Los derechos de los animales son un asunto feminista. Hale,
ya lo he dicho.
De hecho, la cosificación y explotación de vidas animales debería
hallarse bajo un gran escrutinio por parte de las feministas, dado que el
feminismo va sobre luchar contra el modo en que el patriarcado rechaza los
intereses y la subjetividad de algunos seres por el beneficio de los
arbitrariamente designados seres “superiores”.
Lo que resulta más terrorífico es que la vulnerabilidad
percibida de los animales se usa como una justificación implícita para su
abuso.
En otras palabras, debido
a que los animales no pueden defenderse, dar o negar su consentimiento, u
organizarse en resistencia, nosotros los humanos sentimos que podemos hacer con
ellos lo que queramos, normalmente bajo la falsa apariencia de que estamos
“cuidando” de sus intereses.
Hay algunas barreras que generalmente nos impiden entender como
opresiva la situación de los animales.
Por eso puede que no resulte obvio por qué algunas feministas sostienen que
esto es una cuestión feminista.
Pero lo es. Aquí
hay cinco razones por las que lo es.
1. Los cuerpos de los animales también están cosificados.
Ser cosificado significa que el cuerpo y la vida de alguien existen
para el placer o beneficio de otro.
Como feministas, la mayoría de nosotras somos expertas en
retórica cosificadora cuando se trata del cuerpo femenino en los medios. Por
ejemplo, sabemos que con regularidad las mujeres son reducidas a objetos sexys
de atrezzo en historias protagonizadas por hombres. También sabemos que las
mujeres son violadas, golpeadas, acosadas y asesinadas de forma rutinaria
porque tendemos a ser visualizadas como objetos de placer para los hombres, en
contraposición a seres plenamente sintientes que experimentamos placer por
nosotras mismas.
Como dice Jean Kilbourne, “…convertir a un ser humano en una
cosa, un objeto, casi siempre es el primer paso hacia la justificación de la
violencia contra esa persona.”
Cuando cosificas cuerpos, ves esos cuerpos como cosas que te sirven para un propósito específico.
De forma similar, los
cuerpos de los animales no humanos son reducidos a cosas carnales (literalmente) que pueden ser consumidos
o usados en proyectos científicos dolorosos y faltos de ética.
Los animales son considerados “menos que”. Culturalmente no son vistos como seres
independientes que experimentan dolor, placer y un rango de emociones, y que se
relacionan socialmente. Por esto, los animales padecen una horrible
violencia sistemática que a menudo ni siquiera es cuestionada.
Ser cosificado explica por qué en tantas industrias se usan
ratones, monos, cerdos, conejos y otros animales no humanos en horribles
experimentos científicos, porque nos hemos condicionado a no tener
consideración por ellos. Esto explica por qué los animales no humanos padecen
unas duras condiciones en la industria del entretenimiento como pueden ser los
acuarios, o incluso los simios en cine y publicidad, para que los humanos nos
podamos reír.
Para nosotras se vuelve culturalmente incómodo cuando consideramos que los animales no humanos tienen
emociones, pueden experimentar dolor y depresión, etc.
La cosificación de los animales ha tenido tanto éxito que
han sido totalmente despojados de su subjetividad: ellos existen para nosotros.
2. Los cuerpos de los animales se usan para normalizar la
cultura de la violación
Los animales tienen sexo. Por lo tanto, las torturas
infligidas a los animales son específicas a su sexo y no es una sorpresa que para las hembras, su capacidad para criar condiciona
de una forma abrumadora el modo en que sus cuerpos son controlados.
La ganadería intensiva, e incluso las prácticas llevadas a
cabo en las granjas “humanitarias”, institucionalizan el sexo forzoso como un
violento sistema de opresión. La mayoría de los animales que son asesinados
cada año son sacrificados dentro del sistema de la cría intensiva. Las hembras padecen una vida de repetidas
violaciones y embarazo perpetuo, y una vez que se han “gastado”, son
sacrificadas.
Los “potros de violación” –un término real de la industria
para referirse al dispositivo que se usa para inmovilizar a los animales
durante la inseminación- aseguran la fecundación constante de animales como
vacas y cerdas mientras que las gallinas se crían para que produzcan un
apabullante número de huevos, lo cual provoca un enorme estrés en sus cuerpos,
causando dolencias reproductivas como la retención de huevos y otras
enfermedades.
Como feministas,
consumir cuerpos violados y torturados de animales no humanos mientras luchamos
contra la cultura de la violación parece un tema digno de estudio.
También está el otro asunto del control institucional de los
cuerpos femeninos…
Conforme a un artículo del New York Times titulado “El abuso
animal como indicio de maltratos adicionales”, Diana S. Urban, congresista
demócrata de Connecticut, declaraba que “el maltrato animal es uno de los
cuatro indicadores que usa el F.B.I. para estimar un futuro comportamiento
violento”.
Hay una clara correlación
entre dañar a los animales no humanos a una edad temprana y hacer daño después a
seres humanos.
La Asociación Humanitaria Americana (American Humane
Association, la que nos dice en los títulos de crédito de una película que
ningún animal ha sido maltratado durante la grabación de la misma) expone que
en el 88% de los hogares donde se produce maltrato infantil también ocurre
maltrato animal. En cuanto a las mujeres que acuden a centros de la mujer
buscando ayuda, más de la mitad declaran que su pareja amenazó con hacer daño a
sus mascotas.
La correlación entre
la violencia contra mujeres y niñas y la violencia contra animales no humanos
demuestra como el patriarcado daña a aquellas que son marginalizadas y a menudo
desempoderadas.
De hecho, muchos centros de la mujer aceptan a animales no humanos.
Está probado que las mujeres tienden a no dejar a una pareja abusiva si no
pueden llevarse a sus animales de compañía, ya que temen por la vida de sus
mascotas. Debido a esta fuerte correlación entre la violencia contra la mujer y
la violencia contra los animales no humanos, la mayoría de los estados recogen
penas aplicadas al delito de maltrato animal.
La violencia es
interseccional, así que nuestro movimiento para terminar con la violencia
también debe serlo. Los animales no humanos también sufren bajo el
patriarcado.
Hablando de interseccionalidad…
4. La interseccionalidad debe incluir a todos los grupos
oprimidos
Es raro que no exista un hilo de comentarios feministas
donde no se proclame en algún momento que “hasta los animales son mejor
tratados que las mujeres”. Incluso en manifestaciones como las recientes
protestas de Ferguson se podían oír comentarios del tipo “a un perro se le
habría respetado más que a Mike Brown”.
El lenguaje que rodea a los animales no humanos hace uso constantemente
de una moral jerárquica que sugiere que ciertos grupos son más valiosos que
otros, dando a entender así que la situación de ciertos grupos es más
importante o significativa que la de otros.
Una actitud similar se refleja también en los discursos
concernientes a los humanos cuando asumimos
que la lucha por los derechos de un grupo debe demandar nuestra atención por
encima de la lucha de otro grupo, o
que un grupo merece un mejor trato que otro a pesar de que ambos grupos
pertenecen a espacios de opresión.
Un gran ejemplo de esto se da en el feminismo radical
trans-exclusivo (TERF), donde las cisfeministas excluyen a las personas trans
porque no creen que dichas personas sufran la opresión del mismo modo en que
ellas lo hacen.
También hay algunas feministas blancas que no creen que el
racismo tenga cabida en su agenda feminista porque la opresión “de género” es
un asunto más acuciante a pesar del hecho de que las mujeres de color sufren
opresión racial de género.
La interseccionalidad es un desarrollo teórico que nos ayuda
a combatir dichas actitudes. La interseccionalidad nos ayuda a ver las
conexiones entre distintos sistemas de opresión.
La realidad es la siguiente: la gente de color, mujeres,
personas con discapacidad, la comunidad LGBTQIA+, etc, lo tienen bastante mal.
Los animales también, especialmente aquellos que son considerados útiles solo
en la medida en que son consumidos, ya sea por su carne o su leche.
Es ridículo intentar
“posicionar” cómo de mal lo tiene cada grupo o asumir que debemos dedicar
toda nuestra atención a la lucha por los derechos de un grupo en concreto, o
suponer que si la mayor parte de nuestra atención se centra en un grupo en un
momento concreto, debe ser porque los otros grupos son menos importantes o “lo
tienen mejor”.
Todas estas esferas de opresión son subproductos del mismo
mal sistemático – un mal que está fuertemente impregnado del patriarcado blanco
supremacista.
Afirmar que a uno de
estos grupos se le “trata mejor” que a los otros implica obviar completamente
el modo en el cual estas opresiones están entrelazadas e incluso dependen unas
de otras.
5. Nuestra sociedad también difunde mentiras sobre los
animales
Como feministas, la mayoría de nosotras ya sabemos que las
convenciones culturales se usan para naturalizar comportamientos problemáticos.
Sabemos que “son cosas de hombres” es una forma de evitar
evaluar críticamente el motivo por el que a los hombres se les permite salirse
con la suya al comportarse de forma violenta y destructiva. Es más fácil decir
“bueno, los hombres son así por instinto” que relacionarlo con los sistemas de
género que crean organismos culturales que actúan de modos específicos.
También vemos estas convenciones que dicen “bueno, los
hombres simplemente son más sexuales que las mujeres” para explicar por qué en
las películas se nos presenta de forma predominante a mujeres desnudas y no a
hombres desnudos. Usamos esta misma convención para justificar por qué ocurren
las violaciones. Es un modo de naturalizar las relaciones asimétricas de poder
sexual.
De forma similar, en
los espacios donde se consumen animales existen convenciones que naturalizan
unos horribles sistemas de opresión. Mucha gente dice: “Nunca podría dejar
la carne” o “nunca podría hacerme vegana porque me gusta muchísimo el queso”.
Es posible que el queso y las hamburguesas sepan bien, pero
mientras tanto, estas convenciones nos
desvían de la realidad sistemática en la que los animales no humanos son
torturados, asesinados y violados para que nosotras podamos satisfacer nuestra
adicción al sabor.
La apatía hacia la violencia nunca debería fomentarse en un
movimiento de justicia social.
Las convenciones
culturales perpetúan mitos y tradiciones. Por ejemplo, existe el cómodo
cuento de que las proteínas solo pueden venir de animales a pesar de que
igualmente hay buenas fuentes de proteínas en otras partes.
También sucede al creerse el mito de que matar “humanamente” a un animal es de
alguna manera mejor que las condiciones de las granjas; un extraño mito,
teniendo en cuenta las palabras “humanamente” y “matar” en la misma frase. El
maltrato también está extendido en las granjas “ecológicas”.
Las convenciones nos
permiten sentirnos cómodas con los comportamientos problemáticos. Nos permiten
desviar la responsabilidad de las acciones que tenemos el poder de realizar.
…
Como feministas, tenemos que politizar incluso las cosas que
aparentemente son mundanas en nuestras vidas, como la comida que consumimos. La
Dr. A. Breeze Harper, creadora del proyecto Sistah Vegan, dice:
“No puedo ver sin más la comida como un “objeto mundano y
cotidiano”. Entiendo el significado que se aplica a la comida como algo que
representa una cultura entera de ideologías que lo rodean todo. Por ejemplo, la
comida me puede relatar las expectativas sexuales, los roles de género, la
jerarquía racial de poder y la capacidad de una sociedad”.
Afrontarlo con preguntas críticas sobre nuestra dieta, así
como revisar los organismos de los que hablamos en nuestra teoría feminista, es
uno de los primeros pasos para descolonizar nuestras mentes y cuerpos del
patriarcado blanco supremacista.
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