Que los cuentos
infantiles tradicionales están plagados de misoginia y roles de género no es
ninguna novedad. No sorprende a nadie. Lo sabemos; sabemos lo que estamos
contando y a quiénes se lo estamos contando, y por si se nos olvida, psicólogos
y sociólogos trabajan para recordarnos la marcada influencia de las fábulas
infantiles en nuestra infancia.
Y sin embargo,
seguimos contándoselos. Sus primeras películas son La Blancanieves y La Bella
Durmiente y antes de dormir escuchan la historia de La Cenicienta.
Y yo lo
comprendo. Al fin y al cabo, son parte de nuestra cultura. Una parte
valiosísima, de hecho. Nos recuerdan los valores que han primado en la ética
colectiva por los siglos de los siglos; nos conectan con el folclore de
nuestras antepasadas y en el caso de Disney, llevamos deleitándonos con sus
joyas animadas desde hace ya años.
Pero lo más
importante para nosotras, para las madres y las tías y las abuelas que seremos
las principales cuentacuentos de niños y niñas, debería ser lo que les estamos
enseñando a hijos e hijas, a sobrinos y sobrinas, a nietos y nietas.
La Cenicienta
enseña a las niñas que la única vía de escape de la esclavitud de la limpieza y
el maltrato familiar es el matrimonio. Que el único sueño que verán cumplido
será el de encontrar al hombre de sus vidas. Que serán, al fin y al cabo,
salvadas de su destino.
La Bella
Durmiente enseña a las niñas que los besos sin consentimiento (las violaciones,
en el cuento folclórico original) son románticos. Que el Príncipe aparecerá
para rescatarlas nuevamente del sueño eterno y el matrimonio será otra vez el
único destino al que puede aspirar una princesa de verdad.
La Blancanieves
enseña a las niñas lo mismo que las anteriores. Que para escapar de la
esclavitud de la limpieza debes encontrar nuevos amos para los que limpiar, los
enanitos, y que por último sólo un Príncipe podrá salvarte de la muerte. Con
otro romantiquísimo beso al que tampoco has consentido.
Y, lo más
importante, La Blancanieves enseña a las niñas que su madrastra será su enemiga
porque nada enfrenta a las mujeres como el canon de belleza.
La Caperucita
Roja enseña a las niñas que la culpa es suya si lucen su inocencia escarlata
por el bosque equivocado a la hora equivocada. Que es su deber evitar al lobo
acechante. Que es su responsabilidad preservar su niñez.
Piel de Asno
enseña a las niñas los Príncipes solo se enamoran de las doncellas más bellas.
De aquellas de manos perfectas en las que encajan los anillos. Que es su
responsabilidad salvaguardarse de un padre pedófilo.
La Bella y la
Bestia enseña a las niñas que si un maltratador se enamora de ti y eres buena y
dulce con él, conseguirás arreglarlo. Que el secuestro es justificable si eres
bella, y que la fealdad se le perdona a él pero nunca a ella.
La Sirenita enseña
a las niñas que vale la pena perder la voz por el amor de un hombre. Que así
nos quieren ellos, calladas y sumisas.
La Princesa del
Guisante enseña a las niñas que solo siendo delicadas y suaves como nadie serán
merecedoras del amor del Príncipe.
Porque estas son
las cualidades que todavía premiamos en las niñas. La suavidad. “No hables tan
alto, pareces un chicote”. La delicadeza. “No subas a los árboles, eso son
cosas de chicos”. La buena educación. “No te espatarres, siéntate como una
señorita”.
La predisposición
a ser salvadas. La indefensión. Y, como siempre, la belleza; porque les
enseñamos desde pequeñas que sólo pueden aspirar a ser guapas y luego nos
sorprendemos cuando de mayores son incapaces de pensar en otra cosa.
Y ¿qué les
enseñamos a nuestros niños? Que deben ser Príncipes omnipotentes siempre
preparados para salvar a alguna Princesa. Agresivos. Dominantes. Besando a
muchachas dormidas y aniquilando dragones. Nunca descansando. Nunca sensibles.
Porque “los hombres no lloran”. Porque “el rosa es de chicas”. A ellos solo se
les permite lucir el azul de sus uniformes manchado de rojo sangre.
Por eso, yo
propongo recontar los cuentos infantiles.
Decidles a las
niñas que la Cenicienta desgarró la garganta de su madrastra con el zapato de
cristal y huyó descalza.
Decidles a las
niñas que la Bella Durmiente abofeteó al Príncipe que la besó sin su
consentimiento y reinó para siempre soltera.
Decidles a las
niñas que Blancanieves rompió en pedazos el espejo de su madrastra y la liberó
de la esclavitud de la eterna belleza.
Decidles a las
niñas que la culpa no era de la Caperucita Roja por distraerse en el bosque
sino del lobo por rondar a una niña.
Decidles a las
niñas que Piel de Asno pidió al hada que acabara con la vida de su padre
pederasta y reinó como la reina sin vestidos ni alhajas.
Decidles a las
niñas que la Bella mató al Príncipe, no por Bestia sino por maltratador y
secuestrador, con la misma daga que a Gastón.
Decidles a las
niñas que la Sirenita le arrebató a la Bruja del Mar la poción para caminar y
nunca vendió su voz por el amor de ningún hombre.
Decidles a las
niñas que la Princesa del Guisante rechazó casarse porque no quería una suegra
tan exigente y se fue a dormir en su propia cama.
Decidles a las
niñas que no son las Princesas, son las dragonas. Si vamos a contarles cuentos
plagados de agresiones, enseñémosles que la autodefensa es buena.
Enseñémosles el
poder de sus voces, de sus manos a las que no las tienen, en vez de narrarles
fábulas sobre Princesas que las pierden.
Decidles a las
niñas que las Princesas de los cuentos dejaron de serlo para revelarse como las
guerreras que siempre habían sido. Que se olvidaron de los Príncipes y se
hicieron amigas entre ellas, y se ayudaron las unas a las otras a escoger sólo
a hombres a la altura de sus palabras, si es que no se quedaron solteras.
Porque se puede
ser feliz siendo fea.
Porque se puede
ser feliz estando soltera.
No hay emoticón para expresar lo que siento al leer esto. Bueno, sí lo hay: :')
ResponderEliminarMe encanta, sobre todo los nuevos finales
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