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jueves, 17 de enero de 2019

Entrevista: Elana Dykewomon, activista, escritora y profesora lesbiana

Elana Dykewomon es una activista, escritora, editora y profesora lesbiana judía estadounidense. Es autora, entre otras obras, de la novela Beyond the Pale (narrativa lesbiana varias veces premiada); así como de numerosas obras en prosa, poesía y ensayo. Se dedica, en sus propias palabras, a cambiar el mundo palabra por palabra. Aquí va la entrevista (y aquí la entrevista, también en inglés).


·Eres una activista, editora y escritora lesbiana, judía. Para muchas personas, esta elección de palabras, estas palabras hilvanadas no tienen sentido en absoluto o les parecen una contradicción, una imposibilidad. Pero no lo son ¿cómo influye el hecho de que seas judía en tu vivencia como lesbiana, y viceversa? ¿Cómo llegaste a denominarte a ti misma así; a reconciliarte contigo misma siendo ambas?

Soy judía secular, atea y espiritual, así que no tuve que pasarlo mal con las escrituras religiosas una vez me convertí en adulta (aunque mi familia de nacimiento era algo practicante en cuanto a la religión, en el sentido de deberías-saber-quiénes-son-los-tuyos del post-Holocausto). Quizás sea un poco más complicado; yo sabía que era lesbiana cuando era niña, y tenía una profunda sensación de ser una forastera entre los forasteros. Los movimientos de las mujeres y de las lesbianas me salvaron la vida. Muchas lesbianas judías se convirtieron en activistas entonces. Yo descubrí, cuando estaba escribiendo mi novela, Beyond the Pale, que las mujeres judías han sido activistas en Estados Unidos desde que estamos aquí, sobre todo en la Etapa Progresista (1890-1920). Ser judía permea mi sentido del humor, mi noción de ser diferente; no precisamente al contrario que ser lesbiana, en muchos sentidos. He escrito tanto novelas como ensayos sobre esto, y editaré una nueva antología de escritos de feministas judías como número de Sinister Wisdom, con Judith Katz, en 2019.

·Últimamente he estado leyendo sobre teología feminista; me resultó un shock tan grande descubrir que había una teología más allá de las palabras y la violencia de los hombres religiosos y de sus instituciones. ¿Qué papel crees que la teología feminista, y sobre todo la teología feminista judía, juega en nuestra comprensión de nosotras mismas como mujeres espirituales y aun así rebeldes? ¿Y cuáles son los principales retos por afrontar para las feministas espirituales y religiosas hoy en día?

Conozco a algunas feministas judías religiosas, muchas de las cuales sitúan su sentido de la espiritualidad alrededor de la presencia de mujeres, tanto dentro como fuera de las escrituras. Algunas de mis amigas creen en los textos sagrados del judaísmo, y han trabajado re-interpretando y expandiéndolos tanto como inclusivos de, como en forma de celebración de las mujeres. La poesía siempre ha sido mi faro en lo que respecta a nutrirme y encontrar un sendero espiritual; y los antiguos textos están llenos de poesía, así como de la violencia y misoginia que hemos experimentado. Los retos que las mujeres afrontamos en las instituciones religiosas son mayormente políticos, creo yo, como lo son nuestros retos en todas partes dentro de organizaciones jerárquicas. Si yo fuera la encargada de elegir “el” texto religioso, elegiría la poesía y los comentarios de lesbianas como Irena Klepfisz, Audre Lorde, Chrystos, Gloria Anzaldúa.

·Como lesbiana, muy a menudo siento que el activismo LGBTI mayoritario se centra principalmente en las experiencias masculinas de la violencia, del prejuicio y de la opresión. Hoy en día hay un mayor enfoque de las identidades y la Historia de las mujeres lesbianas, bi, trans e intersex; pero aun así siento que nunca se cubren nuestras necesidades cuando se trata de la necesidad de praxis y políticas verdaderamente transversales y centradas en las mujeres. ¿Cómo te sientes acerca de esto? ¿Cuál es tu visión en lo que respecta a la reunión de las personas LGBTI para subvertir el patriarcado y organizarnos contra su violencia, al mismo tiempo que se aboga por un separatismo lesbiano parcial e incluso total?

Esta es otra respuesta de longitud de libro. Mi propio deseo e inteligencia es bastante simple: quiero centrarme en las mujeres y en las lesbianas porque creo que nos merecemos la completa atención de cada una de cada una y de la otra. Ha sido sólo a lo largo de mi vida que la palabra “lesbiana” ha empezado a poderse decir en voz alta en lugares públicos; y aun así, en tantos. Tenemos el derecho de conocernos las unas a las otras en nuestra propia compañía; es el primer paso hacia la auto-definición.
También he llegado a apreciar y participar en trabajos de coalición, y creo que las coaliciones más fuertes son aquellas en que los participantes de la coalición provienen de comunidades de base fuertes, las conceptualicemos o no como separatistas. Sé que debemos ser conscientes de nuestros enemigos de forma interseccional (es decir, estar constantemente alerta respecto a la supremacía blanca, el colonialismo, el clasismo, el capacitismo y la misoginia). Y está claro que todas esas instituciones de la opresión existen dentro de nosotros, consciente o inconscientemente. Ser activista implica estar alerta respecto a tu propia psique, implica crecer y cambiar. Y aun así no quiero que la reacción a la opresión sea lo que define mi compromiso. Quiero trabajar por una visión de un mundo mejor.

·Eres una escritora y editora prolífica. Para mí, como para muchas otras mujeres, la cultura es un arma en sí misma, o como mínimo nos ayuda a hacer de nuestras propias experiencias de vida y nuestras relaciones un arma para combatir el patriarcado. ¿Cómo es el mundo del libro cuando hablamos de ser una mujer que escribe y edita, y sobre todo cuando eres lesbiana sin una pizca de arrepentimiento? ¿Cuál sería tu consejo para las jóvenes lesbianas como yo ahí fuera que sacamos nuestras propias palabras y nuestro propio arte ahí fuera pero seguimos asustadas e inseguras de nuestro propio poder?

El mundo del libro… depende de qué mundo del libro y en qué país. En Inglaterra, por ejemplo, las escritoras lesbianas blancas han tenido bastante éxito mayoritario. En Estados Unidos, no tanto. Pero aun así en Estados Unidos hay un buen número de editoras lesbianas; con mayor éxito en lo que respecta a la ficción de género (misterio, romántica, especulativa), pero también a la ficción “literaria”, la no ficción y la poesía. Hay una conferencia nacional anual específicamente para escritoras lesbianas (Golden Crown) y un buen número de otras regionales. Las conferencias literarias LGBT han sido, desde mi experiencia, acogedoras con la participación lesbiana. Que te publiquen cuando estás empezando es un problema; y la proliferación de plataformas en redes sociales lo hace más complicado, hace más difícil que se te oiga entre el ruido de fondo general.
Mi consejo para las jóvenes escritoras lesbianas: entrad en grupos de apoyo de escritura de otras escritoras lesbianas (u otros escritores con quienes sintáis un compañerismo). No tengáis miedo de empezar a compartir vuestras ideas e inspiración con el resto, y empezad a enviar vuestro trabajo a revistas y publicaciones que sean un reflejo de las comunidades de las que queráis ser parte. Algunas de mis amistades más maravillosas son con las escritoras lesbianas con las que “maduré” en los setenta; a menudo no estábamos en el mismo lugar al mismo tiempo, pero compartíamos el deseo de escribir abiertamente como lesbianas sobre la experiencia lesbiana (así como cualquier otra cosa que quisiéramos abordar). Jewelle Gomez, Gloria Anzaldúa, Dorothy Allison, Irena Klepfisz, Chrystos (y las escritoras que llegaron justo tras nosotras y antes de nosotras) le dieron un sentido a todo mi mundo. Así que encontrad vuestra cohort, haced vuestro trabajo, publicad tan pronto como podáis, no tengáis miedo de lo que pensáis, ni de que lo que el resto piense de vosotras. No os distraigáis con el ruido de Internet o la sensación de que no “estáis ahí fuera lo suficiente”. Escribir no es un trabajo fácil, pero si es lo que experimentáis como lo que necesitáis hacer, seguid trabajando.

·Hablando de libros ¿hubo uno que jugara un papel esencial en tu propio entendimiento de ti misma como la persona que eres hoy en día, una activista y creadora imparable?

La primera novela que leí de una lesbiana con temas “homosexuales” fue Nightwood, de Djuna Barnes; una visión inquietante y confusa de lo que pasa con la intimidad cuando se desprecia a las personas. Y después leí mucha literatura pulp, en la que las lesbianas siempre mueren o se vuelven hetero. Supongo que estas fueron formativas en el sentido de que determiné que escribiría una novela lesbiana con final feliz, y fui afortunada de publicarla con una de las primeras casas editoriales lesbianas, Daughters, Inc. en 1974. Después de eso, Zami, de Audre Lorde, y Les Guérillères, de Monique Wittig, fueron fundamentales para mi desarrollo como escritora. Oí´recitar a la gran poeta bisexual, Muriel Rukeyser, en una concentración contra la Guerra de Vietnam en 1968. Ella era la única mujer entre todos los tíos “guays”, y su determinación moral y su presencia (una emisaria de la conciencia del mundo de las mujeres) tuvieron un profundo efecto en mi capacidad de verme a mí misma como poeta y activista.

·Hoy en día, me da la impresión de que las redes sociales son para todos la principal fuente de conocimiento sobre política y sobre la sociedad, sobre nuestras propias identidades y resistencia también. Todos tendemos a organizarnos a través de las redes sociales, creamos conciencia a través de las redes sociales e incluso llamamos a la acción desde allí, también. Sin embargo, como la joven lesbiana y loca que soy, con algo de experiencia con la organización de las mujeres en un colectivo feminista local en mi ciudad en el pasado, me parece que nunca deberíamos olvidar el papel fundamental que juegan los encuentros comunitarios y el hecho de juntarse con otras mujeres que aman a mujeres para compartir nuestras experiencias, para auto-editar nuestros propios fanzines y para manifestarnos y protestar e incluso para llorar y rabiar juntas. ¿Cómo lo ves tú? ¿Es la escena política y activista muy diferente de como era cuando tú empezabas, y en qué crees que hemos mejorado y hay algo a lo que le estemos perdiendo el rastro?

Volvamos al final de mi anterior respuesta sobre Muriel Rukeyser. Es importante aparecer en persona. Internet está lleno de ruido. Sí, es mucho más factible que muchas más personas se enteren, así como ser consciente de muchas más cosas al mismo tiempo. Eso es importante. Pero dificulta la elección; somos individuos con energía limitada. Tenemos que elegir conscientemente donde queremos invertir esa energía y con quién queremos trabajar. A veces nos sobrepasa tanto la información que todo lo que Podemos hacer es firmar peticiones y ser testigos en la distancia. Es importante juntarse con otras personas y trabajar en cosas específicas. Nadie puede hacerlo todo, pero todo el mundo puede hacer algo. Tendemos a perder la noción de eso; y es una de las primeras lecciones del activismo: elige proyectos que puedas completar y sentirte orgulloso de haber participado en ellos.

·Por último, tengo curiosidad sobre tus próximos proyectos y libros. ¿Podrías hablarnos de alguna cosa en la que estés trabajando? Y ¿cuál es la frase o el mantra con la que te quedas cuando hablamos de resistencia lesbiana?

Actualmente estoy trabajando en una obra de teatro sobre los dilemas morales que confrontamos cuando nuestras personas cercanas (parejas, progenitores, hermanos, amigos) nos piden que les ayudemos a morir. Mi esposa, Susan, desarrolló demencia y un trastorno convulsivo el año vigésimo quinto que llevábamos juntas; y murió el vigésimo séptimo. La obra se inspira en mi experiencia con ella, y la experiencia de buscar consejo de muchas otras mujeres que han lidiado en sus propias relaciones con el derecho a morir. También voy a editar un número de Sinister Wisdom con Judith Katz sobre lesbianas judías el año próximo. Esos son mis dos proyectos principales; también tengo un par de libros de poemas en el ordenador, esperando a que los organice.
¿Un mantra? Llevo atascada en esta pregunta semanas. Porque no es una simple frase; es toda una vida de gestos e interacciones. Es Gloria Anzaldúa sentada en el suelo de su casa de Santa Cruz conmigo, dibujando una imagen del dios azteca que fue enterrado en trozos desmembrados y renació de nuevo entero, para ilustrar el reto que nosotras, como escritoras lesbianas, afrontábamos. Es mi compañera, Susan, después de que Lucy Jane Bledsoe viniera a casa la semana que Susan murió, y nos ofreciera una lectura privada; alzando los brazos de felicidad, diciendo “¡Tantas lesbianas!”. Es mi primera amante, de cuando teníamos 17 años, viniendo al funeral de mi madre sin que hiciera falta que yo se lo pidiera. Es el placer de ir al estreno fuera de Broadway de la obra de Jewelle Gomez, Waiting for Giovanni. Es mi amistad de 40 años con Dolphin, que pasa la mayoría de las noches de viernes conmigo desde que Susan murió. Son todas las conexiones; una letanía de escritoras lesbianas y amigas con las que he tenido el privilegio de conversar, y la profundidad de la amabilidad que nos hemos demostrado las unas a las otras. Ninguna frase sola lo abarca. Pero mantengamos siempre las banderas de la amistad y de la amabilidad a la vista.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Entrevistando a la Resistencia: Icíar Andreu

En la octava entrega de la sección Entrevistando a la Resistencia, en que entrevisto a activistas, artistas y, en la mayoría de los casos, ambas; os traigo una entrevista con Icíar Andreu. Ella tiene 21 años y estudia música y en sus ratos libres intenta hacerla y disfrutarla; es activista feminista, LGTBI (es una mujer bi) y anti-gordofobia (Twitter: @BlackRose_Iciar / Instagram: @iciar_rosanegra).

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1. ¿Cuáles son tus exigencias para los feminismos hegemónicos como mujer que muchas veces se sale del "modelo de mujer" establecido muchas veces por estos?

Me gustaría que no se dejasen en el camino temas también importantes dentro del feminismo, y por lo tanto a compañeras, a la hora de luchar. Para mí, el feminismo debe incluir a todas las mujeres. Todas. Y últimamente es algo que veo que parece olvidarse.


2. ¿Qué implica para ti la gordura, tanto en el terreno del activismo tanto cibernético como local, como en tu vida diaria, tus relaciones...?

Es un tema que lleva conmigo desde siempre. Hay personas que se pensarán que no es para tanto, por eso esta pregunta me parece muy interesante. Voy a ser muy breve pero quiero que se tenga muy en cuenta.

La gordura para mi implica tener que aguantar comentarios que no a todes nos hacen. Miradas de asco, superioridad por parte de muchas personas. No poder estar tranquila en mis redes sociales, sobre todo haciendo activismo bodypositive y hablando de gordofobia, recibiendo una cantidad de acoso impresionante. El mismo acoso que llevo recibiendo desde niña en el colegio, en el instituto, piscina/playa, en la calle. Haber estado aguantando a médiques gordofóbiques, haber puesto en peligro mi salud (física y mental). Haber llegado a pensar que jamás tendría a alguien que me quisiera, ni siquiera a mi misma. Todo eso es lo que significaba y todavía significa para mí tener un cuerpo gordo en una sociedad como en la que vivimos.


3. ¿Te gustaría contarnos algo sobre cómo te diste cuenta de que no eras heterosexual y, más concretamente, de que eras bi? Especialmente, que aconsejarías a otras jóvenes sáficas (no hterosexuales) y, más concretamente, bis que se sientan aisladas, solas, repudiadas?

Me ayudó mucho descubrir que amigas cercanas lo eran y ver como ellas "salían del armario". Ver que no pasaba nada y llegar al punto de pensar que si ellas habían podido lograr ser quienes realmente son, yo también podría. Eso me dio fuerzas para aceptar en mi que no sólo me gustan los chicos, que soy bisexual. Y me gustaría hacerles saber a otras chicas que puedan estar viviendo algo parecido, que no están solas. No estáis solas. No os forcéis, poco a poco os daréis cuenta de que hay más chicas como vosotras, incluso en vuestro entorno cercano, y si no las redes sociales os pueden ayudar. A mí me tenéis aquí para lo que necesitéis igual que a muchas otras compañeras.


4. ¿De qué formas encuentras tú el alivio tras un día más de ser una mujer gorda bi en un mundo cisheteropatriarcal y gordófobo? ¿Es a través del arte, la escritura, el deporte, la contracultura, los lazos con otras mujeres, como tú o diferentes...? ¿Qué puedes contarnos sobre ello?

Intento que el máximo de cosas posibles me ayuden para así poder tener varias vías de escape, ahora cuento el por qué. Mi principal vía de escape es y siempre lo ha sido la música. Es mi pasión y mi sueño desde pequeñita. Intento encontrar nuevos estilos, nuevos grupos y cantantes. Escuchar música reivindicativa que me motive a seguir luchando y música que sólo me haga desconectar, pero también para mí es un arma de doble filo, pues igual que me ayuda a sobrevivir también me puede traer otros sentimientos. Así que desde que me di cuenta intento tener otras vías para escapar de todo. Veo series y películas, uso mis redes sociales fuera del activismo e intento hablar y crear lazos con otras personas como yo, sobre todo mujeres. Esto último es maravilloso.

viernes, 22 de julio de 2016

Mujeres "masculinas"

Soy lesbiana, llevo el pelo corto “como un chico” y fui con traje “de hombre” a mi graduación del instituto.

En principio, a muchas esto no les hará levantar la ceja. Somos libres de llevar el peinado que nos plazca, de vestir como nos plazca y de hacer lo que nos plazca mientras no atentemos contra la libertad de nadie, dirán. ¿Qué importancia tienen tus elecciones personales mientras no le hagan daño a nadie?, me preguntarán. Algunas incluso me acusarán de pretender “llamar la atención” cuando escribo este artículo.
Y yo, sin embargo, me niego a dejar de escribirlo. Me niego a quitarles importancia a mis elecciones “personales” en un mundo en que, como dijo Kate Millett y no me cansaré de repetir, lo personal es político.

Cuando digo “lo personal es político” quiero decir que todas y cada una de mis elecciones “personales” vienen influenciadas, condicionadas, por una serie de expectativas y enseñanzas que la sociedad me ha impuesto o transmitido, según la presión que haya ejercido sobre mí en cada caso. Cuando digo “lo personal es político” quiero decir que la libertad es, como mucho, relativa en un sistema patriarcal que juzga en el mejor de los casos y se apropia directamente en el peor de ellos de los cuerpos de las mujeres.

Y nosotras, las mujeres arco iris en general y las lesbianas en particular, hemos crecido en un sistema que no sólo manda sobre nuestros cuerpos y nos obliga a odiarlos y controlarlos obsesivamente sino que impone sobre ellos unos cánones que van más allá de la delgadez impuesta o la blancura de la piel, por ejemplo. Nosotras sentimos más que nadie, más que ninguna otra mujer, la férrea atadura de los roles de género que se empeñan en encasillar nuestros cuerpos.
Porque la expresión de género de las mujeres no ha sido nunca de libre elección. El pelo largo, el maquillaje, los tacones, las faldas y los vestidos, el andar con ligereza y el sentarse con las piernas cerradas, la ausencia de vello facial y corporal… son múltiples las exigencias de una sociedad que construye lo que significa ser “mujer” basándose en falacias biológicas y lo traslada en forma de comentarios, publicidades, expectativas y representaciones sobre nuestros cuerpos.

Pero la expresión de género de las mujeres que, como dice Monique Wittig, no acabamos de ser mujeres es un tema todavía más peliagudo.
¿Que no acabamos de ser mujeres? ¿Desde cuándo amar a otra mujer te convierte a ti misma en menos mujer? Pues desde que “mujer” es una categoría cuya definición gira alrededor del hombre; desde que las mujeres, como la sociedad nos recuerda constantemente, existimos en un patriarcado para complacencia masculina.

Y si no somos mujeres del todo porque no cumplimos con los requisitos esperados de toda mujer, es decir, el existir por y para el hombre; ¿cómo hemos expresado históricamente esa ausencia de “mujeridad”? A través de una expresión de género que subvertía los cánones y jugaba con los roles como le placía.
Así, las lesbianas hemos sido tradicionalmente “masculinas” en un mundo que en el mejor de los casos evitaba y evita, y en el peor de ellos castigaba y castiga, la “masculinidad” en las mujeres. Nos hemos cortado o rapado el pelo; hemos vestido pantalones y hasta traje, corbata o pajarita; hemos engordado con menor preocupación (o la hemos disimulado); hemos cubierto nuestros pechos y dejado crecer el vello que florecía en nuestro cuerpo; e incluso hemos llevado calzoncillos.

Esta masculinidad no se ha expresado igual a través de las naciones, las razas o los géneros; así, por ejemplo, muchas lesbianas negras han visto cómo sus compañeras blancas las presuponían butch (palabra anglo que designa a las lesbianas “masculinas”) tan sólo por la menor feminidad asociada socialmente a su color de piel. Así, por ejemplo, muchas lesbianas trans han visto cómo se les exigía injustamente una mayor “feminidad” para compensar por ser, supuestamente, “menos” mujeres.
Pero si algo es cierto, si algo puede afirmarse, es que las mujeres en general y las lesbianas y otras chicas arco iris en particular hemos peleado por conquistar una expresión de género reservada a los hombres, una expresión de género caracterizada por una mayor comodidad y soltura habitando el propio cuerpo.

Es por eso que recordamos a mujeres como Lucía, la primera puertorriqueña en llevar pantalones. Es por eso que todavía hoy demuestra cierta rebeldía el llevar las axilas peludas o ir a la playa sin depilarse las piernas o las ingles. Es por eso que todavía hoy te arriesgas a recibir miradas de extrañeza o a ser directamente importunada si te pruebas ropa del departamento “de hombres” en las tiendas.
Por todo esto, para mí, cortarme el pelo “a lo chico” hace dos años y graduarme “vestida de hombre” hace uno supuso toda una pequeña victoria personal. Fue una muestra de orgullo para una chica que se lavaba todos los días la melena y se la echaba hacia atrás constantemente para vigilar su peinado, que no posaba de perfil ni se quitaba las gafas por encontrar que su nariz aguileña le daba un aire demasiado masculino a su cara, que no salía de casa con un solo pelo en el cuerpo, que adoraba las faldas y los estampados florales y el color rosa (y los sigue adorando, y demostrándolo en su vestimenta) y detestaba los chándales y las sudaderas.
No es que dejara de gustarme lo que ya me gustaba. No es que dejara de disgustarme lo que ya me disgustaba. Es que descubrí que, durante años, había habido algo más que mis gustos entre la masculinidad y yo; había existido, siempre, una presión social para ser lo más femenina posible.
Y, desde el momento en que me reconocí como lesbiana y empecé a salir del armario, esa obsesión con la feminidad impuesta se acentuó por no querer parecerme a esas “camioneras”, a esas “marimachos”. Recordaba con pavor como, en Primaria, nos metíamos con una compañera por jugar a fútbol y ser más “chicote”; veía cómo miraban los hombres y cómo desconfiaban las mujeres de las “bolleras” que no pasaban precisamente desapercibidas gracias a su expresión de género.
La culpa no era mía, desde luego. Yo solo intentaba desesperadamente seguir contando como mujer en un momento en que sentía, sin saberlo conscientemente, cómo mi orientación sexual chocaba inevitablemente con la definición tradicional de la “mujeridad”. Ya tenía bastante con aceptar esa nueva versión de mí misma como para darme de bruces encima con una imagen diferente en el espejo.

Pero pasaron los meses y el orgullo fue sustituyendo a la vergüenza. Pasaron los meses y conocí a algunas de esas “camioneras”, esas “marimachos”, y descubrí cuán maravillosas eran y cuánta valentía se advertía en la fidelidad que se tenían a sí mismas. También conocí lesbianas y bisexuales “femeninas” (femme, en inglés) y descubrí que no por seguir la norma nos acercábamos más a lo esperado de nosotras en cuánto a que nosotras nunca seríamos lo que se espera de una mujer y nuestra expresión de género no nos hacía, por tanto, menos lesbianas.
Así, llegó un día en que cada vez me importó menos alejarme del concepto preestablecido de mujer. Llegó un día en que me di cuenta de que yo no solo no conseguiría nunca, sino que tampoco quería, parecerme a esa mujer ideal que necesitaba el patriarcado para sobrevivir. Prefería ser una rebelde; prefería jugar con los roles de género, ponerme falda y tacones un día y zapatillas y pantalones otra, pintarme los labios puntualmente para ir a clase pero luego salir de fiesta “sin arreglar” (porque yo, compañeras, no necesito de ninguna pincelada de feminidad que me “arregle”; ni yo ni ninguna de nosotras).

Así, llegó un día en que dejé de avergonzarme de lo que era y empecé a apreciar la rica Historia de mujeres, “masculinas” o “femeninas” (y algunas, como yo, “masculinas” Y “femeninas”); que habían allanado el camino a las que veníamos después. Empecé a llevar esa Historia de valentía y orgullo, de resistencia ante un mundo que quiere aniquilarnos, impresa en la piel y envolviéndome como un aura de legitimidad llevara la ropa que llevara.

Hasta que un día, un chico me preguntó por qué me había cortado el pelo y yo no lo recordé que no era por ser lesbiana porque, sinceramente, un poco sí que era.

Y a mucha honra.