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viernes, 8 de julio de 2016

Cuerpos contra idealismos

Hace unos meses, escribí un artículo llamado “Cómo amar tu cuerpo en 10 sencillos pasos”. Quitando algunas críticas que me acusaban de ser la versión feminista de Mr. Wonderful, todo fueron aplausos: recuerdo especialmente las fotografías que me mandó una seguidora de los post-its de su carpeta con mis consejos escritos sobre papel fosforescente, que me llegaron al corazón.
En su momento, tenía la mejor de las intenciones y en absoluto pretendía ser la versión feminista de Mr. Wonderful. Cada consejo pretendía ser una solución para problemas que me habían llevado años de auto-odio y quebraderos de cabeza; pretendía condensar en unas cuantas líneas toda mi experiencia de detestarme, aceptarme, y luego por fin empezar a quererme.

Ahora, sin embargo, no me gusta ese artículo. Me pone nerviosa leerlo y estoy de acuerdo con las críticas que recibió: es un artículo perfecto para la Cuore, con algún toquecillo más revolucionario, pero perfecto para la Cuore si le aplicamos unos cuantos retoques. Un artículo fácil de digerir, dirigido a un público de lágrima fácil (el mismo público que yo conformo) y de carácter marcadamente optimista.

¿Qué es lo que ha cambiado desde que lo escribí, si realmente solo han pasado unos pocos meses? ¿Si se basaba en una experiencia personal que sigue construyéndose como mi Biblia al hablar de amor propio? ¿Si incluso mencionaba la necesidad de dejar de lado estar guapa, de querernos vivas y libres?

Lo que ha cambiado es que leí un artículo en un libro que me compré en la bendita Fira del Llibre Anarquista de València. Un artículo llamado “Nuestros cuerpos: territorios ocupados”, encuadrado en un libro que trataba de nuestro cuerpo y nuestra complicada relación con este.
Y ese artículo me abrió los ojos a un mundo oscuro y nocivo, a un mundo venenoso que emponzoñaba nuestras miradas y nos dejaba los ojos chorreando arsénico que plantaba semillas de auto-destrucción al derramarse por todo nuestro cuerpo. Ese artículo me recordó que hablar del cuerpo no puede ser hablar sólo de lo individual, del primer odio y la consecuente batalla por el amor propio, sino también de lo colectivo: de cómo la sociedad en general y los hombres en particular trataban y tratan nuestros cuerpos independientemente de nuestra relación con ellos.
De cómo ocupan nuestros cuerpos, ­­­de cómo acabamos disociándonos de estos para poder sobrellevar la realidad de vivir en un cuerpo usurpado por manos ajenas.

Este artículo me hizo visualizar la otra cara de la moneda; me ayudó a darme cuenta de que más allá del escrutinio al que sometemos a nuestros cuerpos, está la separación que implementamos entre nosotras mismas y estos. De que el problema no es tanto vivir demasiado pegada a mi cuerpo para vigilarlo; como lo es vivir alejada de él y de su realidad cotidiana de comer, moverse, dormir.
Unas chicas que matan de hambre a sus cuerpos ¿están obsesionadas con estos, o demasiado distanciadas de ellos como para poder complacer sus necesidades más básicas? Quizás os parezca una mera distinción en el planteamiento, pero para mí, se ha convertido en una distinción importantísima.

Porque he empezado a plantearme hasta qué punto puedo proclamar que “amo”, que “acepto” incluso mi cuerpo, cuando todavía no se me permite habitarlo plenamente.

Así, me planteo hasta qué punto hemos sido (he sido) individualistas, idealistas incluso, al centrarnos en querernos antes que en analizar cómo nos ha afectado la ocupación de nuestros cuerpos por parte de medio mundo a la hora de relacionarnos con ellos. Hasta qué punto hemos presionado a muchas chicas para que se sacaran selfies y empezaran a mostrarse desnudas, lo cual está muy bien, pero no les hemos proporcionado ninguna herramienta para ayudarles (ayudarnos) a entender por qué eran incapaces de comer cuando tenían hambre o por qué se desconectaban de la realidad cada vez que tenían sexo.

Lo cual no está tan bien.

Creo que, por un lado, ha sido por un mero acto de supervivencia: ante un mundo que sacaba las garras cada vez que aparecía un pelo o un kilo de más, hemos tratado de seguir adelante con lo puesto y para ello ha sido necesario querernos un poquito. Creo que la realidad era demasiado dura como para verla en todo su espanto sin echarse a llorar y después de tantas lágrimas derramadas por los pelos y los kilos de más, necesitábamos alguna que otra sonrisa para compensar.
Y soy la primera que ha necesitado un cierto optimismo desde el feminismo, la primera a la que quererse un poquito le ha ayudado a mejorar su calidad de vida. Soy la primera que defiende la supervivencia como algo más que “reformismo”.

Pero, por otro lado, me parece que si fagocitar y remodelar nuestros planteamientos les ha sido tan fácil a las empresas, los noticiarios y el neoliberalismo igualitarista en general es porque, al final del día, de revolucionarios tenían poco. Porque nos dedicábamos más a consolar a la víctima que a señalar a los culpables, porque éramos las primeras en maquillar las mejorías como si de ganar la guerra se tratara.
Yo he participado en una pegada colectiva de adhesivos con el lema Eres Más Que Tu Talla. He visto el brillo en los ojos de mis compañeras, la rapidez con que se ha expandido por toda España e incluso América del Sur. Me he dado cuenta de cuán necesario era recordarnos que estamos todas juntas en esta dura jornada del querernos, pero también de con qué facilidad convertían los medios (y a veces, nosotras mismas) nuestra lucha contra un canon patriarcal en una batalla individual por “amar nuestras curvas”.

¿Por qué me planteo “amar mis curvas” antes que aprender a convivir con este jodido cuerpo que tan difícil me lo pone todo en un mundo que no existe para él? Porque aprender sobre mi cuerpo, conocerlo, implicaría darme cuenta de quién tiene la culpa de que este se haya hecho pequeño: los hombres que han tratado de usurpármelo y la sociedad que ha ocupado sin reparos el espacio que le correspondía a este mi cuerpo.

A lo que me refiero es a que responsabilizarnos a nosotras mismas de querernos y escribir artículos de lágrima fácil sobre cómo hacerlo es mucho menos duro que señalar a los culpables y ahondar en la mierda de cuán jodida está la relación con nuestro cuerpo. Querernos está bien, está genial, pero quizás es el objetivo final y no el camino y antes hace falta una concienciación colectiva de cuál es la situación global de los cuerpos de las mujeres, de cómo son usurpados no solo mediante básculas y dietas sino también mediante todo tipo de operaciones tanto legales como ilegales para robarnos el control sobre estos.

Por eso, este es un llamamiento a todas, y especialmente a mí que soy la primera que he pecado de esto, para dejar de tenerle miedo a la realidad que enfrentamos. Para sentarnos en círculo, abrir debates en redes sociales, y hablar de lo que nos pasa con nuestros cuerpos. Más allá de si los odiamos. Más allá de si los queremos. Hablar de cómo los tratamos. De cómo los concebimos. De cómo los habitamos.

Y este es un llamamiento, ante todo, a establecer las conexiones entre las ablaciones del clítoris y la ilegalización del aborto. Entre la histórica patologización de la rabia femenina mediante el diagnóstico de histeria y el encierro de mujeres trans en cárceles de hombres. Entre las tallas excluyentes y la esterilización forzosa de mujeres negras, indígenas, discapacitadas, enfermas.
Porque nuestros cuerpos los han ocupado, históricamente, y los siguen ocupando hoy día. Porque aunque parezca que no, lo que le hacen a mi coño y lo que le hacen a mi cintura, lo que le hacen a tu pene y lo que le hacen a sus pechos tiene una constante en común: la toma de algo que no es suyo para regularlo, controlarlo, extirparlo, lobotomizarlo, empequeñecerlo, esterilizarlo… usurparlo.

Porque somos Las Usurpadas. Como dijo Eduardo Galeano, somos las dueñas de nada, porque nos han quitado lo más nuestro.

Y fingir que podemos recuperarlo pronunciando cuatro trucos mágicos frente al espejo y sacándonos muchas selfies no nos va a devolver nuestros cuerpos, solo versiones prestadas de estos.

martes, 9 de febrero de 2016

Mujeres, comida y revolución

La anorexia, la bulimia, los trastornos alimenticios no son casos aislados. No son tragedias de una sola paciente, ni de unas pocas tampoco. No son enfermedades mentales; porque son mucho más: son enfermedades sociales.

Y afirmo esto sin dudar ni un segundo.

Porque ahondando en la web descubro que el 65% de las mujeres estadounidenses tienen problemas con la comida.

Y lo peor es que este dato no me sorprende: tan solo me proporciona una estadística con que respaldar algo que yo sabía, que es que casi todas las mujeres tenemos problemas con la comida.

¿Cómo no tener problemas con la comida cuando esta va intrínsecamente ligada a conceptos como el de belleza, disciplina y fuerza de voluntad? ¿Cómo no tener problemas con la comida cuando las revistas de mujeres están repletas de fotografías de modelos de cuerpos irreales, actrices retocadas y trucos para perder peso en un tiempo exprés

¿Cómo no tener problemas con la comida cuando, como leí una vez, les repetimos a las niñas tantas veces lo guapas que eran que acabaron creyendo que no podían llegar a ser nada más?

Pero continuemos.

El 67% de las mujeres estadounidenses están intentando perder peso.
Más de la mitad de estas mujeres no necesitan perder ese peso.

El 37% de mujeres estadounidenses se saltan comidas regularmente para perder peso.

El 39% de las mujeres estadounidenses dicen que su preocupación por la comida y el peso interfieren con su felicidad.

Y si no sois mujeres, probablemente os preguntaréis ¿de dónde salen estos datos? ¿Dónde están esas mujeres infelices por su peso, incapaces de comer con normalidad, que se saltan comidas para adelgazar? ¿Si más de la mitad de las mujeres tiene problemas con la comida, eso quiere decir que mi novia, mi madre, mi hermana, mi hija y mis amigas tienen problemas con la comida?

Y yo os respondo: sí. Y para ser más franca, os contaré una historia. Una historia que no es personal, que es colectiva: la historia de todas las niñas que crecimos con miedo de nuestro reflejo en el espejo, metiendo barriga y temiendo el número que mostrara la báscula. La historia de todas las niñas que crecimos haciendo malabares con la comida.

A los 11 años, decido dejar de ir a la playa y la piscina porque juzgo que no tengo suficiente pecho como para llenar un bikini.

A los 12 años, soy incapaz de ir a comprar sujetadores sin echarme a llorar. Relleno el mío de papel higiénico y rezo porque no se note.

A los 13 años, meto barriga cuando llevo traje de baño intentando parecer más delgada y, por ende, más bonita.

A los 14 años, mis amigas se quejan de lo gordas que están cuando pesan incluso menos que yo.

A los 14 años, “gorda” o “fea” es lo peor que se me puede llamar siendo chica. Todas temblamos de miedo al oír esas palabras utilizadas como insultos y ni siquiera se nos pasa por la cabeza la posibilidad de que no tienen por qué serlo.

A los 14 años, una de mis mejores amigas tiene que convencerme para ir a una excursión del instituto porque no me atrevo a mostrarme en bikini delante de mis compañeros.

A los 14 años, soy yo la que tengo que convencer a una de mis mejores amigas para que se bañe en la piscina de un campamento porque le da vergüenza que le vean las mollas.

A los 14 años, la madre de acogida de una familia de intercambio inglés nos cuenta que a los 17 años perdió a casi todas sus amigas. Murieron de anorexia. Ella sobrevivió para contarlo.

A los 14 años, el chico que me gusta del campamento le dice a mi prima que no hablará conmigo porque soy fea. Me duermo llorando.

A los 16 años, tengo que amenazar a una amiga con chivarme a sus padres si no deja de vomitar porque está empezando a escupir sangre.

A los 16 años, la hermana pequeña de 13 años de mi novia ya ha estado internada antes por anorexia. Mi novia no se atreve a comer en público porque está gorda.

A los 16 años, dejo de ir a clase y están a punto de suspenderme la evaluación porque no me siento lo suficientemente guapa como para salir de casa. Mi psicóloga lo llama “episodio obsesivo-compulsivo”. Yo me pregunto si no me he limitado a llevar al extremo una obsesión que todas compartimos.

A los 17 años, mi ex novia se echa a llorar yendo de compras porque no encuentra tallas que le sirvan a su cuerpo.

A los 17 años, vuelven a internar a la hermana pequeña de mi ex novia por anorexia.

A los 17 años, mi hermana de 13 años me cuenta que una de sus amigas de verano vomita lo que come para adelgazar.

A los 17 años, pienso que ya que no puedo ser guapa, al menos estaré delgada. Por suerte, no aguanto más que unos días sin comer más que una manzana y un zumo al día.

A los 17 años, una de mis mejores amigas me confiesa que vomita lo que come.

A los 17 años, me cuentan que la ex novia de una amiga común follaba con camiseta para que no le vieran la tripa.

A los 17 años, una amiga de verano se descarga una aplicación para calcular cada caloría de cada gramo que ingiere en la comida.

A los 17 años, una amiga me pasa a mí la bolsa de Cheetos porque le da vergüenza que un grupo de chicos desconocidos la vea comer “comida de gorda”.

A los 17 años, una de mis mejores amigas me cuenta que fue anoréxica y la internaron por dejar de comer. A veces aún se le olvida hacerlo.

A los 17 años, me enamoro de otra chica. Ya ni siquiera me sorprendo cuando me cuenta que solía vomitar lo que comía.

A los 17 años, desconocidas acuden a mí en Twitter para pedirme ayuda para volver a comer. Para pedirme ayuda porque su novia, su hermana, su amiga se auto-lesiona porque no se quiere y ha dejado de comer.

A los 18 años, leo en Twitter que una amiga tiene ganas de “volver a meterse los dedos” porque ha salido de compras y las tallas no le estaban.

A los 18 años, empiezo a conocer a otra chica. Ya ni siquiera me sorprendo cuando me cuenta que tuvo problemas con la comida. Es el pan mío de cada día. El pan nuestro de cada día.

A los 18 años, hablo sobre acoso escolar porque un niño se ha suicidado y me llegan historias de niñas martirizadas por “gordas”.

A los 18 años, empiezo a conocer a otra chica. Ya ni siquiera me sorprendo cuando me cuenta que tuvo un trastorno alimenticio. Es el pan mío de cada día. El pan nuestro de cada día.

A los 18 años, estoy cansada. Me levanto todos los días en un mundo en el que tengo miedo de que las mujeres a las que quiero dejen de comer.

A los 18 años, estoy cansada. Me levanto todos los días en un mundo en el que mujeres mueren por impedirse a sí mismas comer.

A los 18 años, estoy cansada. Estoy acostumbrada a odiar mi cuerpo; es una costumbre que he heredado de las mujeres de mi familia, que he pulido con mis amigas.

A los 18 años, estoy cansada. Temo no decirle lo suficiente a mi pareja cuánto adoro su cuerpo, con cada centímetro de grasa, por si acaso cree no ser suficiente.

A los 18 años, estoy cansada. Me sé de memoria los trucos para adelgazar. Mis amigas vomitan con demasiada facilidad cuando beben, es la costumbre.

A los 18 años, estoy cansada. Soy la rara de mis amigas porque nunca he probado a hacer dieta.

A los 18 años, estoy cansada. No me parezco a ninguna de las modelos de anuncios y carteles. Todas tienen más curvas que yo y, gracias al quirófano, logran combinarlas con un vacío en la barriga.

A los 18 años, estoy cansada. Pretenden que miles de mujeres que pesamos más que las modelos nos conformemos con 3 o 4 iconos de “tallas grandes” en la tele.

A los 18 años, estoy cansada.

A los 18 años, mi madre me pregunta por qué soy tan radical y estoy tan enfadada con el mundo. Ese mismo mundo que ha intentado matarnos de hambre. Me pregunto cómo no estarlo.

Pero a los 18 años, algo cambia. Es gracias a un trabajo interno que me ha llevado años; le ha costado dinero a mis padres, tiempo y paciencia a mi terapeuta, muchísima fuerza a mí misma. Pero ya no me odio.

Ir de compras ya no es una tortura, es una diversión. Si lloro, será de la risa probándonos ropa extravagante.

Me atrevo por fin a ponerme sujetadores sin relleno ni push-up. Fotografío mis pechos y en los buenos días, me gusta lo que veo; en los mejores, me da igual porque sé que soy mucho más que eso.

Mi ex novia, ahora una de mis mejores amigas, se atreve por fin a llevar camisetas cortas estando gorda.

Mi novia y mis amigas vuelven, poco a poco, a comer. Yo ya no dejo de hacerlo.

La hermana con anorexia de mi ex novia sigue viva. Se está recuperando.

Mi mejor amiga ya no ha vuelto a vomitar la comida.

A los 18 años, en el colectivo feminista en el que estoy empapelamos Valencia de pegatinas contra el canon de belleza. La campaña se extiende por todo el país, llega a los miedos e incluso traspasa nuestras fronteras.

A los 18 años, somos tendencia nacional escribiendo en Twitter sobre cómo somos más que nuestra talla.

A los 18 años, me preguntan en una entrevista por qué hemos empapelado ciudades contra el canon de belleza. Yo me pregunto cómo no íbamos a hacerlo. No recuerdo qué respondo, pero lo llamo contraataque por dentro.

A los 18 años, mi madre me pregunta por qué soy tan radical y estoy tan enfadada con el mundo. Ese mismo mundo que ha intentado matarnos de hambre. Me pregunto cómo no estarlo.

A los 18 años, me dicen que el feminismo actual ya no es revolucionario. Me dicen que la lucha por el amor propio de las mujeres no es revolucionaria. Me pregunto si tampoco llaman dictadura a la del canon de belleza.

A los 18 años, me dicen que los hombres también sufren el canon de belleza. Yo no lo niego, pero ¿acaso sus vidas y las de sus hijos, nietos, hermanos, primos, padres, novios, esposos y amigos están también manchadas de hambre y de vómito?

A los 18 años, me pregunto qué hacemos mis amigas y yo en comparación con las sufragistas. Entonces recuerdo que hemos rescatado nuestras vidas del hambre y el vómito. Y cada día luchamos porque otras decenas, cientos, miles de chicas las recuperen también.

A los 18 años, me pregunto para qué me sirve a mí el feminismo en mi día a día. Entonces recuerdo que mis amigas y yo ya no queremos morirnos de hambre.

A los 18 años, me dicen que la lucha por el amor propio de las mujeres no es revolucionaria. Me pregunto si acaso los que lo dicen han perdido alguna vez sus vidas en las manos del espejo y la comida. Me pregunto si acaso recuperarlas no es, de alguna forma, nuestra propia revolución.

A los 18 años, me pregunto si tengo motivos para estar orgullosa de mí misma. Entonces recuerdo que he aprendido a quererme en un mundo que odia mi cuerpo. Lo llamo revolución.

A los 18 años, estoy más enamorada de mi cuerpo de lo que jamás lo estaré de nadie. Lo llamo revolución.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Cómo amar tu cuerpo en 10 sencillos pasos

Cómo amar tu cuerpo en 10 sencillos pasos:

1. Reconoce cuánto te ama. Date cuenta de que nunca le correspondes y aun así sigue amándote así.
Reconoce cómo tu cuerpo sana y cicatriza tus heridas, acumula cada gramo de comida para nutrirte, aguanta sin agua ni sueño, soporta drogas y sustancias.
Dale las gracias. Pídele perdón por dar tanto por sentado, aunque lo cierto es que nunca te ha culpado.

2. Encuentra las partes de ti que sí te gustan. Resáltalas. Subráyalas.
Si odias tu nariz pero te gusta tu boca, cómprate un pintalabios. Si detestas tus piernas y no quieres enseñarlas, encuentra el tipo de pantalón que más las favorezca. Si no puedes soportar mirarte al espejo de cuerpo entero, maquíllate y haz una obra de arte de tu cara.
No tienes por qué dejar de odiar lo que llevas años detestando, pero empieza a amar aquello que nunca te ha estorbado lo suficiente como para llamar tu atención.

3.  Deja de hacerle daño. Si no puedes mimarlo, al menos para de herirlo, insultarlo, desnutrirlo.
Cúrate las heridas, vuelve a desayunar todas las mañanas, manda callar a tu cabeza cuando te encuentres con tu reflejo.
Puede que no sea tu amigo, pero ¿qué te ha hecho tu cuerpo para ser tu peor enemigo?

4. Cuida de él aunque lo encuentres feo. La gente cuida de sus bebés y los bebés son feos.
Relaciónate con tu cuerpo como lo harías con un bebé: trátalo como un proyecto en construcción, como una promesa que respira. Descubre cuánto te queda por crecer y no te des por perdida.
Mímate. Cómprate jabones, acepta los besos ajenos y aprende a dártelos tú. Regálale ejercicio, paseos, comida deliciosa y saludable, personas que te llenen, libros interesantes, películas fascinantes, sexo genial.

5. No esperes a amarlo para actuar como si ya lo hicieras. Finge. Sobreactúa.
Bromea sobre lo buena que estás en vez de sobre lo fea que eres. No consientas a nadie que se ría de ninguna parte de ti. Sobrevalora tus logros, prémiate por cada notable como si fuera un sobresaliente, apláudete.
Al actuar como si te amaras, sólo se te acercarán personas dispuestas a amarte tanto como pareces hacerlo tú. Personas a tu altura. Personas que te valoren y te enseñen, poco a poco, a valorarte.

6. Deja de observarlo y empieza a utilizarlo: es un instrumento, no un adorno.
Baila, salta, agujeréate la ceja. Hazte un tatuaje. Fotografíate. Pinta sobre tu piel.
¿No has oído nunca eso de que el arte no tiene por qué ser bello, basta con que te haga sentir algo?

7. Si este mundo le queda pequeño, constrúyele otro a su medida. A su altura.
Compra por Internet en tiendas que sí tengan tu talla. Deja de ver America’s Next Top Model y cámbialo por una serie cuya protagonista sí se parezca a ti. Deja de leer revistas sobre cómo perder peso, cómo hacer que tu pecho parezca mayor, cómo librarte de los granos.
Empieza a escribir en su lugar un libro sobre cómo amarte a ti misma y te prometo que un día serás capaz de acabarlo.

8. Aprende a relacionarte de forma natural con tu cuerpo desnudo. Tócate frente al espejo.
Duerme desnuda. Quítate el sujetador más a menudo. Acaricia tu pecho plano de mujer. Extiende loción sobre las partes que más odies de tu cuerpo.
Acepta tu desnudez.

9. Desaprende la belleza obligatoria. Explora con libertad tu fealdad.
Ríete demasiado alto aunque se te pongan muecas, sal de todas formas aunque no te haya dado tiempo a lavarte el pelo. Hazte un septum en esa nariz torcida, cómprate una camiseta con la que se te vea la tripa.
Como leí una vez, no somos guapas, no somos feas, estamos enfadadas. La rabia te liberará.

10.  Haz memoria. El resto vendrá solo, aunque tarde.

Lo prometo.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Carta de amor a mi cuerpo III, por @nxdrc

La tercera entrega de esta maravillosa serie que tanto me alegro de haber desencadenado nos viene de la mano de Aran Lo, @nxdrc en Twitter. Leedla y que os llene tanto como a mí el hacerlo y a ella, espero, el escribirla.

"Querido cuerpo:

Hoy, 26 de noviembre, quiero pedirte perdón.

A lo largo de la vida te he estado maltratado en innumerables ocasiones y he pagado contigo todos mis malos momentos cuando, al fin y al cabo, tú seguías ahí.

Quiero pedirte perdón por haber tardado tanto en aceptarte tal como eres, por haber tardado tanto en darte lo que necesitabas.

Quiero pedirte perdón por todo lo que te hice en esa mala racha, ¿recuerdas? Yo jamás lo podré olvidar porque te hice mucho daño. Quiero disculparme por cada corte, cada golpe y cada quemadura. Siento muchísimo el haberme atiborrado de comida y luego haberte forzado a escupirlo todo fuera de mí, sabiendo el daño que estaba causando. Por otro lado, también siento mucho esas temporadas en las que te mataba de hambre y te bañaba en lágrimas deseando despertar con unos centímetros menos de ti.

Siento mucho haber sido una estúpida.

Siento no haberte mimado más de vez en cuando, como cuando salíamos a correr o a pasear y disfrutábamos tanto, o cuando atendía a tus necesidades a su debido tiempo, o cuando te daba cosas deliciosas y saludables.

Hoy, prometo cuidarte y protegerte hasta el fin de mis días. Prometo aceptarte y amarte. Prometo llenarte de risas y de buenos momentos; prometo darte abrigo cuando tengas frío; y te vestiré con la ropa que más te guste, y todos los días te recordaré lo bonito que eres. Te daré relajantes baños con jabones de mil olores, y protegeré tu piel con la crema que más suave la deje. Te acariciaré cada mañana y al dormir, y nunca, nunca, me separaré de tu lado.

Fdo.: una mente desordenada que, aunque no te lo diga muy a menudo, te quiere más de lo que imaginas."

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Carta de amor a mi cuerpo II

La autora de esta maravillosa carta es @gata_sorda en Twitter, que se une a nosotras para pedirse perdón y prometerse quererse. Nada más que decir que no diga ya ella.

A mi querido cuerpo:

Hoy te escribo para avergonzarme, te escribo para hacerte saber todo lo que siento haberte hecho pasar, por todo lo que has tenido que soportar.

Perdóname, cabeza, por no dejarte vivir en silencio. Por comerte todas las noches y más de una mañana o tarde. Perdóname por no tenerte en cuenta cuando era el corazón quien hablaba. Perdóname.

Perdón, cuello, por no darte las caricias que mereces. Por no mimarte. Por no dejarte las marcas que necesitas, por no demostrarte que eres lo mas sensible en mí.

Perdonadme, costillas, por tantos golpes, por tantos apretones de aquellos que no merecían acercarse. Perdonadme por arañaros, malcriaros, heriros.
Perdonadme pechos por odiaros. No soy capaz de veros bonitos. No soy capaz de superar la opinión que otros han plasmado. Perdonadme si no os he hecho sentir como debíais, bonitos, valiosos y preciados.

Perdóname, barriga, tanto dentro como fuera, por golpearte, arañarte,lesionarte, por no alimentarte y luego hacerlo demasiado, por haberte hecho tragar tantas sustancias que no debías, y cuando las has intentado devolver prohibírtelo. Perdóname, no lo merecías ni mereces.

Perdonadme brazos por morderos, y sobretodo muñecas, perdonadme. Sois de las que más busco perdón. Sois en las me he desahogado, sois las que aún tenéis marca de la desgracia de otros. Sois las que aun tenéis que soportar presión, tristeza, enfado. Perdonadme. Siempre habéis sido mis compañeras, siempre habéis sido mi apoyo, y no he hecho más que maltrataros, dañaros, arañaros, apretaros. No merecíais nada de eso, merecíais y merecéis lo mejor. La alegría, los dibujos. Miles de mariposas que os envuelvan. Que os acaricien. No más cuchillas, no más filos, no más cristales, solo seda acariciándoos.

Perdonadme, caderas, por no valoraros cuando tocaba y exhibiros cuando no. Por entregaros a cualquier promesa tonta de felicidad y gozo. Por dejaros pasar el peor momento de mi vida. Por dejar que las manos de aquel intruso se posaran en vosotras, y no su cara en mis puños. Perdón por los golpes una vez más, cuerpo mío, perdón por no perdonarte ni una de mis desgracias.


Perdón, piernas. Por todo. Y vosotras, actualmente malheridas, incapaces de ser mostradas a nadie más que no respete lo que os he hecho. Vosotras que me aguantáis en pie, que me recogéis y me arropáis cuando más desesperada estoy. Que me habéis hecho huir, esconderme de lo que debía, disfrutar. Os he lesionado, un mes de venda no fue suficiente con el deporte que me lo hizo. Perdonadme por ser la manera de refugiarme de lo que le había hecho a mis muñecas, perdonadme por quedar marcadas para siempre. Perdonadme por no contenerme. Por decir «no se ve, nadie lo sabe, nadie lo siente si no se ve». Perdonadme por recibir caricias donde no debíais, caricias que os han dañado. Caricias que han hecho que hoy y ahora estéis dañadas. Caricias que no deberían prometer nada y llevan demasiado sueños detrás. Perdonadme piernas por no saber cuidaros. Por maltrataros, otra vez. Por no saber refugiarme en otro lugar más que en la sangre que emanáis. Por no preocuparme si esto se mancha, si esto no se cura. No son vuestras cicatrices las que quiero curar.

Perdóname, corazón, por hacerte caso. Por hacer lo que decías cuándo eso solo traía dolor. Traía que te acurrucaras en mi pecho. Perdóname por hacerte latir más rápido de lo que debías. Por hacerte ir más lejos de lo que podías llegar. Perdóname.

Perdóname, cuerpo. Perdonadme cabeza, cuello, pechos, barriga, piernas y sobre todo: perdonadme, pies, por llevaros donde no debía, por arrastraros donde no quería, por machacaros por llegar donde sí quería.

Perdón. Perdóname. 


viernes, 4 de diciembre de 2015

El bodyposi no se enseña; la gordofobia, sí

Este es un artículo de @nitamoriart, Ana Martín, sobre la gordofobia y el daño que hacen ciertas palabras y burlas. Nada más leerlo supe que necesitaba darle a esta chica un lugar donde proyectar su voz porque por su forma de escribir y lo que escribe se merece que la lean.

"El bodyposi no se enseña; la gordofobia, sí.

Iba a comenzar este artículo diciendo que siempre fui esa chica rellenita de la que se burlaban, pero no sería realmente cierto. Cuando era un bebé -un bonito bebé sonriente y gordito- no tenía estos problemas. Porque cuando eres un bebé, estar gordito es sinónimo de buena salud, pero en cuanto empiezas a andar por tu cuenta se convierte en un problema.

No he venido aquí a negar que el sobrepeso conlleve riesgos para la salud, porque sería negar mi propia experiencia y mis conocimientos como bióloga, pero sí quiero gritarle al mundo que esos problemas sólo nos conciernen a quienes los padecemos, y a nadie más. Vuestros comentarios sobre que deberíamos comer menos y ejercitar más sobran: no son por nuestro bien, son por vuestra manía de meteros donde no os llaman y sentir que estáis sanando a la gente con palabras que sólo hieren. Bromeáis sobre cómo acabará explotando aquel chico de vuestra clase mientras su corazón sufre por vuestra crueldad y no por el colesterol. Os burláis de que aquella otra chica necesitará una XLLL por sus muslos, cuando en verdad usa una XS, porque no tenéis ni idea de lo que las tallas representan. Bromeáis sobre cuántas hamburguesas comerá aquel chico que pasó andando delante de vosotros sin saber que sufre un desorden hormonal que le provoca dicho sobrepeso. Os burláis de la nueva de la clase mientras torturáis a vuestra mejor amiga recordándole que “menos mal que ya no estás así”; y ella fuerza una sonrisa y piensa en todas las veces que estuvo a punto de matarse de hambre, y recuerda a todas las amigas que se perdieron a ellas mismas en los trastornos alimenticios. Os burláis del mejor jugador del equipo por no estar “en forma” y lo hacéis por las redes sociales porque tenéis miedo de que os gane en una pelea -y no porque “os aplaste con sus lorzas”, sino porque sabéis que entrena con más fuerza que vosotros-. Os burláis de cuánto pesará aquella otra chica rolliza, cuando en realidad es la persona más ligera de vuestro instituto. Porque no tenéis ni idea. No tenéis ni idea de qué significa tener sobrepeso ni de la diferencia que existe entre eso y tener una constitución física gruesa; no tenéis ni idea de lo que las palabras pueden hacer en una persona, y os escudáis en vuestra patética “libertad de expresión” mientras miles de mujeres vomitan los únicos 4 trozos de manzana que se aventuraron a comer en 48 horas; os disculpáis alegando que somos demasiado sensibles mientras os reís sin parar porque el chico con el que os metíais ha reunido el suficiente valor como para apuntarse a un gimnasio a ver si así cesan vuestras burlas.

Generáis un grandísimo problema y tenéis después la cara dura de decirnos que para liberarnos deberíamos poner en el punto de mira a las chicas delgadas, cuando ellas no tienen ninguna culpa. Dejad de decirnos que luchemos para que hagan las tallas más grandes y empezad a aceptar que existe un grandísimo abanico de números y no todos podemos encajar en una 38 porque no todos medimos lo mismo.

Hoy escribo esto para todas aquellas chicas que no tuvieron amigas lo suficientemente empáticas como para decirles que no estaban gordas, o para decirles que lo estaban y aun así eran preciosas. Escribo esto para todas aquellas personas que tuvieron que aguantar a sus padres martirizándoles en las comidas familiares instándoles a dejarse el postre. 
Escribo esto para todas aquellas chicas a las que nos prohibieron usar tirantes, shorts y palabras de honor para no ofender a una sociedad incapaz de ver nuestra carne sin poner cara de ir a vomitar. Escribo para todas aquellas personas que tuvieron que aguantar una y otra vez el “no encontrarás a nadie que te quiera si no adelgazas”. Escribo para todas aquellas personas que fueron rechazadas por su cuerpo -y no de buenas maneras. Esto es para vosotros: ni vuestro peso ni vuestra constitución física -y mucho menos los comentarios ajenos- determinan ni vuestra belleza ni vuestra valía. Porque el canon de ahora nos odia, pero hace 200 años habríamos sido hermosas -y hermosa no habría sido sólo una forma bonita de decir “gorda”, sino que habría significado “bella” de verdad-; los artistas habrían querido pintarnos o esculpirnos, y la exhibición de nuestros cuerpos habría sido motivo de admiración en lugar de vejación. Escribo para deciros que podemos dejar a nuestros adipocitos tragarse todos esos odiosos comentarios y quemarlos como la grasa que nos hizo sentir mal. Podemos llevar la ropa que queramos. Podemos sentirnos fuertes y sexys. Podemos escupirles a los que usan el “gordibuena” como halago y hacerles saber que nuestro grosor no nos impide ser bellas, que no necesitamos sus etiquetas. Porque no es mi imagen la que ofende: son sus palabras.


Ana Martín"

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Carta de amor a mi cuerpo I

Esta es la primera entrega de una serie de cartas de amor al cuerpo propio que he decidido iniciar con la ayuda de mis seguidoras de Twitter y amigas (que, a menudo, son las mismas). La ha escrito Jara, @xeretag, y yo se la publico. Porque nos queremos. Porque nos pedimos perdón. Y nuestros cuerpos siempre, siempre, siempre, nos quieren de vuelta y nos perdonan a la primera.

"A mi cuerpo:

Ven, ayúdame a recoger los pedazos que aún nos quedan, a intentar juntarlos. Volvamos a ser una, que se ama y se respeta, no porque debe hacerlo, sino porque sabe que lo merece.

Ven, quiero contarte que nunca he dejado de quererte, es solo que me he acostumbrado a hacerlo mal, de cualquier manera algunas veces, exigiéndote lo imposible mientras yo no ponía nada de mi parte otras.

Ven, quiero demostrarte que puedo volver a hacerlo bien, como cuando no comparaba cada centímetro de ti con el resto, como cuando no te ponía metas inalcanzables, como cuando no te  culpaba por cada gramo de más, por cada estría, cicatriz o lunar. Como antes de que le declarase la más sangrienta de las guerras al vello que te cubre.

Ven, quiero devolverte cada  noche sin dormir, cada día sin comer, cada abrazo que no dejaste que te dieran por mi culpa. Porque eres digna de ellos, porque te pertenecen. Después arrancaremos uno a uno los “no puedes” que cosí en tu piel. Que los “no sirves”,  “no vales”, “no mereces” desaparezcan para dejar paso a los “eres válida”, “eres capaz”, “eres digna”.

Ven, vuelve a ser hogar, perdóname para que pueda hacerlo yo también. Tal vez nunca seré capaz de verte tal y como eres frente al espejo, por eso te pido que tus piernas me sostengan ahora y tus dedos me acompañen a recorrerte de nuevo, despacito y sin miedo, disfrutando, memorizando y aceptando cada uno de tus rincones.

Ven conmigo, compañera, y jamás volveré a privarnos de vestir (y desvestir) como nos guste, de pasearnos por donde nos plazca, de comer cuanto nos apetezca, de reír, de gritar, de saltar, de llorar, de follar, de decirle al mundo entero que somos válidas, que nos gustamos.


Ven, vamos a hacer esto por nosotras, por las que todavía piensan que no merecen quererse, por las que jamás podrán hacerlo, por las que morirán en el intento, por las que ni siquiera lo intentan, por las que aprenderán a vivir con ello, por las que no quieren, por las que no se atreven a reconocerlo, por las que fingen hacerlo, por las que simplemente lo hicieron siempre, por las que han luchado hasta conseguirlo, por las que solo son capaces de hacerlo a veces."

lunes, 16 de noviembre de 2015

Body Positive I: Más allá de la belleza

http://moosekleenex.tumblr.com/
El movimiento body positive tiene como objetivo el que todas nos aceptemos en nuestra piel, con nuestro cuerpo, y nos amemos a nosotras mismas más de lo que amaremos nunca a nadie. El movimiento body positive es, para mí, más un intento constante de tratarnos como tratas a quienes quieres que una carrera por alcanzar la meta del amor propio. El movimiento body positive es para todas, para las que ya se quieren, para las que nos queremos a veces más, a veces menos (la mayoría de nosotras), y para las que todavía se odian.
Así, como ya comenté en la primera entrada, el movimiento body positive trata en muchos sentidos de redefinir la belleza. Redefinimos la belleza como subjetiva, como una belleza de todas y para todas, sin límites de género, de peso, de espacio, de color, de altura, de edad o de capacidad. 

Así, podemos afirmar sin tapujos que, si nos vemos a través de nuestros propios ojos y estos miran a través de un velo de amor propio, todas somos bellas porque ninguna lo es objetivamente.

Este es un objetivo vital para muchas. Sobre todo, para aquellas a las que les han dicho desde el principio que su cuerpo nunca podrá ser bello sin cambiar primero; más aún, que ellas nunca podrán ser queridas mientras sean cómo son. Para las gordas, para las de piel oscura, para las planas, para las trans, para las “masculinas”, para las que envejecen, para las que tienen estrías (si es que no somos todas), para las chicas con diversidad funcional o las que no tienen fuerzas ni motivación para ducharse y mantenerse limpias. El canon de belleza nos limita, nos oprime a todas porque para eso es un canon inalcanzable, para que gastemos dinero, tiempo y salud en intentar sin éxito caber dentro; pero a unas nos deja más espacio que a otras.
Sin embargo, para mí el objetivo final del movimiento body positive es saber mirar más allá de la belleza. Es ser capaces de despreocuparnos de ser bellas. Es ser feas felices, feas despiertas en vez de bellas durmientes, feas que sueñan, que hacen y, en definitiva, feas que somos y que vivimos.

Por eso, en mi propia ruta bodyposi, el mayor reto pero también el más definitivo no ha sido aprender a sentirme guapa sino aprender a quererme independientemente de si me veo guapa o no. Ahora puedo decir que me quiero en mis días malos, me quiero con el pelo sucio, me quiero con ojeras, me quiero con ropa poco favorecedora, me quiero al entrar desnuda en la ducha después de otro día cansado. Porque aunque me quiera menos, aunque me quiera pero me cueste, aunque me quiera solo en privado, me quiero porque sigue siendo mi cuerpo, el que me da un continente para todo mi contenido. El que me mantiene viva, aunque a veces me frustre su funcionamiento.
La Venus del espejo - Diego Velázquez
Y quería escribir sobre cómo he ido aprendiendo a relacionarme de esta nueva forma con mi cuerpo. A quitarme, aunque solo fuera a veces (también tengo mis momentos de ponerme mi mejor conjunto y música sexi y bailar delante del espejo hasta que me enamoro un poco más de mí misma, no os creáis que no me gusta sentirme guapa como a la que más), las gafas de la belleza para verme tal como soy en realidad: un cuerpo. Una persona. Una mujer.

Así, lo primero que hice fue intentar cambiar el que era para mí el momento más duro del día. La ducha. Ducharme, enfrentarme a mi cuerpo desnudo de tú a tú, y luego recolocarme el pelo para el día siguiente me causaba una ansiedad terrible. A veces, me agotaba tanto mentalmente que tenía que ducharme sentada; no tengo dedos para contar cuántas veces he llorado en la ducha tampoco.
Pero, dado que tenía que hacerlo igual, decidí endulzar un poco este proceso. Por Navidad me regaló mi madre una loción hidratante de coco (cualquiera que me conozca sabe que me flipa el coco), y después de ducharme, una vez ya me había secado, me sentaba sobre la cisterna y delante del espejo me untaba el cuerpo entero de crema. Totalmente desnuda. Sintiendo todos mis pliegues y recovecos, mis llanuras y mis montes, como quien vuelve a casa después de haber pasado mucho, mucho tiempo fuera.
Empecé a ver mi cuerpo como el de un bebé. Nadie espera belleza de un bebé; tampoco ningún tipo de atractivo sexual. Nadie espera nada de un bebé; la gente quiere a los bebés solo por lo que son, y por todo lo que prometen poder llegar a ser. Así, yo me sentía como la madre que mima a su criatura después de bañarla; me sentía al cargo de mi cuerpo, me sentía agradecida por tenerlo, sentía una conexión más profunda con él de la que he podido sentir nunca con otra persona.

En esta jornada de amor propio, decidí continuar redescubriendo mi cuerpo desnudo. Ya llevaba tiempo aprendiendo a gustarme con ropa atrevida, maquillada o sin maquillar, en mis innumerables selfies y posando delante del espejo. Ahora, sin embargo, estaba llegando mucho más allá.
Comencé a ponerme menos ropa cuando estaba sola en casa. A quitarme el sujetador (para alguien que llevaba años durmiendo con sujetador para no notarse el pecho demasiado pequeño, esto era mucho) y, finalmente, a ir directamente en tetas. Al principio no dejaba de observarlas y cambiar de postura para favorecerlas más; pero a base de utilizar el ordenador, de leer, de comer en bragas empecé a acostumbrarme a que mi cuerpo no luciera siempre perfecto. A mi cuerpo al natural. A mi cuerpo visto con mis propios ojos.

Y, por último, este verano probé a dormir desnuda (o casi). No recordaba haber hecho eso desde que era muy pequeña; pero, al fin y al cabo, todo esto trataba en parte de relacionarme con mi cuerpo como antes, como antes de que el canon me cegara, me intoxicara la mirada. A cuidarme como cuidarías de una niña.
El caso es que me metí en bragas en la cama, con la humedad de la playa en agosto flotando en el ambiente y las sábanas pegadas al cuerpo. Me abracé con fuerza, crucé las piernas y un rato después estaba plácidamente dormida.
Así comencé a disfrutar de aquella pequeña liberación cotidiana, del librarme de las capas de ropa que me aprisionaban durante el día cada noche como quien se libra de los juicios y comentarios ajenos. Pero lo mejor era despertarme, los brazos sobre la sábana, mi cuerpo expandiéndose en aquella cama y la luz del sol bañando mi piel.

Despertar humana.

Despertar viva, bella o no bella, guapa o fea.

lunes, 26 de octubre de 2015

La sociedad y las chicas adolescentes

Las chicas adolescentes somos el chiste del que se ríe la sociedad entera: por nuestros gustos, nuestros problemas, nuestras jergas.

Pensadlo por un momento: se puede ser “muy pava” pero no “muy pavo”, te comportas “como una quinceañera” pero no “como un quinceañero”, chillas como una niña pero no gritas como un niño… el término “mojabragas”, que tanto se utiliza entre los jóvenes últimamente, habla por sí solo. Parecer una chica ya es vergonzoso en nuestra sociedad, pero parecer una chica entre los doce y los diecinueve lo es todavía más.
Y es que ¿qué hacen las chicas adolescentes, que tan vergonzoso es? Son fans de cantantes y actores “comerciales”, se compran posters, escriben fanfiction y chillan en los conciertos y los estrenos. Son enamoradizas. Siguen las modas. Suspiran por sus ídolos, sucumben a las hormonas y, en definitiva, están en la edad.

Sin embargo, los chicos adolescentes también están en la edad y yo no veo a nadie recordárselo tan a menudo. Los chicos adolescentes, de hecho, presentan mayores índices de consumo de alcohol a diario (ellas, sin embargo, toman más psicofármacos); y son más proclives al uso de la violencia. Los chicos adolescentes son, también, más homófobos y misóginos; son menos tolerantes y pacíficos. Este es un patrón que se repite en hombres y mujeres adultas, pero yo considero que en la adolescencia se da el mayor brote de reacciones hormonales por parte de los chicos y sin embargo es más vergonzoso cotillear con tus amigas (como una maruja) que pegarte con tus amigos.

Sigamos analizando las diferencias de comportamiento entre chicos y chicas, en la adolescencia. Las chicas adolescentes sacan mejores notas (y sin embargo tienen menos confianza en sí mismas que ellos), son más proclives a realizar cualquier tipo de voluntariado y además ayudan más en casa. También leen más y es que, al parecer, las chicas adolescentes hacen algo más que suspirar por ídolos inalcanzables entre los posters de su habitación.

Pero la verdadera pregunta aquí es ¿acaso los chicos adolescentes no tienen ídolos? ¿Acaso los chicos adolescentes no necesitan, en una edad tan difícil de maduración de la personalidad, grandes iconos a los que admirar e imitar? Por supuesto que sí. Los chicos adolescentes admiran a cantantes, futbolistas, motoristas y otros deportistas (generalizando, sí, porque esta es una comparación de estereotipos; desde luego que existen chicos adolescentes que idolatran a escritores y directores de cine). Pero no los adoran.
Porque los chicos adolescentes quieren ser sus ídolos, mientras que las chicas adolescentes quieren conquistar a sus ídolos. Los chicos adolescentes sueñan con ser futuras estrellas; las chicas adolescentes sueñan con enamorar a sus estrellas. Las chicas adolescentes idolatran a hombres, pero los chicos adolescentes no idolatran a su vez a mujeres. Los chicos adolescentes aprenden de sus ídolos en quién se quieren convertir; las chicas adolescentes aprenden de sus ídolos lo que las chicas adolescentes llevan siglos aprendiendo: de quién quieren ser.

Y esto nos lleva a otra pregunta: ¿por qué necesitan las chicas adolescentes a sus ídolos, por qué con esta desesperación que las lleva, desde a dedicar una parte importante de su vida a desconocidos, hasta a extremos como el #cutforzayn (en que se autolesionaban y subían fotos a las redes sociales por su ídolo)? La respuesta, para mí, está en lo que son: chicas y adolescentes. La adolescencia es una etapa, de por sí, de crecimiento, cambios y complicaciones; pero ser chica complica indudablemente esta misma etapa.

Y es que, cuando las niñas entran en la adolescencia, son arrojadas a un lodazal de misoginia. Se impone el dictatorial canon de belleza. Se entra en el mundo del sexo y de las relaciones amorosas. Es, en definitiva, una preparación para todo lo que implica ser mujer en una sociedad patriarcal como es esta.
Porque lo que espera a las niñas más allá de las cuatro paredes de su habitación empapelada de posters es un mundo inhóspito que se vuelve contra ellas cada vez más al crecer. Y nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos, como si los chicos de carne y hueso que están a su alcance fueran mucho mejores.

Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un joven mayor dispuesto a aprovecharse de ellas (todas hemos tenido amigas, o hemos sido esas amigas, que a los 13 años se estrenaban en las relaciones y a menudo también en el sexo de la mano de un chico de 17). Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un chico de su edad a años luz de madurez porque no ha crecido con miedo ni le han enseñado a reprimir sus impulsos como a ellas.
Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un novio machista y controlador que las aparta de sus amigas. Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un chico que compara sus cuerpos desnudos con el de la última porno.
Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, iniciarse en el sexo bajo presión y jugando con el consentimiento.

Nos reímos de las chicas adolescentes cuando, en definitiva, lo que deberíamos hacer es avergonzarnos de lo desprotegidas que las dejamos. Porque no son sólo los novios. En la adolescencia termina de viciarse la relación femenina con la comida; en la adolescencia despuntan la mayoría de trastornos alimenticios*, empieza la competición por la delgadez, por ocupar el mínimo espacio posible en un mundo que se ríe de ti cada vez que eres algo más que invisible.

Y el mismo canon de belleza que nos roba la comida nos condena a ser mujeres plenas antes de tiempo y permanecer, al mismo tiempo, niñas. A tener pecho, caderas y culo de adulta pero la ausencia de vello, granos y estrías de una niña. A ser perfecta pero parecer natural.
A probar el sexo para no ser una estrecha pero mantenerte virgen para no ser una zorra. Porque, como leí una vez, si follas muchas veces con la misma persona no eres promiscua pero si lo haces con chicos distintos sí.
Así, las chicas adolescentes vemos a nuestras amigas llamar dieta a matarse de hambre, amor al maltrato machista y primera vez a que te viole tu novio.
Las chicas adolescentes nos regalamos pulseras, colgantes y juramentos para ser siempre amigas porque ya está el patriarcado para enfrentarnos como competencia.
Las chicas adolescentes vivimos haciendo equilibrios entre el demasiado y el no lo suficiente.
Y, cuando nos tambaleamos, os atrevéis a llamarnos ridículas. Porque convertir a las chicas adolescentes en el chiste del que se ríe toda la sociedad es el mejor método para criar futuras mujeres inseguras y sin confianza en sí mismas.

*mayor prevalencia de anorexia nerviosa en jóvenes de 13 a 18 años que en adultos y en mujeres que en hombres