martes, 9 de febrero de 2016

Mujeres, comida y revolución

La anorexia, la bulimia, los trastornos alimenticios no son casos aislados. No son tragedias de una sola paciente, ni de unas pocas tampoco. No son enfermedades mentales; porque son mucho más: son enfermedades sociales.

Y afirmo esto sin dudar ni un segundo.

Porque ahondando en la web descubro que el 65% de las mujeres estadounidenses tienen problemas con la comida.

Y lo peor es que este dato no me sorprende: tan solo me proporciona una estadística con que respaldar algo que yo sabía, que es que casi todas las mujeres tenemos problemas con la comida.

¿Cómo no tener problemas con la comida cuando esta va intrínsecamente ligada a conceptos como el de belleza, disciplina y fuerza de voluntad? ¿Cómo no tener problemas con la comida cuando las revistas de mujeres están repletas de fotografías de modelos de cuerpos irreales, actrices retocadas y trucos para perder peso en un tiempo exprés

¿Cómo no tener problemas con la comida cuando, como leí una vez, les repetimos a las niñas tantas veces lo guapas que eran que acabaron creyendo que no podían llegar a ser nada más?

Pero continuemos.

El 67% de las mujeres estadounidenses están intentando perder peso.
Más de la mitad de estas mujeres no necesitan perder ese peso.

El 37% de mujeres estadounidenses se saltan comidas regularmente para perder peso.

El 39% de las mujeres estadounidenses dicen que su preocupación por la comida y el peso interfieren con su felicidad.

Y si no sois mujeres, probablemente os preguntaréis ¿de dónde salen estos datos? ¿Dónde están esas mujeres infelices por su peso, incapaces de comer con normalidad, que se saltan comidas para adelgazar? ¿Si más de la mitad de las mujeres tiene problemas con la comida, eso quiere decir que mi novia, mi madre, mi hermana, mi hija y mis amigas tienen problemas con la comida?

Y yo os respondo: sí. Y para ser más franca, os contaré una historia. Una historia que no es personal, que es colectiva: la historia de todas las niñas que crecimos con miedo de nuestro reflejo en el espejo, metiendo barriga y temiendo el número que mostrara la báscula. La historia de todas las niñas que crecimos haciendo malabares con la comida.

A los 11 años, decido dejar de ir a la playa y la piscina porque juzgo que no tengo suficiente pecho como para llenar un bikini.

A los 12 años, soy incapaz de ir a comprar sujetadores sin echarme a llorar. Relleno el mío de papel higiénico y rezo porque no se note.

A los 13 años, meto barriga cuando llevo traje de baño intentando parecer más delgada y, por ende, más bonita.

A los 14 años, mis amigas se quejan de lo gordas que están cuando pesan incluso menos que yo.

A los 14 años, “gorda” o “fea” es lo peor que se me puede llamar siendo chica. Todas temblamos de miedo al oír esas palabras utilizadas como insultos y ni siquiera se nos pasa por la cabeza la posibilidad de que no tienen por qué serlo.

A los 14 años, una de mis mejores amigas tiene que convencerme para ir a una excursión del instituto porque no me atrevo a mostrarme en bikini delante de mis compañeros.

A los 14 años, soy yo la que tengo que convencer a una de mis mejores amigas para que se bañe en la piscina de un campamento porque le da vergüenza que le vean las mollas.

A los 14 años, la madre de acogida de una familia de intercambio inglés nos cuenta que a los 17 años perdió a casi todas sus amigas. Murieron de anorexia. Ella sobrevivió para contarlo.

A los 14 años, el chico que me gusta del campamento le dice a mi prima que no hablará conmigo porque soy fea. Me duermo llorando.

A los 16 años, tengo que amenazar a una amiga con chivarme a sus padres si no deja de vomitar porque está empezando a escupir sangre.

A los 16 años, la hermana pequeña de 13 años de mi novia ya ha estado internada antes por anorexia. Mi novia no se atreve a comer en público porque está gorda.

A los 16 años, dejo de ir a clase y están a punto de suspenderme la evaluación porque no me siento lo suficientemente guapa como para salir de casa. Mi psicóloga lo llama “episodio obsesivo-compulsivo”. Yo me pregunto si no me he limitado a llevar al extremo una obsesión que todas compartimos.

A los 17 años, mi ex novia se echa a llorar yendo de compras porque no encuentra tallas que le sirvan a su cuerpo.

A los 17 años, vuelven a internar a la hermana pequeña de mi ex novia por anorexia.

A los 17 años, mi hermana de 13 años me cuenta que una de sus amigas de verano vomita lo que come para adelgazar.

A los 17 años, pienso que ya que no puedo ser guapa, al menos estaré delgada. Por suerte, no aguanto más que unos días sin comer más que una manzana y un zumo al día.

A los 17 años, una de mis mejores amigas me confiesa que vomita lo que come.

A los 17 años, me cuentan que la ex novia de una amiga común follaba con camiseta para que no le vieran la tripa.

A los 17 años, una amiga de verano se descarga una aplicación para calcular cada caloría de cada gramo que ingiere en la comida.

A los 17 años, una amiga me pasa a mí la bolsa de Cheetos porque le da vergüenza que un grupo de chicos desconocidos la vea comer “comida de gorda”.

A los 17 años, una de mis mejores amigas me cuenta que fue anoréxica y la internaron por dejar de comer. A veces aún se le olvida hacerlo.

A los 17 años, me enamoro de otra chica. Ya ni siquiera me sorprendo cuando me cuenta que solía vomitar lo que comía.

A los 17 años, desconocidas acuden a mí en Twitter para pedirme ayuda para volver a comer. Para pedirme ayuda porque su novia, su hermana, su amiga se auto-lesiona porque no se quiere y ha dejado de comer.

A los 18 años, leo en Twitter que una amiga tiene ganas de “volver a meterse los dedos” porque ha salido de compras y las tallas no le estaban.

A los 18 años, empiezo a conocer a otra chica. Ya ni siquiera me sorprendo cuando me cuenta que tuvo problemas con la comida. Es el pan mío de cada día. El pan nuestro de cada día.

A los 18 años, hablo sobre acoso escolar porque un niño se ha suicidado y me llegan historias de niñas martirizadas por “gordas”.

A los 18 años, empiezo a conocer a otra chica. Ya ni siquiera me sorprendo cuando me cuenta que tuvo un trastorno alimenticio. Es el pan mío de cada día. El pan nuestro de cada día.

A los 18 años, estoy cansada. Me levanto todos los días en un mundo en el que tengo miedo de que las mujeres a las que quiero dejen de comer.

A los 18 años, estoy cansada. Me levanto todos los días en un mundo en el que mujeres mueren por impedirse a sí mismas comer.

A los 18 años, estoy cansada. Estoy acostumbrada a odiar mi cuerpo; es una costumbre que he heredado de las mujeres de mi familia, que he pulido con mis amigas.

A los 18 años, estoy cansada. Temo no decirle lo suficiente a mi pareja cuánto adoro su cuerpo, con cada centímetro de grasa, por si acaso cree no ser suficiente.

A los 18 años, estoy cansada. Me sé de memoria los trucos para adelgazar. Mis amigas vomitan con demasiada facilidad cuando beben, es la costumbre.

A los 18 años, estoy cansada. Soy la rara de mis amigas porque nunca he probado a hacer dieta.

A los 18 años, estoy cansada. No me parezco a ninguna de las modelos de anuncios y carteles. Todas tienen más curvas que yo y, gracias al quirófano, logran combinarlas con un vacío en la barriga.

A los 18 años, estoy cansada. Pretenden que miles de mujeres que pesamos más que las modelos nos conformemos con 3 o 4 iconos de “tallas grandes” en la tele.

A los 18 años, estoy cansada.

A los 18 años, mi madre me pregunta por qué soy tan radical y estoy tan enfadada con el mundo. Ese mismo mundo que ha intentado matarnos de hambre. Me pregunto cómo no estarlo.

Pero a los 18 años, algo cambia. Es gracias a un trabajo interno que me ha llevado años; le ha costado dinero a mis padres, tiempo y paciencia a mi terapeuta, muchísima fuerza a mí misma. Pero ya no me odio.

Ir de compras ya no es una tortura, es una diversión. Si lloro, será de la risa probándonos ropa extravagante.

Me atrevo por fin a ponerme sujetadores sin relleno ni push-up. Fotografío mis pechos y en los buenos días, me gusta lo que veo; en los mejores, me da igual porque sé que soy mucho más que eso.

Mi ex novia, ahora una de mis mejores amigas, se atreve por fin a llevar camisetas cortas estando gorda.

Mi novia y mis amigas vuelven, poco a poco, a comer. Yo ya no dejo de hacerlo.

La hermana con anorexia de mi ex novia sigue viva. Se está recuperando.

Mi mejor amiga ya no ha vuelto a vomitar la comida.

A los 18 años, en el colectivo feminista en el que estoy empapelamos Valencia de pegatinas contra el canon de belleza. La campaña se extiende por todo el país, llega a los miedos e incluso traspasa nuestras fronteras.

A los 18 años, somos tendencia nacional escribiendo en Twitter sobre cómo somos más que nuestra talla.

A los 18 años, me preguntan en una entrevista por qué hemos empapelado ciudades contra el canon de belleza. Yo me pregunto cómo no íbamos a hacerlo. No recuerdo qué respondo, pero lo llamo contraataque por dentro.

A los 18 años, mi madre me pregunta por qué soy tan radical y estoy tan enfadada con el mundo. Ese mismo mundo que ha intentado matarnos de hambre. Me pregunto cómo no estarlo.

A los 18 años, me dicen que el feminismo actual ya no es revolucionario. Me dicen que la lucha por el amor propio de las mujeres no es revolucionaria. Me pregunto si tampoco llaman dictadura a la del canon de belleza.

A los 18 años, me dicen que los hombres también sufren el canon de belleza. Yo no lo niego, pero ¿acaso sus vidas y las de sus hijos, nietos, hermanos, primos, padres, novios, esposos y amigos están también manchadas de hambre y de vómito?

A los 18 años, me pregunto qué hacemos mis amigas y yo en comparación con las sufragistas. Entonces recuerdo que hemos rescatado nuestras vidas del hambre y el vómito. Y cada día luchamos porque otras decenas, cientos, miles de chicas las recuperen también.

A los 18 años, me pregunto para qué me sirve a mí el feminismo en mi día a día. Entonces recuerdo que mis amigas y yo ya no queremos morirnos de hambre.

A los 18 años, me dicen que la lucha por el amor propio de las mujeres no es revolucionaria. Me pregunto si acaso los que lo dicen han perdido alguna vez sus vidas en las manos del espejo y la comida. Me pregunto si acaso recuperarlas no es, de alguna forma, nuestra propia revolución.

A los 18 años, me pregunto si tengo motivos para estar orgullosa de mí misma. Entonces recuerdo que he aprendido a quererme en un mundo que odia mi cuerpo. Lo llamo revolución.

A los 18 años, estoy más enamorada de mi cuerpo de lo que jamás lo estaré de nadie. Lo llamo revolución.

lunes, 4 de enero de 2016

Homofobia y heteronorma

Vivimos en un mundo que poco a poco va progresando en su tratamiento del colectivo homosexual, no tanto del colectivo arco iris por entero. Pero algo es algo y, desde luego, son numerosos los países en que lo ilegal es perseguirnos por nuestra orientación sexual y no los besos que nos demos en público.
No voy a dilucidar las causas de este innegable progreso, porque ni soy capaz de cubrirlas en su totalidad ni es la temática que he elegido para este artículo. Las más optimistas diremos que debemos estas victorias al Frente por la Liberación Gay de los últimos decenios del siglo pasado; pero ni siquiera nosotras podemos negar que hay también un marcado interés de los empresarios en cotizar gracias al turista gay, al comprador gay, al hombre gay cisgénero (antónimo de trans) blanco, capacitado, occidental y burgués.

Por eso, no debemos dejar que este progreso nos ciegue y olvidarnos de las lesbianas, bisexuales, intersexuales y trans. De las identidades que ni siquiera son todavía reconocidas públicamente, de los géneros e identidades queer. No debemos tragarnos el cuento que nos vende Occidente de unos países más avanzados que otros en materia de derechos humanos cuando fueron nuestros antepasados los colonos los que impusieron una norma en blanco y negro a culturas indígenas que no solo toleraban, sino veneraban todos los tonos del arco iris. A base de sangre, fuego y religión.
Pero sobre todo, y de esto hablaré ahora, no debemos confundir luchar contra la homofobia con desmantelar la heteronorma.

La homofobia es un ataque, directo o indirecto, a una persona o personas por salirse del rol heterosexual (chicos follan con chicas, chicas se enamoran de chicos).

La heteronorma es, sin embargo, ese sistema del que la homofobia es sólo la manifestación visible: la punta del iceberg.

La heteronorma es una de las herramientas patriarcales y capitalistas: para asegurar la unión marital entre el hombre dominante y la mujer sometida y la organización social en familias que se transmiten la herencia de padres a hijos, deben erradicarse otras posibilidades. Así, la heteronorma no afecta solo a los homosexuales (como sí lo hace la homofobia), sino que es también complemento de la bifobia (la discriminación hacia las personas bisexuales por ser capaces de sentir atracción hacia más de un género), el machismo (perpetúa los roles de género de hombre masculino y mujer femenina) y la transfobia (por eso, no se visualiza en el imaginario colectivo a una persona trans que además no sea heterosexual: si eres un “chico que quiere ser chica” lo lógico es que al menos te gusten los chicos, se proyecta como aberración la posibilidad de ser una mujer trans lesbiana).
La heteronorma es ese sistema patriarcal que impone la heterosexualidad obligatoria y la homofobia es su herramienta de ataque cuando el sistema se ve amenazado. Por eso, no te hace falta sufrir homofobia directa para crecer traumatizada por ser una niña arco iris.

Y es que la heteronorma va más allá de un padre que expulsa a su hija de casa por ser lesbiana; la heteronorma es el sistema que no prepara a los padres para tener una hija lesbiana en primer lugar.

La heteronorma va más allá de un alumno que sufre acoso escolar por ser gay; la heteronorma es el sistema que educa a las niñas para ser heterosexuales, llevándolas a la confusión (en el mejor de los escenarios) y el auto-odio (en el peor) cuando descubren que no lo son.

Homofobia es que te llamen “maricón”; heteronorma es preguntarle siempre a tu sobrina si ya tiene novio pero nunca si tiene novia.

Homofobia es que te ataquen por ir de la mano de tu pareja en público; heteronorma es que nunca o casi nunca aparezcan parejas como la tuya en las listas de estrenos de películas románticas en el cine.

Homofobia es el peligro que supone salir del armario; heteronorma es que ese armario exista en primer lugar, que, como dice Denise Frohman en uno de sus poemas, el salón no sea ya un espacio compartido y las personas arco iris tengamos que sentirnos como invitadas en nuestras propias casas.

Así, es imposible eliminar la homofobia sin desmontar también la heteronorma; y, aunque lo lográramos, nos estaríamos quedando cortas.

Por eso, los gobiernos que están dispuestos a legalizar el matrimonio igualitario, atraer turismo gay y celebrar el Orgullo no lo están tanto a establecer planes de educación pro-arco iris en los colegios e institutos, incluso en las guarderías. No es lo mismo tolerar nuestra existencia que educar a las niñas para que aprendan a celebrarse a sí mismas en su diversidad y unicidad.
Pero no podemos rendirnos. La prima lesbiana de mi madre está casada con otra mujer pero el 50% de estudiantes como yo sufren acoso escolar por ser cómo son; no podemos quedarnos en el umbral de la puerta, tenemos que recuperar la casa que siempre fue nuestra.
No podemos conformarnos con pintar de color de rosa un sistema que sigue siendo asesino por definición, con bailarle el agua al patriarcado al atacar “sólo” a los gais con pluma, las lesbianas camioneras, los “travelos” antes que trans y los “viciosos” bisexuales.

No podemos conformarnos con cortarle las uñas a la homofobia, hay que matar a la bestia de la heteronorma.

Y para eso tenemos que cambiar nuestro lenguaje, nuestras costumbres, nuestras concepciones del amor, la igualdad y la diferencia. Tenemos que exigir leyes de protección y concienciación. Tenemos que exigir un Orgullo crítico y combativo en vez de este, que no es más que una mera celebración en que nos regodeamos en las victorias del pasado. 

Tenemos que recuperar el espíritu del Frente de Liberación Gay, porque, queridas, nuestras antepasadas no lucharon ni murieron para esto.

Porque, como cantábamos mis compañeras y yo en el Orgullo de Valencia de este año, “el matrimonio solo es el comienzo, respeto en las calles, las casas y el colegio”.


Y como decía nuestra pancarta, “no nos conformaremos con el matrimonio, queremos la liberación”.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Cómo amar tu cuerpo en 10 sencillos pasos

Cómo amar tu cuerpo en 10 sencillos pasos:

1. Reconoce cuánto te ama. Date cuenta de que nunca le correspondes y aun así sigue amándote así.
Reconoce cómo tu cuerpo sana y cicatriza tus heridas, acumula cada gramo de comida para nutrirte, aguanta sin agua ni sueño, soporta drogas y sustancias.
Dale las gracias. Pídele perdón por dar tanto por sentado, aunque lo cierto es que nunca te ha culpado.

2. Encuentra las partes de ti que sí te gustan. Resáltalas. Subráyalas.
Si odias tu nariz pero te gusta tu boca, cómprate un pintalabios. Si detestas tus piernas y no quieres enseñarlas, encuentra el tipo de pantalón que más las favorezca. Si no puedes soportar mirarte al espejo de cuerpo entero, maquíllate y haz una obra de arte de tu cara.
No tienes por qué dejar de odiar lo que llevas años detestando, pero empieza a amar aquello que nunca te ha estorbado lo suficiente como para llamar tu atención.

3.  Deja de hacerle daño. Si no puedes mimarlo, al menos para de herirlo, insultarlo, desnutrirlo.
Cúrate las heridas, vuelve a desayunar todas las mañanas, manda callar a tu cabeza cuando te encuentres con tu reflejo.
Puede que no sea tu amigo, pero ¿qué te ha hecho tu cuerpo para ser tu peor enemigo?

4. Cuida de él aunque lo encuentres feo. La gente cuida de sus bebés y los bebés son feos.
Relaciónate con tu cuerpo como lo harías con un bebé: trátalo como un proyecto en construcción, como una promesa que respira. Descubre cuánto te queda por crecer y no te des por perdida.
Mímate. Cómprate jabones, acepta los besos ajenos y aprende a dártelos tú. Regálale ejercicio, paseos, comida deliciosa y saludable, personas que te llenen, libros interesantes, películas fascinantes, sexo genial.

5. No esperes a amarlo para actuar como si ya lo hicieras. Finge. Sobreactúa.
Bromea sobre lo buena que estás en vez de sobre lo fea que eres. No consientas a nadie que se ría de ninguna parte de ti. Sobrevalora tus logros, prémiate por cada notable como si fuera un sobresaliente, apláudete.
Al actuar como si te amaras, sólo se te acercarán personas dispuestas a amarte tanto como pareces hacerlo tú. Personas a tu altura. Personas que te valoren y te enseñen, poco a poco, a valorarte.

6. Deja de observarlo y empieza a utilizarlo: es un instrumento, no un adorno.
Baila, salta, agujeréate la ceja. Hazte un tatuaje. Fotografíate. Pinta sobre tu piel.
¿No has oído nunca eso de que el arte no tiene por qué ser bello, basta con que te haga sentir algo?

7. Si este mundo le queda pequeño, constrúyele otro a su medida. A su altura.
Compra por Internet en tiendas que sí tengan tu talla. Deja de ver America’s Next Top Model y cámbialo por una serie cuya protagonista sí se parezca a ti. Deja de leer revistas sobre cómo perder peso, cómo hacer que tu pecho parezca mayor, cómo librarte de los granos.
Empieza a escribir en su lugar un libro sobre cómo amarte a ti misma y te prometo que un día serás capaz de acabarlo.

8. Aprende a relacionarte de forma natural con tu cuerpo desnudo. Tócate frente al espejo.
Duerme desnuda. Quítate el sujetador más a menudo. Acaricia tu pecho plano de mujer. Extiende loción sobre las partes que más odies de tu cuerpo.
Acepta tu desnudez.

9. Desaprende la belleza obligatoria. Explora con libertad tu fealdad.
Ríete demasiado alto aunque se te pongan muecas, sal de todas formas aunque no te haya dado tiempo a lavarte el pelo. Hazte un septum en esa nariz torcida, cómprate una camiseta con la que se te vea la tripa.
Como leí una vez, no somos guapas, no somos feas, estamos enfadadas. La rabia te liberará.

10.  Haz memoria. El resto vendrá solo, aunque tarde.

Lo prometo.

viernes, 18 de diciembre de 2015

5 razones por las que los derechos de los animales son una cuestión feminista, por Aph Ko

Este es un artículo sobre la intersección entre el feminismo y la liberación animal (veganismo) escrito por Aph Ko y traducido por Álex que me ha hecho el maravilloso favor de pasármelo para publicarlo. Me ha parecido interesantísimo y espero que os enseñe tanto como a mí.

Cinco razones por las que los derechos de los animales son una cuestión feminista.

Los derechos de los animales son un asunto feminista. Hale, ya lo he dicho.

De hecho, la cosificación y explotación de vidas animales debería hallarse bajo un gran escrutinio por parte de las feministas, dado que el feminismo va sobre luchar contra el modo en que el patriarcado rechaza los intereses y la subjetividad de algunos seres por el beneficio de los arbitrariamente designados seres “superiores”.
Lo que resulta más terrorífico es que la vulnerabilidad percibida de los animales se usa como una justificación implícita para su abuso.
En otras palabras, debido a que los animales no pueden defenderse, dar o negar su consentimiento, u organizarse en resistencia, nosotros los humanos sentimos que podemos hacer con ellos lo que queramos, normalmente bajo la falsa apariencia de que estamos “cuidando” de sus intereses.
Hay algunas barreras que generalmente nos impiden entender como opresiva la situación de los animales. Por eso puede que no resulte obvio por qué algunas feministas sostienen que esto es una cuestión feminista.
Pero lo es. Aquí hay cinco razones por las que lo es.

1. Los cuerpos de los animales también están cosificados.
Ser cosificado significa que el cuerpo y la vida de alguien existen para el placer o beneficio de otro.
Como feministas, la mayoría de nosotras somos expertas en retórica cosificadora cuando se trata del cuerpo femenino en los medios. Por ejemplo, sabemos que con regularidad las mujeres son reducidas a objetos sexys de atrezzo en historias protagonizadas por hombres. También sabemos que las mujeres son violadas, golpeadas, acosadas y asesinadas de forma rutinaria porque tendemos a ser visualizadas como objetos de placer para los hombres, en contraposición a seres plenamente sintientes que experimentamos placer por nosotras mismas.
Como dice Jean Kilbourne, “…convertir a un ser humano en una cosa, un objeto, casi siempre es el primer paso hacia la justificación de la violencia contra esa persona.”
Cuando cosificas cuerpos, ves esos cuerpos como cosas que te sirven para un propósito específico.
De forma similar, los cuerpos de los animales no humanos son reducidos a cosas carnales (literalmente) que pueden ser consumidos o usados en proyectos científicos dolorosos y faltos de ética.
Los animales son considerados “menos que”. Culturalmente no son vistos como seres independientes que experimentan dolor, placer y un rango de emociones, y que se relacionan socialmente. Por esto, los animales padecen una horrible violencia sistemática que a menudo ni siquiera es cuestionada.

Ser cosificado explica por qué en tantas industrias se usan ratones, monos, cerdos, conejos y otros animales no humanos en horribles experimentos científicos, porque nos hemos condicionado a no tener consideración por ellos. Esto explica por qué los animales no humanos padecen unas duras condiciones en la industria del entretenimiento como pueden ser los acuarios, o incluso los simios en cine y publicidad, para que los humanos nos podamos reír.
Para nosotras se vuelve culturalmente incómodo cuando consideramos que los animales no humanos tienen emociones, pueden experimentar dolor y depresión, etc.
La cosificación de los animales ha tenido tanto éxito que han sido totalmente despojados de su subjetividad: ellos existen para nosotros.

2. Los cuerpos de los animales se usan para normalizar la cultura de la violación
Los animales tienen sexo. Por lo tanto, las torturas infligidas a los animales son específicas a su sexo y no es una sorpresa que para las hembras, su capacidad para criar condiciona de una forma abrumadora el modo en que sus cuerpos son controlados.
La ganadería intensiva, e incluso las prácticas llevadas a cabo en las granjas “humanitarias”, institucionalizan el sexo forzoso como un violento sistema de opresión. La mayoría de los animales que son asesinados cada año son sacrificados dentro del sistema de la cría intensiva. Las hembras padecen una vida de repetidas violaciones y embarazo perpetuo, y una vez que se han “gastado”, son sacrificadas.
Los “potros de violación” –un término real de la industria para referirse al dispositivo que se usa para inmovilizar a los animales durante la inseminación- aseguran la fecundación constante de animales como vacas y cerdas mientras que las gallinas se crían para que produzcan un apabullante número de huevos, lo cual provoca un enorme estrés en sus cuerpos, causando dolencias reproductivas como la retención de huevos y otras enfermedades.
Como feministas, consumir cuerpos violados y torturados de animales no humanos mientras luchamos contra la cultura de la violación parece un tema digno de estudio.
También está el otro asunto del control institucional de los cuerpos femeninos…

3. La violencia doméstica daña a los animales
Conforme a un artículo del New York Times titulado “El abuso animal como indicio de maltratos adicionales”, Diana S. Urban, congresista demócrata de Connecticut, declaraba que “el maltrato animal es uno de los cuatro indicadores que usa el F.B.I. para estimar un futuro comportamiento violento”.
Hay una clara correlación entre dañar a los animales no humanos a una edad temprana y hacer daño después a seres humanos.
La Asociación Humanitaria Americana (American Humane Association, la que nos dice en los títulos de crédito de una película que ningún animal ha sido maltratado durante la grabación de la misma) expone que en el 88% de los hogares donde se produce maltrato infantil también ocurre maltrato animal. En cuanto a las mujeres que acuden a centros de la mujer buscando ayuda, más de la mitad declaran que su pareja amenazó con hacer daño a sus mascotas.
La correlación entre la violencia contra mujeres y niñas y la violencia contra animales no humanos demuestra como el patriarcado daña a aquellas que son marginalizadas y a menudo desempoderadas.
De hecho, muchos centros de la mujer aceptan a animales no humanos. Está probado que las mujeres tienden a no dejar a una pareja abusiva si no pueden llevarse a sus animales de compañía, ya que temen por la vida de sus mascotas. Debido a esta fuerte correlación entre la violencia contra la mujer y la violencia contra los animales no humanos, la mayoría de los estados recogen penas aplicadas al delito de maltrato animal.
La violencia es interseccional, así que nuestro movimiento para terminar con la violencia también debe serlo. Los animales no humanos también sufren bajo el patriarcado.
Hablando de interseccionalidad…

4. La interseccionalidad debe incluir a todos los grupos oprimidos
Es raro que no exista un hilo de comentarios feministas donde no se proclame en algún momento que “hasta los animales son mejor tratados que las mujeres”. Incluso en manifestaciones como las recientes protestas de Ferguson se podían oír comentarios del tipo “a un perro se le habría respetado más que a Mike Brown”.
 El lenguaje que rodea a los animales no humanos hace uso constantemente de una moral jerárquica que sugiere que ciertos grupos son más valiosos que otros, dando a entender así que la situación de ciertos grupos es más importante o significativa que la de otros.
Una actitud similar se refleja también en los discursos concernientes a los humanos cuando asumimos que la lucha por los derechos de un grupo debe demandar nuestra atención por encima de la lucha de otro grupo,  o que un grupo merece un mejor trato que otro a pesar de que ambos grupos pertenecen a espacios de opresión.
Un gran ejemplo de esto se da en el feminismo radical trans-exclusivo (TERF), donde las cisfeministas excluyen a las personas trans porque no creen que dichas personas sufran la opresión del mismo modo en que ellas lo hacen.
También hay algunas feministas blancas que no creen que el racismo tenga cabida en su agenda feminista porque la opresión “de género” es un asunto más acuciante a pesar del hecho de que las mujeres de color sufren opresión racial de género.
La interseccionalidad es un desarrollo teórico que nos ayuda a combatir dichas actitudes. La interseccionalidad nos ayuda a ver las conexiones entre distintos sistemas de opresión.
La realidad es la siguiente: la gente de color, mujeres, personas con discapacidad, la comunidad LGBTQIA+, etc, lo tienen bastante mal. Los animales también, especialmente aquellos que son considerados útiles solo en la medida en que son consumidos, ya sea por su carne o su leche.
Es ridículo intentar “posicionar” cómo de mal lo tiene cada grupo o asumir que debemos dedicar toda nuestra atención a la lucha por los derechos de un grupo en concreto, o suponer que si la mayor parte de nuestra atención se centra en un grupo en un momento concreto, debe ser porque los otros grupos son menos importantes o “lo tienen mejor”.
Todas estas esferas de opresión son subproductos del mismo mal sistemático – un mal que está fuertemente impregnado del patriarcado blanco supremacista.
Afirmar que a uno de estos grupos se le “trata mejor” que a los otros implica obviar completamente el modo en el cual estas opresiones están entrelazadas e incluso dependen unas de otras.

5. Nuestra sociedad también difunde mentiras sobre los animales
Como feministas, la mayoría de nosotras ya sabemos que las convenciones culturales se usan para naturalizar comportamientos problemáticos.
Sabemos que “son cosas de hombres” es una forma de evitar evaluar críticamente el motivo por el que a los hombres se les permite salirse con la suya al comportarse de forma violenta y destructiva. Es más fácil decir “bueno, los hombres son así por instinto” que relacionarlo con los sistemas de género que crean organismos culturales que actúan de modos específicos.
También vemos estas convenciones que dicen “bueno, los hombres simplemente son más sexuales que las mujeres” para explicar por qué en las películas se nos presenta de forma predominante a mujeres desnudas y no a hombres desnudos. Usamos esta misma convención para justificar por qué ocurren las violaciones. Es un modo de naturalizar las relaciones asimétricas de poder sexual.
De forma similar, en los espacios donde se consumen animales existen convenciones que naturalizan unos horribles sistemas de opresión. Mucha gente dice: “Nunca podría dejar la carne” o “nunca podría hacerme vegana porque me gusta muchísimo el queso”.
Es posible que el queso y las hamburguesas sepan bien, pero mientras tanto, estas convenciones nos desvían de la realidad sistemática en la que los animales no humanos son torturados, asesinados y violados para que nosotras podamos satisfacer nuestra adicción al sabor.
La apatía hacia la violencia nunca debería fomentarse en un movimiento de justicia social.
Las convenciones culturales perpetúan mitos y tradiciones. Por ejemplo, existe el cómodo cuento de que las proteínas solo pueden venir de animales a pesar de que igualmente hay buenas fuentes de proteínas en otras partes.
También sucede al creerse el mito de que matar “humanamente” a un animal es de alguna manera mejor que las condiciones de las granjas; un extraño mito, teniendo en cuenta las palabras “humanamente” y “matar” en la misma frase. El maltrato también está extendido en las granjas “ecológicas”.
Las convenciones nos permiten sentirnos cómodas con los comportamientos problemáticos. Nos permiten desviar la responsabilidad de las acciones que tenemos el poder de realizar.
Como feministas, tenemos que politizar incluso las cosas que aparentemente son mundanas en nuestras vidas, como la comida que consumimos. La Dr. A. Breeze Harper, creadora del proyecto Sistah Vegan, dice:
“No puedo ver sin más la comida como un “objeto mundano y cotidiano”. Entiendo el significado que se aplica a la comida como algo que representa una cultura entera de ideologías que lo rodean todo. Por ejemplo, la comida me puede relatar las expectativas sexuales, los roles de género, la jerarquía racial de poder y la capacidad de una sociedad”.

Afrontarlo con preguntas críticas sobre nuestra dieta, así como revisar los organismos de los que hablamos en nuestra teoría feminista, es uno de los primeros pasos para descolonizar nuestras mentes y cuerpos del patriarcado blanco supremacista.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Carta de amor a mi cuerpo III, por @nxdrc

La tercera entrega de esta maravillosa serie que tanto me alegro de haber desencadenado nos viene de la mano de Aran Lo, @nxdrc en Twitter. Leedla y que os llene tanto como a mí el hacerlo y a ella, espero, el escribirla.

"Querido cuerpo:

Hoy, 26 de noviembre, quiero pedirte perdón.

A lo largo de la vida te he estado maltratado en innumerables ocasiones y he pagado contigo todos mis malos momentos cuando, al fin y al cabo, tú seguías ahí.

Quiero pedirte perdón por haber tardado tanto en aceptarte tal como eres, por haber tardado tanto en darte lo que necesitabas.

Quiero pedirte perdón por todo lo que te hice en esa mala racha, ¿recuerdas? Yo jamás lo podré olvidar porque te hice mucho daño. Quiero disculparme por cada corte, cada golpe y cada quemadura. Siento muchísimo el haberme atiborrado de comida y luego haberte forzado a escupirlo todo fuera de mí, sabiendo el daño que estaba causando. Por otro lado, también siento mucho esas temporadas en las que te mataba de hambre y te bañaba en lágrimas deseando despertar con unos centímetros menos de ti.

Siento mucho haber sido una estúpida.

Siento no haberte mimado más de vez en cuando, como cuando salíamos a correr o a pasear y disfrutábamos tanto, o cuando atendía a tus necesidades a su debido tiempo, o cuando te daba cosas deliciosas y saludables.

Hoy, prometo cuidarte y protegerte hasta el fin de mis días. Prometo aceptarte y amarte. Prometo llenarte de risas y de buenos momentos; prometo darte abrigo cuando tengas frío; y te vestiré con la ropa que más te guste, y todos los días te recordaré lo bonito que eres. Te daré relajantes baños con jabones de mil olores, y protegeré tu piel con la crema que más suave la deje. Te acariciaré cada mañana y al dormir, y nunca, nunca, me separaré de tu lado.

Fdo.: una mente desordenada que, aunque no te lo diga muy a menudo, te quiere más de lo que imaginas."

lunes, 14 de diciembre de 2015

Érase una vez la misoginia

Que los cuentos infantiles tradicionales están plagados de misoginia y roles de género no es ninguna novedad. No sorprende a nadie. Lo sabemos; sabemos lo que estamos contando y a quiénes se lo estamos contando, y por si se nos olvida, psicólogos y sociólogos trabajan para recordarnos la marcada influencia de las fábulas infantiles en nuestra infancia.
Y sin embargo, seguimos contándoselos. Sus primeras películas son La Blancanieves y La Bella Durmiente y antes de dormir escuchan la historia de La Cenicienta.
Y yo lo comprendo. Al fin y al cabo, son parte de nuestra cultura. Una parte valiosísima, de hecho. Nos recuerdan los valores que han primado en la ética colectiva por los siglos de los siglos; nos conectan con el folclore de nuestras antepasadas y en el caso de Disney, llevamos deleitándonos con sus joyas animadas desde hace ya años.
Pero lo más importante para nosotras, para las madres y las tías y las abuelas que seremos las principales cuentacuentos de niños y niñas, debería ser lo que les estamos enseñando a hijos e hijas, a sobrinos y sobrinas, a nietos y nietas.

La Cenicienta enseña a las niñas que la única vía de escape de la esclavitud de la limpieza y el maltrato familiar es el matrimonio. Que el único sueño que verán cumplido será el de encontrar al hombre de sus vidas. Que serán, al fin y al cabo, salvadas de su destino.

La Bella Durmiente enseña a las niñas que los besos sin consentimiento (las violaciones, en el cuento folclórico original) son románticos. Que el Príncipe aparecerá para rescatarlas nuevamente del sueño eterno y el matrimonio será otra vez el único destino al que puede aspirar una princesa de verdad.

La Blancanieves enseña a las niñas lo mismo que las anteriores. Que para escapar de la esclavitud de la limpieza debes encontrar nuevos amos para los que limpiar, los enanitos, y que por último sólo un Príncipe podrá salvarte de la muerte. Con otro romantiquísimo beso al que tampoco has consentido.
Y, lo más importante, La Blancanieves enseña a las niñas que su madrastra será su enemiga porque nada enfrenta a las mujeres como el canon de belleza.

La Caperucita Roja enseña a las niñas que la culpa es suya si lucen su inocencia escarlata por el bosque equivocado a la hora equivocada. Que es su deber evitar al lobo acechante. Que es su responsabilidad preservar su niñez.

Piel de Asno enseña a las niñas los Príncipes solo se enamoran de las doncellas más bellas. De aquellas de manos perfectas en las que encajan los anillos. Que es su responsabilidad salvaguardarse de un padre pedófilo.

La Bella y la Bestia enseña a las niñas que si un maltratador se enamora de ti y eres buena y dulce con él, conseguirás arreglarlo. Que el secuestro es justificable si eres bella, y que la fealdad se le perdona a él pero nunca a ella.

La Sirenita enseña a las niñas que vale la pena perder la voz por el amor de un hombre. Que así nos quieren ellos, calladas y sumisas.

La Princesa del Guisante enseña a las niñas que solo siendo delicadas y suaves como nadie serán merecedoras del amor del Príncipe.

Porque estas son las cualidades que todavía premiamos en las niñas. La suavidad. “No hables tan alto, pareces un chicote”. La delicadeza. “No subas a los árboles, eso son cosas de chicos”. La buena educación. “No te espatarres, siéntate como una señorita”.
La predisposición a ser salvadas. La indefensión. Y, como siempre, la belleza; porque les enseñamos desde pequeñas que sólo pueden aspirar a ser guapas y luego nos sorprendemos cuando de mayores son incapaces de pensar en otra cosa.
Y ¿qué les enseñamos a nuestros niños? Que deben ser Príncipes omnipotentes siempre preparados para salvar a alguna Princesa. Agresivos. Dominantes. Besando a muchachas dormidas y aniquilando dragones. Nunca descansando. Nunca sensibles. Porque “los hombres no lloran”. Porque “el rosa es de chicas”. A ellos solo se les permite lucir el azul de sus uniformes manchado de rojo sangre.
Por eso, yo propongo recontar los cuentos infantiles.

Decidles a las niñas que la Cenicienta desgarró la garganta de su madrastra con el zapato de cristal y huyó descalza.

Decidles a las niñas que la Bella Durmiente abofeteó al Príncipe que la besó sin su consentimiento y reinó para siempre soltera.

Decidles a las niñas que Blancanieves rompió en pedazos el espejo de su madrastra y la liberó de la esclavitud de la eterna belleza.

Decidles a las niñas que la culpa no era de la Caperucita Roja por distraerse en el bosque sino del lobo por rondar a una niña.

Decidles a las niñas que Piel de Asno pidió al hada que acabara con la vida de su padre pederasta y reinó como la reina sin vestidos ni alhajas.

Decidles a las niñas que la Bella mató al Príncipe, no por Bestia sino por maltratador y secuestrador, con la misma daga que a Gastón.

Decidles a las niñas que la Sirenita le arrebató a la Bruja del Mar la poción para caminar y nunca vendió su voz por el amor de ningún hombre.

Decidles a las niñas que la Princesa del Guisante rechazó casarse porque no quería una suegra tan exigente y se fue a dormir en su propia cama.

Decidles a las niñas que no son las Princesas, son las dragonas. Si vamos a contarles cuentos plagados de agresiones, enseñémosles que la autodefensa es buena. 

Enseñémosles el poder de sus voces, de sus manos a las que no las tienen, en vez de narrarles fábulas sobre Princesas que las pierden.

Decidles a las niñas que las Princesas de los cuentos dejaron de serlo para revelarse como las guerreras que siempre habían sido. Que se olvidaron de los Príncipes y se hicieron amigas entre ellas, y se ayudaron las unas a las otras a escoger sólo a hombres a la altura de sus palabras, si es que no se quedaron solteras.

Porque se puede ser feliz siendo fea.


Porque se puede ser feliz estando soltera.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Me levanto sabiendo que me espera un mundo que no es para mí, recital a distancia

Dado que os gustó mi recital de Esto es por las enfermas mentales, os traigo ahora en voz alta un texto lleno de inconformismo (unos dirán que es bueno, otras que es malo, a mí me parece necesario para avanzar) que refleja mis emociones ante este mundo y mi realidad como lesbiana y mujer arco iris. Espero que os llegue tanto como a mí el grabarlo.

http://www.goear.com/listen/cd0bac0/me-levanto-sabiendo-que-me-espera-un-mundo-que-no-es-mi-sol