miércoles, 14 de noviembre de 2018

Entrevista: Desnúdate Autoestima Corporal

Os traigo una entrevista con Noemí Conde; ella y Aizea Villarreal son las dos mujeres apasionadas e implicadas con el mundo de la mujer y la cuestión de género que, a través de Desnúdate Autoestima Corporal, ponen sus conocimientos y experiencia al servicio de mujeres en procesos de recuperación de trastornos de la conducta alimentaria y construcción de una verdadera autoestima.


·Os especializáis en el tratamiento con enfoque de género, es decir, desde una perspectiva feminista, de los problemas de autoestima, de la insatisfacción y el desamor con nuestros cuerpos. ¿Qué os llevó a empezar con Desnúdate Autoestima Corporal? ¿Qué os está suponiendo esta trayectoria profesional, y no por ello menos personal y colectiva, en vuestro propio crecimiento y aprendizaje?

Aunque Aizea y yo venimos de mundos diferentes, la relación con el cuerpo nos ha unido: Un proceso de recuperación de Bulimia. Ocho años de experiencia como estilista y publicista para medios de comunicación. Mañanas y tardes acompañando a mujeres con Trastornos de la Conducta Alimentaria. Jornadas completas vistiendo a modelos y actrices.

La vida es aprendizaje, cada una de las experiencias vividas se transforman en conocimientos de un valor incalculable que nos ayudan a crecer y avanzar.

Ambas hemos vivido la presión del cuerpo en nuestra piel, llegando a olvidarnos de nosotras mismas, de nuestra esencia. Y concretamente ése ha sido nuestro motor. Aizea, durante su carrera profesional como estilista, ha visto como mujeres que aparentemente cumplían con los cánones vivían infelices con la presión del cuerpo.

Por mi parte, una enfermedad me hizo despertar y relacionarme en un mundo donde la exigencia y la perfección hacían mucho daño.

Nuestra especialización desde la psicología y el trabajo corporal expresivo despertaron en nosotras la misión de acompañar a este colectivo que tanto nos había tocado de cerca.

Acompañar a mujeres que tienen dificultad en la relación con su cuerpo, llegando muchas de ellas a padecer un Trastorno Alimentario, es un privilegio, un recordatorio constante de cómo nos atraviesa a todas las mujeres el patriarcado, y en este caso la presión social en el cuerpo. A nivel tanto profesional como personal, nos enriquece y nos hace tomar consciencia de una realidad social con hechos concretos: los abusos sexuales, maltratos y violaciones están más presentes de lo que podemos llegar a imaginar.

Cada día nos encontramos a mujeres muy bellas por dentro y por fuera que se fustigan por no llegar a ése ideal de belleza que se han marcado. Cada día tenemos más claro que no se trata de una cuestión de peso.


·¿Podríais contarnos un poquito sobre lo que hacéis en un tratamiento promedio, es decir, qué podéis ofrecer a las mujeres que acuden a vosotras a nivel práctico y cómo de constructiva está siendo hasta ahora la experiencia de ofrecer estos tratamientos?


En Desnúdate ponemos a disposición nuestro bagaje, dos mochilas de experiencias vitales y profesionales únicas sumadas a una amplia formación especializada en psicología y crecimiento personal.  

Nuestro método es creativo y flexible. No existe un proceso igual, todos son totalmente personalizados y adaptados a las necesidades de cada una de nuestras pacientes. Nos basamos en una combinación original de disciplinas, corrientes y técnicas que nos han ayudado a conocernos y amar nuestro cuerpo.

Algunas de ellas son:

La Terapia Gestalt. La PNL, centrada en el diálogo interno de la persona. El Movimiento vital expresivo. La escucha y la observación. El Estilismo libre color, el disfraz y vestuario creativo. La música, el ritmo y la danza. Plástica. El juego, el contacto, la dramatización, la expresión y la creatividad. La respiración, la relajación, el masaje. La meditación y la visualización. El trabajo grupal, la identificación de emociones y paradigma personal.

El resultado, después de acompañar a muchas mujeres, nos hace confirmar nuestras hipótesis. El trabajo emocional y corporal, la detección de necesidades y contactar con el placer, la flexibilidad, desde el permiso; siendo consciente de lo que quieres en tu vida y lo que no, es lo que hace que esa flexibilidad y adaptación también se empiecen a aplicar en la relación con el cuerpo, en ver aquellas partes “imperfectas” como parte de la esencia de cada una.

Los resultados son claros: las mujeres que empiezan con Desnúdate, en un largo plazo de trabajo personal, son capaces de empezar a relacionarse con su cuerpo desde una postura más compasiva y amorosa.


·Vuestro método de tratamiento bebe de diferentes disciplinas terapéuticas, algunas especialmente creativas. ¿Cuál es para vosotras el mayor defecto del acercamiento hegemónico ahora mismo a los trastornos de la conducta alimenticia y los problemas de autoestima desde las clínicas y las consultas? Como mujer que lleva años en tratamiento, entre otras razones, por mis problemas de autoestima y con mi cuerpo, me interesa especialmente saber ¿qué podéis ofrecer vosotras a las mujeres que recurran a vuestro tratamiento que no vayan a encontrar igual en centros de otro corte?


Desde nuestro punto de vista, las clínicas centradas en el tratamiento de los Trastornos de la Conducta Alimentaria están muy centradas en el síntoma, en la parte visible del trastorno. Nosotras siempre hacemos la comparación del iceberg para explicar qué es un TCA. La parte visible del iceberg es el síntoma: lo que se puede observar desde fuera por el comportamiento. La parte sumergida son las emociones: el trasfondo que hace surgir la enfermedad y aviva las inseguridades.

Desde los centros de tratamiento hay un foco puesto en la parte visible del iceberg, en el control o descontrol con la comida y con el cuerpo. Y en un momento concreto de la enfermedad es muy necesario este foco, no obstante, si sólo se trata el síntoma y no se baja a los fondos marinos, el trastorno es muy probable que vuelva a resurgir en otro momento en el que se presenten situaciones adversas, dificultades o vivencias que alteren la cotidianidad. Esas recaídas vuelven como un fantasma hasta que hay un trabajo emocional profundo que te consiga dar herramientas para enfrentarte a esas adversidades que pueden hacer balancear ese “equilibrio” creado desde un tratamiento cognitivo conductual.


·Igual es una pregunta muy básica, pero me parece importante recalcarlo ¿por qué es necesaria una perspectiva feminista, una perspectiva de género, en el tratamiento de los problemas de autoestima y amor propio corporales? ¿Creéis que en el programa de estudio habitual y especializado en estos tratamientos se profundiza lo suficiente en el canon de la socialización patriarcal?


La sexualización del cuerpo femenino y la creación de unos cánones de belleza concretos impuestos por el sistema heteropatriarcal en el que vivimos; un sistema sociopolítico donde el género masculino y la heterosexualidad priman sobre otros géneros u orientaciones sexuales. Así, en este caso, el cuerpo femenino se ha moldeado y se ha normativizado según la visión masculina, con el objetivo de agradar al hombre. Cánones que han ido variando según el momento histórico, siendo ahora la delgadez la norma que impera. 

Además, dentro de la delgadez, existen unos atributos concretos que hacen un cuerpo deseable, como: pechos turgentes, piel lisa, blanca y suave, labios carnosos, mirada penetrante, cabello largo y sedoso… Atributos muy coincidentes con una etapa concreta de edad: la juventud, momento de plenitud según lo que se entiende para el género femenino.

Así, para llegar a esos atributos concretos, las mujeres han aceptado todo tipo de medidas de adoctrinamiento: dietas, cosméticos, tintes, tratamientos anticelulíticos, operaciones estéticas… Y en todo este sinfín de medidas aparecen los TCA, llevando la represión y el control a un extremo incontrolable y llevando al descontrol, en muchas ocasiones fruto de ese descontrol.

Por ello, la perspectiva de género y las herramientas feministas las consideramos básicas y uno de los motores más empoderadores que puede llegar a tener la mujer para la conciliación con su cuerpo.


·Otro problema que he percibido en mis años de tratamiento ha sido la ausencia de una verdadera conciencia de la problemática que suponen los abusos, las agresiones y el acoso sexual en la configuración de la autoestima y los hábitos de vida saludables de nosotras las mujeres. Con cada vez más estudios apuntando a la correlación entre el haber sido víctima de abusos y los problemas de autoestima (llegando estos a cristalizar, incluso, en trastornos de la conducta alimenticia) ¿cuál es vuestra propuesta a este respecto, cómo creéis que se puede abordar este sufrimiento desde la posición de la especialista?

Como bien comentábamos en la primera pregunta, los abusos sexuales, acoso y bullying están muy presentes en nuestras sesiones tanto individuales como grupales. El abordaje de estas experiencias es muy delicado y siempre se tiene que hacer desde una posición muy respetuosa, pautada y lenta. El ritmo y la manera de incidir siempre estará en constante revisión y supervisión al ritmo de cada persona. No hay que olvidar que son experiencias traumáticas que crean mucho sufrimiento y que marcan de manera muy clara el desarrollo de cada mujer. Por ello, el abordaje desde la ternura, la autocompasión y el respeto es muy necesario. Estos casos requieren de un ritmo muy lento que respete el momento de cada mujer. Desde estas experiencias, en muchas ocasiones proponemos también el trabajo grupal desde organizaciones que incidan en estas experiencias, para poder sentirse acompañadas y respaldadas en todo momento.


·Por último, quisiera preguntaros ¿cuál es vuestro lema de cabecera, aquello que le diríais a una mujer que no sólo padece por su autoestima y su relación con su cuerpo, sino que ya quiere tirar la toalla? A veces, todas necesitamos un poco de apoyo.

A nuestra consulta muchas veces vienen mujeres que ya han probado todo, que han pasado por diferentes especialistas y nos dicen “es que estoy cansada”.


Y desde aquí dejamos claro tres ejes muy importantes: tienes la suerte de que tu cuerpo te habla, tu cuerpo te avisa cuando hay algo que no funciona. Esa alarma, en tu caso, está muy relacionada con la relación con el cuerpo y la comida. Cuando esa relación tiene etapas que son más conflictivas, es importante que puedas atenderlas, porque te están dando mucha información de aquello que te pasa, de que hay algo que no estás atendiendo. En otras personas, puede que la alarma se active de otras maneras: hacer muchas cosas, deportes de riesgo que creen emociones fuertes, alcohol, drogas, relaciones tóxicas, tabaco…. Tu cuerpo tiene esa salida.

Desde ahí, es importante atender a que el TCA es el automatismo que tu cuerpo ha elegido para reclamar atención, para que pares y te atiendas. Así, es como si tu cuerpo tuviera una patita coja, y a esa patita coja es importante que puedas diseñarle una muleta a tu medida, una muleta con tus colores, con tu altura y que siempre puedas ir revisándola, puedas ir tuneándola porque a lo mejor conforme vaya pasando el tiempo esa patita necesite otro tipo de soporte, otro diseño, etc. Es un trabajo de largo recorrido y de escucharte constantemente, de oír esas señales que tu cuerpo te está mandando. La niña te está gritando, te está pidiendo que la mires.

Dale gracias a tu trastorno porque ha elegido una opción menos adaptativa que hace que tengas que atenderte de manera más incisiva.

Asimismo, algo que hace descansar mucho, aunque parezca mentira; es que tomen consciencia que es algo que siempre te va a acompañar, tu cuerpo siempre te va a preocupar y ese síntoma en ocasiones se puede reactivar cuando aparezcan imprevistos o situaciones que les hagan sufrir. La idea es, como hemos comentado, poder encontrar esa muleta a tu medida, exclusiva y única; con herramientas para enfrentarte a esas situaciones y que no tenga que saltar la alarma.

domingo, 28 de octubre de 2018

Mujeres y comida: delgadez-belleza-virtud.


Prácticamente todo el mundo que me lee sabe lo mucho que escribo y reflexiono sobre los trastornos de la conducta alimentaria, sobre la ausencia de una verdadera autoestima y de unos hábitos alimentarios sanos y constructivos entre las mujeres… y sobre mi propia experiencia con un principio de bulimia y una dismorfia corporal que nunca ha desaparecido del todo.
Escribo esto porque llevo años dándole vueltas a la idea de que nuestro acercamiento al problema mortífero de los trastornos de la conducta alimentaria y de la baja autoestima, desde el feminismo, desde la Psicología y desde prácticamente cualquier ámbito, es insuficiente, y tremendamente pobre y limitado. Desde especialistas que casi hasta descartan el factor de la socialización patriarcal como condicionante para desarrollar este tipo de problemas de salud tan graves, hasta otros que se sorprenden de que con tu inteligencia o tu conciencia feminista hayas llegado a desarrollar esos problemas; pasando por activistas y escritoras feministas que a mi modo de ver se quedan en la superficie y se limitan a despotricar contra el canon de belleza y la dictadura de la delgadez. Que yo también lo he hecho. Que hay que despotricar, y mucho. Pero ¿cuál es nuestro análisis?
Supongo que hablo desde la vivencia de alguien que lleva siendo consciente de la fragilidad de su autoestima desde mucho antes de preocuparme verdaderamente por mi peso y por lo que comía o dejaba de comer, pero también desde la vivencia de alguien que ahora, a sus veinte años de edad, en medio del proceso de recuperación y sin haber presentado nunca un cuadro de emergencia en lo que a los hábitos alimentarios respecta; sigue fantaseando con reducir la ingesta de comida y provocarse el vómito ante cada “exceso” para poder sentir que tiene el control absoluto sobre algo en su vida. Que, si no se me dan bien otras cosas, al menos se me dará bien estar delgadísima.

Pero también hablo desde la vivencia de alguien que se encontró con el libro “Mi cuerpo es un campo de batalla”, de la Colectiva francesa de mujeres Ma Colère, y que dio entre sus páginas con un artículo de una experta en trastornos de la conducta alimentaria estadounidense. Un artículo sobre cómo la socialización patriarcal nos disocia a las mujeres de nuestros cuerpos. Un artículo sobre la alta incidencia de trastornos de la conducta alimentaria tras haber sufrido abusos sexuales.
Y, por eso, hablo también desde la vivencia de esa chica que soy yo que cada vez que ha sufrido tocamientos indeseados, e incluso intimidaciones, por parte de hombres que se aprovechaban de mi ebriedad o de mi miedo a reaccionar ha estado a punto de volver al váter y a ese alivio inmediato de, por fin, sentirse limpia.

Sin embargo, ha sido ahora, leyendo un artículo de una teóloga sobre la significatividad religiosa de la anorexia, cuando se me ha quedado grabada la siguiente frase leída: “la anorexia es un trastorno ascético, en que es la virtud y no la belleza lo que está en juego.”
Joder. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? La virtud, en la cultura occidental profundamente marcada por sus instituciones religiosas, va intrínsecamente ligada al auto-control más titánico y la represión más férrea de nuestros instintos más naturales. No hay más que citar tres de los archiconocidos pecados capitales: lujuria, pereza (muy relacionada originalmente con la tristeza)… y gula. Siempre gula.

¿Cómo podemos pretender que cualquier mujer, y cualquier persona que vive con un trastorno de la conducta alimentaria, la verdad, se recupere fácilmente de uno de estos trastornos cuando nuestra cultura entera está montada para que mantengamos a raya el hambre? Y no se trata ya de la herencia histórica de la Iglesia y sus mandatos; vivimos en una época en que el perfeccionismo y el éxito son dos de las exigencias máximas por parte de nuestro entorno, en que “triunfar en la vida” es el objetivo supremo (y, a veces, si no lo logras no tendrás acceso ni a uno de esos supuestos derechos básicos que debería proporcionarnos el mismo Estado). Quiero decir que este modus operandi, esta lente de la perfección, se aplica perfectamente (valga la redundancia) a nuestra relación con la comida.

Porque abstenerse es virtud. Porque controlarse es virtud. Porque reprimirse es virtud. Y, si existes como mujer en el patriarcado de la obsesión con la apariencia en redes sociales, de la cultura de las dietas relámpago y las cirugías estéticas, todas sabemos qué tienes que reprimir para ser verdaderamente virtuosa a ojos de la sociedad.

Esto me recuerda, no puedo evitarlo, a una frase que le leí hace ya años a una activista feminista que había sobrevivido a la anorexia nerviosa en un artículo (y qué rabia no acordarme nunca de su nombre): “la anorexia es la ingeniería perfecta del patriarcado”. Pues sí. Es fácil llevarnos las manos a la cabeza cuando nuestras hijas, hermanas, amigas, conocidas y parejas están en una camilla en Urgencias porque se han quedado en los huesos, incluso antes, cuando encontramos restos de sangre en el agua de la cisterna o de comida en los cajones, pero ¿qué hay de la educación prematura, del tipo de sociedad en que nos educamos las mujeres?
¿Cómo vamos a prevenir los trastornos de la conducta alimentaria si “gorda” y “fea” son de las peores cosas que se nos pueden decir a las mujeres? Si “gorda” y “fea” van de la mano en esta sociedad, y de hecho, “gorda” y “fea” son antónimos de esa virtud ya mencionada; porque cuando hablamos de anorexia no hablamos sencillamente de obsesión con la belleza, sino de obsesión con la virtud, pero ¿no es acaso la conexión irrompible delgadez-belleza-virtud la que cimienta la socialización femenina?

Supongo que no le daría tantas vueltas a todo esto, no plantearía todos estos interrogantes cuyas respuestas creo que conocemos todas, si no fuera porque yo he tardado años en atar cabos y percatarme de que el vivir disociada de mis impulsos, de mi intuición y de mis emociones más básicas (hola, enfado) me han llevado hasta el extremo de virar entre la angustia absoluta cada vez que me enfrentaba a un plato de comida (adiós, hambre) y la necesidad de utilizar la comida como ansiolítico hartándome a todas horas de lo primero que pillo en la nevera, porque ¿cómo voy a comer sólo cuando tengo hambre si hace siglos que dejé de identificar el hambre?
Nos pasa, a muchas, durante el sexo. Nos pasa, a muchas, cuando se trata de identificar, como decía, nuestro enfado más legítimo y de verbalizarlo, de nuestro derecho a una disculpa o, al menos, a una aclaración. Recuerdos suprimidos y emociones que nos son ajenas son el aliño de la ensalada que hace tanto que nos cuesta comer a pesar de su baja carga calórica, porque sigue siendo comida, y ya sabemos cómo de sucias nos hace sentir el metérnosla en la boca. Mucho más fácil engullir tabletas de chocolate y correr al baño después.

Porque la realidad es que los trastornos de la conducta alimentaria suponen una epidemia sistemáticamente feminizada, y según estudios, no hace falta llegar a cumplir con el cuadro clínico de uno para tener una relación insana, dañina y hasta peligrosa con la comida y con nuestros cuerpos: 3 de cada 4 mujeres estadounidenses (es decir, el 75%) recurren a hábitos alimentarios insalubres que sí se cuentan como síntomas de TCAs. Dietas de dudosa efectividad y peligro de enganche y, cómo no, de rebote y de la consecuente frustración; uso de laxantes; vómitos auto-provocados; ejercicio físico compulsivo; evitación obsesiva de grupos enteros de alimentos… ¿a alguien le suena?

Y ya no sé qué concluir después de escribir todo esto ¿estamos perdidas? No, no lo estamos, pero lo estaremos si seguimos dejando el análisis y tratamiento de los TCAs y de sus síntomas en manos de especialistas ajenos a cualquier enfoque sociológico y crítico con el patriarcado, mientras nosotras nos resignamos a gritar cánticos contra la escasez de tallas en manifestaciones y llorar por nuestras amigas. Que yo también lloro. Que yo también grito… pero no puede ser lo único que hacemos.

Comencemos a revolucionar la forma en que educamos, y permitimos que otros eduquen, a las niñas de nuestro entorno. Comencemos a investigar, a leer, a debatir y a poner, por fin, en el centro la vida porque nos la están arrebatando a golpe de báscula y virtud.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Querido Psiquiatra: Soy cuerpo, y mi mente también lo es.


Reflexionar sobre las lecturas sociales y comunitarias de la llamada “enfermedad mental” o locura siempre me lleva a plantearme una pregunta: ¿estoy negando acaso la vinculación de tantas de mis dolencias psicológicas o emocionales con la biología, con la neurociencia y sus entresijos?

Sin embargo, cada vez tengo más claro que no somos quienes nos resistimos al patológico modelo biologicista de la salud mental las que estamos pasando por encima del cuerpo y su funcionamiento. Al revés: es ese planteamiento científico occidental, pariente de sangre de la economía liberal e imprescindible para el patriarcado, el que proporciona herramientas a los médicos y especialmente a los psiquiatras que se empeñan en diferenciar sistemáticamente el cuerpo y la mente. Es la herencia filosófica, científica y religiosa de la cultura hegemónica la que nos condiciona para privilegiar a la mente, ahora entendida como el cerebro y sus neurotransmisores, como si se tratara de un “sujeto” que es posible diferenciar y sustraer del “objeto” que es nuestro cuerpo.
Lo que quiero decir con todo esto es que por supuesto que la biología, entendida como la ciencia que estudia a los seres vivos y nuestros “procesos vitales”, tiene mucho que ver con la salud mental; pero un modelo médico que bebe de la racionalización de la mente como “comandante” supremo del cuerpo, como elemento ajeno al cuerpo, nunca será capaz de beneficiarnos fundamentalmente a las personas con los denominados “problemas de salud mental”.

Y es que ¿nos importa tanto la influencia de lo biológico sobre lo psicológico si ignoramos la manera en que nuestras vivencias vitales se inscriben en nuestros cuerpos y modelan nuestro cerebro (un órgano, al fin y al cabo, enteramente plástico)? ¿Si nos medicamos periódicamente (ingiriendo, al fin y al cabo, drogas legales) para “reconducir” los caudales de nuestros cerebros pero dejamos de lado prácticas como la meditación, el yoga, el ejercicio físico en general o el contacto con la naturaleza y con otros seres humanos que nos cuiden y se dejen cuidar? ¿Se trata verdaderamente de intereses científicos íntegros, de velar por el bienestar de los seres humanos, o de obedecer a los intereses comerciales de las farmacéuticas cuando se privilegian unos tratamientos y se menosprecian otros con la excusa de la “biología”?

Porque no se trata ya de protestar contra la manifestación de los sesgos sistémicos en la administración de un tratamiento u otro por parte de especialistas, es decir, de señalar la probabilidad de que a un niño negro le diagnostiquen "trastorno de adaptación" sipresenta los mismos síntomas que un niño blanco con diagnóstico de “autismo”. De señalar, también, esa misma probabilidad de que a una mujer le diagnostiquen “trastorno límite de lapersonalidad” presentando los mismos síntomas que un hombre, al que lediagnosticarían “trastorno por estrés post-traumático”. Que a esa misma mujer, si es heterosexual, le diagnosticarían antes “depresión” y si es lesbiana o bi,el susodicho trastorno de la personalidad. Y podría seguir y seguir y seguir.
Pero, sencillamente, no se trata de eso.

Porque no basta con “reformar” la psiquiatría; no basta con exigirles a los especialistas que nos tratan que traten de mantener sus prejuicios aprendidos al margen de los diagnósticos y las pastillas y los encierros a los que nos arrojan. Se trata de ir a la raíz de la cuestión, y si vas a la raíz, te acabas dando cuenta de que los cimientos al completo de la institución de la psiquiatría, de la medicina incluso, están impregnados de violencia y prejuicio.

¿Hay acaso violencia mayor que aquella que categoriza los cuerpos y los comportamientos en “más funcional” o “menos funcional”, en vez de según criterios de dignidad y bienestar vitales? Es esa la misma violencia que categoriza nuestras mentes en “enfermas” y “sanas”, según el mismo criterio de gran utilidad económica de la “funcionalidad”, y que niega nuestro derecho a estar tristes (y, especialmente si somos mujeres sistemáticamente violentadas, a enfadarnos). A sentir emociones “malas”, “equívocas”, “negativas”. Como si cada emoción no fuera intrínsecamente necesaria y esencial.

Y, contra esta violencia sistémica, no queda sino construir maneras de vivir y sentir alternativas dentro de nuestras posibilidades en esta sociedad. El primer paso, nadie me va a convencer de lo contrario, es empezar a escuchar a nuestros cuerpos; y no necesitamos del “teléfono loco” que supone el psiquiatra para que nos traduzca las señales de nuestra cabeza y nuestros órganos.
Claro está que, para todos aquellos sujetos profundamente traumatizados por la truncada convivencia en estos contextos tan violentos (de formas más o menos directas, más o menos sutiles); escuchar a nuestros cuerpos es a menudo un arma de doble filo. Si mi cuerpo ha desarrollado hipervigilancia para sobrevivir a un ambiente de maltratos escolares o familiares, de abusos sexuales o de racismo o de machismo en el trabajo ¿cómo hago para escucharlo? Si parece que todo lo que hace es disparar mis alarmas a todas horas, protegiéndome de un peligro que o bien es inevitable independientemente de mis esfuerzos por mantenerme alerta; o bien ya ha menguado.

Sin embargo, me mantengo en mis trece: escuchemos a nuestros cuerpos. Escuchar a nuestros cuerpos, al fin y al cabo, no implica obedecerlos; nuestros cuerpos los configuran al final del día nuestras decisiones también, con quién me quedo, dónde me quedo, cuándo y por qué me quedo. Un cuerpo que se asusta a todas horas también merece ser escuchado, y nunca dejado de lado en favor de una falsa racionalización de pensamientos “fiables” y pensamientos “irracionales”.

No pretendo concluir otra cosa que la siguiente: integrar la biología en la ecuación de nuestra salud mental no puede ser simplemente un reto de los psiquiatras que nos tratan, que tan a menudo nos medicarán con droga que, más allá de lo insalubre y cronificante que pueda llegar a ser; está ante todo diseñada en gran medida para que podamos seguir yendo a trabajar o a estudiar y nuestros síntomas no sean tan vistosos, tan marcadamente diferentes.

No, integrar la biología en la ecuación de nuestra salud mental implica comprender de una vez, como tantos pueblos colonizados sí han comprendido a lo largo de la Historia de la Humanidad, que nuestras mentes no son entes separados de nuestros cuerpos que gobiernen las irracionalidades e impulsos de estos. Que hablar de salud implica hablar del cuerpo, porque somos cuerpo, y seremos cuerpo, y hemos sido cuerpo por mucho que se nos pretenda, demasiadas veces, convencer de lo contrario anulando nuestras reacciones fisiológicas y las inscripciones históricas del dolor ancestral en estas.

lunes, 22 de octubre de 2018

Entrevista: Ignacio Elpidio Domínguez Ruiz, antropólogo, activista y autor de Bifobia

Os traigo una entrevista con Ignacio Elpidio Domínguez Ruiz. Ignacio Elpidio Domínguez Ruiz (Madrid, 1991) está terminando un doctorado en antropología por la Universidad Autónoma de Madrid, centrándose en la promoción turística, el Orgullo LGTBI y la ciudad de Madrid. Es el autor de Bifobia (Egales, 2017), el primer libro sobre la bisexualidad en el activismo LGTBI español. Ha publicado en diferentes formatos y contextos académicos y periodísticos, habiendo impartido también conferencias sobre la intersección de los estudios urbanos y de la diversidad sexual y de género. Activista LGTBI, como miembro de la madrileña asociación Arcópoli, ha estado igualmente vinculado a la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB).


·Eres activista LGTB, luchando desde Madrid por una sociedad libre de LGTBIfobia. ¿Cómo empezaste a moverte en el mundo del activismo, qué te llevó a decidir definitivamente dedicar al menos una parte de tu vida a luchar por una sociedad mejor? Y ¿cuáles son para ti los mayores retos a afrontar por las organizaciones y colectivos LGTBI en la actualidad?

Antes de participar en la asociación Arcópoli estuve varios años militando en Juventudes Socialistas de Madrid y, tras dejarlo, pensé durante meses en volver a militar en alguna organización, dedicando tiempo a algo más que los estudios o el trabajo. En los cuatro años que llevo en Arcópoli los grandes desafíos han ido cambiando, y creo que ahora mismo la mayor barrera es la sociocultural y no la legal: tenemos leyes en gran parte de las Comunidades Autónomas, y lo que queda es que vayamos todos, todas y todes aceptando no solo las leyes sino los principios que hay detrás.


·También eres antropólogo, e investigas el cruce de la diversidad sexual y de género con los estudios urbanos y turísticos. En lo que respecta al fenómeno de que el auge turístico de una ciudad vaya de la mano de la promoción del ambiente LGTBI, y sobre todo G, hay voces a favor y voces en contra; se debate sobre la inclusión y la participación de la ciudadanía, pero también sobre los posibles efectos negativos, como las consecuencias sobre los barrios pobres y los colectivos marginados que comporta la gentrificación. ¿Qué puedes contarnos tú sobre este fenómeno desde una perspectiva más profesional, cuál es tu punto de vista? ¿Por qué se caracteriza, en concreto, el caso madrileño con el Orgullo LGTBI, el Barrio de Chueca…?

El turismo LGTBI —sí, de hecho sobre todo G— lleva unas pocas décadas siendo investigado por cada vez más disciplinas académicas, y gran parte de los estudios o bien no entran en juicios de valor o en visiones dicotómicas, o bien comparan los efectos positivos y negativos de estas formas de turismo, que han de ser en todo momentos descritas en plural. La gentrificación y la turistificación, vayan de la mano o no, son procesos en los que debemos o podemos pensar al hacer turismo, y para las personas LGTBI no es una excepción: al elegir nuestros destinos turísticos, dónde y qué consumir, o qué hacer, estamos incidiendo de formas variadas en nuestros lugares de origen y de destino, que pueden verse como una red. Algunos eventos como la sección LGBT de FITUR, la feria internacional de turismo de Madrid, nos muestran cómo de conectados y comparados están los diferentes destinos y las prácticas turísticas LGTBI. También nos muestran que este segmento no está libre de las inercias del turismo en general: o bien podemos optar por viajes totalmente organizados, distribuidos de forma masiva, o bien podemos buscar un viaje individualizado, o bien podemos caer en la infinita variedad entre los dos extremos. Chueca tiene un papel importante en cualquier caso: puede ser una visita inexcusable para el turismo LGTBI más previsible en Madrid o en el Estado español o, buscando una experiencia menos masificada, puede ser precisamente un punto a evitar. En todo caso, Chueca tiene, como otros barrios similares, características que ayudan a que sea popular para el turismo: una ciudad bien conectada con medios de transporte; una presencia importante en productos culturales como películas, series o novelas; un evento anual que la lleva a pantallas y a redes sociales, etc.


·Ahora, hablemos de tu libro. Eres autor de Bifobia (Egales, 2017), el primer libro publicado sobre la bisexualidad en el activismo LGTBI español. ¿Cómo surgió la idea de escribir este libro, y qué ha caracterizado el proceso de escritura y, sobre todo, de investigación que ha llevado a que este se materialice? ¿Qué es, para ti, lo más importante que has aprendido gracias a escribirlo?

Bifobia nació desde la asociación Arcópoli. Yo ya tenía la intención de participar como socio en los actos del Año de la Visibilidad Bisexual en la Diversidad, un año temático convocado por la FELGTB, Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales. Pensé en aportar algo más, desde la antropología, y me fijé en la escasa o nula producción académica y de divulgación sobre la cuestión en el Estado español, y pensé, de forma totalmente pragmática, que era un buen nicho que aprovechar y ocupar. Desde esa decisión fueron meses de búsqueda bibliográfica y, sobre todo, de entrevistas y de observación participante con activistas bisexuales en Arcópoli. Ambas técnicas son las más típicas del trabajo de campo etnográfico y de la antropología, y en este caso supusieron ir acompañando a los y las activistas durante los actos de todo el Año Bisexual, entrevistándoles cada cierto tiempo. Fue un proceso apasionante y divertido, aunque con momentos duros, al encontrar formas de bifobia en las que yo había caído en el pasado —soy un aliado monosexual—, incluso entre personas activistas muy politizadas.


·El título del libro, Bifobia, deja bien claro que las personas bis sufren en esta sociedad patriarcal una violencia y una discriminación por ser quienes son, por existir fuera de la norma heterosexual y de la obligatoriedad de la elección “de un sexo u otro, de un género u otro”. Me interesa especialmente saber sobre la fundamentación de este prejuicio tan antiguo pero tan en auge todavía sobre las personas bis, sobre su identidad y sus elecciones de vida: ¿qué relación hay entre el patriarcado que rige nuestras vidas en esta sociedad y la susodicha bifobia?

La bifobia, al igual que la homofobia y la transfobia, puede rastrearse hasta una raíz: el patriarcado o el sexismo. Como sistema de clasificación y de distribución de recursos —como la visibilidad—, el sexismo marca claramente un binarismo que las bisexualidades se cargan. Puede verse ahí la relación, aunque puede argumentarse también que lo binario tiene un papel fundamental en gran parte de las culturas y sociedades del mundo. Puede verse la analogía con la represión de las personas, al margen de su orientación sexual, por resistirse a satisfacer las expectativas del sistema patriarcal.


·Al respecto de la bifobia, en la presentación de tu libro a la que tuve el placer de asistir, nos explicabas que es muy difícil encontrar estadísticas que reflejen los índices de agresiones, de violencia física sufrida con motivo de ser bis. ¿Qué tipo de violencia es, desde tu punto de vista como investigador, la que más repercute en las vidas de las personas bis? En la misma presentación, una mujer comentaba que no hay que olvidar los altísimos índices de abusos sexuales sufridos por las mujeres bis. ¿Pudiste investigar y entender mejor esta epidemia de violencia sexual mediante la investigación para tu libro?

Diversos estudios, incluyendo la investigación que hay detrás de Bifobia, afirman que la invisibilidad y los estereotipos son las formas más comunes de violencia que sufren las personas no monosexuales. La combinación no deja de ser paradójica: se junta una escasa visibilidad de las personas bisexuales con un conocimiento de estas basado en estereotipos y mitos. Estas formas de violencia pueden parecer menores, al compararlas con agresiones físicas motivadas por la homofobia y la transfobia, pero estudios cuantitativos hablan de graves efectos de la bifofia y del monosexismo, sobre todo en cuanto a salud mental. Al investigar un contexto activista y con un grupo reducido de personas no monosexuales tuve pocas ocasiones para encontrarme con violencia más allá de la simbólica, por lo que solo pude encontrar información sobre abusos sexuales en la literatura académica. El cruce del monosexismo con el sexismo, o de la bisexualidad con el género, está por suerte ampliamente estudiado, de formas cuantitativas y cualitativas.


·A menudo, conversando y debatiendo con compañeros y amigos bis, me cuentan cómo algunos de los peores casos de bifobia los han sufrido por parte de gais y lesbianas de su entorno, de los movimientos incluso. ¿Has podido investigar esta violencia interna mientras escribías Bifobia? ¿Qué sucede con el movimiento contra la LGTBIfobia que tan a menudo caemos, nosotros mismos, en bifobia?

Al estudiar la bifobia en un contexto activista LGTB la violencia más presente fue, precisamente, por parte de gais y de lesbianas. Las reuniones, la preparación de actos o incluso las fiestas fueron escenarios diversos en los que pude conocer una bifobia por parte de compañeros que yo también reproduje antes de concienciarme —asumiendo que siempre es un trabajo en proceso—. Una primera explicación de esta fuente de violencia, por parte de compañeros y compañeras, está en la educación: nos hemos criado en el mismo sistema, y, salvo que nos vayamos politizando y concienciando, vamos reproduciendo las mismas formas de opresión, aunque sean incoherentes con nuestros objetivos personales o colectivos. Por otra parte están los factores específicos. Investigadoras como Amanda Udis-Kessler o Paula Rust han estudiado la bifobia en contextos activistas, señalando cómo las personas LG podemos reproducir el monosexismo por intereses personales, políticos, así como por entender las reivindicaciones bisexuales como un agravio comparativo o como una incompatibilidad con las trayectorias personales de activistas.


·Por último, no puedo dejar de preguntarte desde mi propia resistencia como lesbiana y, también, desde la esperanza: a través de la escritura de tu libro y de tu trayectoria como activista del movimiento LGTBI ¿cuál es tu perspectiva de los logros y retos para el colectivo, cómo definirías todo lo que vamos consiguiendo a día de hoy y, por supuesto, todo lo que nos queda por conseguir?

Los meses desde la publicación del libro y sus presentaciones me han ayudado a conocer a muchas personas, así como la situación del activismo y de la política en varias ciudades y comunidades autónomas. Me han animado a pensar que vamos mejorando, y que gracias a las leyes, las redes sociales y la educación, podemos encontrar personas LGTBI cada vez más concienciadas en cualquier parte del Estado español —y no solo en las grandes ciudades, o donde están las asociaciones más visibles—. Las agresiones físicas y simbólicas o el desajuste entre los discursos y vocabularios de los diferentes activismos y del resto de la sociedad me parecen retos importantes para el presente y el futuro más inmediato, pero creo que vamos en buen camino.

sábado, 20 de octubre de 2018

Sol, el cole... y los libros.

En inglés, existe la expresión “get me through”, que significa que algo “me ha sacado adelante”; pero a mí me gusta mucho más la traducción literal, algo “me ha llevado a través”. Los libros me “llevaron a través” del maltrato escolar (qué innecesario se me hace llamarlo “bullying”, como si se tratara de un fenómeno ajeno al que hemos de darle nombre en otra lengua); porque todavía no sé si ya estoy “adelante”, pero “a través” sí que pasé, estoy vivita y coleado a mis veinte años para veintiuno.

Y es que yo sé perfectamente que, de pequeña, la infelicidad y, me atrevería a decir incluso, la depresión ya enraizaban en lo más hondo de mi ser. Mucho antes del colegio, quiero decir; por las noches me echaba a llorar silenciosamente en la cama imaginándome la muerte de mis padres, que me dejaría huérfana a tan temprana edad. En la guardería, me costaba relacionarme con los otros niños y prefería relacionarme con las profesoras. ¿Genética o un entorno del que apenas conservo recuerdos, claro, puesto que era tan pequeña?
No lo sé, pero sí que recuerdo muchos detalles que a la mayoría de adultos de mi alrededor les pasaron desapercibidos de mi entorno a partir de los ocho años o así. Recuerdo cómo empezó todo: yo era una niña solitaria y con la mirada vuelta hacia dentro, que ya entonces se refugiaba en el patio del colegio de su miedo a interactuar con el resto de niños, sumergida en un libro en una esquinita. Cuando otra niña comenzó a acercarse a mí trayéndose sus propios libros al recreo, acabé jugando con ella y con sus amigas.

Años más tarde, no puedo dejar de revivir este suceso como el comienzo del fin, como la semilla del mal; y sí, llamadme exagerada, pero a día de hoy sigo sin poder entrar en un aula de la Universidad sin mentalizarme previamente de que no, nadie me va a pegar, nadie me va a humillar, nadie me va a hacer luz de gas y aun así, no voy casi a clase y cuando voy a veces me derrumbo literalmente y me tienen que levantar del suelo mismo.
El caso es que, en aquel inocente primer juego con las otras niñas, una se empeñó en que teníamos que coger un medio de transporte imaginario que yo no quería coger. Ponedle que la niña quería ir en un coche fantástico a donde fuera y la otra niña, yo, quería coger un autobús igual de fantástico. La discusión, tan nimia, tan trivial, acabó encendiéndonos a las dos; cuando le conté a mi madre lo insistente que se había puesto aquella niña, me dijo que le dijera algo así como que no podía tener razón siempre. Al día siguiente, yo, obediente, se lo comuniqué; la conversación acabó con ella diciéndome que mi madre era malvada y que la iban a denunciar y a meterla en la cárcel. Fue tan cruel y me lo dijo tan seria que creo que me eché a llorar, pero como la mayoría de los recuerdos de aquella época, se trata de un fragmento borroso de mi memoria y no sabría decirlo con exactitud.
Ahí, sí, ahí empezó todo. Recuerdo que se metían con mi ropa, y mis padres se fueron de viaje y me trajeron una chaqueta muy cara, y a mí me daba muchísima vergüenza ponérmela porque a las niñas les parecía una horterada. Recuerdo que se comían mi almuerzo, ay, qué chiste, qué de episodio de serie cómica en que todos nos reímos cuando los “bullies” devoran la comida del chaval vapuleado; pero lo peor no era eso, lo peor era que luego se enfadaban seriamente conmigo porque “me lo había comido todo yo”. Creo fervientemente que estos episodios de mentirme repetidamente sobre la realidad y culpabilizarme por cosas que no había hecho han jodido seriamente mi capacidad de percepción de lo que sucede a mi alrededor.
Supongo que debería contar también cómo aquella niña me pellizcaba, o cómo su amiga me pegaba cachetes; o cómo, una vez que estábamos en casa de la otra amiga a la que le hacían la vida imposible como a mí, estropeé sin querer la persiana intentando bajarla y acabé en el suelo, sin gafas y recibiendo patadas. Fue ya de más mayor cuando me echaron tierra en el pelo por negarme a insultar al niño con el que los chicos de clase se ensañaban a su vez. Pero es que estoy cansada de enumerar vehementemente todos estos episodios de violencia física para sentir, de una vez por todas, que mi historia no es la historia de una exagerada. Y aun así acabo de hacerlo igual.

Podría escribir páginas y páginas sobre la forma en que este día a día de humillaciones que se extendieron durante un periodo de aproximadamente tres años me han jodido la salud emocional. La personalidad, incluso. Porque tengo diagnosticado un trastorno límite de la personalidad. Porque, hasta hace poco, me asustaba (aunque por supuesto me dejaba hacer de todas formas, qué es eso de poner límites) que mis parejas sexuales me rozaran el cuello porque aquellas niñas me inmovilizaban de ahí por aquel entonces.
Y no quiero ser maniquea. Yo sé que no es culpa suya que yo haya vivido ya varios intentos de suicidio, ni que me medique, ni que no pueda contar la cantidad de pasta que se han fundido mis padres en atención psicológica desde que tenía quince años; porque otras personas viven realidades similares o mucho peores y se desarrollan de forma relativamente sana, conocen mucho mejor la estabilidad emocional. Pero sí que estoy enfadada. Y con quienes más enfadada estoy no es con ellas, la verdad.
Quizás porque siempre fueron mis amigas. Quizás porque lo que más me ha jodido es que no eran mis enemigas, no eran niñas que me marginaran y persiguieran, sino niñas que cuando no me estaban maltratando me daban besos, me abrazaban, me hacían magníficos regalos de cumpleaños y jugaban conmigo. Eran mis amigas. Y supongo que eso no es sino parte del maltrato, y es por eso que lo llamo “maltrato” en vez de “acoso”; porque eran mis amigas, mucho más que mis acosadoras.
Pero decía que no son ellas con quienes más enfadada estoy. Y es que ahora mismo con quien más enfadada estoy no es con nadie, porque por fin siento que he cerrado heridas y pasado páginas; pero durante mucho tiempo, por mucha vergüenza y pena que sintiera al confesármelo a mí misma y a mis psicólogas, era con mis padres y con los profesores con quienes más enfadada estaba. ¿Cómo no te dabas cuenta? ¿Cómo, si te dabas cuenta, no me sacabas del colegio o llamabas al director para quejarte?
Hay que tener en cuenta que, cuando yo tenía seis, siete, ocho años; el fenómeno de los malos tratos escolares no tenía ni de lejos la visibilidad y la repercusión que tiene ahora. Yo no conocía ningún caso de colegios y familias multadas porque unos alumnos les hicieran la vida imposible a otros; en mi clase, con uno se metían por gordo, con otro por listo y por gafotas, y a mi amiga y a mí nos pasaba lo que nos pasaba no sé yo bien por qué. Y nunca pasó nada.
Pero aun así, durante mucho tiempo he guardado tantísimo rencor a quienes, como lo he sentido yo mucho tiempo, deberían haberme cuidado y no lo lograron. Yo no me he sentido protegida, no, nunca me he sentido protegida de un peligro mucho más real que los enchufes o las escaleras empinadas; y es ahora cuando entiendo lo difícil que es proteger a una niña que no llega a casa con verdugones en la espalda y en la tripa, que llega con lágrimas en los ojos y ganas de no volver al cole nunca más. Pero me ha costado entenderlo. Me ha costado mucho.

Por eso, aunque este no fuera el propósito inicial de esto que estoy escribiendo, nos pido por favor a todos y todas que escuchemos a la infancia. Porque a mí me hacían la vida imposible en el cole. Pero de otras abusan sexualmente sus padres, sus tíos, sus abuelos, los amigos de la familia más cercanos y de confianza. Si no escuchamos a la infancia ¿cómo vamos a construir vidas adultas de cercanía y confianza verdaderas? Como leí una vez, “eduquemos a niños y niñas que no tengan que recuperarse de sus infancias”.

Y supongo que, ahora que ya he vomitado todo esto que todavía no había logrado poner por escrito, puedo hablaros por fin de los libros. De cómo me “llevaron a través” de los malos tratos en el cole.
No tengo claro a qué edad aprendí a leer, pero supongo que a la habitual. Sí sé que les estaré eternamente agradecida, a mi padre, por inventarse historias para mí antes de dormir; y a mi madre, por conseguirme cuentos de todos los tipos y leérmelos a todas horas. He crecido rodeada de libros. He crecido rodeada de curiosidad y de ganas de saciar esa curiosidad, aun sabiendo que responder a una pregunta sólo traerá otra más complicada todavía; he crecido con “El Porqué De Las Cosas”. Y además, he crecido con “El Color de Nuestra Piel”, aquel libro sobre los distintos colores que puede tener la piel de las personas; y otros tantos que plantaron en mi interior las semillas de una vida que hace mucho que quiero dedicar a luchar y construir por la igualdad y la libertad verdaderas.
Así que recuerdo muy bien, mucho mejor, la verdad, que todo lo que pasaba en el colegio; aprenderme de memoria fragmentos de cuentos y libros de tanto leerlos y escucharlos a todas horas. Recuerdo las ilustraciones, y las cubiertas machacadas, y las esquinitas dobladas de las páginas. Pero, sobre todo, recuerdo Matilda.

Matilda, escrito por Roald Dahl e ilustrado por Quentin Blake, es el libro que cuenta la historia de una niña a la que sus padres no le hacen ni caso y además tratan muy, muy mal; y cómo empieza el colegio, cómo se venga de una directora igual o más malvada que su familia, y cómo toda la magia que brota de las yemas de sus dedos y le permite, en definitiva, construirse esa vida mejor va acompañada siempre de la pura magia de las páginas.

Y ha sido hoy cuando me he encontrado por casualidad con un fragmento de Matilda rondando por Internet. Y ha sido hoy cuando me he decidido a escribir esto. Porque la vida que me estoy construyendo ahora mismo se la debo a los especialistas que me han tratado bien y que me apoyan psicológicamente, a mi familia que me quiere y que me cuida en mi día a día y a esas personas que no son familia, pero que casi (y a mí misma, por supuesto).

Pero la vida que por unas horas me sacaba de aquella rutina de vestirse, desayunar, lavarse los dientes, darle un beso a mamá y que papá nos lleve al cole a mi hermana pequeña y a mí, de la mano, cantando alegremente; para acabar llorando al irme a dormir esa noche porque mañana vuelvo al cole otra vez… esa vida libre de daño y de dolor que, estoy segura, me enseñó el valor de la esperanza y de la ilusión se la debo a los libros.

Así que quizás por eso estoy tan, tan contenta de estar volviendo a ellos, años después de que la depresión se entrometiera entre mi capacidad de concentración y mis ganas de vivir y yo, para poder agradecerles con mi tiempo y mis ganas todo lo que siempre, siempre, siempre; han hecho por mí.

jueves, 18 de octubre de 2018

Entrevista: Abbey C, poeta y YouTuber


Os traigo una entrevista con Abbey C, poeta y YouTuber. Cuando le preguntan qué es, dice que poeta. Más técnicamente es Abbey, aunque ese no es su nombre de nacimiento pero sí es su nombre de verdad. Nació en un año que siempre le ha gustado cómo suena, 1994. Fue en Murcia, al sureste de España, ese es su hogar vaya a donde vaya. Estudió periodismo porque le gusta comunicar.
Lo que más le gusta en el mundo son los sentimientos, ver cómo se provocan, provocarlos, que se los provoquen y escribir sobre ellos.
Después de mundo tiempo, tiene amigos que le llenan de verdad y aprende de ellos cada día.
Su misión en el mundo es no provocar daño al mundo, quiere que a la naturaleza no le pesen sus pasos, así que cada vez intenta cuidarla más.


·Eres poeta, estudiaste Periodismo y tienes una fuerte presencia en redes

sociales. ¿Qué querías ser de pequeña cuando fueras mayor, y qué crees que
pensaría la niña que un día fuiste de ti?

A los 14 años quería salir en la tele haciendo bromas. No sé qué ha podido pasar.
Fuera bromas, encontré mi vocación a los 17 años. Aunque llevaba muchos más
escribiendo, fue a esa edad cuando me hicieron una entrevista para el periódico y me
di cuenta de que con lo que escribía, podía hacer muchas más cosas fuera que dentro de
casa.

·¿Cuándo empezaste a escribir, y qué ha supuesto la escritura para ti? Pero,
sobre todo, y de una poeta a otra poeta ¿cuál crees que es la función de la poesía
en el mundo?

Empecé a escribir a los 8 años y siempre me encanta contar por qué. Mi madre es
poeta, y siempre la veía escribir por las noches, hasta que un día le pedí un papel y
lápiz porque yo también tenía un cuento que contar. Mi madre me dio la vida y la
poesía.
La escritura me define como persona, la mayoría de mí es poeta, no tendría una
identidad si no escribiera.
Mientras el resto de cosas en el mundo nos enseñan cosas sobre lo que mostramos y
tenemos por fuera, la poesía se centra en lo de dentro.

·Has escrito el libro “Mensaje urgente a mis momentos contigo”. ¿Qué ha
supuesto para ti el proceso de escritura y publicación? ¿Qué crees que es lo más
importante que dice tu libro de ti?

Hacer el libro me ayudó a definir mi estilo al escribir. Todos lo poemas anteriores a él
ahora los siento incompletos, sin embargo los que están en él me parece que tienen
un sentido conjunto.
Cuando me ofrecieron publicar un poemario, decidí que iba a escribirlo de cero,
todos los poemas los escribí en el mismo período de mi vida y por eso el libro habla
muy bien de mí en ese momento. No sabría decirte qué es lo más importante, creo
que lo que más se entiende es que mi vida la componen personas, hasta de las
ciudades hablo como si fueran personas.

·Después de un tiempo siguiéndote en redes sociales y viendo vídeos tuyos, la
impresión que me he llevado siempre ha sido de que le das una vital importancia
a la inteligencia emocional, así como a la sensibilidad y la capacidad de ponernos
en la piel del otro. ¿Cuáles son para ti los valores necesarios para construir una
sociedad mejor, y qué crees que podemos hacer cada persona para participar de
la creación de esta otra sociedad?

Últimamente no paro de pensar que tendríamos una sociedad sana si tuviéramos una
sociedad empática. Creo que la empatía es lo más sano que puede construir a un ser
humano, la empatía no deja lugar a la indiferencia frente a otros, no deja lugar a la
insensibilidad, neutralidad, desinterés o el desprecio. Imagina una sociedad sin todo
eso.
Individualmente tenemos que trabajar más este aspecto.

·Hablando de la inteligencia emocional ¿qué le dirías a una persona que quiera
cambiar su forma de habitar y vivir en este mundo, que quiera tener más en
cuenta sus propias emociones pero también las de los demás? Es decir ¿cuál crees
que es la clave para ser mejores personas con nosotros mismos y con el resto?

Sigo en relación con la pregunta anterior. Cada persona debería plantearse durante
una semana por qué hace cada cosa que hace y cómo repercute al resto, y cuando
hablo “del resto” no solo hablo de personas, si no de animales y del planeta. ¿Por
qué uso esta bolsa de plástico pudiendo usar una de tela y así contaminar menos?
¿Por qué uso la expresión “que te den por culo” para situaciones con connotación
negativa cuando para algunas personas homosexuales esa acción es algo normal y
bonito dentro de su vida?
Tenemos muchas cosas implantadas en nuestra cabeza que son incorrectas. Nos
enseñan expresiones y prácticas que son dañinas para otros, y deberíamos
implicarnos en cambiarlo. Pero también nos han enseñado a ser cómodos, y claro, los
cambios nunca son cómodos, aunque a la larga mejoren nuestra vida y la de otros.

·Nuevamente, como poeta, no sé qué sería de mí sin todos esos otros poetas que
me inspiran día tras día y que tantas veces me salvan a través de sus versos.
¿Quiénes son los poetas y escritores en general que más te inspiran a ti, y qué le
recomendarías leer a alguien que por primera vez se atreve con la poesía?

A mí me inspira muchísima gente, desde todas las personas que escucho en los micros
abiertos de poesía, hasta poetas que sigo por instagram, como también los poetas
que están en formato libro en mi estantería.
Para empezar siempre recomiendo a Mario Benedetti y a Silvi Orión. Benedetti es una
poesía del siglo pasado, bonita, tierna, fácil de leer; Silvi es una poesía actual,
rebelde, sin normas. Creo que es una mezcla explosiva.

·Por último, y esta vez, de una mujer a otra mujer: ¿qué piensas de nuestra
situación actual, tanto en el mundo del arte como en la sociedad en general, y
qué ha de suponer para ti el auge de los movimientos feministas del que estamos
siendo testigos?

Esta pregunta tiene una respuesta demasiado extensa.
Todo lo que sea dar a la mujer el lugar que merece tener, todo lo que sea acabar con
la represión que sufrimos, con los roles de género que cargamos y con el techo de
cristal contra el que nos chocamos constantemente, todo lo que luche contra eso me
parece más que bien.
El movimiento feminista actual está destruyendo muchísimas cosas, a mi me
deconstruyó por completo y ahora me asumo de una manera mucho más sana y
segura. Parte de mi estabilidad emocional es gracias al feminismo. Esto lo ha hecho
con muchísimas más personas, con muchísimas más artistas, así que el resumen es
que ojalá el futuro sea feminista.