Yo he crecido con
el pop rock. Pero sobre todo, con el pop.
He sido de las
que se levantaban con canciones pop y las escuchaban de camino al instituto; de
las que bailaban pop y se enamoraban al son del pop.
El pop me ha
alegrado la vida, me ha endulzado los madrugones, le ha puesto banda sonora a
mis amistades y mis amoríos y sobre todo, a mi autoestima. El pop feminista es
el que me ha mostrado la cara joven del feminismo, la informal, la que sigue a
las sufragistas y continúa su legado enseñándonos a querernos a nosotras
mismas. Sueño con chillar en algún concierto y me sé de memoria los estribillos
más pegadizos.
Y no me da
vergüenza. Lo popular no tiene por qué dar vergüenza. Lo adolescente, lo
femenino, menos todavía. Pero este año he descubierto algo nuevo.
He descubierto a
las cantautoras. He descubierto las canciones más lentas, los acordes de
una
guitarra que acompaña el corazón, las letras que casi rozan la poesía.
La Otra |
Y este pasado
domingo, en el concierto de La Otra en Valencia, descubrí también la cercanía
de la imperfección. Descubrí que, cuando una se equivoca, tiene siempre derecho
a volver a empezar. Que hay públicos que no solo perdonan sino que no
encuentran ningún error que perdonar. Descubrí lo que en el pop no habría
descubierto nunca.
Cuando comencé a
escuchar cantautoras, al principio me daba una cierta rabia que no fuera todo
redondo como acostumbraba a suceder con la música que yo escuchaba. De repente,
las voces eran humanas, sin la tecnología de por medio decorándolas y
corrigiéndolas. No había ruido de fondo construyendo melodías sintéticas de las
que luego no conseguías deshacerte, y las voces se columpiaban en el aire sin
mayor potencia que la de la garganta que las albergaba.
Pero poco a poco,
me fui acostumbrando. Y empecé a apreciar la humanidad de esa música. Su
proximidad. Parecía que la cantautora y yo fuéramos amigas, que cantara solo
para mí, que me dedicara aquella canción. Parecía que yo misma pudiera ser como
ella. Parecía un recordatorio de que todas, cantemos como cantemos, tenemos una
voz y podemos usarla.
Y por eso, pienso
yo, las cantautoras tienen algo que enseñarnos a las chicas adolescentes. Que
tenemos voz. Que cualquiera puede coger una guitarra y cantarle a la
revolución, a las pequeñas y enormes revoluciones de disolver los celos, de
quererte un poco más a ti misma, de seguir caminando mientras puedas. Si el pop
nos enseña que podemos hacer lo que nos propongamos, con sus canciones de
amores de película y cargadas de sex appeal,
las cantautoras nos explican cómo hacerlo.
Y es sencillo. Y
está al alcance de nuestras manos.
Akelarre |
Y eso, queridas,
la voz de las mujeres y el que algunas la estén usando para animarnos a otras a
alzar la nuestra, aunque sea con la necesidad de una melodía de fondo, me
parece casi revolucionario.
Pero esto no ha
sido lo único que me han enseñado las cantautoras. Las cantautoras me han
enseñado también que no hace falta ser perfecta para cumplir tus sueños. Que no
hacen falta trajes de infartos, focos ni escenarios; que tú sola, en tu casa y
con una cámara y una guitarra, ya puedes llegar muy lejos. Las cantautoras
me han enseñado algo que contradice todo lo que la sociedad lleva diciéndome
desde que nací: que las mujeres, las chicas como yo, no tenemos por qué ser
perfectas.
Que no nos hace
falta ser perfectas para ser tan grandes como ellas.
Que no nos hace
falta ser bellas para merecer ser escuchadas. Que tenemos derecho a
equivocarnos, como se equivocó La Otra en su concierto, y a ninguna de sus
espectadoras nos importó. Porque todas comprendimos, de repente (al menos yo),
que aquella era la Muerte al guión.
Porque las
cantautoras no tienen guión. Solo alma y corazón.
Y por eso, os
recomiendo que, alguna vez, dejéis de lado vuestros gustos musicales habituales
y les deis una oportunidad a mujeres, cantautoras tan grandes como La Otra. De
las que te hacen cuestionarte hasta tu nombre, pero qué dulces, qué dulces que
te saben las preguntas cuando las hacen sus bocas.
Porque ni somos
perfectas, ni debemos, ni queremos serlo. Porque tenemos voz, y cuán, cuán
imparables seremos cuando todas nos demos cuenta de ello.
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