarias, porque he aprendido a priorizar a mi novio, a mi marido, ante mis amigas. Porque cuando empieza la relación, dejas de verlas.
Y por vitales y cruciales que sean para mí mis relaciones amorosas y sexuales con otras mujeres, por muy revolucionarias que me resulten en un mundo que las prohíbe y estigmatiza y acalla, no lo son menos mis relaciones con mis amigas. Porque mis relaciones con mis amigas no son meras amistades; son lo que el feminismo ha bautizado sororidad. Hermandad entre mujeres, “fraternidad” femenina y feminista.

Porque mis relaciones con mis amigas rompen las barreras impuestas al afecto no reproductivo ni heteronormativo cuando nos besamos en exceso, en la boca incluso, o bromeamos abiertamente sobre la posibilidad de acostarnos. Porque mis relaciones con mis amigas rompen con el aislamiento impuesto a la mujer, primero en el hogar paternal gobernado por el padre y después en el conyugal gobernado por el marido, al permitirnos construir una comunidad de mujeres, hecha por y para mujeres, cuando todas se conocen entre ellas. Porque mis relaciones con mis amigas rompen con el androcentrismo, que nos enseña a vivir la subjetividad masculina como la única objetividad y a medir nuestros sentimientos y experiencias mediante herramientas fabricadas por y para hombres: mis relaciones con mis amigas se verbalizan mediante palabras como ternura, solidaridad y apoyo mutuo y cómo no, los ya mencionados, los siempre presentes cuidados. Palabras muy poco masculinas.

Palabras muy lesbianas.

Porque mi lesbiandad y mi amistad son conceptos interrelacionados. Porque no existen la una sin la otra. Porque también mi novia es, antes que ninguna otra cosa, mi amiga; porque también respeto a mis compañeras sexuales y las cuido como a mis amigas. Porque no concibo las relaciones según un eje de dominación-sumisión, porque no concibo los intercambios totalmente altruistas de compañía, consejos, afecto, placer, sexo… con cualquier mujer de mi vida como procesos de compra-venta en que abundan los chantajes y las triquiñuelas.

Porque yo, al final del día, no sería la misma lesbiana en un mundo en que ser mujer significara una cosa distinta de la que significa, en un mundo en que yo misma no hubiera crecido como mujer en un mundo de hombres. Quizás seguiría siendo lesbiana, no puedo saberlo, pero mi lesbiandad sería entonces una característica más de mi currículum vitae y no uno de los ejes alrededor de los cuales giro mientras vivo.
Porque enamorarme de mujeres y no de hombres me ha enseñado a querer más a mis amigas y querer a mis amigas me ha enseñado a cuidar tanto a mis parejas como a mis amantes. Porque ha sido el amor de mi madre el que me ha enseñado a amar, como mujer, a otras mujeres desde el principio de mi vida.

Porque, si bien creo que ser lesbiana es algo más que una opción disponible para cualquier mujer que cuide de sus hermanas, sí creo que cuidar de tus hermanas y entenderlas como hermanas antes que objetivos amorosos o sexuales constituye una parte considerable de lo que significa para mí ser lesbiana en este mundo.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Me levanto sabiendo que me espera un mundo que no es para mí, recital a distancia

Dado que os gustó mi recital de Esto es por las enfermas mentales, os traigo ahora en voz alta un texto lleno de inconformismo (unos dirán que es bueno, otras que es malo, a mí me parece necesario para avanzar) que refleja mis emociones ante este mundo y mi realidad como lesbiana y mujer arco iris. Espero que os llegue tanto como a mí el grabarlo.

http://www.goear.com/listen/cd0bac0/me-levanto-sabiendo-que-me-espera-un-mundo-que-no-es-mi-sol

sábado, 21 de noviembre de 2015

El mundo no es nuestro, pero salimos a la conquista

Las calles no son nuestras. Las calles son vuestras y las infestáis de miedo y vergüenza.

Estoy hasta el coño de no poder andar de la mano de otra mujer sin escuchar a gritos vuestra lesbofobia. Estoy hasta el coño de no poder besar a otra mujer sin que ancianos nos sigan como quien se cambia de fila en un cine porno. Estoy hasta el coño de no poder despedirme en el metro de otra mujer sin que un señor se queje de la indecencia de los jóvenes. Estoy hasta el coño de que vuestras miradas nos taladren, vuestras palabras nos asusten y seamos siempre nosotras las que acabamos apretando el paso para huir de vuestros juicios y prejuicios. Mis amigas están nerviosas porque no saben qué ponerse para su cita; yo estoy nerviosa porque no sé qué nos pasará si nos cogemos públicamente de la mano. Cuidado, tenemos suficiente rabia acumulada como para prenderles fuego a las calles que hace tanto que nos robasteis.

Los colegios no son nuestros. Los colegios son vuestros y los infestáis de odio y soledad.

Me odio a mí misma por haber mantenido la mirada baja en los vestuarios por miedo a que me pillaran mirando a otra chica, porque las bolleras dan igual en el patio pero dan asco entre nosotras. Me odio a mí misma por no haber respondido cada vez que alguien usaba “maricón” como insulto. Me odio a mí misma por no haber callado cada boca que reía ante la palabra “travesti” como si la mera existencia de mis hermanas trans fuera un chiste de sangriento desenlace. Me odio a mí misma por no poder rescatar a las miles de niñas que acuden a las aulas cada día como quien pone un pie en el purgatorio, que temen los pasillos de sus institutos como los ciervos temen la veda abierta de caza y miran suplicantes a profesoras que no son más que abogadas del diablo. Me odio a mí misma porque hay días que odiar este mundo que sacrifica a sus pequeñas por ser diferentes es demasiado agotador y es más fácil dirigir mi rabia hacia mi reflejo en el espejo por no poder pararlos.

Los hogares no son nuestros. Los hogares son vuestros y los infestáis de orfandad y rechazo.

Cuando salgo del armario con mis padres lloro de alivio porque ni tan siquiera sabía qué pensaban ellos de las lesbianas; nunca había oído esa palabra dicha en voz alta en mi casa. Me tengo que considerar afortunada porque no me bastan los dedos de las manos para contar las amigas que tengo que lloran de desesperanza, de abandono, lágrimas pesimistas avistando un futuro sin padres que te quieran como eres. Una madre que necesita días para asumirlo es un buen pronóstico porque hay otras que no lo lograrán nunca. La posibilidad de que las echen de casa es algo a barajar; menos mal que nosotras hemos aprendido a hacer hogares de los brazos de nuestras hermanas. Mi mejor amiga es bisexual y sus padres me siguen queriendo tal como soy pero no son capaces de hacer lo mismo con ella, porque una cosa es que el pecado camine por nuestras calles y otra muy distinta que viva en nuestras casas. Mi otra mejor amiga es bisexual y si sus padres ya no aprueban el lesbianismo a saber qué piensan de la bisexualidad, si eso es solo vicio. A los 15 años me duermo llorando porque a un amigo de un amigo su padre lo apalea por ser maricón. A los 17 me duermo con pena porque tengo amigas a las que sus padres intentan constantemente convencer de que sus religiones no son compatibles con los siete colores del arco iris de sus almas.

Nada es nuestro. Quiero chillarles que hay días que me dan igual los matrimonios y las banderas colgando de sus ayuntamientos mientras nos sigan dando el suicidio a cucharadas con los cuentos de príncipes y princesas que nunca, nunca se enamoran de sus doncellas. Quiero chillarles que hay días que me dan igual los Orgullos; no tienes tiempo para enorgullecerte cuando te paraliza el miedo al pervertido que os sigue por la calle. Por no ser, no son mías ni mis manos cuando aprietan las de ella para recordarle que aunque sus ojos y palabras se claven en nosotras, en nuestros cuerpos y traseros, estamos juntas en esto. Por no ser, no es mía ni mi boca cuando besarla es el comienzo de un interrogatorio sobre cómo follamos las lesbianas. Porque es impensable que se produzca un orgasmo en ausencia de un pene, porque es impensable que una de nosotras sí tenga pene, porque es impensable que pueda querer a otra mujer para algo más que follar. 

¿Acaso vosotros solo las queréis para follar y por eso estáis tan desesperados por saber cómo “nos las arreglamos” para hacerlo?

Pero como leí hace poco, “Que este mundo no esté construido para nosotras no quiere decir que no sea nuestro para conquistarlo”.

¿Que no tenemos nada? Mentira, tenemos un mundo entero que conquistar. Cogidas de la mano, con tanta fuerza que a veces pienso que somos una, que bebes de mi boca y yo me pierdo en la tuya. Que se queden con sus medias naranjas, que igual que no necesitamos su aprobación para besarnos, no necesitamos sus metáforas de posesión para hablar de amor. Nosotras somos naranjas enteras, lirios entrelazados floreciendo, la verdadera revolución del amor y del sexo.


Nunca ha habido una revolución tan romántica. Nunca nadie nos ha podido parar. Llevamos tantos siglos como siglos vamos a durar.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Me levanto sabiendo que me espera un mundo que no es para mí

Me levanto sabiendo que me espera un mundo que no es para mí. Un mundo que no tiene suficiente espacio para mí. Un mundo que me obliga a empequeñecer y a callar porque mi voz, esta voz con la que nací que grita y llora y susurra y explica, es demasiado molesta. Un mundo que prefiere taparse los oídos a escucharme, mirar hacia otro lado a verme.

Me levanto sabiendo que me espera un mundo que me miente. Un mundo que me dice que sí, que me acepta y me quiere en su seno, que tengo derechos y soy digna de un nombre y una vida a mi altura. Un mundo que me cuenta un cuento tan bonito mientras cuchichea historias de miedo al oído de las niñas que son como yo. ¿No es consciente acaso de que los monstruos de sus fábulas también son como yo?

Me levanto sabiendo que me espera un mundo que tan sólo me tolera. Un mundo que ha asumido que existo y que molesto pero que hace todo lo posible porque no haya más como yo aquí. Me levanto y se me rompe el corazón, ya a primera hora del día, por todas las niñas que crecen intentando encajar en un mundo que nunca se construyó para ellas. Por todas las niñas que se arrancan partes de sí, que destiñen porque los colores del arco iris son demasiado brillantes para este mundo en blanco y negro.

Me levanto sabiendo que este mundo que se ofrece a mantenerme viva es el mismo que intenta matarme mientras duermo. Me levanto sabiendo que este mundo en que puedo casarme es el mismo mundo que se resiste a dar asilo a una refugiada lesbiana perseguida en Camerún. Me levanto sabiendo que este mundo en que es ilegal perseguirme por ser como soy es el mismo mundo en que quinceañeras se desangran con sus propias manos por ser como soy, porque nadie les ha dicho que sí, se puede ser así, porque no hay nadie en los colegios y las casas y los clubes que les explique que siendo así se puede llegar a adulta. Porque ya no existe la homofobia pero sí los padres homófobos, al parecer, y la ley se queda a las puertas de casa. Y del instituto. No sé cómo les extraña que acabemos dándonos a la bebida.

Me levanto sabiendo que este mundo en que dos hombres ya pueden andar de la mano es un mundo en que lo que yo soy cuando ando de la mano de otra mujer no es más que un fetiche, una categoría de página web pornográfica, un nuevo juguete para su consumo. En que sus manos y sus palabras recorren mis pechos y mi trasero en busca de los rastros que han dejado otras mujeres.

Me levanto sabiendo que este mundo en que ya es ilegal intentar curarme en una clínica es el mismo mundo en que hay hombres arreglándoselas para creer que pueden arreglarnos de un polvo. Me levanto sabiendo que lo hago en un mundo en que ha sido necesario acuñar la expresión “violación correctiva”. Me levanto sabiendo que este mundo en que lo que yo soy ya no necesita de medicinas es el mismo mundo en que mis hermanas trans pasan años en las manos de psiquiatras solo por existir de la forma en que lo hacen. Me levanto sabiendo que este mundo que es peligroso para mí es directamente mortífero para mis hermanas bisexuales, que les roba la salud y el sexo y la vida poco a poco pero de forma certera.

Me levanto recordando a todas las muertas que murieron porque yo pueda vivir como vivo. Me levanto recordando un tiempo en que las mujeres como yo ardían en la hoguera por penetrarse unas a otras mediante objetos fálicos, en que se aplicaba la castración química a los hombres como yo. Me levanto sabiendo que aunque yo jamás contraiga el SIDA seguiré estrechamente ligada a la historia de esta enfermedad a la que arrojaron a tantos de mis hermanos. Me levanto sabiendo que a la revolución de Stonewall le debo poder tomar la mano de una mujer sin miedo a la policía (a mí se me permite temer tan solo al resto de personas que nos rodeen).

Me levanto con la cabeza llena de recuerdos, así como de sueños de un futuro distinto. Me levanto orgullosa, que no agradecida, por todo el terreno que les hemos ganado; no les voy a dar las gracias por regalarnos nada porque nada nos han regalado, todo lo que tenemos se lo hemos arrebatado luchando. Me levanto orgullosa y sin embargo no tengo suficiente. No creo que nunca vaya a tener suficiente, tendría que vivir más tiempo para poder estar conforme con algo.

Porque enorgullecernos del mundo que hemos conquistado no puede cegarnos a la realidad de que sigue sin ser un mundo construido por y para nosotras. Tenemos que levantarnos todas las mañanas y ser conscientes de que esto no se ha acabado, de que ni siquiera ha empezado, de que nuestras niñas se odian y sus padres alimentan ese odio a base de comentarios bienintencionados y silencios cómplices. De que los colegios son pastos en cacerías y las calles terrenos hostiles.

Me levanto en un mundo que es un poco más mío que ayer, anteayer y hace dos siglos pero que sigue sin ser por y para mí. Me levanto sabiendo que ya he llorado suficiente y si mi voz molesta es por algo.

Me levanto lamentando todas las lágrimas que he llorado por ser como soy. Me levanto orgullosa de que la rabia contra mí misma se haya convertido en rabia contra este mundo que no es para mí.


Me levanto jurándome que no me voy a conformar con un alto al fuego. Que pienso luchar hasta ganar esta guerra.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Carta a las Lesbianas Primerizas

Crecer y darte cuenta de que no eres lo que te han educado para ser es complicado. Crecer y darte cuenta de que no sabes nada de lo que eres lo es todavía más.
Esto es exactamente lo que implica el darse cuenta de que una es lesbiana, por norma general. De repente, un día, brota la chispa de la duda; ¿y si me gustan las chicas? Y revisas tus recuerdos, y vas viviendo nuevas experiencias, y llega un momento en que la realidad es innegable: te gustan las chicas. Y sólo las chicas.

No eres heterosexual. Tus historias de amor, si es que las lesbianas viven historias de amor de las de toda la vida, no se parecerán nunca a nada de lo que has leído en los libros, visto en las series y las películas. Nunca tendrás un beso de los que se proyectan en los finales felices en el cine. Nunca tendrás una boda como la de tu madre, tus abuelas y probablemente todas los que vinieron antes. Ni siquiera sabes si podrás tener hijas.

Darte cuenta, más rápido o más despacio, más pronto o más tarde, de que eres lesbiana implica encontrarte perdida en medio del mar cuando esperabas atracar en una orilla conocida. Implica quedarte sin muelle ni puerto. Implica no saber quién eres ni qué será de ti.
Porque no se trata solo de que las parejas del mismo sexo no aparezcan en la cultura, en los medios, en la educación, en las charlas cotidianas, en el día a día como lo hacen las heterosexuales. No se trata solo de que no eres quien creías que eras.

Se trata, también, de que lo que tú eres no existe a los ojos de la sociedad; las lesbianas 
somos, lo hemos sido siempre, invisibles.

Leed la página de Wikipedia sobre homosexualidad en España. Leed libros. Leed noticiarios arco iris. Los hombres gais llenan los titulares; se sabe qué son, se sabe que se quieren, se sabe cómo follan y se sabe cómo se les trata. Nadie piensa que dos hombres que se dan la mano sean amigos platónicos. Nadie acosa sexualmente a dos hombres que se dan la mano porque nadie sexualiza para su consumo propio a dos hombres que se dan la mano.
Pero el amor entre mujeres ha sido invisible a lo largo de la Historia. Dado que nuestros escarceos sexuales estaban permitidos por servir al placer masculino, se ha hecho la vista gorda hacia estos mientras no implicaran la penetración mediante objetos fálicos. Dado que el amor entre mujeres era tan fácil de confundir con una tierna amistad, todavía se discute si los antiguos “matrimonios de Boston” entre mujeres no serían vínculos meramente platónicos libres de un componente romántico y sexual.

No tenemos personajes históricos. No tenemos referentes.

Pero sí nos tenemos las unas a las otras. Tenemos, si ahondamos en la Historia, la confirmación de que las lesbianas (o, como mínimo, las mujeres que amaban a otras mujeres) hemos existido siempre; tenemos a nuestro alrededor, seamos o no conscientes de ello, a otras muchas mujeres que aman a mujeres hoy en día.

Cuando yo empecé a plantearme que era lesbiana, tenía 11 años. Ni siquiera hacía mucho tiempo que había descubierto el significado de esa palabra. Nunca había visto a dos chicas besarse. No tenía ni idea de si el amor entre dos mujeres era posible, factible, de si una historia así podía acabar bien. Tenía una imagen heterosexual de cómo sería mi primera relación, mi primera vez, mi futuro al lado de alguien (si es que encontraba a este alguien).
El proceso de ir aceptando mi sexualidad duró hasta los 15 y fue duro, pero eso no viene a cuento ahora mismo. A los 15 años empecé a salir del armario con mi familia y amigas y no tenía ninguna amiga lesbiana ni bisexual que viviera en la misma ciudad que yo; seguía sin haber visto a dos chicas besarse, nunca; todo lo que conocía era el mundo de los hombres gais. De hecho, recuerdo con claridad cómo ver a dos chicos cogidos de la mano me producía ternura y aceptaba con naturalidad el sexo anal en las historias de mis amigos, pero me avergonzaba de mí misma cuando me pillaba mirando a otra chica.
Salir del armario es un proceso catatónico, emotivo, que en mi caso fue afortunadamente positivo al cien por cien. Sin embargo, tenía mis dudas, tenía mis miedos, y por eso ahora estoy escribiendo lo que me gustaría haber leído o escuchado en alguno de los años entre mis 11 y mis 15. Cuando me daba cuenta de quién era yo sin saber bien quiénes eran esas que eran como yo.

A las niñas, jóvenes y no tan jóvenes que desean salir del armario, con ellas mismas o con los demás, como lesbianas os escribo esta carta.

No hay un límite de tiempo para salir del armario. Nunca eres demasiado joven para salir

del armario porque salir del armario no implica grabar en piedra tu identidad para toda la vida; puedes volver a salir del armario, puedes cambiar de idea, puedes identificarte con la etiqueta que quieras mientras tú estés cómoda porque tu identidad es, ante todo, tuya.
Nunca eres, tampoco, demasiado mayor para salir del armario; ha habido lesbianas que vivían toda su vida al lado de hombres, que se casaban, que tenían hijos y a los 40 años o incluso después salían del armario. Digan lo que digan las demás, tengas la edad que tengas, solo tú puedes determinar si es el momento correcto para salir del armario.

No hay, tampoco, un currículum de lesbiana necesario para salir del armario. Da igual que no hayas tenido tu primer beso, ni con una chica ni con nadie; da igual que seas virgen; da igual que nunca hayas tenido novia. Si eres joven, es normal que todavía no hayas encontrado a nadie; y, tengas la edad que tengas, es normal que todavía no hayas encontrado a alguien que te guste, que sea como tú y a quien encima le gustes tú también. Yo salí del armario antes de mi primer beso, y no pasó nada.
Y, si es al revés, si has estado casada con un hombre muchos años, si eras la que cambiaba de novio como de bragas en el instituto o estabas convencida de que lo amabas; también es igual de válida tu orientación sexual. Experimentar, confundirse, cambiar de idea son fases totalmente válidas de la vida en general y de la adolescencia en particular. En tu caso, además, te has visto condicionada por una sociedad y una cultura para la que lo que tú eres prácticamente no existe; y, cuando existe, es como mono de feria, como pecado, como producto de consumo masculino.

Recuerda: ser lesbiana es algo que gira alrededor de quien tú eres realmente, no de con quién sales o con quién te acuestas.

Por otro lado, salir del armario no equivale en absoluto a meterse de cabeza en el mundo lésbico. Dependiendo de cuán grande y moderna sea la ciudad donde vives, del ambiente lésbico que haya y de las personas de las que te rodees, vivirás unas experiencias u otras. Tu vida no tiene por qué ser como tu serie favorita de lesbianas. No necesitas una ristra de ex novias, ni haberte enrollado con todas tus amigas bolleras, para validar tu orientación sexual.
Ser lesbiana es algo mucho más solitario de lo que nos cuentan, y aunque serás afortunada (y deberías intentarlo si tienes esa posibilidad) si te rodeas de amigas bisexuales y lesbianas y tienes lugares a tu alcance donde socializar y ligar, las relaciones a distancia, la soltería y las citas a través de aplicaciones informáticas para conocer a otras chicas como tú son lo más normal del mundo. No te avergüences.

Haber salido del armario no implica tampoco que a partir de ahora tengas que llevar escrita en la frente tu orientación sexual. No necesitas cambiar tu forma de vestir, tu peinado ni tu forma de andar (hasta tan lejos llegan los estereotipos) para ser una lesbiana más convincente; cualquier otra chica que dude de tu identidad porque lleves el pelo más largo, te gusten las faldas y seas más típicamente “femenina” es una chica que no vale la pena. Las lesbianas femme han participado de la sociedad y la cultura lésbicas desde los inicios de estas.
Pero si es al revés, si estar orgullosa de lo que eres te lleva a querer seguir la estética que ha sido nuestra desde siempre (la de las butches y las tomboys alrededor del mundo), o si sencillamente lo que te gusta es ser más típicamente “masculina”: a por ello. La cabeza rapada, las camisas de cuadros o los calzoncillos no son patrimonio exclusivo de los hombres. Tu vestimenta o tu forma de ser no te hacen menos mujer porque ser mujer es mucho más que una vestimenta o una forma de ser.
Y tampoco estás “cayendo en el estereotipo”; el estereotipo lo han creado las personas heterosexuales para identificarnos con mayor facilidad y poder tacharnos de lo que sea que nos tachen los homófobos, y tú eres libre de moverte dentro y fuera de él sin perpetuar nada.

Sin embargo, nada de lo que he dicho antes es tan importante como lo que voy a decir
ahora: no te sientas en absoluto obligada a salir del armario. Salir del armario no es el deber de nadie que no sea heterosexual; esta idea perpetúa el tópico homófobo de que somos infiltradas, de que somos nosotras las que nos ocultamos y no la sociedad la que nos etiqueta a la fuerza y presupone erróneamente lo que somos.
Tenemos como sociedad el deber de acabar con la heteronorma, de que algún día futuro salir del armario ya no sea necesario porque no exista ningún armario (porque, como dice Denise Frohman, el salón será por fin un espacio compartido y dejaremos de sentirnos como invitadas en nuestra propia casa).
Por supuesto, mientras tanto es perfectamente lógico que desees salir del armario, vivir sin mentiras o medias verdades, ser abiertamente quien tú eres. Pero lo que intento decir es que no es un proceso que debas acelerar porque tus amigas te presionen para hacerlo, porque sientas que engañas a los demás o porque te amenacen con contarlo ellos por ti si no lo haces (sí, hay gente que hace esto).
Salir del armario puede ser muy liberador para ti, puede mejorar tu calidad de vida y tu salud mental, pero también puede conllevar muchos peligros: el rechazo familiar, la reticencia de las amigas y, en casos extremos, que te echen de casa o te acosen en tu centro de estudios.



Por eso, salir del armario tiene que ser algo que hagas, tras sopesar los posibles pros y contras, porque es lo que tú y sólo tú quieres hacer ahora mismo.

Eres lesbiana. O bisexual. O trans. O pansexual. O queer. Eres una chica arco iris. Las mujeres y las chicas como tú hemos existido siempre, existimos ahora, al mismo tiempo que tú y en los mismos lugares, y seguiremos existiendo siempre. Nos amamos las unas a las otras, cuidamos de las nuevas generaciones y serviremos de modelo para las futuras. Tenemos una historia, aunque haga falta rebuscar entre los secretos de la oficialidad para dar con ella. Tenemos un pasado, duro, de ilegalidad, de violencia y de estigma, pero también de amor, sororidad y lucha. Parecemos invisibles pero en realidad llevamos los siete colores del arco iris tatuados y nos reconoceremos las unas a las otras vayamos donde vayamos.

No estamos solas. No estás sola, aunque así te sientas. Miles de mujeres como tú, alrededor del mundo, ahora y siempre, estamos contigo.