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domingo, 14 de abril de 2019

Trastornos de la Conducta Alimentaria: el derecho al tratamiento gratuito

Hace unos pocos años que manifiesto un interés creciente por los estudios psicológicos y sociológicos que se hacen sobre los Trastornos de la Conducta Alimentaria, su incidencia, sus factores causales, sus tratamientos. Decir que manifiesto un interés es en realidad bastante eufemístico, dado que es prácticamente desde que empecé a presentar lo que se denomina clínicamente “dismorfia corporal” que no puedo dejar de investigar, leer, conversar sobre estos problemas de salud emocional.

Esto se debe a que creo fervientemente que hace falta entender el problema, ahondar en el pozo, en definitiva, meter el propio dedo en la llaga para empezar a sanar. Y claro que quiero sanar. Ya estoy en el proceso, ya no me obsesiona mi imagen hasta el punto de dejar de asistir a clase o saltarme compromisos sociales porque me horroriza lo que veo en el espejo; y, de hecho, ya casi nunca me horroriza lo que veo en el espejo. He dejado de provocarme el vómito, a pesar de que a veces me entran náuseas sólo de toser y de que, de una forma u otra, soy consciente de que este fantasma me va a acompañar siempre.

Pero los fantasmas no equivalen a problemas reales, de esos que te discapacitan, que te impiden seguir disfrutando de tu día a día o, al menos, cumplir con tus obligaciones estipuladas (estudiar, trabajar, etc). Por eso sé que soy afortunada: sin tratamiento, hasta el 20% de personas con Trastornos de laConducta Alimentaria severos mueren.

Es una estadística muy manida entre las personas que hemos estado cerca de desarrollar un Trastorno de la Conducta Alimentaria “en toda regla”, para quienes los han llegado a desarrollar, para quienes amamos a personas afectadas. Los especialistas nos avisan, Internet nos avisa, y nosotros nos sabemos los porcentajes de memoria. Pero nos queda preguntarnos ¿por qué hay tantas personas que están sufriendo y no están en tratamiento?

Hay muchas posibles respuestas a este interrogante. También hace falta cuestionarnos el mandato del tratamiento tradicional, puesto que hay variedad de tipos de abordaje para los dolores emocionales y no todos tienen por qué consistir en la misma modalidad de terapia cognitiva y conductista. Puesto que, con la amenaza de losingresos involuntarios y la sobremedicación psiquiátrica planeando sobre nuestras cabezas, me resulta más que comprensible que muchas personas acabemos desconfiando, en mayor o menor medida, del especialista de turno.

Y sin embargo, está claro que hay tratamientos probados, y profesionales afines, y yo soy la primera que considera que no estaría aquí hoy día si no fuera por la terapia. Así que, nuevamente, toca preguntarse ¿por qué hay tantas personas sufriendo y sin tratamiento?

La respuesta es tan vieja como el propio sufrimiento: si las fuerzas del liberalismo económico ya empujan para privatizar todos los servicios posibles, imaginaos lo que pasa con la salud mental y emocional. Nos cuentan las estadísticas que, en 2015, los hospitales públicos españoles tenían menos de cinco psicólogos por cada 100.000 habitantes. Si esta cifra no asusta lo suficiente de por sí, siempre queda hablar con cualquier persona cercana que haya sentido tanto dolor emocional alguna vez como para verbalizarlo y pedir ayuda en el hospital que le toque. Preguntar: ¿cuánto tardaron en atenderte? ¿Cada cuánto te daban cita para terapia? ¿Sentiste que te ayudaban de verdad?

Yo he sido, nuevamente, afortunada: asistí a terapia con psicólogas privadas desde los 15 hasta los 18 años, más o menos. Para la mayoría de mi entorno, no ha sido así. Cuando empiezas a ofrecerte a fotocopiar las hojas que te reparten en terapia para que tus amigos puedan leerlas, cuando envías a decenas de personas estas mismas hojas escaneadas por correo electrónico, te das cuenta de que el problema que tenemos con la Sanidad pública en este Estado del bienestar no es menos problema cuando hablamos de salud mental y emocional.

En el centro de día privado al que acudo a terapia individual, yoga y demás, especializado en tratamiento psicológico para trastornos emocionales, de la personalidad y de la conducta alimentaria, estoy segura de que el convenio con la Seguridad Social ha salvado vidas. Pero ¿qué pasa en otros Estados? Y, sobre todo ¿qué pasa en nuestro propio Estado cuando no hay cómo saltar económicamente (es decir, recurriendo a la privada) los obstáculos burocráticos que supone acceder a un tratamiento digno y continuado para problemas de autoestima y Trastornos de la Conducta Alimentaria?

Porque sí, vuelvo a los Trastornos de la Conducta Alimentaria. Porque la anorexia mental es considerada el trastorno con mayor índice de mortalidad en salud mental. Porque he visto cómo mis amigos adelgazaban obsesivamente, o engordaban compulsivamente; porque conozco los atracones y sus efectos, así como los respectivos trucos para vomitar con mayor facilidad que me niego a mencionar.

Y ¿qué posibilidades se le ofrecen para recuperarse a una joven de familia de clase trabajadora, cuyos padres probablemente ni siquiera se tomen en serio la salud mental y emocional de su hija porque la terapia es para ricos (que es otra forma de decir “los pobres no nos podemos permitir pagar terapia”)? Son muchas las familias que, ante los Trastornos de la Conducta Alimentaria de su prole, reaccionan preguntándose qué han hecho mal y qué está haciendo mal su hijo o su hija para no poder vivir con normalidad.

Pero es que todos lo hemos hecho mal. Se habla de la epidemia de la obesidad infantil pero esto no impide que McDonald’s o Burger King tengan sus paneles de anuncios distribuidos por toda la ciudad y ofrezcan las alternativas para “comer fuera” más baratas para todas esas familias, que cada vez son más tras la crisis económica, que han de recurrir a las opciones menos sanas por falta de dinero, y no loolvidemos, por falta también del tiempo y el asesoramiento necesarios paraaprender a comer más sano. Sin embargo, hablar a todas horas de la epidemia de la obesidad infantil sí sirve para condicionar las vidas de niños y niñas gordos que se enfrentan al ostracismo en el mejor de los casos y la persecución y los malos tratos en toda regla en el peor; que ven como sus vidas se ven condicionadas porque los profesionales de la salud que les atienden achacanabsolutamente todos sus problemas de salud al sobrepeso.

¿Medidas efectivas contra la precarización de los hábitos alimentarios y la proliferación de las cadenas de comida rápida e insalubre? No. ¿Hacer chistes de gordos a todas horas? Sí.

Y continúo: todos lo hemos hecho mal. Les repetimos a todas horas a las niñas de nuestras familias lo guapas que son y cuando crecen, las abandonamos a la intemperie ante hombres de todas las edades que se creen con derecho a toquetearlas y asaltarlas. ¿Cuánto te puede joder emocionalmente ver que todo lo que te habían dicho que eras y podías ser, o sea, tu cuerpo… es una puerta abierta a las miradas, los manoseos, las agresiones sexuales que traumatizan?

Luego las mujeres crecemos desarrollando Trastornos de la Conducta Alimentaria, de los que se diagnosticarán (si te descubren, si se te va de las manos la pantomima, si tus padres tienen dinero para que te traten antes de que mueras); y de los que no. Y todo el mundo se lleva las manos a la cabeza. Pero es que todos lo hemos hecho mal.

Lo hemos hecho mal, tan mal que seguimos pensando que los Trastornos de la Conducta Alimentaria (que asociamos automáticamente con la anorexia nerviosa, como si la bulimia nerviosa y el trastorno alimentario por atracón no existieran) son problemas de niñas blancas, ricas y delgadas. Sobre todo, ricas. Como si no existieran ya estudios que desmienten este mito.

Pero para empezar a arreglar este error garrafal de nuestra cultura occidental con la comida, la auto-imagen y el bienestar emocional no basta con gritar a los cuatro vientos (y siempre en Internet) que un Trastorno de la Conducta Alimentaria puede afectar a cualquiera, independientemente de la demografía. No nos basta con concienciar alrededor de los Trastornos de la Conducta Alimentaria; necesitamos medidas prácticas para el apoyo y el tratamiento para las personas afectadas, y para eso, necesitamos inversiones económicas en salud pública, mejor formación y asesoramiento de los profesionales, etc.

Necesitamos que todo el mundo se pueda permitir el tratamiento para un Trastorno de la Conducta Alimentaria. Y para eso, necesitamos que el tratamiento digno, continuado y especializado sea gratuito.

La otra opción es que tantas y tantas personas de familias trabajadoras, especialmente mujeres que estudian y trabajan, sobre todo mujeres jóvenes que estudian y trabajan y taponan el pozo sin fin del malestar emocional ayunando, dándose atracones y purgando lo comido; sigan sufriendo en silencio.

La economía, si no sirve a nuestro bienestar, no es economía; es privilegio de unos pocos y precariedad de muchos. La salud mental y emocional no es la excepción a esta regla.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Entrevista: Desnúdate Autoestima Corporal

Os traigo una entrevista con Noemí Conde; ella y Aizea Villarreal son las dos mujeres apasionadas e implicadas con el mundo de la mujer y la cuestión de género que, a través de Desnúdate Autoestima Corporal, ponen sus conocimientos y experiencia al servicio de mujeres en procesos de recuperación de trastornos de la conducta alimentaria y construcción de una verdadera autoestima.


·Os especializáis en el tratamiento con enfoque de género, es decir, desde una perspectiva feminista, de los problemas de autoestima, de la insatisfacción y el desamor con nuestros cuerpos. ¿Qué os llevó a empezar con Desnúdate Autoestima Corporal? ¿Qué os está suponiendo esta trayectoria profesional, y no por ello menos personal y colectiva, en vuestro propio crecimiento y aprendizaje?

Aunque Aizea y yo venimos de mundos diferentes, la relación con el cuerpo nos ha unido: Un proceso de recuperación de Bulimia. Ocho años de experiencia como estilista y publicista para medios de comunicación. Mañanas y tardes acompañando a mujeres con Trastornos de la Conducta Alimentaria. Jornadas completas vistiendo a modelos y actrices.

La vida es aprendizaje, cada una de las experiencias vividas se transforman en conocimientos de un valor incalculable que nos ayudan a crecer y avanzar.

Ambas hemos vivido la presión del cuerpo en nuestra piel, llegando a olvidarnos de nosotras mismas, de nuestra esencia. Y concretamente ése ha sido nuestro motor. Aizea, durante su carrera profesional como estilista, ha visto como mujeres que aparentemente cumplían con los cánones vivían infelices con la presión del cuerpo.

Por mi parte, una enfermedad me hizo despertar y relacionarme en un mundo donde la exigencia y la perfección hacían mucho daño.

Nuestra especialización desde la psicología y el trabajo corporal expresivo despertaron en nosotras la misión de acompañar a este colectivo que tanto nos había tocado de cerca.

Acompañar a mujeres que tienen dificultad en la relación con su cuerpo, llegando muchas de ellas a padecer un Trastorno Alimentario, es un privilegio, un recordatorio constante de cómo nos atraviesa a todas las mujeres el patriarcado, y en este caso la presión social en el cuerpo. A nivel tanto profesional como personal, nos enriquece y nos hace tomar consciencia de una realidad social con hechos concretos: los abusos sexuales, maltratos y violaciones están más presentes de lo que podemos llegar a imaginar.

Cada día nos encontramos a mujeres muy bellas por dentro y por fuera que se fustigan por no llegar a ése ideal de belleza que se han marcado. Cada día tenemos más claro que no se trata de una cuestión de peso.


·¿Podríais contarnos un poquito sobre lo que hacéis en un tratamiento promedio, es decir, qué podéis ofrecer a las mujeres que acuden a vosotras a nivel práctico y cómo de constructiva está siendo hasta ahora la experiencia de ofrecer estos tratamientos?


En Desnúdate ponemos a disposición nuestro bagaje, dos mochilas de experiencias vitales y profesionales únicas sumadas a una amplia formación especializada en psicología y crecimiento personal.  

Nuestro método es creativo y flexible. No existe un proceso igual, todos son totalmente personalizados y adaptados a las necesidades de cada una de nuestras pacientes. Nos basamos en una combinación original de disciplinas, corrientes y técnicas que nos han ayudado a conocernos y amar nuestro cuerpo.

Algunas de ellas son:

La Terapia Gestalt. La PNL, centrada en el diálogo interno de la persona. El Movimiento vital expresivo. La escucha y la observación. El Estilismo libre color, el disfraz y vestuario creativo. La música, el ritmo y la danza. Plástica. El juego, el contacto, la dramatización, la expresión y la creatividad. La respiración, la relajación, el masaje. La meditación y la visualización. El trabajo grupal, la identificación de emociones y paradigma personal.

El resultado, después de acompañar a muchas mujeres, nos hace confirmar nuestras hipótesis. El trabajo emocional y corporal, la detección de necesidades y contactar con el placer, la flexibilidad, desde el permiso; siendo consciente de lo que quieres en tu vida y lo que no, es lo que hace que esa flexibilidad y adaptación también se empiecen a aplicar en la relación con el cuerpo, en ver aquellas partes “imperfectas” como parte de la esencia de cada una.

Los resultados son claros: las mujeres que empiezan con Desnúdate, en un largo plazo de trabajo personal, son capaces de empezar a relacionarse con su cuerpo desde una postura más compasiva y amorosa.


·Vuestro método de tratamiento bebe de diferentes disciplinas terapéuticas, algunas especialmente creativas. ¿Cuál es para vosotras el mayor defecto del acercamiento hegemónico ahora mismo a los trastornos de la conducta alimenticia y los problemas de autoestima desde las clínicas y las consultas? Como mujer que lleva años en tratamiento, entre otras razones, por mis problemas de autoestima y con mi cuerpo, me interesa especialmente saber ¿qué podéis ofrecer vosotras a las mujeres que recurran a vuestro tratamiento que no vayan a encontrar igual en centros de otro corte?


Desde nuestro punto de vista, las clínicas centradas en el tratamiento de los Trastornos de la Conducta Alimentaria están muy centradas en el síntoma, en la parte visible del trastorno. Nosotras siempre hacemos la comparación del iceberg para explicar qué es un TCA. La parte visible del iceberg es el síntoma: lo que se puede observar desde fuera por el comportamiento. La parte sumergida son las emociones: el trasfondo que hace surgir la enfermedad y aviva las inseguridades.

Desde los centros de tratamiento hay un foco puesto en la parte visible del iceberg, en el control o descontrol con la comida y con el cuerpo. Y en un momento concreto de la enfermedad es muy necesario este foco, no obstante, si sólo se trata el síntoma y no se baja a los fondos marinos, el trastorno es muy probable que vuelva a resurgir en otro momento en el que se presenten situaciones adversas, dificultades o vivencias que alteren la cotidianidad. Esas recaídas vuelven como un fantasma hasta que hay un trabajo emocional profundo que te consiga dar herramientas para enfrentarte a esas adversidades que pueden hacer balancear ese “equilibrio” creado desde un tratamiento cognitivo conductual.


·Igual es una pregunta muy básica, pero me parece importante recalcarlo ¿por qué es necesaria una perspectiva feminista, una perspectiva de género, en el tratamiento de los problemas de autoestima y amor propio corporales? ¿Creéis que en el programa de estudio habitual y especializado en estos tratamientos se profundiza lo suficiente en el canon de la socialización patriarcal?


La sexualización del cuerpo femenino y la creación de unos cánones de belleza concretos impuestos por el sistema heteropatriarcal en el que vivimos; un sistema sociopolítico donde el género masculino y la heterosexualidad priman sobre otros géneros u orientaciones sexuales. Así, en este caso, el cuerpo femenino se ha moldeado y se ha normativizado según la visión masculina, con el objetivo de agradar al hombre. Cánones que han ido variando según el momento histórico, siendo ahora la delgadez la norma que impera. 

Además, dentro de la delgadez, existen unos atributos concretos que hacen un cuerpo deseable, como: pechos turgentes, piel lisa, blanca y suave, labios carnosos, mirada penetrante, cabello largo y sedoso… Atributos muy coincidentes con una etapa concreta de edad: la juventud, momento de plenitud según lo que se entiende para el género femenino.

Así, para llegar a esos atributos concretos, las mujeres han aceptado todo tipo de medidas de adoctrinamiento: dietas, cosméticos, tintes, tratamientos anticelulíticos, operaciones estéticas… Y en todo este sinfín de medidas aparecen los TCA, llevando la represión y el control a un extremo incontrolable y llevando al descontrol, en muchas ocasiones fruto de ese descontrol.

Por ello, la perspectiva de género y las herramientas feministas las consideramos básicas y uno de los motores más empoderadores que puede llegar a tener la mujer para la conciliación con su cuerpo.


·Otro problema que he percibido en mis años de tratamiento ha sido la ausencia de una verdadera conciencia de la problemática que suponen los abusos, las agresiones y el acoso sexual en la configuración de la autoestima y los hábitos de vida saludables de nosotras las mujeres. Con cada vez más estudios apuntando a la correlación entre el haber sido víctima de abusos y los problemas de autoestima (llegando estos a cristalizar, incluso, en trastornos de la conducta alimenticia) ¿cuál es vuestra propuesta a este respecto, cómo creéis que se puede abordar este sufrimiento desde la posición de la especialista?

Como bien comentábamos en la primera pregunta, los abusos sexuales, acoso y bullying están muy presentes en nuestras sesiones tanto individuales como grupales. El abordaje de estas experiencias es muy delicado y siempre se tiene que hacer desde una posición muy respetuosa, pautada y lenta. El ritmo y la manera de incidir siempre estará en constante revisión y supervisión al ritmo de cada persona. No hay que olvidar que son experiencias traumáticas que crean mucho sufrimiento y que marcan de manera muy clara el desarrollo de cada mujer. Por ello, el abordaje desde la ternura, la autocompasión y el respeto es muy necesario. Estos casos requieren de un ritmo muy lento que respete el momento de cada mujer. Desde estas experiencias, en muchas ocasiones proponemos también el trabajo grupal desde organizaciones que incidan en estas experiencias, para poder sentirse acompañadas y respaldadas en todo momento.


·Por último, quisiera preguntaros ¿cuál es vuestro lema de cabecera, aquello que le diríais a una mujer que no sólo padece por su autoestima y su relación con su cuerpo, sino que ya quiere tirar la toalla? A veces, todas necesitamos un poco de apoyo.

A nuestra consulta muchas veces vienen mujeres que ya han probado todo, que han pasado por diferentes especialistas y nos dicen “es que estoy cansada”.


Y desde aquí dejamos claro tres ejes muy importantes: tienes la suerte de que tu cuerpo te habla, tu cuerpo te avisa cuando hay algo que no funciona. Esa alarma, en tu caso, está muy relacionada con la relación con el cuerpo y la comida. Cuando esa relación tiene etapas que son más conflictivas, es importante que puedas atenderlas, porque te están dando mucha información de aquello que te pasa, de que hay algo que no estás atendiendo. En otras personas, puede que la alarma se active de otras maneras: hacer muchas cosas, deportes de riesgo que creen emociones fuertes, alcohol, drogas, relaciones tóxicas, tabaco…. Tu cuerpo tiene esa salida.

Desde ahí, es importante atender a que el TCA es el automatismo que tu cuerpo ha elegido para reclamar atención, para que pares y te atiendas. Así, es como si tu cuerpo tuviera una patita coja, y a esa patita coja es importante que puedas diseñarle una muleta a tu medida, una muleta con tus colores, con tu altura y que siempre puedas ir revisándola, puedas ir tuneándola porque a lo mejor conforme vaya pasando el tiempo esa patita necesite otro tipo de soporte, otro diseño, etc. Es un trabajo de largo recorrido y de escucharte constantemente, de oír esas señales que tu cuerpo te está mandando. La niña te está gritando, te está pidiendo que la mires.

Dale gracias a tu trastorno porque ha elegido una opción menos adaptativa que hace que tengas que atenderte de manera más incisiva.

Asimismo, algo que hace descansar mucho, aunque parezca mentira; es que tomen consciencia que es algo que siempre te va a acompañar, tu cuerpo siempre te va a preocupar y ese síntoma en ocasiones se puede reactivar cuando aparezcan imprevistos o situaciones que les hagan sufrir. La idea es, como hemos comentado, poder encontrar esa muleta a tu medida, exclusiva y única; con herramientas para enfrentarte a esas situaciones y que no tenga que saltar la alarma.

domingo, 28 de octubre de 2018

Mujeres y comida: delgadez-belleza-virtud.


Prácticamente todo el mundo que me lee sabe lo mucho que escribo y reflexiono sobre los trastornos de la conducta alimentaria, sobre la ausencia de una verdadera autoestima y de unos hábitos alimentarios sanos y constructivos entre las mujeres… y sobre mi propia experiencia con un principio de bulimia y una dismorfia corporal que nunca ha desaparecido del todo.
Escribo esto porque llevo años dándole vueltas a la idea de que nuestro acercamiento al problema mortífero de los trastornos de la conducta alimentaria y de la baja autoestima, desde el feminismo, desde la Psicología y desde prácticamente cualquier ámbito, es insuficiente, y tremendamente pobre y limitado. Desde especialistas que casi hasta descartan el factor de la socialización patriarcal como condicionante para desarrollar este tipo de problemas de salud tan graves, hasta otros que se sorprenden de que con tu inteligencia o tu conciencia feminista hayas llegado a desarrollar esos problemas; pasando por activistas y escritoras feministas que a mi modo de ver se quedan en la superficie y se limitan a despotricar contra el canon de belleza y la dictadura de la delgadez. Que yo también lo he hecho. Que hay que despotricar, y mucho. Pero ¿cuál es nuestro análisis?
Supongo que hablo desde la vivencia de alguien que lleva siendo consciente de la fragilidad de su autoestima desde mucho antes de preocuparme verdaderamente por mi peso y por lo que comía o dejaba de comer, pero también desde la vivencia de alguien que ahora, a sus veinte años de edad, en medio del proceso de recuperación y sin haber presentado nunca un cuadro de emergencia en lo que a los hábitos alimentarios respecta; sigue fantaseando con reducir la ingesta de comida y provocarse el vómito ante cada “exceso” para poder sentir que tiene el control absoluto sobre algo en su vida. Que, si no se me dan bien otras cosas, al menos se me dará bien estar delgadísima.

Pero también hablo desde la vivencia de alguien que se encontró con el libro “Mi cuerpo es un campo de batalla”, de la Colectiva francesa de mujeres Ma Colère, y que dio entre sus páginas con un artículo de una experta en trastornos de la conducta alimentaria estadounidense. Un artículo sobre cómo la socialización patriarcal nos disocia a las mujeres de nuestros cuerpos. Un artículo sobre la alta incidencia de trastornos de la conducta alimentaria tras haber sufrido abusos sexuales.
Y, por eso, hablo también desde la vivencia de esa chica que soy yo que cada vez que ha sufrido tocamientos indeseados, e incluso intimidaciones, por parte de hombres que se aprovechaban de mi ebriedad o de mi miedo a reaccionar ha estado a punto de volver al váter y a ese alivio inmediato de, por fin, sentirse limpia.

Sin embargo, ha sido ahora, leyendo un artículo de una teóloga sobre la significatividad religiosa de la anorexia, cuando se me ha quedado grabada la siguiente frase leída: “la anorexia es un trastorno ascético, en que es la virtud y no la belleza lo que está en juego.”
Joder. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? La virtud, en la cultura occidental profundamente marcada por sus instituciones religiosas, va intrínsecamente ligada al auto-control más titánico y la represión más férrea de nuestros instintos más naturales. No hay más que citar tres de los archiconocidos pecados capitales: lujuria, pereza (muy relacionada originalmente con la tristeza)… y gula. Siempre gula.

¿Cómo podemos pretender que cualquier mujer, y cualquier persona que vive con un trastorno de la conducta alimentaria, la verdad, se recupere fácilmente de uno de estos trastornos cuando nuestra cultura entera está montada para que mantengamos a raya el hambre? Y no se trata ya de la herencia histórica de la Iglesia y sus mandatos; vivimos en una época en que el perfeccionismo y el éxito son dos de las exigencias máximas por parte de nuestro entorno, en que “triunfar en la vida” es el objetivo supremo (y, a veces, si no lo logras no tendrás acceso ni a uno de esos supuestos derechos básicos que debería proporcionarnos el mismo Estado). Quiero decir que este modus operandi, esta lente de la perfección, se aplica perfectamente (valga la redundancia) a nuestra relación con la comida.

Porque abstenerse es virtud. Porque controlarse es virtud. Porque reprimirse es virtud. Y, si existes como mujer en el patriarcado de la obsesión con la apariencia en redes sociales, de la cultura de las dietas relámpago y las cirugías estéticas, todas sabemos qué tienes que reprimir para ser verdaderamente virtuosa a ojos de la sociedad.

Esto me recuerda, no puedo evitarlo, a una frase que le leí hace ya años a una activista feminista que había sobrevivido a la anorexia nerviosa en un artículo (y qué rabia no acordarme nunca de su nombre): “la anorexia es la ingeniería perfecta del patriarcado”. Pues sí. Es fácil llevarnos las manos a la cabeza cuando nuestras hijas, hermanas, amigas, conocidas y parejas están en una camilla en Urgencias porque se han quedado en los huesos, incluso antes, cuando encontramos restos de sangre en el agua de la cisterna o de comida en los cajones, pero ¿qué hay de la educación prematura, del tipo de sociedad en que nos educamos las mujeres?
¿Cómo vamos a prevenir los trastornos de la conducta alimentaria si “gorda” y “fea” son de las peores cosas que se nos pueden decir a las mujeres? Si “gorda” y “fea” van de la mano en esta sociedad, y de hecho, “gorda” y “fea” son antónimos de esa virtud ya mencionada; porque cuando hablamos de anorexia no hablamos sencillamente de obsesión con la belleza, sino de obsesión con la virtud, pero ¿no es acaso la conexión irrompible delgadez-belleza-virtud la que cimienta la socialización femenina?

Supongo que no le daría tantas vueltas a todo esto, no plantearía todos estos interrogantes cuyas respuestas creo que conocemos todas, si no fuera porque yo he tardado años en atar cabos y percatarme de que el vivir disociada de mis impulsos, de mi intuición y de mis emociones más básicas (hola, enfado) me han llevado hasta el extremo de virar entre la angustia absoluta cada vez que me enfrentaba a un plato de comida (adiós, hambre) y la necesidad de utilizar la comida como ansiolítico hartándome a todas horas de lo primero que pillo en la nevera, porque ¿cómo voy a comer sólo cuando tengo hambre si hace siglos que dejé de identificar el hambre?
Nos pasa, a muchas, durante el sexo. Nos pasa, a muchas, cuando se trata de identificar, como decía, nuestro enfado más legítimo y de verbalizarlo, de nuestro derecho a una disculpa o, al menos, a una aclaración. Recuerdos suprimidos y emociones que nos son ajenas son el aliño de la ensalada que hace tanto que nos cuesta comer a pesar de su baja carga calórica, porque sigue siendo comida, y ya sabemos cómo de sucias nos hace sentir el metérnosla en la boca. Mucho más fácil engullir tabletas de chocolate y correr al baño después.

Porque la realidad es que los trastornos de la conducta alimentaria suponen una epidemia sistemáticamente feminizada, y según estudios, no hace falta llegar a cumplir con el cuadro clínico de uno para tener una relación insana, dañina y hasta peligrosa con la comida y con nuestros cuerpos: 3 de cada 4 mujeres estadounidenses (es decir, el 75%) recurren a hábitos alimentarios insalubres que sí se cuentan como síntomas de TCAs. Dietas de dudosa efectividad y peligro de enganche y, cómo no, de rebote y de la consecuente frustración; uso de laxantes; vómitos auto-provocados; ejercicio físico compulsivo; evitación obsesiva de grupos enteros de alimentos… ¿a alguien le suena?

Y ya no sé qué concluir después de escribir todo esto ¿estamos perdidas? No, no lo estamos, pero lo estaremos si seguimos dejando el análisis y tratamiento de los TCAs y de sus síntomas en manos de especialistas ajenos a cualquier enfoque sociológico y crítico con el patriarcado, mientras nosotras nos resignamos a gritar cánticos contra la escasez de tallas en manifestaciones y llorar por nuestras amigas. Que yo también lloro. Que yo también grito… pero no puede ser lo único que hacemos.

Comencemos a revolucionar la forma en que educamos, y permitimos que otros eduquen, a las niñas de nuestro entorno. Comencemos a investigar, a leer, a debatir y a poner, por fin, en el centro la vida porque nos la están arrebatando a golpe de báscula y virtud.

viernes, 4 de diciembre de 2015

El bodyposi no se enseña; la gordofobia, sí

Este es un artículo de @nitamoriart, Ana Martín, sobre la gordofobia y el daño que hacen ciertas palabras y burlas. Nada más leerlo supe que necesitaba darle a esta chica un lugar donde proyectar su voz porque por su forma de escribir y lo que escribe se merece que la lean.

"El bodyposi no se enseña; la gordofobia, sí.

Iba a comenzar este artículo diciendo que siempre fui esa chica rellenita de la que se burlaban, pero no sería realmente cierto. Cuando era un bebé -un bonito bebé sonriente y gordito- no tenía estos problemas. Porque cuando eres un bebé, estar gordito es sinónimo de buena salud, pero en cuanto empiezas a andar por tu cuenta se convierte en un problema.

No he venido aquí a negar que el sobrepeso conlleve riesgos para la salud, porque sería negar mi propia experiencia y mis conocimientos como bióloga, pero sí quiero gritarle al mundo que esos problemas sólo nos conciernen a quienes los padecemos, y a nadie más. Vuestros comentarios sobre que deberíamos comer menos y ejercitar más sobran: no son por nuestro bien, son por vuestra manía de meteros donde no os llaman y sentir que estáis sanando a la gente con palabras que sólo hieren. Bromeáis sobre cómo acabará explotando aquel chico de vuestra clase mientras su corazón sufre por vuestra crueldad y no por el colesterol. Os burláis de que aquella otra chica necesitará una XLLL por sus muslos, cuando en verdad usa una XS, porque no tenéis ni idea de lo que las tallas representan. Bromeáis sobre cuántas hamburguesas comerá aquel chico que pasó andando delante de vosotros sin saber que sufre un desorden hormonal que le provoca dicho sobrepeso. Os burláis de la nueva de la clase mientras torturáis a vuestra mejor amiga recordándole que “menos mal que ya no estás así”; y ella fuerza una sonrisa y piensa en todas las veces que estuvo a punto de matarse de hambre, y recuerda a todas las amigas que se perdieron a ellas mismas en los trastornos alimenticios. Os burláis del mejor jugador del equipo por no estar “en forma” y lo hacéis por las redes sociales porque tenéis miedo de que os gane en una pelea -y no porque “os aplaste con sus lorzas”, sino porque sabéis que entrena con más fuerza que vosotros-. Os burláis de cuánto pesará aquella otra chica rolliza, cuando en realidad es la persona más ligera de vuestro instituto. Porque no tenéis ni idea. No tenéis ni idea de qué significa tener sobrepeso ni de la diferencia que existe entre eso y tener una constitución física gruesa; no tenéis ni idea de lo que las palabras pueden hacer en una persona, y os escudáis en vuestra patética “libertad de expresión” mientras miles de mujeres vomitan los únicos 4 trozos de manzana que se aventuraron a comer en 48 horas; os disculpáis alegando que somos demasiado sensibles mientras os reís sin parar porque el chico con el que os metíais ha reunido el suficiente valor como para apuntarse a un gimnasio a ver si así cesan vuestras burlas.

Generáis un grandísimo problema y tenéis después la cara dura de decirnos que para liberarnos deberíamos poner en el punto de mira a las chicas delgadas, cuando ellas no tienen ninguna culpa. Dejad de decirnos que luchemos para que hagan las tallas más grandes y empezad a aceptar que existe un grandísimo abanico de números y no todos podemos encajar en una 38 porque no todos medimos lo mismo.

Hoy escribo esto para todas aquellas chicas que no tuvieron amigas lo suficientemente empáticas como para decirles que no estaban gordas, o para decirles que lo estaban y aun así eran preciosas. Escribo esto para todas aquellas personas que tuvieron que aguantar a sus padres martirizándoles en las comidas familiares instándoles a dejarse el postre. 
Escribo esto para todas aquellas chicas a las que nos prohibieron usar tirantes, shorts y palabras de honor para no ofender a una sociedad incapaz de ver nuestra carne sin poner cara de ir a vomitar. Escribo para todas aquellas personas que tuvieron que aguantar una y otra vez el “no encontrarás a nadie que te quiera si no adelgazas”. Escribo para todas aquellas personas que fueron rechazadas por su cuerpo -y no de buenas maneras. Esto es para vosotros: ni vuestro peso ni vuestra constitución física -y mucho menos los comentarios ajenos- determinan ni vuestra belleza ni vuestra valía. Porque el canon de ahora nos odia, pero hace 200 años habríamos sido hermosas -y hermosa no habría sido sólo una forma bonita de decir “gorda”, sino que habría significado “bella” de verdad-; los artistas habrían querido pintarnos o esculpirnos, y la exhibición de nuestros cuerpos habría sido motivo de admiración en lugar de vejación. Escribo para deciros que podemos dejar a nuestros adipocitos tragarse todos esos odiosos comentarios y quemarlos como la grasa que nos hizo sentir mal. Podemos llevar la ropa que queramos. Podemos sentirnos fuertes y sexys. Podemos escupirles a los que usan el “gordibuena” como halago y hacerles saber que nuestro grosor no nos impide ser bellas, que no necesitamos sus etiquetas. Porque no es mi imagen la que ofende: son sus palabras.


Ana Martín"

lunes, 23 de noviembre de 2015

A las deprimidas nos han robado nuestras depresiones

A las deprimidas nos han robado nuestras depresiones.

¿Que qué quiero decir? Quiero decir que la depresión aparece en la tele, en las series y en las películas y también en los libros, pero no lo hace de forma realista. Ved Skins, American Horror Story; el repertorio de camisetas de Urban Outfitters con estampados tan sanos como depression o eat less. Se mercantiliza la depresión de forma que guionistas y productoras toman una enfermedad asesina, una dura realidad, y la convierten en un producto estético que vender a jóvenes vulnerables cuando no en una tragedia poética.

Así, tenemos chicas delgadas y guapas como deprimidas, como si las gordas no pudieran estar tristes. Como si las feas no pudieran estar tristes. Como si los chicos no pudieran estar tristes. Porque la imagen que estamos transmitiendo a la juventud de la depresión está tan feminizada que si ya nos parece inimaginable que un chico tenga emociones “de mujer”, más todavía que lo hundan. Tenemos chicas delgadas y guapas llorando en la bañera, cortándose las muñecas y bebiendo y drogándose (que es, desde luego, una cara de la depresión; pero, recalco, solo una); pero no tenemos jóvenes que tardan horas en lograr levantarse de la cama, que se quedan sin ganas de comer, que se olvidan de 
ducharse.

Porque esa depresión, la de verdad, no es atractiva. Porque las depresiones de verdad no venden.

Así, nos encontramos con que se ha mercantilizado la depresión y se ha proyectado una imagen que casi roza el fetiche de la joven deprimida. Una joven deprimida que espera a su príncipe azul, a aquel que la hará feliz de nuevo y le curará la depresión. Aquel que le besará los cortes de las muñecas hasta cicatrizarlos mágicamente. Porque así son los príncipes azules, siempre lo han sido. De pequeña te rescataban del dragón y de mayor te rescatan de ti misma.
El problema es que los príncipes azules no existen, ni pequeños ni mayores. El problema es que nadie te salva de ti misma, menos aun de tu depresión. El problema es que educamos a las chicas para que sueñen con que las salven en vez de para que aprendan a salvarse ellas mismas. El problema es que yo misma soñaba con el galán que me salvaría de mi depresión en vez de esforzarme por aprender a convivir con ella yo sola.
El problema es que reducimos a las mujeres con depresión a lastimeras imágenes, vírgenes de la desolación, siempre al alcance de algún príncipe salvador. El problema es que soy una mujer, soy una persona, no un conglomerado de lágrimas y cicatrices que hace bonito en una escena cinematográfica.

Pero lo peor de todo es que este público masculino que fantasea con chiquillas dependientes e inseguras a las que engatusar no fantasea con sacar de la cama a una joven mujer maloliente. Con acompañarte a ducharte cuando los mechones de cabello graso se te pegan a la frente. Con tener que interrumpir una película porque eres incapaz de concentrarte en nada. Con quedarse sin follar porque, ya sea por la depresión o por efectos secundarios de la medicación, has perdido la libido.
Así, nos retratan a las chicas con depresión como algo que no somos y acabamos atrayendo compañías que no están preparadas para cuidarnos con lo que tenemos.

Sin embargo, quizás no deberíamos quejarnos. Al menos, nosotras aparecemos en los medios como algo más que un chiste (como nuestras hermanas las obsesivo compulsivas) o una historia de terror (como nuestras primas las esquizofrénicas, psicóticas, psicópatas y sociópatas y las de los trastornos de personalidad). Al menos, con nosotras al público se le permite simpatizar. Aunque no sea con nosotras de verdad.
Porque hasta aquí llega la representación para las enfermas mentales, para las neurodivergentes. Deprimidas, auto-lesivas, anoréxicas y bulímicas. Las demás son tan solo disparadores de risas y miedos. Si es que existen en los medios.

Nosotras, mientras tanto, somos carnaza de fetiche y por eso existen artículos como este llamado “5 razones por las que salir con una chica con un trastorno alimenticio* (solo de los que te hacen perder peso, desde luego; a las que viven con trastorno alimenticio por atracón ni las menciona).
“Su obsesión con su cuerpo mejorará su imagen en general”, porque no hay nada tan estiloso como la ropa talla saco para ocultar una supuesta gordura.
“Te costará menos dinero” porque no come, en teoría, pero no estás contabilizando el tiempo que perderás esperando en la consulta del psiquiatra (si tienes suerte; a una mala, acabarás en la sala de espera del hospital) y las lágrimas que derramarás por ella. Ah, no, que los hombres no lloran.
“Es frágil y vulnerable” y yo creo que esta frase habla por sí sola. Un hombre que encuentra un punto a favor de una mujer el que sea más fácil de controlar y de hacer trizas de una sola palabra es un hombre que no se merece volver a tocar a otra jamás.
“Probablemente tenga dinero propio” que se gastará en medicinas cuando mejore y en laxantes cuando recaiga. No hay regalos suficientes que puedan compensar por la impotencia de ver sufrir a tu pareja. Ni necesitas que te la compensen cuando realmente la amas, porque ya lo hacen su brillante personalidad y sus horas a tu lado.
“Es mejor en la cama” porque “es un hecho conocido que las locas son geniales en la cama”. Sí; las locas, cuando nuestras obsesiones corporales nos permiten desnudarnos y no nos aterroriza la posibilidad de que nos utilicen para luego humillarnos públicamente, cuando aún nos queda algo de libido, podemos ser geniales en la cama.

Y podría escribir tanto sobre esto. Sobre cómo unas enfermas mentales tenemos algo de espacio y a otras se las expulsa del espacio público directamente porque lo suyo no se puede mercantilizar para un público femenino adolescente vulnerable y un consumidor masculino fetichista. Sobre las muñecas rotas y atractivas que hacéis de nosotras las deprimidas.
Porque mi enfermedad mental tiene público mientras venda, pero no se supone que yo hable públicamente de ella; en teoría, para eso ya está mi psiquiatra. Porque mi depresión os gusta en vuestras pantallas en blanco y negro y en vuestros brazos salvadores, pero no en mi boca sincera de enferma que nunca se queda sin voz para gritar. Porque mi depresión no es ni tan trágica, ni tan estética. Es mi realidad, y convivo (como muchas otras miles) con ella.

Pero prefiero acabar este artículo, como siempre, de protesta con la promesa de una declaración de amor: pronto publicaré otro que ya esbocé en mi cuenta de Twitter, otro en el que escribo sobre cuánto me gustamos las enfermas mentales. Con los síntomas que dan miedo. Con los efectos secundarios más jodidos. Con las marcas y las manchas más feas.

Tal como somos. Mujeres. Personas. Algo más que títeres, que bestias sexuales, que princesas que salvar del dragón de la depresión.

*afortunadamente, en respuesta a este nauseabundo artículo existe un poema slam de Megan Maughanhttps://www.youtube.com/watch?v=HRklWPkftiA

lunes, 26 de octubre de 2015

La sociedad y las chicas adolescentes

Las chicas adolescentes somos el chiste del que se ríe la sociedad entera: por nuestros gustos, nuestros problemas, nuestras jergas.

Pensadlo por un momento: se puede ser “muy pava” pero no “muy pavo”, te comportas “como una quinceañera” pero no “como un quinceañero”, chillas como una niña pero no gritas como un niño… el término “mojabragas”, que tanto se utiliza entre los jóvenes últimamente, habla por sí solo. Parecer una chica ya es vergonzoso en nuestra sociedad, pero parecer una chica entre los doce y los diecinueve lo es todavía más.
Y es que ¿qué hacen las chicas adolescentes, que tan vergonzoso es? Son fans de cantantes y actores “comerciales”, se compran posters, escriben fanfiction y chillan en los conciertos y los estrenos. Son enamoradizas. Siguen las modas. Suspiran por sus ídolos, sucumben a las hormonas y, en definitiva, están en la edad.

Sin embargo, los chicos adolescentes también están en la edad y yo no veo a nadie recordárselo tan a menudo. Los chicos adolescentes, de hecho, presentan mayores índices de consumo de alcohol a diario (ellas, sin embargo, toman más psicofármacos); y son más proclives al uso de la violencia. Los chicos adolescentes son, también, más homófobos y misóginos; son menos tolerantes y pacíficos. Este es un patrón que se repite en hombres y mujeres adultas, pero yo considero que en la adolescencia se da el mayor brote de reacciones hormonales por parte de los chicos y sin embargo es más vergonzoso cotillear con tus amigas (como una maruja) que pegarte con tus amigos.

Sigamos analizando las diferencias de comportamiento entre chicos y chicas, en la adolescencia. Las chicas adolescentes sacan mejores notas (y sin embargo tienen menos confianza en sí mismas que ellos), son más proclives a realizar cualquier tipo de voluntariado y además ayudan más en casa. También leen más y es que, al parecer, las chicas adolescentes hacen algo más que suspirar por ídolos inalcanzables entre los posters de su habitación.

Pero la verdadera pregunta aquí es ¿acaso los chicos adolescentes no tienen ídolos? ¿Acaso los chicos adolescentes no necesitan, en una edad tan difícil de maduración de la personalidad, grandes iconos a los que admirar e imitar? Por supuesto que sí. Los chicos adolescentes admiran a cantantes, futbolistas, motoristas y otros deportistas (generalizando, sí, porque esta es una comparación de estereotipos; desde luego que existen chicos adolescentes que idolatran a escritores y directores de cine). Pero no los adoran.
Porque los chicos adolescentes quieren ser sus ídolos, mientras que las chicas adolescentes quieren conquistar a sus ídolos. Los chicos adolescentes sueñan con ser futuras estrellas; las chicas adolescentes sueñan con enamorar a sus estrellas. Las chicas adolescentes idolatran a hombres, pero los chicos adolescentes no idolatran a su vez a mujeres. Los chicos adolescentes aprenden de sus ídolos en quién se quieren convertir; las chicas adolescentes aprenden de sus ídolos lo que las chicas adolescentes llevan siglos aprendiendo: de quién quieren ser.

Y esto nos lleva a otra pregunta: ¿por qué necesitan las chicas adolescentes a sus ídolos, por qué con esta desesperación que las lleva, desde a dedicar una parte importante de su vida a desconocidos, hasta a extremos como el #cutforzayn (en que se autolesionaban y subían fotos a las redes sociales por su ídolo)? La respuesta, para mí, está en lo que son: chicas y adolescentes. La adolescencia es una etapa, de por sí, de crecimiento, cambios y complicaciones; pero ser chica complica indudablemente esta misma etapa.

Y es que, cuando las niñas entran en la adolescencia, son arrojadas a un lodazal de misoginia. Se impone el dictatorial canon de belleza. Se entra en el mundo del sexo y de las relaciones amorosas. Es, en definitiva, una preparación para todo lo que implica ser mujer en una sociedad patriarcal como es esta.
Porque lo que espera a las niñas más allá de las cuatro paredes de su habitación empapelada de posters es un mundo inhóspito que se vuelve contra ellas cada vez más al crecer. Y nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos, como si los chicos de carne y hueso que están a su alcance fueran mucho mejores.

Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un joven mayor dispuesto a aprovecharse de ellas (todas hemos tenido amigas, o hemos sido esas amigas, que a los 13 años se estrenaban en las relaciones y a menudo también en el sexo de la mano de un chico de 17). Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un chico de su edad a años luz de madurez porque no ha crecido con miedo ni le han enseñado a reprimir sus impulsos como a ellas.
Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un novio machista y controlador que las aparta de sus amigas. Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un chico que compara sus cuerpos desnudos con el de la última porno.
Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, iniciarse en el sexo bajo presión y jugando con el consentimiento.

Nos reímos de las chicas adolescentes cuando, en definitiva, lo que deberíamos hacer es avergonzarnos de lo desprotegidas que las dejamos. Porque no son sólo los novios. En la adolescencia termina de viciarse la relación femenina con la comida; en la adolescencia despuntan la mayoría de trastornos alimenticios*, empieza la competición por la delgadez, por ocupar el mínimo espacio posible en un mundo que se ríe de ti cada vez que eres algo más que invisible.

Y el mismo canon de belleza que nos roba la comida nos condena a ser mujeres plenas antes de tiempo y permanecer, al mismo tiempo, niñas. A tener pecho, caderas y culo de adulta pero la ausencia de vello, granos y estrías de una niña. A ser perfecta pero parecer natural.
A probar el sexo para no ser una estrecha pero mantenerte virgen para no ser una zorra. Porque, como leí una vez, si follas muchas veces con la misma persona no eres promiscua pero si lo haces con chicos distintos sí.
Así, las chicas adolescentes vemos a nuestras amigas llamar dieta a matarse de hambre, amor al maltrato machista y primera vez a que te viole tu novio.
Las chicas adolescentes nos regalamos pulseras, colgantes y juramentos para ser siempre amigas porque ya está el patriarcado para enfrentarnos como competencia.
Las chicas adolescentes vivimos haciendo equilibrios entre el demasiado y el no lo suficiente.
Y, cuando nos tambaleamos, os atrevéis a llamarnos ridículas. Porque convertir a las chicas adolescentes en el chiste del que se ríe toda la sociedad es el mejor método para criar futuras mujeres inseguras y sin confianza en sí mismas.

*mayor prevalencia de anorexia nerviosa en jóvenes de 13 a 18 años que en adultos y en mujeres que en hombres

jueves, 22 de octubre de 2015

"Mujeres que encogen", Lily Myers

He tenido la idea de publicar periódicamente traducciones de poemas y artículos que me parezcan interesantes para el blog. Hay muchas cosas que me gustaría decir, pero que ya se han dicho (o escrito) antes, y mejor. No creo que pudiera superar este poema, de Lily Myers, sobre cómo las mujeres tenemos una "relación con la comida", sobre cómo nos callamos y sobre cómo, en definitiva, muchas mujeres (como las de su familia) vivimos encogiendo. Es un poema slam, y por eso incluyo el vídeo original y adjunto debajo mi traducción al castellano. Espero que os llegue tanto como a mí.




“Al otro lado de la mesa de la cocina, mi madre sonríe por encima del vino tinto que bebe de su vaso de medir.
Dice que no se priva,
pero he aprendido a encontrar el matiz en cada movimiento de su tenedor.
En cada arruga de su ceja al ofrecerme los pedazos que no se ha comido de su plato.
Me he dado cuenta de que solo cena cuando yo lo sugiero.
Me pregunto qué hace cuando no estoy ahí para hacerlo.
Quizás es por esto que mi casa parece más grande cada vez que vuelvo; es proporcional.
Al encogerse, el espacio a su alrededor parece cada vez más vasto.
Ella mengua mientras mi padre se expande. Su estómago se ha vuelto redondo del vino, las noches tardías, las ostras, la poesía. Una nueva novia que tenía sobrepeso de adolescente, pero mi padre me informa de que ahora está “loca por la fruta”.
Fue igual con sus padres;
mientras mi abuela se volvía delicada y angular su marido aumentaba hasta unas mejillas redondas y rojas, un estómago redondo
y me pregunto si mi linaje es uno de mujeres que encogen
haciendo espacio para la entrada de los hombres en sus vidas
sin saber cómo rellenarlo de nuevo una vez se marchan.
Me han enseñado a acomodar.
Mi hermano nunca piensa antes de hablar.
A mí me han enseñado a filtrar.
“¿Cómo puede alguien tener una relación con la comida?” Me pregunta, riendo, mientras como la sopa de judías negras que he elegido por su falta de calorías.
Yo quiero decirle: venimos de lugares diferentes, Jonas, 
a ti te han enseñado a crecer hacia fuera
a mí me han enseñado a crecer hacia dentro
tú aprendiste de nuestro padre cómo emitir, cómo producir, a que cada pensamiento ruede de tu lengua con confianza, solías quedarte sin voz una semana cualquiera de tanto gritar
Yo aprendí a absorber
Tomé lecciones de nuestra madre de crear espacio a nuestro alrededor
aprendí a leer los nudos de su frente mientras los chicos salían a comer ostras
y nunca pretendí replicarla, pero
pasa el tiempo suficiente sentada enfrente de alguien y adquieres sus hábitos
Es por eso que las mujeres de mi familia han estado encogiendo durante décadas.
Todas nosotras lo aprendimos de las otras, de la forma en que cada generación enseñó a la siguiente cómo tejer
entretejiendo silencio entre los hilos
que todavía puedo sentir al andar por esta casa que siempre crece,
la piel picándome,
adquiriendo todos los hábitos que mi madre ha dejado caer inconscientemente como pedacitos de papel arrugado de su bolsillo en sus incontables excursiones del dormitorio a la cocina al dormitorio otra vez, 
Noches que la oigo deslizarse a comer yogur solo en la oscuridad, una fugitiva robando calorías a las que no siente que tenga derecho.
Decidiendo cuántos mordiscos son demasiados
Cuánto espacio se merece ocupar.
Observando la lucha o bien la imito o bien la odio,
Y ya no quiero hacer ninguna de las dos cosas
pero la carga de esta casa me ha seguido a través del país
he hecho cinco preguntas en clase de genética hoy y todas empezaban por la palabra “perdón”.
No conozco los requerimientos para la carrera de sociología porque me pasé la reunión entera decidiendo si podía o no comerme otro trozo de pizza
una obsesión circular que nunca quise pero
La herencia es accidental
todavía mirándome con los labios manchados de vino desde el otro lado de la mesa.”