lunes, 28 de diciembre de 2015

Cómo amar tu cuerpo en 10 sencillos pasos

Cómo amar tu cuerpo en 10 sencillos pasos:

1. Reconoce cuánto te ama. Date cuenta de que nunca le correspondes y aun así sigue amándote así.
Reconoce cómo tu cuerpo sana y cicatriza tus heridas, acumula cada gramo de comida para nutrirte, aguanta sin agua ni sueño, soporta drogas y sustancias.
Dale las gracias. Pídele perdón por dar tanto por sentado, aunque lo cierto es que nunca te ha culpado.

2. Encuentra las partes de ti que sí te gustan. Resáltalas. Subráyalas.
Si odias tu nariz pero te gusta tu boca, cómprate un pintalabios. Si detestas tus piernas y no quieres enseñarlas, encuentra el tipo de pantalón que más las favorezca. Si no puedes soportar mirarte al espejo de cuerpo entero, maquíllate y haz una obra de arte de tu cara.
No tienes por qué dejar de odiar lo que llevas años detestando, pero empieza a amar aquello que nunca te ha estorbado lo suficiente como para llamar tu atención.

3.  Deja de hacerle daño. Si no puedes mimarlo, al menos para de herirlo, insultarlo, desnutrirlo.
Cúrate las heridas, vuelve a desayunar todas las mañanas, manda callar a tu cabeza cuando te encuentres con tu reflejo.
Puede que no sea tu amigo, pero ¿qué te ha hecho tu cuerpo para ser tu peor enemigo?

4. Cuida de él aunque lo encuentres feo. La gente cuida de sus bebés y los bebés son feos.
Relaciónate con tu cuerpo como lo harías con un bebé: trátalo como un proyecto en construcción, como una promesa que respira. Descubre cuánto te queda por crecer y no te des por perdida.
Mímate. Cómprate jabones, acepta los besos ajenos y aprende a dártelos tú. Regálale ejercicio, paseos, comida deliciosa y saludable, personas que te llenen, libros interesantes, películas fascinantes, sexo genial.

5. No esperes a amarlo para actuar como si ya lo hicieras. Finge. Sobreactúa.
Bromea sobre lo buena que estás en vez de sobre lo fea que eres. No consientas a nadie que se ría de ninguna parte de ti. Sobrevalora tus logros, prémiate por cada notable como si fuera un sobresaliente, apláudete.
Al actuar como si te amaras, sólo se te acercarán personas dispuestas a amarte tanto como pareces hacerlo tú. Personas a tu altura. Personas que te valoren y te enseñen, poco a poco, a valorarte.

6. Deja de observarlo y empieza a utilizarlo: es un instrumento, no un adorno.
Baila, salta, agujeréate la ceja. Hazte un tatuaje. Fotografíate. Pinta sobre tu piel.
¿No has oído nunca eso de que el arte no tiene por qué ser bello, basta con que te haga sentir algo?

7. Si este mundo le queda pequeño, constrúyele otro a su medida. A su altura.
Compra por Internet en tiendas que sí tengan tu talla. Deja de ver America’s Next Top Model y cámbialo por una serie cuya protagonista sí se parezca a ti. Deja de leer revistas sobre cómo perder peso, cómo hacer que tu pecho parezca mayor, cómo librarte de los granos.
Empieza a escribir en su lugar un libro sobre cómo amarte a ti misma y te prometo que un día serás capaz de acabarlo.

8. Aprende a relacionarte de forma natural con tu cuerpo desnudo. Tócate frente al espejo.
Duerme desnuda. Quítate el sujetador más a menudo. Acaricia tu pecho plano de mujer. Extiende loción sobre las partes que más odies de tu cuerpo.
Acepta tu desnudez.

9. Desaprende la belleza obligatoria. Explora con libertad tu fealdad.
Ríete demasiado alto aunque se te pongan muecas, sal de todas formas aunque no te haya dado tiempo a lavarte el pelo. Hazte un septum en esa nariz torcida, cómprate una camiseta con la que se te vea la tripa.
Como leí una vez, no somos guapas, no somos feas, estamos enfadadas. La rabia te liberará.

10.  Haz memoria. El resto vendrá solo, aunque tarde.

Lo prometo.

viernes, 18 de diciembre de 2015

5 razones por las que los derechos de los animales son una cuestión feminista, por Aph Ko

Este es un artículo sobre la intersección entre el feminismo y la liberación animal (veganismo) escrito por Aph Ko y traducido por Álex que me ha hecho el maravilloso favor de pasármelo para publicarlo. Me ha parecido interesantísimo y espero que os enseñe tanto como a mí.

Cinco razones por las que los derechos de los animales son una cuestión feminista.

Los derechos de los animales son un asunto feminista. Hale, ya lo he dicho.

De hecho, la cosificación y explotación de vidas animales debería hallarse bajo un gran escrutinio por parte de las feministas, dado que el feminismo va sobre luchar contra el modo en que el patriarcado rechaza los intereses y la subjetividad de algunos seres por el beneficio de los arbitrariamente designados seres “superiores”.
Lo que resulta más terrorífico es que la vulnerabilidad percibida de los animales se usa como una justificación implícita para su abuso.
En otras palabras, debido a que los animales no pueden defenderse, dar o negar su consentimiento, u organizarse en resistencia, nosotros los humanos sentimos que podemos hacer con ellos lo que queramos, normalmente bajo la falsa apariencia de que estamos “cuidando” de sus intereses.
Hay algunas barreras que generalmente nos impiden entender como opresiva la situación de los animales. Por eso puede que no resulte obvio por qué algunas feministas sostienen que esto es una cuestión feminista.
Pero lo es. Aquí hay cinco razones por las que lo es.

1. Los cuerpos de los animales también están cosificados.
Ser cosificado significa que el cuerpo y la vida de alguien existen para el placer o beneficio de otro.
Como feministas, la mayoría de nosotras somos expertas en retórica cosificadora cuando se trata del cuerpo femenino en los medios. Por ejemplo, sabemos que con regularidad las mujeres son reducidas a objetos sexys de atrezzo en historias protagonizadas por hombres. También sabemos que las mujeres son violadas, golpeadas, acosadas y asesinadas de forma rutinaria porque tendemos a ser visualizadas como objetos de placer para los hombres, en contraposición a seres plenamente sintientes que experimentamos placer por nosotras mismas.
Como dice Jean Kilbourne, “…convertir a un ser humano en una cosa, un objeto, casi siempre es el primer paso hacia la justificación de la violencia contra esa persona.”
Cuando cosificas cuerpos, ves esos cuerpos como cosas que te sirven para un propósito específico.
De forma similar, los cuerpos de los animales no humanos son reducidos a cosas carnales (literalmente) que pueden ser consumidos o usados en proyectos científicos dolorosos y faltos de ética.
Los animales son considerados “menos que”. Culturalmente no son vistos como seres independientes que experimentan dolor, placer y un rango de emociones, y que se relacionan socialmente. Por esto, los animales padecen una horrible violencia sistemática que a menudo ni siquiera es cuestionada.

Ser cosificado explica por qué en tantas industrias se usan ratones, monos, cerdos, conejos y otros animales no humanos en horribles experimentos científicos, porque nos hemos condicionado a no tener consideración por ellos. Esto explica por qué los animales no humanos padecen unas duras condiciones en la industria del entretenimiento como pueden ser los acuarios, o incluso los simios en cine y publicidad, para que los humanos nos podamos reír.
Para nosotras se vuelve culturalmente incómodo cuando consideramos que los animales no humanos tienen emociones, pueden experimentar dolor y depresión, etc.
La cosificación de los animales ha tenido tanto éxito que han sido totalmente despojados de su subjetividad: ellos existen para nosotros.

2. Los cuerpos de los animales se usan para normalizar la cultura de la violación
Los animales tienen sexo. Por lo tanto, las torturas infligidas a los animales son específicas a su sexo y no es una sorpresa que para las hembras, su capacidad para criar condiciona de una forma abrumadora el modo en que sus cuerpos son controlados.
La ganadería intensiva, e incluso las prácticas llevadas a cabo en las granjas “humanitarias”, institucionalizan el sexo forzoso como un violento sistema de opresión. La mayoría de los animales que son asesinados cada año son sacrificados dentro del sistema de la cría intensiva. Las hembras padecen una vida de repetidas violaciones y embarazo perpetuo, y una vez que se han “gastado”, son sacrificadas.
Los “potros de violación” –un término real de la industria para referirse al dispositivo que se usa para inmovilizar a los animales durante la inseminación- aseguran la fecundación constante de animales como vacas y cerdas mientras que las gallinas se crían para que produzcan un apabullante número de huevos, lo cual provoca un enorme estrés en sus cuerpos, causando dolencias reproductivas como la retención de huevos y otras enfermedades.
Como feministas, consumir cuerpos violados y torturados de animales no humanos mientras luchamos contra la cultura de la violación parece un tema digno de estudio.
También está el otro asunto del control institucional de los cuerpos femeninos…

3. La violencia doméstica daña a los animales
Conforme a un artículo del New York Times titulado “El abuso animal como indicio de maltratos adicionales”, Diana S. Urban, congresista demócrata de Connecticut, declaraba que “el maltrato animal es uno de los cuatro indicadores que usa el F.B.I. para estimar un futuro comportamiento violento”.
Hay una clara correlación entre dañar a los animales no humanos a una edad temprana y hacer daño después a seres humanos.
La Asociación Humanitaria Americana (American Humane Association, la que nos dice en los títulos de crédito de una película que ningún animal ha sido maltratado durante la grabación de la misma) expone que en el 88% de los hogares donde se produce maltrato infantil también ocurre maltrato animal. En cuanto a las mujeres que acuden a centros de la mujer buscando ayuda, más de la mitad declaran que su pareja amenazó con hacer daño a sus mascotas.
La correlación entre la violencia contra mujeres y niñas y la violencia contra animales no humanos demuestra como el patriarcado daña a aquellas que son marginalizadas y a menudo desempoderadas.
De hecho, muchos centros de la mujer aceptan a animales no humanos. Está probado que las mujeres tienden a no dejar a una pareja abusiva si no pueden llevarse a sus animales de compañía, ya que temen por la vida de sus mascotas. Debido a esta fuerte correlación entre la violencia contra la mujer y la violencia contra los animales no humanos, la mayoría de los estados recogen penas aplicadas al delito de maltrato animal.
La violencia es interseccional, así que nuestro movimiento para terminar con la violencia también debe serlo. Los animales no humanos también sufren bajo el patriarcado.
Hablando de interseccionalidad…

4. La interseccionalidad debe incluir a todos los grupos oprimidos
Es raro que no exista un hilo de comentarios feministas donde no se proclame en algún momento que “hasta los animales son mejor tratados que las mujeres”. Incluso en manifestaciones como las recientes protestas de Ferguson se podían oír comentarios del tipo “a un perro se le habría respetado más que a Mike Brown”.
 El lenguaje que rodea a los animales no humanos hace uso constantemente de una moral jerárquica que sugiere que ciertos grupos son más valiosos que otros, dando a entender así que la situación de ciertos grupos es más importante o significativa que la de otros.
Una actitud similar se refleja también en los discursos concernientes a los humanos cuando asumimos que la lucha por los derechos de un grupo debe demandar nuestra atención por encima de la lucha de otro grupo,  o que un grupo merece un mejor trato que otro a pesar de que ambos grupos pertenecen a espacios de opresión.
Un gran ejemplo de esto se da en el feminismo radical trans-exclusivo (TERF), donde las cisfeministas excluyen a las personas trans porque no creen que dichas personas sufran la opresión del mismo modo en que ellas lo hacen.
También hay algunas feministas blancas que no creen que el racismo tenga cabida en su agenda feminista porque la opresión “de género” es un asunto más acuciante a pesar del hecho de que las mujeres de color sufren opresión racial de género.
La interseccionalidad es un desarrollo teórico que nos ayuda a combatir dichas actitudes. La interseccionalidad nos ayuda a ver las conexiones entre distintos sistemas de opresión.
La realidad es la siguiente: la gente de color, mujeres, personas con discapacidad, la comunidad LGBTQIA+, etc, lo tienen bastante mal. Los animales también, especialmente aquellos que son considerados útiles solo en la medida en que son consumidos, ya sea por su carne o su leche.
Es ridículo intentar “posicionar” cómo de mal lo tiene cada grupo o asumir que debemos dedicar toda nuestra atención a la lucha por los derechos de un grupo en concreto, o suponer que si la mayor parte de nuestra atención se centra en un grupo en un momento concreto, debe ser porque los otros grupos son menos importantes o “lo tienen mejor”.
Todas estas esferas de opresión son subproductos del mismo mal sistemático – un mal que está fuertemente impregnado del patriarcado blanco supremacista.
Afirmar que a uno de estos grupos se le “trata mejor” que a los otros implica obviar completamente el modo en el cual estas opresiones están entrelazadas e incluso dependen unas de otras.

5. Nuestra sociedad también difunde mentiras sobre los animales
Como feministas, la mayoría de nosotras ya sabemos que las convenciones culturales se usan para naturalizar comportamientos problemáticos.
Sabemos que “son cosas de hombres” es una forma de evitar evaluar críticamente el motivo por el que a los hombres se les permite salirse con la suya al comportarse de forma violenta y destructiva. Es más fácil decir “bueno, los hombres son así por instinto” que relacionarlo con los sistemas de género que crean organismos culturales que actúan de modos específicos.
También vemos estas convenciones que dicen “bueno, los hombres simplemente son más sexuales que las mujeres” para explicar por qué en las películas se nos presenta de forma predominante a mujeres desnudas y no a hombres desnudos. Usamos esta misma convención para justificar por qué ocurren las violaciones. Es un modo de naturalizar las relaciones asimétricas de poder sexual.
De forma similar, en los espacios donde se consumen animales existen convenciones que naturalizan unos horribles sistemas de opresión. Mucha gente dice: “Nunca podría dejar la carne” o “nunca podría hacerme vegana porque me gusta muchísimo el queso”.
Es posible que el queso y las hamburguesas sepan bien, pero mientras tanto, estas convenciones nos desvían de la realidad sistemática en la que los animales no humanos son torturados, asesinados y violados para que nosotras podamos satisfacer nuestra adicción al sabor.
La apatía hacia la violencia nunca debería fomentarse en un movimiento de justicia social.
Las convenciones culturales perpetúan mitos y tradiciones. Por ejemplo, existe el cómodo cuento de que las proteínas solo pueden venir de animales a pesar de que igualmente hay buenas fuentes de proteínas en otras partes.
También sucede al creerse el mito de que matar “humanamente” a un animal es de alguna manera mejor que las condiciones de las granjas; un extraño mito, teniendo en cuenta las palabras “humanamente” y “matar” en la misma frase. El maltrato también está extendido en las granjas “ecológicas”.
Las convenciones nos permiten sentirnos cómodas con los comportamientos problemáticos. Nos permiten desviar la responsabilidad de las acciones que tenemos el poder de realizar.
Como feministas, tenemos que politizar incluso las cosas que aparentemente son mundanas en nuestras vidas, como la comida que consumimos. La Dr. A. Breeze Harper, creadora del proyecto Sistah Vegan, dice:
“No puedo ver sin más la comida como un “objeto mundano y cotidiano”. Entiendo el significado que se aplica a la comida como algo que representa una cultura entera de ideologías que lo rodean todo. Por ejemplo, la comida me puede relatar las expectativas sexuales, los roles de género, la jerarquía racial de poder y la capacidad de una sociedad”.

Afrontarlo con preguntas críticas sobre nuestra dieta, así como revisar los organismos de los que hablamos en nuestra teoría feminista, es uno de los primeros pasos para descolonizar nuestras mentes y cuerpos del patriarcado blanco supremacista.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Carta de amor a mi cuerpo III, por @nxdrc

La tercera entrega de esta maravillosa serie que tanto me alegro de haber desencadenado nos viene de la mano de Aran Lo, @nxdrc en Twitter. Leedla y que os llene tanto como a mí el hacerlo y a ella, espero, el escribirla.

"Querido cuerpo:

Hoy, 26 de noviembre, quiero pedirte perdón.

A lo largo de la vida te he estado maltratado en innumerables ocasiones y he pagado contigo todos mis malos momentos cuando, al fin y al cabo, tú seguías ahí.

Quiero pedirte perdón por haber tardado tanto en aceptarte tal como eres, por haber tardado tanto en darte lo que necesitabas.

Quiero pedirte perdón por todo lo que te hice en esa mala racha, ¿recuerdas? Yo jamás lo podré olvidar porque te hice mucho daño. Quiero disculparme por cada corte, cada golpe y cada quemadura. Siento muchísimo el haberme atiborrado de comida y luego haberte forzado a escupirlo todo fuera de mí, sabiendo el daño que estaba causando. Por otro lado, también siento mucho esas temporadas en las que te mataba de hambre y te bañaba en lágrimas deseando despertar con unos centímetros menos de ti.

Siento mucho haber sido una estúpida.

Siento no haberte mimado más de vez en cuando, como cuando salíamos a correr o a pasear y disfrutábamos tanto, o cuando atendía a tus necesidades a su debido tiempo, o cuando te daba cosas deliciosas y saludables.

Hoy, prometo cuidarte y protegerte hasta el fin de mis días. Prometo aceptarte y amarte. Prometo llenarte de risas y de buenos momentos; prometo darte abrigo cuando tengas frío; y te vestiré con la ropa que más te guste, y todos los días te recordaré lo bonito que eres. Te daré relajantes baños con jabones de mil olores, y protegeré tu piel con la crema que más suave la deje. Te acariciaré cada mañana y al dormir, y nunca, nunca, me separaré de tu lado.

Fdo.: una mente desordenada que, aunque no te lo diga muy a menudo, te quiere más de lo que imaginas."

lunes, 14 de diciembre de 2015

Érase una vez la misoginia

Que los cuentos infantiles tradicionales están plagados de misoginia y roles de género no es ninguna novedad. No sorprende a nadie. Lo sabemos; sabemos lo que estamos contando y a quiénes se lo estamos contando, y por si se nos olvida, psicólogos y sociólogos trabajan para recordarnos la marcada influencia de las fábulas infantiles en nuestra infancia.
Y sin embargo, seguimos contándoselos. Sus primeras películas son La Blancanieves y La Bella Durmiente y antes de dormir escuchan la historia de La Cenicienta.
Y yo lo comprendo. Al fin y al cabo, son parte de nuestra cultura. Una parte valiosísima, de hecho. Nos recuerdan los valores que han primado en la ética colectiva por los siglos de los siglos; nos conectan con el folclore de nuestras antepasadas y en el caso de Disney, llevamos deleitándonos con sus joyas animadas desde hace ya años.
Pero lo más importante para nosotras, para las madres y las tías y las abuelas que seremos las principales cuentacuentos de niños y niñas, debería ser lo que les estamos enseñando a hijos e hijas, a sobrinos y sobrinas, a nietos y nietas.

La Cenicienta enseña a las niñas que la única vía de escape de la esclavitud de la limpieza y el maltrato familiar es el matrimonio. Que el único sueño que verán cumplido será el de encontrar al hombre de sus vidas. Que serán, al fin y al cabo, salvadas de su destino.

La Bella Durmiente enseña a las niñas que los besos sin consentimiento (las violaciones, en el cuento folclórico original) son románticos. Que el Príncipe aparecerá para rescatarlas nuevamente del sueño eterno y el matrimonio será otra vez el único destino al que puede aspirar una princesa de verdad.

La Blancanieves enseña a las niñas lo mismo que las anteriores. Que para escapar de la esclavitud de la limpieza debes encontrar nuevos amos para los que limpiar, los enanitos, y que por último sólo un Príncipe podrá salvarte de la muerte. Con otro romantiquísimo beso al que tampoco has consentido.
Y, lo más importante, La Blancanieves enseña a las niñas que su madrastra será su enemiga porque nada enfrenta a las mujeres como el canon de belleza.

La Caperucita Roja enseña a las niñas que la culpa es suya si lucen su inocencia escarlata por el bosque equivocado a la hora equivocada. Que es su deber evitar al lobo acechante. Que es su responsabilidad preservar su niñez.

Piel de Asno enseña a las niñas los Príncipes solo se enamoran de las doncellas más bellas. De aquellas de manos perfectas en las que encajan los anillos. Que es su responsabilidad salvaguardarse de un padre pedófilo.

La Bella y la Bestia enseña a las niñas que si un maltratador se enamora de ti y eres buena y dulce con él, conseguirás arreglarlo. Que el secuestro es justificable si eres bella, y que la fealdad se le perdona a él pero nunca a ella.

La Sirenita enseña a las niñas que vale la pena perder la voz por el amor de un hombre. Que así nos quieren ellos, calladas y sumisas.

La Princesa del Guisante enseña a las niñas que solo siendo delicadas y suaves como nadie serán merecedoras del amor del Príncipe.

Porque estas son las cualidades que todavía premiamos en las niñas. La suavidad. “No hables tan alto, pareces un chicote”. La delicadeza. “No subas a los árboles, eso son cosas de chicos”. La buena educación. “No te espatarres, siéntate como una señorita”.
La predisposición a ser salvadas. La indefensión. Y, como siempre, la belleza; porque les enseñamos desde pequeñas que sólo pueden aspirar a ser guapas y luego nos sorprendemos cuando de mayores son incapaces de pensar en otra cosa.
Y ¿qué les enseñamos a nuestros niños? Que deben ser Príncipes omnipotentes siempre preparados para salvar a alguna Princesa. Agresivos. Dominantes. Besando a muchachas dormidas y aniquilando dragones. Nunca descansando. Nunca sensibles. Porque “los hombres no lloran”. Porque “el rosa es de chicas”. A ellos solo se les permite lucir el azul de sus uniformes manchado de rojo sangre.
Por eso, yo propongo recontar los cuentos infantiles.

Decidles a las niñas que la Cenicienta desgarró la garganta de su madrastra con el zapato de cristal y huyó descalza.

Decidles a las niñas que la Bella Durmiente abofeteó al Príncipe que la besó sin su consentimiento y reinó para siempre soltera.

Decidles a las niñas que Blancanieves rompió en pedazos el espejo de su madrastra y la liberó de la esclavitud de la eterna belleza.

Decidles a las niñas que la culpa no era de la Caperucita Roja por distraerse en el bosque sino del lobo por rondar a una niña.

Decidles a las niñas que Piel de Asno pidió al hada que acabara con la vida de su padre pederasta y reinó como la reina sin vestidos ni alhajas.

Decidles a las niñas que la Bella mató al Príncipe, no por Bestia sino por maltratador y secuestrador, con la misma daga que a Gastón.

Decidles a las niñas que la Sirenita le arrebató a la Bruja del Mar la poción para caminar y nunca vendió su voz por el amor de ningún hombre.

Decidles a las niñas que la Princesa del Guisante rechazó casarse porque no quería una suegra tan exigente y se fue a dormir en su propia cama.

Decidles a las niñas que no son las Princesas, son las dragonas. Si vamos a contarles cuentos plagados de agresiones, enseñémosles que la autodefensa es buena. 

Enseñémosles el poder de sus voces, de sus manos a las que no las tienen, en vez de narrarles fábulas sobre Princesas que las pierden.

Decidles a las niñas que las Princesas de los cuentos dejaron de serlo para revelarse como las guerreras que siempre habían sido. Que se olvidaron de los Príncipes y se hicieron amigas entre ellas, y se ayudaron las unas a las otras a escoger sólo a hombres a la altura de sus palabras, si es que no se quedaron solteras.

Porque se puede ser feliz siendo fea.


Porque se puede ser feliz estando soltera.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Me levanto sabiendo que me espera un mundo que no es para mí, recital a distancia

Dado que os gustó mi recital de Esto es por las enfermas mentales, os traigo ahora en voz alta un texto lleno de inconformismo (unos dirán que es bueno, otras que es malo, a mí me parece necesario para avanzar) que refleja mis emociones ante este mundo y mi realidad como lesbiana y mujer arco iris. Espero que os llegue tanto como a mí el grabarlo.

http://www.goear.com/listen/cd0bac0/me-levanto-sabiendo-que-me-espera-un-mundo-que-no-es-mi-sol

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Carta de amor a mi cuerpo II

La autora de esta maravillosa carta es @gata_sorda en Twitter, que se une a nosotras para pedirse perdón y prometerse quererse. Nada más que decir que no diga ya ella.

A mi querido cuerpo:

Hoy te escribo para avergonzarme, te escribo para hacerte saber todo lo que siento haberte hecho pasar, por todo lo que has tenido que soportar.

Perdóname, cabeza, por no dejarte vivir en silencio. Por comerte todas las noches y más de una mañana o tarde. Perdóname por no tenerte en cuenta cuando era el corazón quien hablaba. Perdóname.

Perdón, cuello, por no darte las caricias que mereces. Por no mimarte. Por no dejarte las marcas que necesitas, por no demostrarte que eres lo mas sensible en mí.

Perdonadme, costillas, por tantos golpes, por tantos apretones de aquellos que no merecían acercarse. Perdonadme por arañaros, malcriaros, heriros.
Perdonadme pechos por odiaros. No soy capaz de veros bonitos. No soy capaz de superar la opinión que otros han plasmado. Perdonadme si no os he hecho sentir como debíais, bonitos, valiosos y preciados.

Perdóname, barriga, tanto dentro como fuera, por golpearte, arañarte,lesionarte, por no alimentarte y luego hacerlo demasiado, por haberte hecho tragar tantas sustancias que no debías, y cuando las has intentado devolver prohibírtelo. Perdóname, no lo merecías ni mereces.

Perdonadme brazos por morderos, y sobretodo muñecas, perdonadme. Sois de las que más busco perdón. Sois en las me he desahogado, sois las que aún tenéis marca de la desgracia de otros. Sois las que aun tenéis que soportar presión, tristeza, enfado. Perdonadme. Siempre habéis sido mis compañeras, siempre habéis sido mi apoyo, y no he hecho más que maltrataros, dañaros, arañaros, apretaros. No merecíais nada de eso, merecíais y merecéis lo mejor. La alegría, los dibujos. Miles de mariposas que os envuelvan. Que os acaricien. No más cuchillas, no más filos, no más cristales, solo seda acariciándoos.

Perdonadme, caderas, por no valoraros cuando tocaba y exhibiros cuando no. Por entregaros a cualquier promesa tonta de felicidad y gozo. Por dejaros pasar el peor momento de mi vida. Por dejar que las manos de aquel intruso se posaran en vosotras, y no su cara en mis puños. Perdón por los golpes una vez más, cuerpo mío, perdón por no perdonarte ni una de mis desgracias.


Perdón, piernas. Por todo. Y vosotras, actualmente malheridas, incapaces de ser mostradas a nadie más que no respete lo que os he hecho. Vosotras que me aguantáis en pie, que me recogéis y me arropáis cuando más desesperada estoy. Que me habéis hecho huir, esconderme de lo que debía, disfrutar. Os he lesionado, un mes de venda no fue suficiente con el deporte que me lo hizo. Perdonadme por ser la manera de refugiarme de lo que le había hecho a mis muñecas, perdonadme por quedar marcadas para siempre. Perdonadme por no contenerme. Por decir «no se ve, nadie lo sabe, nadie lo siente si no se ve». Perdonadme por recibir caricias donde no debíais, caricias que os han dañado. Caricias que han hecho que hoy y ahora estéis dañadas. Caricias que no deberían prometer nada y llevan demasiado sueños detrás. Perdonadme piernas por no saber cuidaros. Por maltrataros, otra vez. Por no saber refugiarme en otro lugar más que en la sangre que emanáis. Por no preocuparme si esto se mancha, si esto no se cura. No son vuestras cicatrices las que quiero curar.

Perdóname, corazón, por hacerte caso. Por hacer lo que decías cuándo eso solo traía dolor. Traía que te acurrucaras en mi pecho. Perdóname por hacerte latir más rápido de lo que debías. Por hacerte ir más lejos de lo que podías llegar. Perdóname.

Perdóname, cuerpo. Perdonadme cabeza, cuello, pechos, barriga, piernas y sobre todo: perdonadme, pies, por llevaros donde no debía, por arrastraros donde no quería, por machacaros por llegar donde sí quería.

Perdón. Perdóname. 


viernes, 4 de diciembre de 2015

El bodyposi no se enseña; la gordofobia, sí

Este es un artículo de @nitamoriart, Ana Martín, sobre la gordofobia y el daño que hacen ciertas palabras y burlas. Nada más leerlo supe que necesitaba darle a esta chica un lugar donde proyectar su voz porque por su forma de escribir y lo que escribe se merece que la lean.

"El bodyposi no se enseña; la gordofobia, sí.

Iba a comenzar este artículo diciendo que siempre fui esa chica rellenita de la que se burlaban, pero no sería realmente cierto. Cuando era un bebé -un bonito bebé sonriente y gordito- no tenía estos problemas. Porque cuando eres un bebé, estar gordito es sinónimo de buena salud, pero en cuanto empiezas a andar por tu cuenta se convierte en un problema.

No he venido aquí a negar que el sobrepeso conlleve riesgos para la salud, porque sería negar mi propia experiencia y mis conocimientos como bióloga, pero sí quiero gritarle al mundo que esos problemas sólo nos conciernen a quienes los padecemos, y a nadie más. Vuestros comentarios sobre que deberíamos comer menos y ejercitar más sobran: no son por nuestro bien, son por vuestra manía de meteros donde no os llaman y sentir que estáis sanando a la gente con palabras que sólo hieren. Bromeáis sobre cómo acabará explotando aquel chico de vuestra clase mientras su corazón sufre por vuestra crueldad y no por el colesterol. Os burláis de que aquella otra chica necesitará una XLLL por sus muslos, cuando en verdad usa una XS, porque no tenéis ni idea de lo que las tallas representan. Bromeáis sobre cuántas hamburguesas comerá aquel chico que pasó andando delante de vosotros sin saber que sufre un desorden hormonal que le provoca dicho sobrepeso. Os burláis de la nueva de la clase mientras torturáis a vuestra mejor amiga recordándole que “menos mal que ya no estás así”; y ella fuerza una sonrisa y piensa en todas las veces que estuvo a punto de matarse de hambre, y recuerda a todas las amigas que se perdieron a ellas mismas en los trastornos alimenticios. Os burláis del mejor jugador del equipo por no estar “en forma” y lo hacéis por las redes sociales porque tenéis miedo de que os gane en una pelea -y no porque “os aplaste con sus lorzas”, sino porque sabéis que entrena con más fuerza que vosotros-. Os burláis de cuánto pesará aquella otra chica rolliza, cuando en realidad es la persona más ligera de vuestro instituto. Porque no tenéis ni idea. No tenéis ni idea de qué significa tener sobrepeso ni de la diferencia que existe entre eso y tener una constitución física gruesa; no tenéis ni idea de lo que las palabras pueden hacer en una persona, y os escudáis en vuestra patética “libertad de expresión” mientras miles de mujeres vomitan los únicos 4 trozos de manzana que se aventuraron a comer en 48 horas; os disculpáis alegando que somos demasiado sensibles mientras os reís sin parar porque el chico con el que os metíais ha reunido el suficiente valor como para apuntarse a un gimnasio a ver si así cesan vuestras burlas.

Generáis un grandísimo problema y tenéis después la cara dura de decirnos que para liberarnos deberíamos poner en el punto de mira a las chicas delgadas, cuando ellas no tienen ninguna culpa. Dejad de decirnos que luchemos para que hagan las tallas más grandes y empezad a aceptar que existe un grandísimo abanico de números y no todos podemos encajar en una 38 porque no todos medimos lo mismo.

Hoy escribo esto para todas aquellas chicas que no tuvieron amigas lo suficientemente empáticas como para decirles que no estaban gordas, o para decirles que lo estaban y aun así eran preciosas. Escribo esto para todas aquellas personas que tuvieron que aguantar a sus padres martirizándoles en las comidas familiares instándoles a dejarse el postre. 
Escribo esto para todas aquellas chicas a las que nos prohibieron usar tirantes, shorts y palabras de honor para no ofender a una sociedad incapaz de ver nuestra carne sin poner cara de ir a vomitar. Escribo para todas aquellas personas que tuvieron que aguantar una y otra vez el “no encontrarás a nadie que te quiera si no adelgazas”. Escribo para todas aquellas personas que fueron rechazadas por su cuerpo -y no de buenas maneras. Esto es para vosotros: ni vuestro peso ni vuestra constitución física -y mucho menos los comentarios ajenos- determinan ni vuestra belleza ni vuestra valía. Porque el canon de ahora nos odia, pero hace 200 años habríamos sido hermosas -y hermosa no habría sido sólo una forma bonita de decir “gorda”, sino que habría significado “bella” de verdad-; los artistas habrían querido pintarnos o esculpirnos, y la exhibición de nuestros cuerpos habría sido motivo de admiración en lugar de vejación. Escribo para deciros que podemos dejar a nuestros adipocitos tragarse todos esos odiosos comentarios y quemarlos como la grasa que nos hizo sentir mal. Podemos llevar la ropa que queramos. Podemos sentirnos fuertes y sexys. Podemos escupirles a los que usan el “gordibuena” como halago y hacerles saber que nuestro grosor no nos impide ser bellas, que no necesitamos sus etiquetas. Porque no es mi imagen la que ofende: son sus palabras.


Ana Martín"

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Carta de amor a mi cuerpo I

Esta es la primera entrega de una serie de cartas de amor al cuerpo propio que he decidido iniciar con la ayuda de mis seguidoras de Twitter y amigas (que, a menudo, son las mismas). La ha escrito Jara, @xeretag, y yo se la publico. Porque nos queremos. Porque nos pedimos perdón. Y nuestros cuerpos siempre, siempre, siempre, nos quieren de vuelta y nos perdonan a la primera.

"A mi cuerpo:

Ven, ayúdame a recoger los pedazos que aún nos quedan, a intentar juntarlos. Volvamos a ser una, que se ama y se respeta, no porque debe hacerlo, sino porque sabe que lo merece.

Ven, quiero contarte que nunca he dejado de quererte, es solo que me he acostumbrado a hacerlo mal, de cualquier manera algunas veces, exigiéndote lo imposible mientras yo no ponía nada de mi parte otras.

Ven, quiero demostrarte que puedo volver a hacerlo bien, como cuando no comparaba cada centímetro de ti con el resto, como cuando no te ponía metas inalcanzables, como cuando no te  culpaba por cada gramo de más, por cada estría, cicatriz o lunar. Como antes de que le declarase la más sangrienta de las guerras al vello que te cubre.

Ven, quiero devolverte cada  noche sin dormir, cada día sin comer, cada abrazo que no dejaste que te dieran por mi culpa. Porque eres digna de ellos, porque te pertenecen. Después arrancaremos uno a uno los “no puedes” que cosí en tu piel. Que los “no sirves”,  “no vales”, “no mereces” desaparezcan para dejar paso a los “eres válida”, “eres capaz”, “eres digna”.

Ven, vuelve a ser hogar, perdóname para que pueda hacerlo yo también. Tal vez nunca seré capaz de verte tal y como eres frente al espejo, por eso te pido que tus piernas me sostengan ahora y tus dedos me acompañen a recorrerte de nuevo, despacito y sin miedo, disfrutando, memorizando y aceptando cada uno de tus rincones.

Ven conmigo, compañera, y jamás volveré a privarnos de vestir (y desvestir) como nos guste, de pasearnos por donde nos plazca, de comer cuanto nos apetezca, de reír, de gritar, de saltar, de llorar, de follar, de decirle al mundo entero que somos válidas, que nos gustamos.


Ven, vamos a hacer esto por nosotras, por las que todavía piensan que no merecen quererse, por las que jamás podrán hacerlo, por las que morirán en el intento, por las que ni siquiera lo intentan, por las que aprenderán a vivir con ello, por las que no quieren, por las que no se atreven a reconocerlo, por las que fingen hacerlo, por las que simplemente lo hicieron siempre, por las que han luchado hasta conseguirlo, por las que solo son capaces de hacerlo a veces."